Authors: Christopher Moore
—¡Jody!
Vio que ella soltaba una mano, buscaba algo en la parte de atrás del pantalón y hubo otra luz cegadora. Tommy había perdido las gafas de sol en la caída. Algo salpicó a su lado al chocar contra el pavimento. Pudo oler a carne quemada, y a sangre.
—¿Estás bien? —dijo Jody.
Sintió una mano en su cara.
—Estoy algo ciego. Y creo que me he roto un par de costillas.
Pestañeó para despejar las lágrimas de sangre de los ojos, y vio en el pavimento algo oscuro y circular.
—¿Qué es eso?
—La parte superior de su cráneo.
Oyó pasos, y al momento Abby estaba a su lado.
—Ha sido impresionante. Asqueroso, pero impresionante. Has estado asombrosa, condesa.
—No me siento muy asombrosa.
—Deberías beber algo de sangre, Tommy. Tienes muy mala pinta.
Él tomó la bolsa de plástico que le ofrecía y la mordió, vaciando en segundos la pinta entera, sintiendo que se le recomponían los huesos y la piel. Entonces Abby se la quitó y empezó a beber a su vez.
—Me encuentro tan mal como si la hubiera palmado. No debí comerme esa paloma.
Marvin
Marvin ladró tres veces:
—Galleta, galleta, galleta. —Y entonces, cuando hizo que Cavuto doblara la esquina, olió el cuarto cadáver y volvió a ladrar—. Otra galleta.
Entonces, una vez cumplida su misión, se sentó.
—¡Marvin! —dijo Abby. Soltó la bolsa de sangre vacía y le rascó entre las orejas y le dio de comer un oso gummi.
Rivera dobló la esquina con la Glock desenfundada. Jody no se movió de donde estaba, limitándose a alargar la mano más allá de la pistola y quitarle la batería del bolsillo interior. Abby hizo lo mismo con Cavuto, que reaccionó apuntándole con el alargado Super Soaker naranja.
—¿En serio, oso del culo? —dijo—. ¿En serio?
Le arrancó el rifle de agua y lo tiró con un movimiento de revés a una manzana de distancia, donde se hizo añicos contra la calle.
—Le estoy apuntando con un arma, señora —dijo Rivera.
—Galleta —ladró Marvin. Era evidente que allí había tres personas muertas y parte de una cuarta, y quería sus galletas.
Jody le arrancó la Glock de la mano con tanta rapidez que Rivera aún estaba en posición de apuntar cuando le quitó el cargador. Cavuto empezó a desenfundar la Desert Eagle y Abby le cogió del brazo y se acercó a él.
—Ninja, por favor, si no vas a usarla para quitarte la vida por la humillación de lo del rifle de agua, déjalo. —Se volvió para mirar a Tommy, que estaba sentado en la acera con las piernas abiertas, sujetándose las costillas—. Este puto poder de vampiro me mola hasta mi más profunda oscuridad. —Y luego volvió a dirigirse a Cavuto—: Te abofetearía un poco, pero tengo náuseas.
—Sí —dijo Cavuto—. Lo entiendo. Así es como sé que estás cerca.
—Así que los tres estáis, eh, con ellos —dijo Rivera.
—No precisamente con ellos —dijo Tommy, señalando a la tapa craneal chamuscada—. Jody acaba de cortarle la coronilla a uno de ellos.
—Estaba a punto de mataros con un rifle de francotirador —dijo Abby—. Por eso os llamé. Por cierto, gracias por hacer lo que os dije y no ser unos mamones.
—En el techo encontraréis el rifle y la otra parte de él —comentó Jody.
—¿Es quien denunció el ataque del gato vampiro? —preguntó Cavuto.
Tommy asintió.
—Son al menos tres. Puede que ahora dos. Son muy viejos. Llegaron en el yate negro que está atracado en el muelle nueve. Vienen a limpiar el estropicio que dejó Elijah. Deben de saber que vais a la caza de Chet y los gatos vampiro.
—Debió de vernos anoche con los Animales. Creemos que los gatos cogieron a Barry.
Tommy se puso en pie con dificultad.
—¿Barry ha muerto?
—Lo siento —dijo Rivera—. ¿Entonces también conocen a los Animales?
—Fueron los que se llevaron la colección de arte de Elijah y le volaron el yate. Claro que conocen a los Animales.
—Tenemos que ir allí —repuso Rivera—. También irán a por el Emperador. Lleva todo el día llamando por algo de un barco negro. Creí que era otra locura suya. Ni siquiera sé por dónde empezar a buscarlo.
Jody le devolvió la pistola a Rivera y la batería a la cazadora.
—Vuelve a conectarla cuando estés en el coche. Funcionará.
Marvin profirió una batería de ladridos que se traducía como «He encontrado gente muerta y voy a montar un número como no me den una galleta y la chica que me rasca las orejas está muerta y enferma».
—Tranquilo, Marvin —dijo Abby. Se apoyó en el perrazo y Cavuto la agarró por el brazo para que no se cayera—. No me encuentro muy bien. —Se desplomó en la acera. Tommy la cogió a tiempo de evitar que su cabeza chocara contra el cemento—. Me duele la cola.
Jody volvió a quitarle la pistola a Rivera.
—Dale a Tommy las llaves de tu coche.
—¡¿Qué?! ¡No!
Jody sacudió la cazadora de Rivera, oyó un tintineo, metió la mano en el bolsillo y sacó las llaves. Rivera se quedó parado como si tuviera cinco años y lo estuviera vistiendo su madre. Jody le lanzó las llaves a Tommy.
—Llévala al loft. Fu debe de seguir allí. Igual puede hacerla humana a tiempo.
—¿Adónde vas tú? —dijo Tommy.
—Voy al barco. Igual puedo detener a alguno de los otros. Acabarán yendo al loft, así que mantente alerta.
—No tan deprisa, pelirroja.
—¡Quieres callarte de una puta vez! —dijo Jody—. Estamos a seis manzanas del Safeway de Marina. Los Animales deben de estar ya trabajando o empezarán en unos minutos. Cuando yo quería encontrarlos iba allí, así que será allí adonde vayan esos vampiros. Menead el culo e id a avisarlos. Volved a conectar las baterías por el camino o les serviréis de almuerzo. Pedid otro coche si lo necesitáis, pero acabamos de salvaros la vida y nos quedamos vuestro coche.
Rivera sonrió.
—A mí me parece bien.
—¿Te lo parece? —repuso Cavuto.
Tommy levantó a Abby y la sostuvo con un brazo mientras buscaba en la bolsa de mensajero para sacar su teléfono y entregárselo a Jody.
—Llama a Fu, dile que vamos.
—Lo haré. Ten cuidado. —Lo besó—. Salva a nuestra esbirra.
—Entendido.
Marvin gimió al ver que se alejaban, gemido que se traducía como: «Estoy preocupado por la chica muerta que me rasca las orejas y me da osos gummi».
Makeda
Estaba parada bajo el alero de una oficina de correos que daba al aparcamiento del Safeway, viendo al viejo con los perros llamar a la puerta. Bueno, con ese serían siete. Era consciente de que debería esperar a los otros, pero ¿qué diversión había en eso? Un negro delgado hizo pasar al viejo y a sus perros, y cerró la puerta tras de sí.
Se desplazó hasta el costado del edificio y luego a lo largo de la fachada, tras una larga hilera de carritos de la compra, desde donde pudo mirar a través del escaparate sin ser vista. Estaban separados, cada uno trabajando en una sección. La verdad era que tendría que llamar a los demás. No debían de estar muy lejos, pero es que hacía tan pocas cosas por sí sola. Examinó el escaparate. Plexiglás grueso; no pensaba atravesarlo. Podía derribar la puerta de una patada, claro, pero entonces huirían y tendría que cazarlos y si alguno se escapaba Rolf la miraría con desaprobación durante meses. No es que ella no fuera rencorosa. Una vez despertó para descubrir que Bella y Rolf se habían fusionado en niebla sin ella y durante un año se negó a adquirir forma sólida, excepto para comer.
Así era como empezaban cada noche, unidos en forma de niebla, todavía dentro de la recámara de titanio, experimentando cada rincón de la consciencia del otro, cada memoria, cada emoción, cada anhelo, cada miedo, con conocimiento completo, intimidad completa. Al cabo de una hora asumían forma sólida, salían de la recámara y comían, o veían un vídeo de un amanecer o un anochecer. ¡Eso era! En forma de niebla. Entraría en la tienda de forma furtiva. Todos eran jóvenes menos el de los perros, ¿verdad? Sabía que podría atraer la atención de cualquier joven. Iría a por ellos uno a uno, bebiéndose su sangre antes de que los demás supieran lo que pasaba, y mañana por la noche compartiría la experiencia con Rolf y con Bella. Siempre estaba bien aportar algo nuevo y peligroso a sus noches.
No podría usar su traje especial, ni llevar armas, pero no le importaba. Tampoco podría dejar cuerpos. Siete. Acabaría tan llena como una garrapata, a punto de explotar. Comprobó que ninguno estaba junto a la puerta, escondió las armas bajo los carritos, se tumbó y se filtró fuera del traje de Kevlar, cruzando la acera y entrando por debajo de la puerta.
El rock and roll ladraba por el hilo musical, llenando la tienda con un incesante ritmo serrado de guitarra eléctrica que ahogó cualquier otro sonido. Pasó como un remolino junto a las cajas registradoras y empezó a desplazarse por los pasillos. Los dos primeros estaban vacíos, y en el tercero estaba el viejo sentado a solas en una caja de leche. A ambos lados del pasillo había velas encendidas, como si alguien hubiera dispuesto una pista de aterrizaje. Podía sentir a los demás a su alrededor, pero sus sentidos no eran tan agudos cuando era niebla y el olor y el calor de las velas casi le imposibilitaban saber a qué distancia estaban. Sus latidos y su respiración se perdían en la música, pero había sangre en el aire. Por todo el aire. Flotó hasta el techo, desde donde podía ver por encima de los expositores. Había dos de ellos trabajando al fondo de la tienda, meneando la cabeza al ritmo de la música.
Rolf habría flotado de vuelta a la puerta para llamar a los demás, y Bella habría trazado un complicado plan para darles caza uno a uno y acabar con ellos cuando estuvieran solos, pero precisamente por eso no haría ninguna de las dos cosas.
Cuando empezó a hacerse sólida sintió un horrible tirón en el pecho, como si el corazón se le desplomara sobre sí mismo. No era un dolor físico, sino una ausencia repentina. Uno de los otros había desaparecido bruscamente de su ser. Rolf. No estaba. Se quedó quieta ante el viejo, desnuda, temblando, intentando animarse para volver a la caza.
—No grites —dijo.
El Emperador
No le gustaba que los Animales hubieran metido a sus hombres en la cámara frigorífica, y no le gustaba que lo hubieran atado y lo hubieran cubierto de hígado y filetes, sentándolo en una caja de leche, pero había cumplido con su deber para con la ciudad. Había alertado de la presencia del barco negro a los únicos que le creerían, contándoles lo que le había dicho el extraño hawaiano falso acerca de que los viejos vampiros iban a por ellos, y algo de paz mental obtenía por ello. No tenían por qué haberle atado tan fuerte las manos con precinto, ni sujetado los pies a la caja de leche. Podrían haberle preguntado antes. Ah, la juventud.
Ella se materializó a unos cuatro metros de él, desnuda, núbil y atlética, tan negra que podría haber estado hecha de azabache, aunque su palidez cadavérica hacía que sus labios parecieran de color lavanda. Llevaba el pelo muy corto, casi rapado, y sus ojos parecían dorados, aunque el Emperador no podía decirlo con seguridad. Ella se estremeció un momento, como si la recorriera una corriente eléctrica. Él vio que sus músculos se tensaban y relajaban, agitándose en oleadas bajo su piel.
Entonces dejó de temblar y abrió los ojos.
—No grites —dijo. Lágrimas de sangre se le formaron en la comisura de los ojos.
—Oh, cielos, eres preciosa —dijo el Emperador.
Ella sonrió y él vio que tenía colmillos y se sintió como si fuera a orinarse encima.
—¿Lo que tienes en los hombros son filetes? —dijo ella, avanzando unos pasos hacia él.
—Sí. También tengo hígado en los bolsillos.
Ella inclinó la cabeza como escuchando.
—¿Dónde están los demás?
—No lo sé.
Makeda alargó bruscamente la mano y un instante después tenía los dedos envueltos en la barba de él y tiraba de su cabeza, no con brusquedad sino con fuerza irresistible, como si se hubiera enganchado en un torno eléctrico.
—¿Dónde están?
El Emperador notó que le crujían las vértebras, sintió los colmillos de ella arañándole el cuello. Luego oyó el sonido de gas a presión al liberarse, y ella dejó de estar allí, y donde antes estuvo su cara ahora había un fuerte cable de nailon.
—¡Derribada! —exclamó Lash, mientras salía junto con Troy Lee, Jeff y Drew de los estantes en los que se habían escondido tras las hileras de papel higiénico y servilletas de papel.
El arpón de acero inoxidable del lanzaarpones de Barry había clavado la cabeza de la vampira a un fardo de servilletas de papel. Chillaba como un gato salvaje y consiguió desclavarse para saltar a por Drew, que la apuntaba con un Super Soaker. Lash tiró del lanzaarpones y el cable de nailon la sacudió, arrojándola a un lado. Jeff y Troy abrieron los aspersores de jardín por delante de ella mientras Drew descargaba el Super Soaker desde atrás.
Ella chilló y se retorció entre los chorros, mientras la carne se le desprendía en grandes pedazos viscosos, como si fuese de cera y hubiera caído en un horno de fundición. Todo acabó en diez segundos, con los productos en seis metros a la redonda derribados de sus estantes, el Emperador caído de espaldas, incapaz de levantarse, y la vieja vampira convertida en un charco de algo rojo que seguía burbujeando a medida que se desintegraba.
—Mira por dónde, el té de la abuela ha funcionado —dijo Troy Lee.
Lash asintió y tiró al suelo el lanzaarpones con un sonido metálico.
—¡Clint! ¡Limpieza en el pasillo cuatro!
Jody
Como nunca le había gustado ir al gimnasio, Jody decidió vigilar el Cuervo desde la azotea del edificio de oficinas contiguo en vez de desde la del Club Bahía. El hecho de que hubiera podido saltar de un balcón de ladrillo a otro hasta llegar a la azotea, seis pisos más arriba, demostraba lo que siempre había sostenido, al menos en vida: hacer ejercicio era una chorrada narcisista. Casi deseaba que pudieran verla las chicas con las que trabajaba en el edificio de Transamérica, todas ellas embutiéndose, tras el trabajo, en licra y nailon para ir al Club Bahía o al Gimnasio 24 Horas con la esperanza de conocer a alguien que no fuera una sabandija y, en el caso del Club Bahía, que fuera rico.
Se las imaginaba diciendo:
—¿Quieres acompañarnos? Podemos conseguirte un pase de invitada. ¿Nos vamos luego de mojitos?