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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Muerte de la luz (27 page)

BOOK: Muerte de la luz
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Gwen encendió las luces. En la penumbra, los ojos de la raya metálica eran enceguecedores.

El aeromóvil les alcanzó.

Las impresiones rodaron sobre Dirk, una tras de otra. Un aullido persistente de pronto se angostó en un aullido de dolor; la raya se sacudió con el impacto. El fulgor de unos ojos rojos y feroces, una cara de rata y dientes amarillos y babeantes, luego otro impacto, otro sacudón, un chasquido. Más impactos, ruidos viscosos y blandos: uno, dos, tres. Un chillido, un chillido muy humano, luego un hombre perfilado contra el haz de luz blanca. Parecía que no lo alcanzaban nunca. Era un hombre robusto y macizo, alguien que Dirk no conocía, con pantalones gruesos y chaqueta tornasolada que mudaba de color a la luz de los faros. Se cubría los ojos con una mano, con la otra empuñaba una inútil pistola láser y Dirk pudo verle el brazalete metálico en el antebrazo. La melena blanca le cubría los hombros.

Luego, súbitamente, tras de una eternidad de inmovilidad aparente, el hombre desapareció. La raya metálica se sacudió de nuevo, y Dirk saltó en el asiento. Adelante sólo quedaba un vacío gris: el interminable bulevar curvo.

Detrás (Dirk se volvió para mirar), un sabueso les perseguía haciendo trepidar las cadenas. Pero de a poco se empequeñeció. Formas oscuras constelaban la calle de plástico. En cuanto Dirk se puso a contarlas, desaparecieron. Una vibración luminosa hendió el aire sin alcanzarlos.

Poco después estaban nuevamente solos, y no se oía más que el susurro del aire que surcaban. Gwen tenía la cara rígida, las manos firmes. Las de Dirk temblaban.

—Creo que lo matamos —dijo.

—Sí —respondió Gwen—. Y también a algunos sabuesos —calló un instante, luego añadió—: Creo que se llamaba Teraan Braith no-sé-cuánto.

Los dos callaron. Gwen volvió a apagar los faros delanteros.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Dirk.

—Adelante hay más —dijo ella—. Recuerda el alarido que oímos…

—Sí —pareció reflexionar—. ¿El coche puede soportar más colisiones?

Ella sonrió apenas.

—Ah —dijo—. El código kavalar incluye los duelos aéreos. A menudo las armas elegidas son los aeromóviles. Son aparatos muy fuertes. Este está diseñado para resistir disparos de láser el mayor tiempo posible. El blindaje… ¿Necesitas que continúe?

—No —hizo una pausa—. Gwen…

—¿Sí?

—No mates a ninguno más.

Ella lo miró de reojo.

—Van detrás de los emereli, y de cualquier infeliz que se haya quedado en Desafío. Nos cazarían sin el menor escrúpulo —dijo Gwen.

—Aun así. Podemos ahuyentarlos, ganar tiempo. Jaan no tardará en llegar. No es necesario matar a nadie.

Ella suspiró y disminuyó la velocidad.

—Dirk —empezó; luego vio algo en el camino y redujo la velocidad al mínimo—. Mira —dijo, señalando.

La luz era tan escasa que costaba distinguir nada con claridad. Hasta que se acercaron más, y pudieron ver un cadáver, o los restos de un cadáver; un guiñapo rígido en medio de la galería, trozos de carne esparcidos alrededor, sangre seca y negra pegoteada en el plástico.

—Esa tiene que ser la víctima que oímos antes —explicó Gwen sin alterarse—. Los cazadores de Cuasi-hombres no comen sus presas, ¿sabes? Seré breve. Según ellos, estas criaturas sub-humanas son de una especie animal sin conciencia. Pero pese a esa creencia, hasta ellos temen comportarse como caníbales, y no los comen. Aun en los viejos tiempos, en el Alto Kavalaan de la edad oscura, los cazadores nunca comían la carne de los Cuasi-hombres que abatían. La dejaban para los dioses, para las mariposas de carroña, para los escarabajos de arena. Después de tirar una porción a los sabuesos, como recompensa, claro está. Sin embargo, los cazadores se llevan un trofeo. La cabeza. ¿Ves el tronco del cadáver? Muéstrame la cabeza.

Dirk sintió náuseas.

—También la piel —continuó Gwen—. Llevan cuchillas para desollar a las víctimas. O las llevaban. Recuérdalo, hace generaciones que la cacería de Cuasi-hombres está prohibida en Alto Kavalaan. Hasta el consejo de altoseñores de Braith se ha pronunciado en contra. Las matanzas que se siguieron haciendo eran subrepticias; los cazadores tenían que esconder los trofeos, salvo para exhibirlos ante sus colegas, tal vez. Aquí, en fin, sólo te diré que Jaan supone que los Braith permanecerán en Worlorn todo lo posible. Según me dijo, hablan de renunciar a Braith, de traer a sus
betheyns
de Alto Kavalaan para formar aquí una nueva coalición, una congregación que resucitará las viejas costumbres, las tradiciones más sanguinarias. Por un tiempo, un año o dos o diez, mientras el estratoescudo toberiano siga conservando el calor. Lorimaar alto-Larteyn y sus secuaces, sin nadie que los contenga.

—¡Sería una locura!

—Tal vez. Eso no los detendrá. Si Jaantony y Garse se fueran mañana, empezarían inmediatamente. La presencia de Jadehierro los refrena. Temen que si ellos y los otros tradicionalistas Braith forman un contingente para venir aquí, la facción progresista de Jadehierro también envíe un contingente. No tendrían nada que cazar, y ellos y los hijos afrontarían una vida breve y difícil en un mundo agonizante, sin gozar siquiera de sus placeres predilectos, las alegrías de la altacaza. No —se encogió de hombros—. Pero aun así hay salas de trofeos en Larteyn. Lorimaar alardea de tener cinco cabezas, y se dice que posee dos chaquetas de piel de Cuasi-hombre. Nunca las usa. Jaan lo mataría.

Puso el aeromóvil en marcha y aceleró.

—Ahora bien —dijo—, ¿todavía quieres que me desvíe la próxima vez que nos topemos con alguno? ¿Ahora que sabes lo que son?

Dirk no respondió.

Poco después volvieron a oír ruidos abajo, los aullidos y los gritos que retumbaban en la galería desierta. Encontraron otro vehículo volcado, las enormes llantas desinfladas y desgarradas. Gwen tuvo que virar para evitarlo. Al cabo se toparon con un armazón de metal negro que les bloqueaba el paso, un imponente robot con cuatro brazos tensos paralizados encima de la cabeza en posturas grotescas. La parte superior del torso era un cilindro oscuro tachonado de ojos de cristal; la parte inferior era una base del tamaño de un aeromóvil, con ruedas.

—Un guardián —dijo Gwen mientras pasaban junto al rígido cadáver mecánico; Dirk notó que las manos habían sido arrancadas de los brazos y el cuerpo estaba acribillado por disparos de láser.

—¿Luchó contra ellos? —preguntó.

—Probablemente —repuso Gwen—. Lo que significa que la Voz sigue con vida, que aún controla algunas funciones. Tal vez por eso no hemos recibido más noticias de Bretan Braith. Es probable que allá abajo tengan problemas; quizá la Voz ha llamado a los guardianes para proteger las funciones vitales de la ciudad —se encogió de hombros—. Pero no tiene importancia. Los emereli no están de acuerdo con la violencia. Los guardianes son instrumentos de contención. Disparan dardos somníferos, y creo que pueden exhalar también gases lacrimógenos por ese enrejado que tienen en la base. Los Braith llevan las de ganar.

El robot ya se había perdido de vista, y la galería estaba desierta otra vez. Adelante, el bullicio se intensificó.

Esta vez Dirk no hizo comentarios cuando Gwen se abalanzó calle abajo con las luces encendidas y los chillidos e impactos se sucedieron uno tras de otro. Alcanzaron a los dos cazadores Braith, aunque luego Gwen dijo que no estaba segura de haber matado al segundo. Le habían rozado y lanzado a un costado, contra uno de los sabuesos.

Y a Dirk la voz se le ahogó en la garganta, pues cuando el hombre trastabilló y rodó a la derecha del vehículo, soltó lo que llevaba en la mano: un objeto que voló por el aire y se estrelló contra el escaparate de una tienda, deslizándose al suelo como una babosa sangrienta. Dirk notó que el cazador lo aferraba del pelo.

El camino en tirabuzón descendía progresivamente alrededor de la torre de Desafío. Les llevó más tiempo del que Dirk hubiera imaginado bajar del nivel 388 (donde sorprendieron a la segunda partida), hasta el nivel uno. Un largo vuelo en medio de un silencio gris.

No tropezaron con nadie más, ni kavalares ni emereli.

En el nivel 120 un guardián solitario les bloqueó el camino, enfocándolos con sus múltiples ojos pálidos y ordenándoles que se detuvieran, con la Voz siempre serena y cordial de Desafío. Pero Gwen no disminuyó la velocidad, y el guardián rodó fuera del camino sin disparar dardos ni exhalar gases. Las órdenes retumbantes del robot los persiguieron en la galería.

En el nivel cincuenta y siete la luz borrosa titiló y se apagó, y por un instante volaron a oscuras. Entonces Gwen encendió los faros y redujo un poco la velocidad. Ninguno de los dos habló, pero Dirk pensó en Bretan Braith, y por un instante se preguntó si las luces habrían fallado o las habrían cortado los kavalares. Se inclinó por esta última posibilidad; alguno de los sobrevivientes habría llamado al fin a sus hermanos de clan.

En el nivel uno la galería terminaba en una espaciosa avenida y una calle circular. No se veía demasiado, salvo donde los haces de los faros arrancaban formas sobresaltadas al océano de negrura que les rodeaba. El centro de la avenida parecía una especie de árbol. Dirk entrevió un tronco macizo y nudoso, una suerte de pared de madera, y oyeron en lo alto el susurro de las hojas. El camino giraba en torno del árbol, y se encontraba consigo mismo. Gwen dio toda la vuelta.

En el otro extremo del árbol había una puerta ancha que se abría a la noche. Dirk sintió el viento en la cara y comprendió por qué se agitaban las hojas. Cuando pasaron de largo frente a la puerta, echó una ojeada. Más allá, una carretera blanca se alejaba de Desafío.

Y por esa carretera, un aeromóvil se desplazaba velozmente hacia la ciudad. Hacia ellos. Dirk lo atisbo sólo un instante. Era una máquina oscura (aunque todo era oscuro en las noches de ese mundo), y metálica. Una espantosa bestia kavalar que no llegó a identificar siquiera.

Pero sin duda, no pertenecía a Jadehierro.

Capítulo 9

—Lo hemos logrado —dijo secamente Gwen, después que pasaron frente a la puerta—. Ahora nos siguen a nosotros.

—¿Nos habrán visto?

—Sin duda, han visto la luz de los faros cuando pasamos frente a la entrada. Es casi seguro.

Una espesa oscuridad les rodeaba por todas partes, y aún se oía el susurro de las hojas.

—¿Corremos?

—Seguro que los lásers del coche de ellos funcionan, no como el nuestro… La única salida posible es la galería exterior. El aeromóvil de los Braith nos perseguirá, y los cazadores nos estarán esperando afuera. Sólo hemos matado a dos, tal vez a tres. Debe haber varios más. Estamos atrapados, Dirk.

—Podemos rodear nuevamente el árbol, y en cuanto hayan entrado, salir por la puerta.

—No está mal. Pero es demasiado obvio. Habrá otro aeromóvil esperándonos, supongo. Tengo una idea mejor —mientras hablaba, disminuyó la velocidad y frenó; inmediatamente delante de ellos el camino se bifurcaba, bañado por la luz brillante de los faros. A la izquierda seguía la calle circular; a la derecha, la galería exterior iniciaba su ascenso de dos kilómetros.

Gwen apagó las luces y la oscuridad los engulló. Cuando Dirk trató de hablar, ella lo silenció con un chistido. El mundo estaba muy negro. Dirk se sentía ciego. Gwen y el aeromóvil y Desafío, todo se había evaporado. Oyó el murmullo de las hojas y creyó oír que el aeromóvil de los Braith se acercaba. Pero eso debía de ser su imaginación, pues de lo contrario ya habría visto los faros.

Tenía la sensación de hamacarse suavemente, como si estuviera en un bote pequeño. Algo duro le rozó el hombro y se sobresaltó, luego sintió que algo similar le rozaba la cara. Hojas.

Estaban elevándose hacia el tupido follaje de la copa ancha y baja del árbol emereli.

Una rama se arqueó hacia abajo y luego brincó con fuerza, azotándole la mejilla y abriéndole un surco de sangre. Las hojas lo apretujaban. Finalmente un ruido seco anunció que las alas de la raya metálica habían golpeado un tronco más grueso. No podían elevarse más. Flotaban a ciegas, envueltos por la oscuridad y el invisible follaje.

Poco después una luz borrosa relampagueó fugazmente abajo, doblando a la derecha para ascender por la galería. En cuanto desapareció, otra luz relumbró a la izquierda, viró bruscamente en la bifurcación y siguió a la primera. Dirk agradeció que Gwen hubiera ignorado su sugerencia.

Flotaron entre las hojas por un período interminable, pero no aparecieron más vehículos. Finalmente Gwen descendió de nuevo al camino.

—El engaño no durará demasiado —dijo—. En cuanto el cerco se cierre y no nos encuentren, les llamará la atención.

Dirk se secaba la mejilla con el faldón de la camisa. En cuanto se hubo cerciorado de que el hilillo de sangre estaba seco, se volvió hacia Gwen, sin verla todavía.

—De modo que nos perseguirán —dijo—. Perfecto. Mientras se ocupan de averiguar adonde hemos ido, no matarán más emereli. Y Jaan y Garse no tardarán en llegar. Creo que ya es hora de ocultarnos.

—Ocultarnos o huir —respondió Gwen desde la oscuridad; aún no había encendido los faros del aeromóvil.

—Tengo una idea —dijo Dirk; se tocó nuevamente la mejilla y luego, satisfecho, se bajó el faldón de la camisa—. Mientras dabas la vuelta vislumbré algo. Una rampa y un letrero. La vi apenas, a la luz de los faros, pero me refrescó la memoria. Worlorn tiene una red de subterráneos, ¿verdad? ¿Comunica una ciudad con otra?

—Sí, pero está desmantelada.

—¿Seguro? Sé que los trenes no funcionan, ¿pero los túneles? ¿Los rellenaron, acaso?

—No sé. No lo creo —de pronto los faros del aeromóvil despertaron a la vida y el repentino resplandor encandiló a Dirk—. Muéstrame el letrero —dijo Gwen, y una vez más iniciaron la recorrida alrededor del árbol.

Era una entrada al subterráneo, como había sospechado Dirk. Una rampa poco empinada descendía a la oscuridad. Gwen detuvo el coche y desde el aire iluminó el letrero con los faros.

—Tendremos que abandonar el aeromóvil —dijo al fin—. Nuestra única arma.

—Sí —dijo Dirk; la entrada era demasiado estrecha para la raya metálica; obviamente los constructores no habían tenido en cuenta la posibilidad de atravesar los túneles volando—. Pero quizá sea mejor. No podemos irnos de Desafío, y dentro de la ciudad el coche limita bastante nuestra movilidad, ¿no te parece? —Gwen no respondió de inmediato, y él se frotó las sienes fatigosamente—. A mí me parece una buena idea, pero me cuesta pensar con claridad. Estoy cansado y probablemente estaría asustado si me detuviera a pensar acerca de todo esto. Estoy lleno de cortes y magulladuras…

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