Janacek no respondió.
Vikary se volvió nuevamente hacia Dirk.
—¿Qué dice, t'Larien?
—No sé. Creo saber qué significa ser hermano de clan, y supongo que me honra tal designación, o como se diga. Pero hay obstáculos entre usted y yo, Jaan.
—Usted se refiere a Gwen —dijo Vikary—. Sin duda, ella es un obstáculo entre nosotros, Dirk. Pero le pido a usted que sea un hermano de clan de una índole nueva y peculiar. Sólo mientras esté en Worlorn, y sólo de Garse. No mío ni de ningún otro Jadehierro, ¿comprende?
—Sí, eso facilita las cosas —miró de soslayo a Janacek—. Pero también con Garse tengo problemas. Fue él quien trató de convertirme en una propiedad, y recién no se esforzó demasiado por atemperar los ánimos.
—No hice más que decir la verdad —dijo Janacek, pero Vikary lo contuvo con un gesto.
—Supongo que podría perdonarle todo eso —dijo Dirk—. Pero no lo de Gwen.
—Ese problema debemos resolverlo yo, usted y Gwen Delvano —dijo Vikary sin alterarse—. A Garse no le incumbe en absoluto, aunque él haya dicho lo contrario.
—Ella es mi
cro-betheyn
—protestó Garse—. Tengo derecho a intervenir, como también obligaciones…
—Me refiero a lo de anoche —siguió Dirk—. Estaba frente a la puerta y oí. Janacek golpeó a Gwen, y desde entonces ustedes dos la mantienen lejos de mí.
Vikary sonrió.
—¿La golpeó?
—Lo oí —afirmó Dirk.
—Usted oyó una discusión y un golpe, eso no lo pongo en duda —dijo Vikary, y agregó tocándose la mandíbula hinchada—: ¿De dónde cree que salió
esto?
Dirk se quedó mirándole, y de pronto se sintió totalmente confundido.
—Yo… No sé… Los niños parásitos…
—Garse me golpeó a mí, no a Gwen —dijo Vikary.
—Y lo haría otra vez —añadió Janacek con aspereza.
—Pero entonces, ¿qué pasó? ¿Anoche? ¿Esta mañana? —preguntó Dirk.
Janacek se levantó, dio unos pasos y se plantó delante de Dirk.
—Amigo Dirk —dijo con un tono ligeramente irónico—, esta mañana le dije la verdad. Gwen salió a trabajar con Arkin Ruark. El kimdissi ayer estuvo llamándola todo el día. Estaba frenético. Me dijo que una columna de escarabajos acorazados había empezado a emigrar sin duda debido a la intensificación del frío. Se dice que el fenómeno es rarísimo, aun en Eshellin. En Worlorn, desde luego, un acontecimiento así es único e irreproducible, y Ruark pensó que había que estudiarlo de inmediato. ¿Comprende ahora, amigo t'Larien?
—Bueno, ella me habría avisado —dijo Dirk.
Janacek volvió a sentarse, la cara angulosa torcida en un gesto de desprecio.
—Mi amigo me llama mentiroso —dijo.
—Garse dice la verdad —intervino Vikary—. Gwen avisó que le dejaría a usted una nota o una cinta grabada. Tal vez en medio de los preparativos se olvidó. Suele suceder. El trabajo la absorbe muchísimo, Dirk. Es una buena ecóloga.
Dirk se volvió hacia Garse Janacek.
—Un momento —dijo—. Esta mañana usted afirmó que me impedía verla. Lo admitió.
—¿Es cierto, Garse? —preguntó Vikary, asombrado.
—Sí —admitió Janacek a regañadientes—. Mi amigo t'Larien subió e insistió hasta que logró entrar aquí valiéndose de un pretexto obviamente falso. Más aún, era evidente que quería creer que Gwen era cautiva de los crueles de Jadehierro. Me pareció que era el único argumento capaz de convencerle —sorbió cautelosamente el vino.
—No fue prudente de tu parte, Garse —dijo Vikary.
—Una mentira por otra —replicó Janacek con aire satisfecho.
—No te comportas como un buen amigo.
—Haré lo posible por mejorar.
—Me alegra oírlo. Ahora bien, t'Larien, ¿acepta ser
keth
de Garse?
—Pues, sí —dijo después de pensar un largo rato.
—Bebamos entonces —dijo Vikary.
Los tres hombres levantaron simultáneamente las copas (la de Janacek ya estaba medio vacía), y bebieron. El vino, picante y algo amargo, no era el mejor que Dirk había probado. Pero no estaba mal.
Janacek vació la copa y se levantó.
—Tenemos que hablar de los duelos.
—Sí —dijo Vikary—. Este ha sido un día nefasto. Ninguno de los dos demostró prudencia.
Janacek se reclinó sobre la repisa, bajo una de las gárgolas.
—El más imprudente fuiste tú, Jaan. Compréndeme, no temo batirme a duelo con Bretan Braith y Chell Brazos-Vacíos. Pero no era necesario. Tú provocaste deliberadamente la situación. El Braith tenía que retarte después de lo que dijiste. De lo contrario, hasta su propio
teyn
le habría escupido en la cara.
—Las cosas no salieron como esperaba —dijo Vikary—. Pensé que Bretan tal vez nos temía y desistiría de su duelo con t'Larien para no tener que enfrentarnos. Pero no lo hizo.
—No, desde luego que no. No me cabía la menor duda. Lo presionaste demasiado con tu intervención.
—Está dentro del código.
—Tal vez. Pero Bretan tenía razón; habría sido una gran vergüenza para él ignorar la trasgresión de t'Larien por temor a ti.
—No —dijo Vikary—. Ahí es donde se equivocan tú y todos los demás. Eludir un duelo no es vergonzoso. Si queremos alcanzar nuestro destino, debemos aprender esa lección. Aunque en cierto sentido tienes razón. Considerando quién y qué es, no podía responderme de otra manera. Cometí un error.
—Un error muy serio —dijo Janacek; una sonrisa le partió la barba roja—. Habría sido mejor que t'Larien se batiera. Me cercioré de que lucharan con espadas, ¿verdad? El Braith no le habría matado por una ofensa tan insignificante. Un hombre como Dirk, en fin, no habría sido ningún honor. Un solo tajo, diría yo. Un tajo le vendría bien a t'Larien; le daría una lección, le evitaría nuevos errores. Un pequeño tajo le infundiría más carácter a su rostro —se volvió hacia Dirk—. Ahora, por supuesto, Bretan Braith le matará.
Hizo este último comentario como al pasar, siempre sonriendo. Dirk trató de no atragantarse con el vino.
—¿Qué?
Janacek se encogió de hombros.
—A usted le desafiaron primero y tendrá que batirse antes, así es que descarte la esperanza de que Jaan y yo les matemos antes que Bretan se enfrente con usted. Él es tan célebre por su destreza como duelista como por la cara tan seductora que tiene. En verdad, es notable. Supongo que vino aquí a cazar Cuasi-hombres con Chell, pero en realidad no es muy buen cazador. Se siente más cómodo en el cuadrado de la muerte que en la selva, según lo que oí decir. Hasta sus propios
kethi
le encuentran difícil de tratar. Además de ser feo, tomó por
teyn
a Chell fre-Braith. Chell fue en su tiempo un altoseñor muy honorable y poderoso. Su
betheyn
y su primer
teyn
murieron. Hoy es un viejo chocho y supersticioso, con poco cerebro y mucha fortuna. Se rumorea que es por esa fortuna que Bretan Braith usa el hierro-y-fuego de Chell. Claro que nadie se lo dice a Bretan abiertamente; tiene fama de ser muy susceptible. Y ahora Jaan también lo ha irritado un poco, y tal vez está algo asustado. Con usted no tendrá piedad. Espero que usted logre herirlo un poco antes de morir. Así nos facilitaría las cosas en el duelo siguiente.
Dirk se acordaba de la confianza que había sentido en la azotea; había tenido la plena seguridad de que ninguno de los dos Braith era un peligro real. Los comprendía; les tenía compasión. Pero ahora empezaba a tener compasión de sí mismo.
—¿Es verdad? —le preguntó a Vikary.
—Garse bromea y exagera —dijo Vikary—, pero el peligro existe. Sin duda, Bretan tratará de matarle, si usted se lo permite. Pero no es inevitable. Las normas impuestas por esas armas y ese modo son muy simples; el arbitro trazará con tiza un cuadrado en la calle, de cinco metros por cinco, y usted y su adversario partirán de ángulos opuestos. A una palabra del arbitro cada uno avanzará hacia el centro espada en mano, y al encontrarse, pelearán. Para satisfacer los requerimientos del honor, cada cual debe recibir y asestar un golpe. Yo le aconsejaría que trate de herirlo en el pie o en la pierna, para dar a entender que no desea un verdadero duelo a muerte. Luego, después de recibir la primera estocada, si puede, trate de detenerla con la espada, puede caminar hacia el perímetro del cuadrado. No corra. Correr no es honorable y en ese caso el arbitro decretará que el duelo fue victoria de muerte para Bretan, y entonces los Braith le matarán. Debe caminar con calma. Una vez que cruce la línea del perímetro estará a salvo.
—Para estar a salvo tendrá que llegar a la línea —dijo Janacek—. Bretan le matará antes.
—Una vez que yo haya dado mi estocada y recibido la que me corresponde, ¿puedo arrojar el arma y marcharme? —preguntó Dirk.
—En ese caso Bretan le matará con una expresión de asombro en la cara, o lo que quede de ella —dijo Janacek.
—Yo no haría eso —advirtió Vikary.
—Las sugerencias de Jaan son descabelladas —dijo Janacek, retrocedió lentamente hacia el diván, tomó la copa y se sirvió más vino—. Conserve la espada y luche. Y tenga en cuenta que el hombre es ciego de un lado. ¡Sin duda que allí es vulnerable! Fíjese en cómo le cuesta ladear o inclinar la cabeza.
Dirk tenía la copa vacía. La tendió y Janacek se la llenó de vino.
—¿Y ustedes, cómo lucharán? —preguntó Dirk.
—Las normas son diferentes en nuestro caso —dijo Vikary—. Cada uno de los cuatro ocupará un ángulo del cuadrado de la muerte, con lásers de duelo u otro tipo de pistola. No podemos movernos, salvo para retroceder y ponernos a salvo fuera del cuadrado. Y eso no está permitido hasta que cada uno de los duelistas haya hecho un disparo. Después se puede elegir; los que se quedan adentro, si aún se mantienen en pie, pueden seguir disparando. Este modo puede ser inofensivo o mortal, según el ánimo de los participantes.
—Mañana será mortal —prometió Janacek, y bebió otra vez más.
—Preferiría lo contrario —dijo Vikary meneando la cabeza consternadamente—, pero temo que tengas razón. Los Braith están demasiado furiosos con nosotros para disparar al aire.
—Sin duda —dijo Janacek con un gesto burlón—. Se tomaron muy a pecho el insulto. Chell Brazos-Vacíos, por lo menos, no lo olvidará.
—¿No se puede disparar a herir? —sugirió Dirk—. ¿Desarmarlos?
Habló espontáneamente, pero le resultó extraño oírse a sí mismo. La situación era totalmente ajena a su experiencia, y sin embargo se sorprendió aceptándola, extrañamente satisfecho de la compañía de los dos kavalares, del vino y de esa charla acerca de muertes y mutilaciones. Tal vez ser uno de los
kethi
significaba algo; y por eso sería que estaba recobrando los ánimos. Se sentía calmo y a sus anchas.
Vikary parecía preocupado.
—¿Herirlos? También lo preferiría, pero no es posible. Los cazadores ahora nos temen. Ese temor hace que no toquen a los
korariel
de Jadehierro. Salvamos vidas. Ya no será posible, si mañana somos blandos con los Braith. Los otros quizá no se abstengan de cazar si piensan que a lo sumo se arriesgan a una herida sin importancia. No, lamentablemente creo que si podemos, tenemos que matar a Chell y a Bretan.
—Podemos —dijo confiadamente Janacek—. Además, amigo t'Larien, herir a un enemigo en duelo no es tan fácil ni aconsejable, como usted podrá pensar. En cuanto a desarmarlos… en fin, es virtualmente imposible. Luchamos con pistolas láser, amigo. No con armas de guerra. Esas pistolas hacen fuego en pulsaciones de medio segundo, y tardan quince segundos en recargarse, ¿comprende? El hombre que se apresura a disparar o se busca dificultades innecesarias, el hombre que dispara para desarmar al contrincante…, es hombre muerto. Se puede errar, aún a cinco metros, y el adversario podrá matarlo antes que el láser de usted esté listo para un segundo disparo.
—¿Entonces es imposible? —preguntó Dirk.
—Muchos duelistas sólo resultan heridos —le dijo Vikary—. En realidad, son muchos más los que mueren. Aunque en más de un caso no sea esa la intención. A veces sí. Cuando un hombre dispara al aire y su enemigo decide castigarlo, puede infligirle heridas horribles. Pero no sucede con frecuencia.
—Podríamos herir a Chell —dijo Janacek—. Es viejo y lento, no apuntará con rapidez. Pero con Bretan Braith las cosas cambian. Se cuenta que ya ha matado a seis adversarios…
—Yo me encargo de él —dijo Vikary—. Procura dejar a Chell fuera de combate, Garse. Con eso será suficiente.
—Quizá —dijo Janacek, y luego agregó dirigiéndose a Dirk—. Si usted pudiera herir a Bretan sólo un poco, t'Larien. En la mano o en el hombro… Apenas un tajo, pero que le duela y le quite velocidad… Eso cambiaría las cosas —sonrió.
A pesar suyo, Dirk advirtió que le devolvía la sonrisa.
—Puedo intentarlo —dijo—. Pero recuerden que sé muy poco de duelos, y menos aún de espadas, y mi primera preocupación será salvar el pellejo.
—No se ilusione con lo imposible —dijo Janacek, sin dejar de sonreír—. Trate de herir todo lo que pueda.
Se abrió la puerta. Dirk se volvió y Janacek guardó silencio. Gwen Delvano estaba de pie en el umbral, la cara y las ropas estriadas de polvo. Gwen los miró uno por uno con incertidumbre, luego entró lentamente en la habitación. Llevaba un sensor echado sobre el hombro. La seguía Arkin Ruark, con dos pesadas cajas de instrumentos bajo los brazos. Vestía pantalones, chaqueta y capuchón verdes de tela gruesa. Sudaba y jadeaba, y parecía menos bufonesco que de costumbre.
Gwen depositó el sensor en el suelo con suavidad, pero sin soltar la correa.
—¿Herir? —preguntó—, ¿De qué están hablando? ¿Quién va a herir a quién?
—Gwen… —empezó Dirk.
—No —interrumpió Janacek, endureciéndose—. Que salga el kimdissi.
Ruark miró alrededor, pálido y asombrado. Se quitó el capuchón y se secó la frente.
—Tonterías, Garsey —dijo—. ¿Qué es? ¿Un gran secreto kavalar? ¿Una guerra, un duelo, una cacería…? Algún acto de violencia, ¿verdad? No voy a ser yo quien se entrometa, claro que no. Conversen con toda la tranquilidad del mundo —retrocedió hacia la puerta.
—Ruark. Espere —dijo Jaan Vikary.
El kimdissi se detuvo. Vikary encaró a su
teyn.
—Tenemos que decirle. Si nos derrotan…
—¡No nos derrotarán!
—Si nos derrotan, prometieron darles caza. Garse, el kimdissi está involucrado en esto; hay que decírselo.
—¿Sabes lo que ocurrirá? En Tóber, en Lobo, en Eshe-Uin, en todo el Confín…, él y los suyos nos difamarán, y todos los kavalares serán como los Braith. Así se conducen estos intrigantes, estos Cuasi-hombres —Janacek ahora hablaba con toda seriedad, sin hacer gala de su característico humor despiadado con el que había acosado a Dirk.