Muerte de la luz (22 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Muerte de la luz
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Lágrimas rojas llenas de amor, envueltas en plata y terciopelo, una llama intensa y gélida.

La cara de Jaan: pómulos altos, la mandíbula lisa y cuadrada, el pelo negro y ralo, la sonrisa benigna. La voz, templada como el acero, siempre imperturbable:
Pero existo.

Las torres blancas y espectrales de Kryne Lamiya gimiendo, burlándose, cantando a la desesperación mientras un tambor distante redoblaba monótonamente. Y en medio de todo, la firmeza y la decisión. Frente a ese canto él había sabido responder de inmediato.

La cara de Garse Janacek, distante (los ojos de humo azul, la cabeza rígida, la boca severa), hostil (la mirada glacial, la eterna sonrisa socarrona bajo la barba), lleno de un humor amargo (los ojos saltones, los dientes expuestos en lo que parecía la mueca de la misma muerte).

Bretan Braith Lantry; un tic y un ojo de piedraviva. Una figura temible y digna de compasión. Un beso frío y espantoso.

Vino rojo en copas de obsidiana, vapores que irritaban los ojos, una sala con olor a cinamomo y una extraña camaradería.

Palabras.
Un hermano de clan de una nueva especie
, había dicho Jaan.

Palabras.
Será desleal
, prometió Garse. La cara de Gwen, una Gwen más joven, más espigada, de ojos más grandes. La risa de Gwen. El llanto de Gwen. El orgasmo de Gwen. Abrazándole, los senos rojos y encendidos, el cuerpo tenso. Gwen susurrándole:
Te amo, te amo.
¡Jenny!

Una sombra negra y solitaria arrastrando una barcaza aguas abajo, en un canal oscuro e interminable. Recuerdos.

Aferraba temblorosamente la muñeca de Gwen.

—Si no me bato a duelo —dijo al fin—, ¿dejarás a Jaan? ¿Y vendrás conmigo?

—Sí —dijo ella con dolorosa lentitud, acompañando la afirmación con un pesado cabeceo—. Estuve pensándolo todo el día, lo conversé con Arkin; con él planeamos traerte aquí, al taller, y que yo le diría a Jaan y a Garse que tenía que trabajar.

Dirk separó las piernas, y un intenso hormigueo se las recorrió mientras desaparecían la fatiga y el entumecimiento. Se levantó con aire resuelto.

—¿Entonces ibas a hacerlo, de todas maneras? ¿No es sólo a causa del duelo?

Ella afirmó con un movimiento de cabeza.

—Entonces iré —resolvió Dirk—. ¿Cuándo podremos largarnos de Worlorn?

—Dos semanas y tres días —dijo Ruark—. Hasta entonces no hay ningún vuelo.

—Tendremos que ocultarnos —dijo Gwen—. Considerando las circunstancias, es lo único seguro. Esta tarde no había decidido aún si comunicárselo a Jaan o marcharme sin rodeos. Pensé que tal vez le hablaría y que luego, juntos, nos enfrentaríamos a él. Pero lo del duelo ya define las cosas. Ahora no te permitirían partir.

Ruark se bajó del taburete.

—Vayan entonces —les dijo—. Yo me quedaré aquí, vigilaré. Ustedes podrán llamarme, para que les dé las novedades. Para mí es bastante seguro, a menos que Garsey y Jaantony pierdan el duelo. En ese caso iría rápidamente a reunirme con ustedes, ¿eh?

Dirk tomó las manos de Gwen.

—Te amo —le dijo—. Todavía te amo.

Ella sonrió gravemente.

—Me alegro, Dirk. Tal vez podamos recuperarlo todo. Pero ahora tenemos que darnos prisa, desaparecer por completo. De aquí en más, todos los kavalares son nuestros enemigos.

—De acuerdo —dijo él—. ¿Adonde?

—Baja a buscar tus cosas. Necesitarás buenos abrigos. Luego nos encontraremos en la azotea. Nos llevaremos el aeromóvil y decidiremos sobre la marcha.

Dirk asintió y la besó apresuradamente.

Volaban sobre los ríos oscuros y las ondulantes colinas del llano cuando las primeras luces del alba rasgaron el cielo, un fulgor carmesí hacia el este. Pronto se elevó el primer sol amarillo, y la oscuridad se transformó en una niebla gris que se evaporaba rápidamente. El coche con aletas de raya estaba abierto, como siempre. Gwen lo conducía a máxima velocidad, de modo que el estruendo del viento les hacía imposible conversar. Mientras ella conducía, Dirk dormía a su lado, arrebujado en un gabán castaño que Ruark le había dado antes de la partida.

Cuando la brillante lanza de Desafío resplandeció en el horizonte, Gwen lo despertó tocándole el hombro suavemente. Dirk había tenido un sueño ligero y sobresaltado. De inmediato se enderezó y bostezó.

—Hemos llegado —comentó innecesariamente. Gwen no respondió. El aeromóvil perdió velocidad mientras la ciudad emereli aumentaba de tamaño. Dirk contempló el amanecer.

—Ya salieron dos soles —dijo—, y mira; casi se puede ver al Gordo Satanás. Supongo que ya sabrán que nos hemos ido —se imaginó a Vikary y Janacek esperándole con los Braith en el cuadrado de la muerte dibujado en la calle. Bretan se pasearía con impaciencia, sin duda. Luego emitiría ese ronquido tan peculiar; el ojo de piedra luciría frío y opaco en la mañana, un rescoldo muerto en la cara deforme. Tal vez Bretan ya haya muerto, o Jaan, o Garse Janacek. Dirk se sonrojó, vagamente avergonzado. Se acercó a Gwen y la rodeó con el brazo.

Desafío crecía ante ellos. Gwen guió el aeromóvil en un brusco ascenso a través de un banco de nubes deshilachadas. Las fauces negras de la pista de aterrizaje se iluminaron al acercarse el vehículo, y Dirk vio los números mientras Gwen descendía. El nivel 520, una pista vasta, inmaculada y desierta.

—Bienvenidos —dijo una voz familiar mientras la raya revoloteaba hasta tocar el suelo—. Soy la Voz de Desafío. ¿Puedo atenderles?

Gwen apagó el motor y salió de la cabina.

—Queremos ser residentes temporarios.

—La tarifa es muy razonable —dijo la Voz.

—Entonces, llévanos a un compartimiento.

Una pared se abrió para dar paso a un automóvil con neumáticos-balón. Salvo el color, era idéntico al que los había trasladado en la visita anterior. Gwen subió al coche y Dirk empezó a cargarlo con el equipaje que traían en el asiento trasero del aeromóvil: el sensor, tres maletas atiborradas de ropa, una mochila con todo el instrumental de campo de Gwen. Los dos aeropatines, junto con las botas de vuelo, estaban en el fondo de la pila. Pero Dirk los dejó en el aeromóvil.

El vehículo se puso en marcha y la Voz les informó sobre las diversas instalaciones disponibles. En Desafío había cuartos amoblados en mil estilos diferentes, para que los visitantes se sintieran en casa aunque prevaleciera la atmósfera de di-Emerel.

—Algo simple y barato —le dijo Dirk—. Cama matrimonial, cocina y ducha.

La Voz les condujo a un pequeño cubículo con paredes azul pastel, dos niveles más arriba. Tenía una cama matrimonial que ocupaba casi todo el cuarto, una kitchenette empotrada y una enorme videopantalla de color que abarcaba las tres cuartas partes de una pared.

—Genuina suntuosidad emereli —dijo sarcásticamente Gwen en cuanto entraron; dejó en el suelo el sensor y las ropas, y se desplomó con alivio en la cama.

Dirk acomodó las maletas que traía detrás de un panel corredizo, y luego se sentó en el borde de la cama, al lado de los pies de Gwen. Miró la pantalla.

—Hay una amplia selección de videocintas disponibles para entretenerles —dijo la Voz—. Lamento informarles que toda la programación regular del Festival ha terminado.

—¿No desapareces nunca? —protestó Dirk.

—Las funciones monitoras básicas continúan permanentemente, para protección y salvaguardia de ustedes; pero si lo desean, mi función asistencial puede ser desactivada temporariamente en donde se alojan ustedes. Algunos residentes lo prefieren así.

—Yo entre ellos —dijo Dirk—. Desactívate.

—En caso de que cambie de idea o necesite algún servicio, basta con apretar el botón de la estrella en cualquier videopantalla cercana —dijo la Voz—. Así estaré nuevamente a sus órdenes —luego se calló.

Dirk aguardó un instante.

—¿Voz? —llamó. No hubo respuesta. Hizo un gesto de satisfacción y se puso a investigar la pantalla. Gwen ya se había dormido con la cabeza apoyada en las manos, acurrucada de costado.

Dirk no veía el momento de llamar a Ruark para enterarse de los resultados del duelo; quién había sobrevivido y quién no. Pero todavía no le parecía seguro. Algún kavalar tal vez acompañaba a Ruark en el departamento o el taller, y una llamada delataría su posición. Tendría que esperar. Antes de la partida, el kimdissi les había dado el número de llamada de un departamento desocupado dos pisos más arriba que el suyo, diciéndole a Dirk que llamara sólo después del anochecer. Si era seguro, él prometía estar allí y responder. De lo contrario, no habría respuesta. En todo caso, Ruark ignoraba adonde habían ido los fugitivos, de modo que los kavalares no podrían sonsacarle esa información.

Dirk estaba exhausto. Aunque había dormido un poco durante el viaje, lo abrumaba un agotamiento agudizado por una vaga culpabilidad. Finalmente tenía a Gwen a su lado, pero no estaba exultante. Tal vez eso viniera más tarde, cuando hubieran desaparecido otras inquietudes y los dos empezaran a conocerse de nuevo, tal como en Avalon hacía muchos años. Pero tendrían que esperar a estar fuera de Worlorn, lejos de Jaan Vikary, Garse Janacek y los otros kavalares, lejos de las ciudades muertas y los bosques moribundos. Regresarían al Velo del Tentador, pensó Dirk mientras miraba distraídamente la pantalla en blanco. Abandonarían el Confín, irían a Tara o Braque o algún otro planeta sensato. Tal vez de vuelta a Avalon, tal vez más lejos, a Gulliver, o Vagabundo, o Viejo Poseidón. Había un centenar de mundos que él desconocía, un millar, más… Mundos de hombres y no-hombres y seres extraños, toda clase de lugares distantes y románticos donde nadie habría oído mencionar siquiera a Alto Kavalaan, o Worlorn. Ahora Gwen y él podrían visitarlos juntos.

Demasiado cansado para dormir, nervioso e intranquilo, Dirk decidió distraerse jugueteando con la pantalla. La encendió y apretó el botón del signo de interrogación, tal como el día anterior en el departamento de Ruark en Larteyn, y la misma lista de servicios titiló frente a él en cifras tres veces más grandes. Las estudió atentamente, para aprender todo lo posible; tal vez pudiera hacerse de conocimientos útiles, averiguar algo que pudiera ayudarles.

La lista incluía un número de llamada para recibir noticias planetarias. Lo marcó con la esperanza de que el duelo de Larteyn hubiera sido registrado, tal vez como un obituario. Pero la pantalla se puso gris, y unas letras blancas destellaron intermitentemente hasta borrarse: 'Servicio Anulado'.

Fastidiado, Dirk marcó la secuencia correspondiente a informes sobre vuelos espaciales, para corroborar lo que Ruark le había dicho. Esta vez tuvo más suerte. En los próximos dos meses normales arribarían tres naves: la primera, que como había dicho el kimdissi llegaría en dos semanas más, era una nave del Confín llamada
Teric neDahlir.
Lo que Ruark no había mencionado era que el destino del vuelo eran los mundos exteriores: la nave procedía de Kimdiss y se dirigía a Eshellin, el Mundo del Océano Vinonegro y finalmente a di-Emerel, el punto de partida. Una semana más tarde llegaba un carguero de Alto Kavalaan. Luego no había nada hasta el regreso del
Temblor de Enemigos Olvidados
, con destino al Velo.

Pero no podían esperar tanto tiempo; tendrían que tomar el
Teric neDahlir y
trasbordar en algún mundo un poco alejado. Embarcarse, había reflexionado Dirk, sería el paso más riesgoso. Era prácticamente imposible que los kavalares los descubrieran en Desafío cuando debían registrar todo un planeta. Pero Jaan Vikary sin duda adivinaría que los fugitivos querrían marcharse de Worlorn lo antes posible. O sea que llegado el momento, estaría esperándoles en el puerto espacial. Dirk no tenía idea de cómo podrían escabullirse, simplemente se aferraba a la esperanza de que no fuera necesario.

Borró los datos y tecleó otros números; le interesaba saber cuáles servicios estaban cancelados por completo, cuáles funcionaban precariamente —asistencia médica de urgencia, entre ellos—, y los que aún funcionaban como en tiempos del Festival. A menudo se veían pantallazos de las otras ciudades, lo cual le convenció de que haber venido a Desafío había sido una decisión feliz. Los emereli se habían propuesto erigir una ciudad inmortal, y la habían dejado funcionando pese a la inminencia del frío, la oscuridad y el hielo. Aquí se podría vivir cómodamente. En comparación, las otras ciudades estaban en condiciones lamentables. Cuatro de las catorce se hallaban totalmente a oscuras, sin reservas energéticas, y una estaba tan erosionada por el viento y la intemperie que ya se desmoronaba en ruinas polvorientas.

Dirk siguió apretando botones durante un tiempo, pero al fin el juego lo cansó, se sintió aburrido e inquieto. Gwen seguía durmiendo. Aún era de mañana, imposible llamar a Ruark. Desconectó la pantalla, se enjuagó un poco en el cuarto de baño, luego volvió a la cama y apagó las luces. No se durmió de inmediato. Tendido en la tibia penumbra, miraba el cielo raso y escuchaba la tenue respiración de Gwen. Estaba preocupado, pensaba en otras cosas.

Pronto se arreglará todo, se decía. Volverá a ser como en Avalon… Pero le costaba creerlo. Ya no se sentía como el viejo Dirk t'Larien, el Dirk de Gwen, el que le había prometido que volvería a ella. Se sentía en cambio como si todo siguiera igual; continuaba su camino tan afanosa y desesperanzadamente como en Braque y los otros mundos que había conocido. Tenía de nuevo a su Jenny, y debería estar loco de alegría, pero en cambio le agobiaba una mórbida sensación de abatimiento. Como si de algún modo hubiera vuelto a fallarle a Gwen.

Ahuyentó esos pensamientos y cerró los ojos.

Cuando despertó, ya era de tarde. Gwen se había levantado.

Dirk se duchó y se puso un conjunto de tela sintética de Avalon, de colores suaves. Luego los dos salieron al corredor tomados de la mano, para explorar el nivel 522 de Desafío.

El compartimiento de ellos era uno de los miles que había en un sector residencial del edificio. Alrededor había otros, idénticos al que tenían, salvo por los números de las puertas negras. El suelo, las paredes y el cielo raso de los corredores estaban revestidos de tapizados color cobalto, y las luces que colgaban en las intersecciones, globos pálidos y apacibles, un sedante para los ojos, hacían juego con ese tono.

—Qué aburrido —dijo Gwen, después que caminaron unos minutos—. La uniformidad es deprimente. Además, no veo ningún mapa. Me sorprende que la gente no se pierda.

—Supongo que en ese caso consultarían a la Voz —dijo Dirk.

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