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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Muerte de la luz (17 page)

BOOK: Muerte de la luz
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Por curiosidad, Dirk localizó la ciudad en un mapa de Worlorn. No tenía manera de llegar allá, por supuesto. Apagó la pantalla y fue a la cocina a prepararse un trago. Mientras bebía —era leche espesa y amarillenta de algún animal kimdissi, muy fría y amarga, pero refrescante—, tamborileaba el gabinete con dedos impacientes. Lo invadía una creciente inquietud, una necesidad de hacer algo. Se sentía enclaustrado ahí, esperando que regresara alguno de los otros sin saber quién vendría primero ni qué ocurriría entonces. Tenía la impresión de haberse movido al capricho de los demás desde que había llegado en el
Temblor de enemigos olvidados.
Ni siquiera había venido por voluntad propia; Gwen le había llamado con la joya susurrante, aunque la bienvenida no había sido precisamente calurosa. Al menos ahora empezaba a comprender porqué. Gwen estaba atrapada en una compleja telaraña que era al mismo tiempo política y emocional; y aparentemente él había sido arrastrado con ella y ahora observaba impotente las tormentas de tensión cultural y psicosexual que arreciaban alrededor de ambos. Estaba harto de esa impotencia.

Abruptamente recordó Kryne Lamiya. En una pista barrida por el viento yacían dos aeromóviles abandonados. Dirk depositó el vaso pensativamente, se enjugó los labios con el dorso de la mano y regresó a la pantalla.

Fue fácil encontrar la ubicación de todas las pistas de aterrizaje de Larteyn. Había instalaciones en la azotea de todas las torres residenciales de mayor tamaño, y un gran estacionamiento público en las entrañas de la roca, debajo de la ciudad. La guía de la ciudad le informó que se podía llegar a este parque mediante cualquiera de los doce ascensores subterráneos de Larteyn; las puertas estaban ocultas en medio del risco que se cernía sobre el llano. Si los kavalares habían dejado algún vehículo en la ciudad, era allí donde podría encontrarlo.

Fue en ascensor hasta la planta y salió a la calle. El Gordo Satanás ya descendía del cénit al horizonte. Las calles de piedraviva se difuminaban y ennegrecían bajo el resplandor purpúreo, pero mientras caminaba entre las sombras, bajo las torres cuadrangulares de ébano, Dirk aún veía bajo sus pies los fuegos fríos de la ciudad, el fulgor rojo y tenue de la roca, débil pero persistente. En sitios abiertos, él mismo arrojaba sombras, oscuros y frágiles fantasmas que se superponían torpemente sin que las imágenes coincidieran del todo. Y se deslizaban rápidamente detrás de él, reviviendo a la piedra dormida. No vio a nadie durante la caminata, aunque no dejó de temer la presencia de los Braith, y en un momento pasó de largo frente a lo que debía de haber sido una mansión. Era un edificio cuadrado con techo en forma de cúpula y pilares de hierro negro en el portal. Encadenado a uno de los pilares había un sabueso más alto que Dirk, de ojos rojos y brillantes y una cara morruda y lampiña que de algún modo evocaba una rata. La criatura estaba royendo un hueso, pero cuando él pasó se irguió sobre las patas traseras y gruñó roncamente. Al dueño de ese edificio sin duda no le gustaba recibir visitantes.

Los subascensores todavía funcionaban. Dirk bajó y la luz del día se desvaneció; en los pasajes inferiores Larteyn se parecía mucho más a los clanes de Alto Kavalaan; profundos salones de piedra con colgantes de hierro forjado, puertas metálicas por todas partes, una cámara dentro de otra. Un fuerte de piedra, había dicho Ruark. Una fortaleza donde cada sector parecía inexpugnable. Pero ahora abandonada.

El estacionamiento, pobremente iluminado, tenía diez niveles, cada uno con capacidad para mil aeromóviles. Dirk vagabundeó media hora por el polvo antes de encontrar uno. No le servía. Otro vehículo mastodóntico de metal azul oscuro y grotescamente parecido a un murciélago gigante, más realista y formidable que la estilizada raya-banshi de Jaan Vikary. Pero además era un cascajo; una de sus alas de murciélago estaba retorcida y medio fundida, del aeromóvil en sí apenas quedaba el cuerpo. Las instalaciones interiores, la fuente de alimentación y el armamento, habían desaparecido; Dirk sospechó que también le faltaría el control de gravedad, aunque no pudo ver la parte inferior del artefacto. Lo inspeccionó someramente y siguió caminando.

El segundo aeromóvil que encontró estaba en condiciones aún más lamentables. En realidad, apenas podía llamársele coche; no quedaba más que un armazón desnudo y cuatro asientos que se pudrían dentro del costillar metálico: un esqueleto despojado hasta de la piel. Dirk siguió de largo.

Los dos vehículos que encontró a continuación estaban intactos por fuera, pero inutilizables. Dirk presumió que los dueños habrían muerto en Worlorn, y los coches habrían esperado en las entrañas de la ciudad, sin que nadie se acordara de ellos hasta que se les agotara la energía. Trató de ponerlos en marcha, pero ninguno respondió a sus esfuerzos y tentativas.

El quinto vehículo —al cabo de una hora de inspecciones—, arrancó de inmediato.

Típicamente kavalar, era un rechoncho artefacto de dos plazas con alas cortas y triangulares que parecían aún más inútiles que las alas de otros coches fabricados en Alto Kavalaan. Estaba esmaltado de plata y blanco, y la cabina metálica se asemejaba a una cabeza de lobo. Había cañones láser a ambos lados del fuselaje. No estaba cerrado con llave; Dirk empujó la escotilla hacia arriba de la cabina, que se abrió con facilidad. Entró, cerró la cabina y torciendo la boca en una sonrisa, miró hacia afuera por los enormes ojos del lobo. Luego puso a prueba los mandos. El aeromóvil tenía aún toda la energía.

Dirk frunció el ceño, apagó el motor y se recostó pensativamente. Había descubierto el transporte que buscaba, si se atrevía a adueñarse de él. Pero no podía llamarse a engaño; este vehículo no era una ruina como los otros que había inspeccionado. Estaba en óptimas condiciones. Sin duda pertenecía a alguno de los kavalares que seguía viviendo en Larteyn. Si los colores significaban algo, de lo que no estaba muy seguro, probablemente pertenecía a Lorimaar u otro de los Braith. Apoderarse de él no era un modo de rehuir complicaciones, por cierto.

Dirk admitió el peligro y lo consideró. No le interesaba esperar, pero tampoco ponerse en una situación riesgosa. Con Jaan Vikary de por medio o no, robar un aeromóvil podía ser el resorte para que los Braith entraran en acción.

Abrió a su pesar la cabina y salió, pero no bien se apeó del coche, oyó las voces. Bajó nuevamente la escotilla, que se cerró con un chasquido débil, pero audible, se agazapó y buscó refugio en las sombras, a pocos metros del coche-lobo.

Oyó el parloteo y los pasos de los kavalares, mucho antes de verlos; sólo eran dos, pero sonaban como diez. Cuando llegaron al espacio iluminado cerca del aeromóvil, Dirk se había aplastado contra un nicho de la pared del estacionamiento, una pequeña cavidad llena de ganchos que en un tiempo habían servido para colgar herramientas. No sabía exactamente por qué se había escondido, pero le parecía preferible. Los comentarios de Gwen y de Jaan acerca de los otros residentes de Larteyn no eran precisamente tranquilizadores.

—¿Estás seguro de lo que dices, Bretan? —preguntó uno de ellos, el más alto, cuando estuvieron a la vista.

No era Lorimaar, pero el parecido era extraordinario; tenía la misma estatura e imponencia, la cara igualmente curtida y arrugada. Pero era más metido en carnes que Lorimaar alto-Braith, y la cabellera era totalmente blanca mientras la del otro era principalmente gris. Además usaba un pequeño y poblado bigote. Tanto él como el compañero vestían chaquetas blancas y cortas, y pantalones y camisas de tela tornasolada que en la penumbra del estacionamiento se habían vuelto casi negras. Y los dos llevaban pistola láser.

—Rosef no bromearía conmigo —dijo el segundo kavalar con voz áspera y arenosa.

Era mucho más bajo que el otro, casi de la misma altura que Dirk y también más joven, muy delgado. Las mangas cortas de la chaqueta exhibían vigorosos brazos tostados y un grueso brazalete de hierro-y-piedraviva. Mientras se acercaba al aeromóvil, por un instante la luz le dio de lleno y el hombre pareció escrutar la oscuridad donde se ocultaba Dirk. Sólo tenía la mitad de la cara; el resto era un grumoso parche de tejido cicatricial. El 'ojo' izquierdo destellaba incesantemente cuando movía la cabeza, y Dirk no tardó en comprender porqué; era una piedraviva incrustada en una órbita vacía.

—¿Cómo lo sabes? —dijo el hombre de más edad, mientras los dos se detenían un instante al lado del coche-lobo—. A Rosef no le gustan las bromas.

—A mi no me gustan —dijo el otro, el llamado Bretan—. Rosef te haría bromas a ti, a Lorimaar, hasta a Pyr. Pero no se atrevería a bromear conmigo —la voz era muy desagradable, tan áspera y sibilante que raspaba el oído. Teniendo en cuenta el grosor de las cicatrices que le cubrían el cuello, a Dirk le parecía asombroso que el hombre siquiera pudiera hablar.

El kavalar más alto presionó el costado de la cabeza de lobo, pero la cabina no se abrió.

—Bien, si es cierto, tenemos que apresuramos —dijo, quejumbroso—. ¡La cerradura, Bretan…, la cerradura!

El tuerto Bretan profirió un ruido extraño, mezcla de gruñido y rugido. Intentó él abrir la cabina.

—Mi
teyn
—farfulló—. Dejé la cabina entreabierta… Yo… Me llevó sólo un momento subir y encontrarte…

En las sombras, Dirk se apretó con fuerza contra la pared, los ganchos se le clavaron dolorosamente entre los omóplatos. Bretan arrugó el ceño y se arrodilló. Su compañero permaneció de pie, mirándolo intrigado. De pronto el Braith se levantó y empuñó la pistola láser, encañonando a Dirk. El ojo de piedraviva brillaba como un rescoldo.

—Sal y muéstranos quién eres —exclamó—. El rastro que dejaste en el polvo se ve con toda claridad.

Dirk, calladamente, puso las manos encima de la cabeza y salió.

—¡Un Cuasi-hombre! —exclamó el kavalar más alto—. ¡Aquí!

—No —dijo Dirk, cautelosamente—. Dirk t'Larien.

El hombre alto no le prestó atención.

—Esto se llama tener suerte —le dijo al compañero del láser—. Esos hombres parásitos que proponía Rosef no hubieran sido presas interesantes. Este parece apropiado.

El joven
teyn
profirió nuevamente ese ruido extraño y torció el lado izquierdo de la cara. Pero no dejaba de encañonar a Dirk con el láser.

—No —le dijo al otro Braith—. Lamentablemente, creo que no podemos cazarlo. Este sólo puede ser el sujeto que mencionó Lorimaar —deslizó la pistola en la funda y se volvió hacia Dirk con un cabeceo tan imperceptible que más parecía un encogimiento de hombros—. Eres muy poco precavido; la cabina se traba automáticamente si la cierras del todo. Se la puede abrir desde adentro, pero…

—Ahora me doy cuenta —dijo Dirk, bajando las manos—. Sólo estaba buscando un vehículo abandonado. Necesitaba un medio de transporte.

—Y trataste de robarnos el aeromóvil.

—No.

—Sí —la voz del kavalar convertía cada palabra en un penoso esfuerzo—. ¿Eres
korariel
de Jadehierro?

Dirk titubeó, ahogando la negación en la garganta.

Cualquiera de las dos respuestas podía meterlo en un brete.

—¿No sabes responder a mi pregunta? —insistió Bretan.

—Lo que diga el Cuasi-hombre no tiene importancia para nosotros, Bretan —terció el otro—. Si Jaantony alto-Jadehierro lo llama
korariel
, así ha de ser. Estos animales no deciden acerca de su condición. Aunque respondiera que no, no puede desechar el nombre, de manera que la realidad sigue siendo la misma. Si lo matamos, habremos robado una propiedad de Jadehierro y sin duda nos retarán a duelo.

—Te propongo que consideres las posibilidades, Chell —dijo Bretan—. Este, Dirk t'Larien, puede ser hombre o Cuasi-hombre,
korariel
de Jadehierro o no, ¿verdad?

—Verdad. Pero no es un hombre verdadero. Escúchame
teyn
, eres joven; yo sé más de estas cosas, por
kethi
muertos hace tiempo…

—Escúchame de todos modos. Si es Cuasi-hombre y los Jadehierro lo nombran
korariel
, él es
korariel
, lo admita o no. Pero si ésa es la verdad, Chell, tú y yo tenemos que enfrentar en duelo a los Jadehierro. Recuerda que él trataba de robarnos y si él es propiedad de Jadehierro, entonces los Jadehierro intentaban robarnos.

El hombre alto y canoso asintió lenta y desganadamente.

—Si es Cuasi-hombre pero no
korariel
—continuó el joven Bretan—, no hay ningún inconveniente en que podamos cazarlo. Pero, ¿si es un hombre verdadero, humano como un altoseñor, y no un Cuasi-hombre?

Chell era mucho más lento que su
teyn.
Arrugó pensativamente el ceño, y dijo:

—Bueno, no es mujer, así es que puede ser tomado. En cambio si es humano, debe tener derechos de hombre y nombre de hombre.

—Verdad —convino Bretan—. Entonces no podría ser
korariel
y en ese caso la responsabilidad recaería en él exclusivamente. Yo tendría que retarlo a él y no a Jaantony alto-Jadehierro —nuevamente emitió esa mezcla de gruñido y rugido.

Chell asintió, Dirk estaba azorado. El kavalar más joven parecía haber razonado con insidiosa precisión. Tanto a Vikary como a Janacek, Dirk les había puntualizado sin ambigüedades que rehusaba la protección de Jadehierro. En el momento le había parecido más fácil; en mundos cuerdos como Avalon, sin duda habría sido también lo más atinado, pero en Worlorn las cosas no eran tan claras.

—¿Adonde lo llevaremos? —dijo Chell; ambos daban por descontado que Dirk no podía tener más voluntad que el aeromóvil.

—Debemos llevárselo a Jaantony alto-Jadehierro —masculló Bretan—. Conozco de vista la torre donde viven.

Por un segundo, Dirk consideró la posibilidad de correr aunque inmediatamente concluyó que no sería lo más apropiado; ellos eran dos, estaban armados y disponían de un vehículo. No lo dejarían llegar lejos.

—Iré con ustedes —dijo cuando se le acercaron—. Puedo mostrarles el camino.

En cualquier caso, ganaría un poco de tiempo para pensar, los Braith parecían ignorar que Vikary y Janacek ya estaban en la Ciudad del Estanque sin Estrellas, sin duda con el propósito de proteger a los desvalidos niños parásitos de los otros cazadores.

—De acuerdo —dijo Chell.

Y Dirk, sin saber a qué otra decisión atenerse, los condujo hacia los subascensores. Mientras subían, reflexionó amargamente que se había metido en este enredo por no querer esperar; y ahora, tendría que esperar, de todos modos.

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