Al principio la espera fue un infierno. Después que descubrieron la ausencia de los Jadehierro, lo llevaron a la pista aérea de la torre desierta, y lo obligaron a sentarse en un rincón de la azotea barrida por el viento. Por entonces ya lo dominaba el pánico. Sentía también un doloroso nudo en el estómago.
—Bretan —empezó, con la voz trémula de histeria.
Pero el kavalar lo interrumpió cruzándole la boca de una bofetada.
—Para ti no soy 'Bretan', Cuasi-hombre —le dijo—. Cuando te dirijas a mí, llámame Bretan Braith.
Después de eso, Dirk prefirió callarse. La Rueda de Fuego cojeaba lentamente en el cielo de Worlorn, y Dirk la observaba arrastrarse con los nervios a punto de estallar. Todo lo que le había ocurrido parecía irreal, y los Braith y los sucesos de esa tarde parecían lo más irreal de todo. Se preguntó qué pasaría si de pronto se levantaba de un brinco y se arrojaba a la calle desde la azotea. Caería y caería, pensó, como en los sueños. Pero cuando se estrellara contra los oscuros adoquines de piedraviva no sentiría dolor, sino simplemente la sorpresa de un súbito despertar. Y se encontraría en su cama de Braque, empapado de transpiración y riéndose de esa pesadilla absurda.
Jugueteó con esa y otras ideas semejantes durante lo que parecieron horas, pero cuando finalmente alzó los ojos, el Gordo Satanás apenas había descendido. Empezó a tiritar; el frío, se dijo, el frío viento de Worlorn. Pero sabía que no era el frío. Y cuanto más se esforzaba por dominarse, más temblaba. Hasta que los kavalares lo miraron con extrañeza. Y la espera proseguía…
Al fin, los temblores se disiparon, tal como se habían disipado las ideas de suicidio y el pánico que las había precedido, y lo inundó una extraña calma. Se sorprendió pensando otra vez, pero pensando en cosas sin sentido: especulaba ociosamente, como si se tratara de una apuesta, acerca de si primero regresaría la raya gris o la antigualla militar, de cómo Jaan o Garse se las arreglarían en un duelo con el tuerto Bretan, de lo que pudiera haber ocurrido a los niños parásitos de la ciudad vinonegrina. Parecían detalles terriblemente importantes, aunque Dirk ignoraba porqué.
Después se puso a observar a sus captores. Ese fue el juego más interesante. Y para matar el tiempo, era tan eficaz como cualquier otro. Mientras los observaba, advirtió ciertos detalles:
Los dos kavalares apenas habían hablado desde que llegaron a la azotea. Chell, el alto, estaba sentado en el parapeto que circundaba la pista aérea, a sólo un metro de Dirk. Y cuando se puso a estudiarlo, advirtió que era realmente un hombre de edad. La semejanza con Lorimaar alto-Braith era muy engañosa. Aunque Chell caminaba y vestía como un hombre más joven, tenía por lo menos veinte años más que Lorimaar, calculó Dirk. Sentado, la edad se le notaba mucho más. El vientre le formaba una prominencia curva por encima del tenue brillo del cinturón de malla de acero, arrugas profundas le entrecortaban la cara curtida, y Dirk le vio venas azules y motas rosáseas en el dorso de las manos, que Chell mantenía apoyadas sobre las rodillas. Esa espera inútil y prolongada también lo había afectado a él, y no sólo se le notaba aburrido sino que las mejillas parecían hundírsele y los hombros robustos se le habían encorvado en un involuntario gesto de fatiga.
Se movió una vez, suspirando, y se estiró al tiempo que apartaba las manos de las rodillas para unirlas con fuerza. Y entonces Dirk le vio las axilas. El brazo derecho era hierro-y-piedraviva, un brazalete gemelo del que Bretan exhibía con tanto orgullo, y el izquierdo era plata. Pero faltaba el jade. Lo había lucido alguna vez, pero las piedras habían sido desgajadas, y ahora el brazalete de plata estaba constelado de orificios.
Mientras el viejo y fatigado Chell (de pronto a Dirk le costaba verlo como la figura marcial y amenazante que había sido hacía tan poco tiempo), permanecía sentado a la espera de que pasara algo, Bretan (o Bretan Braith, según exigía que le llamara), mataba el tiempo paseándose de un lado al otro. Le sobraban energías más que a nadie que Dirk hubiera conocido; ni siquiera Jenny había sido tan inquieta. Las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta blanca, recorría incesantemente la azotea. De vez en cuando echaba una mirada de impaciencia, como recriminando al cielo crepuscular porque no le traía a Jaantony alto-Jadehierro Vikary.
Los dos hombres eran extraños, reparó Dirk mientras los observaba. La diferencia de edad era notoria. Bretan Braith no era mayor que Garse Janacek, y tal vez era más joven que Gwen, Jaan y él mismo. ¿Por qué sé había hecho
teyn
de un kavalar que le llevaba tantos años? Además, no había recibido los altonombres, pues no había dado a Braith ninguna
betheyn
; el brazo izquierdo, cubierto por un vello fino y rojizo que destellaba cuando le daba la luz solar, no lucía el brazalete de jade-y-plata.
La cara, esa extraña media cara, era sin duda la más fea que Dirk había visto, pero a medida que el día se disipaba y el falso crepúsculo adquiría realidad, descubrió que se acostumbraba a ella. Cuando Bretan Braith caminaba en una dirección, parecía absolutamente normal: un joven esbelto y pletórico de energías que lo desbordaban y lo sometían a una tremenda crispación. Ese lado de la cara era terso y sereno; rizos cortos y negros le aureolaban la oreja y unos pocos bucles le cubrían el hombro. Pero no había sombra de barba. La ceja era un trazo apenas perceptible sobre un ojo verde y ancho. Bretan parecía casi inocente.
Luego, en cuanto llegaba al extremo de la azotea y desandaba los pasos recorridos, todo cambiaba. El lado izquierdo de la cara era inhumano, un paisaje de llanuras roturadas y ángulos abruptos. Las carnes estaban llenas de costurones, y el resto tenía el brillo resbaloso del esmalte. De este lado, Bretan era absolutamente lampiño y sin oreja, sólo una cavidad, y la nariz era un pequeño fragmento de plástico color carne. La boca era un tajo sin labios, y para peor, se movía. Por momentos, un tic grotesco le contraía la cara, curvándole la comisura izquierda de la boca y convulsionando las estribaciones de tejido cicatricial de la calva.
A la luz del día el ojo de piedraviva del Braith era oscuro como un trozo de obsidiana. Pero a medida que se acercaba la noche y el Ojo del Infierno se hundía en el horizonte, destellaba cada vez más. En la oscuridad, Bretan y no el gigantesco y fatigado sol de Worlorn, sería el Ojo del Infierno; la piedraviva irradiaría un continuo e inalterable fulgor rojo, y esa media cara deforme, negra parodia de un cráneo, sería el marco apropiado para un ojo semejante.
Todo parecía muy aterrador hasta que uno recordaba, como lo hacía Dirk, que todo era producto de la deliberación. Bretan Braith no estaba obligado a usar un ojo de piedraviva; lo había elegido por razones personales, y esas razones no eran difíciles de comprender.
Dirk evocó las primeras horas de la tarde y el diálogo junto al aeromóvil con cabeza de lobo. Bretan era artero y sagaz, de eso no había duda, pero Chell tal vez estaba en la primera etapa de la senilidad. Le había costado un penoso esfuerzo comprender las explicaciones del
teyn
, pese a que este había sido paciente y minucioso. De repente los dos Braith parecían mucho menos temibles, y Dirk se preguntó por qué lo habían asustado tanto. Eran casi divertidos. Dijera lo que dijera Jaan Vikary al regresar de la Ciudad del Estanque sin Estrellas, no podía ocurrir nada serio; esa gente no era realmente peligrosa.
Como para corroborar esa opinión, Chell se puso a murmurar, hablaba solo, al parecer sin darse cuenta. Dirk lo miró de reojo y trató de entenderle. El viejo reía un poco al hablar, y los ojos parecían ausentes. Los murmullos eran incomprensibles. A Dirk le llevó varios minutos comprender, pero al fin cayó en la cuenta de que Chell estaba hablando en kavalar antiguo. Esa lengua que había florecido en Alto Kavalaan durante los largos siglos del interregno, cuando los kavalares sobrevivientes no tenían contacto alguno con otros mundos humanos, ahora estaba asimilándose rápidamente al idioma normal, aunque enriqueciendo la lengua madre con palabras que no tenían equivalentes. Casi nadie hablaba ahora el kavalar antiguo, le había dicho Janacek, y sin embargo ahí estaba Chell, un anciano de la más tradicional de las coaliciones, farfullando palabras que sin duda había oído en la juventud.
Y Bretan, que había golpeado a Dirk por interpelarlo de manera incorrecta, de un modo solamente permitido a los
kethi.
Otra costumbre moribunda, había dicho Garse; hasta los altoseñores se volvían excesivamente tolerantes. Pero no Bretan Braith, un joven que carecía de altonombres pero se aferraba a tradiciones que hombres más viejos ya habían desechado por juzgarlas poco funcionales.
Dirk casi les tuvo lástima. Eran seres anómalos, marginales, más solitarios que él mismo; en cierto modo no pertenecían a ningún mundo pues Alto Kavalaan ya los había superado y no podía pertenecerles. No era de extrañar que hubieran venido a Worlorn; era el lugar que les correspondía pues tanto ellos como sus tradiciones estaban muriendo.
Bretan era especialmente digno de compasión, con ese afán por erigirse en una figura temible. Era joven, tal vez el último creyente auténtico, y tal vez viviera para ver una época en que nadie compartiría sus costumbres. ¿Por eso era
teyn
de Chell? ¿Porque sus pares lo rechazaban a él y a sus valores caducos? Tal vez, pensó Dirk. Y era una situación triste y opresiva.
En el oeste aún resplandecía un sol amarillo. El Cubo era un vago recuerdo rojo en el horizonte, y Dirk cavilaba serenamente, ya vencidos todos sus temores, cuando oyeron el zumbido de los aeromóviles.
Bretan Braith se detuvo y alzó la vista, sacando las manos de los bolsillos. Casi mecánicamente apoyó una en la funda de la pistola. Chell, parpadeando, se incorporó lentamente y de pronto pareció una década más joven. Dirk también se levantó.
Los coches descendieron. Dos de ellos, el gris y el verde oliva, juntos, volando en formación militar casi precisa.
—Acércate —gruñó Bretan, y Dirk obedeció. Chell también se les unió y los tres permanecieron de pie en la azotea, con Dirk en el medio como un prisionero. El viento era cortante. Alrededor, las piedravivas de Larteyn irradiaban un fulgor sangriento, y el ojo de Bretan, tan cerca de Dirk, resplandecía con un brillo salvaje en su nido de cicatrices. Las contracciones faciales de Bretan habían cesado; ahora tenía los músculos rígidos.
Jaan Vikary maniobró la raya gris y aterrizó grácilmente, luego se apeó por el costado y se acercó a grandes trancos. La fea y angulosa máquina militar, cuyo techo blindado impedía ver al piloto, aterrizó casi simultáneamente. Una gruesa portezuela metálica se abrió en el flanco, y Garse salió irguiendo la cabeza, y echó una ojeada como para ver qué ocurría. Luego se enderezó, cerró la portezuela con estrépito, se acercó y se detuvo a la derecha de Vikary.
Jaan saludó primero a Dirk, con un cabeceo y una vaga sonrisa. Luego se volvió hacia Chell.
—Chell Nim Vientofrío fre-Braith Daveson —dijo formalmente—. Honor a tu clan, honor a tu
teyn.
—Y a los tuyos —repuso el anciano—. Me acompaña mi nuevo
teyn
, a quien no conoces —señaló a Bretan.
Jaan se volvió hacia el joven de las cicatrices y lo estudió rápidamente.
—Soy Jaan Vikary —dijo—. De la congregación de Jadehierro.
Bretan lanzó ese gruñido tan peculiar. Hubo un embarazoso silencio.
—Con más propiedad —intervino Janacek—, mi
teyn
es Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary. Y yo soy Garse Jadehierro Janacek.
—Honor a tu clan, honor a tu
teyn
—respondió entonces el joven Braith—. Soy Bretan Braith Lantry.
—Jamás lo hubiera advertido —dijo Janacek con una sonrisa apenas visible—. Hemos oído hablar de ti.
Jaan Vikary le lanzó una mirada de advertencia. Había algo raro en la cara de Jaan. Al principio Dirk pensó que la escasa luz le había engañado (la luz descendía rápidamente), pero luego notó que Vikary tenía la mandíbula ligeramente hinchada en un costado, lo cual deformaba su perfil.
—Traemos un altopleito —dijo Bretan Braith Lantry.
Vikary se volvió hacia Chell.
—¿En serio?
—En serio, Jaantony alto-Jadehierro.
—Lamento que haya disensiones entre nosotros —replicó Vikary—. ¿Cuál es el problema?
—Tenemos que hacerte una pregunta —dijo Bretan, apoyando una mano en el hombro de Dirk—. Dinos, Jaantony alto-Jadehierro, ¿es éste
korariel
de Jadehierro, o no?
Garse Janacek ya no disimuló una sonrisa irónica, y clavó los duros ojos azules en los de Dirk, con una mirada socarrona que parecía preguntarle: "Bueno, ¿qué nueva travesura has hecho?"
Jaan Vikary frunció el ceño.
—¿Porqué?
—¿Acaso tu verdad depende de nuestras razones, alto-señor? —preguntó hurañamente Bretan; la mejilla deforme se contrajo violentamente.
Vikary miró a Dirk. Era obvio que esta novedad no le complacía.
—No hay motivos para que postergues o nos niegues una respuesta, Jaantony alto-Jadehierro —dijo Chell Daveson—. La verdad es sí o la verdad es no; no hay más que decir —el viejo hablaba con toda serenidad; él al menos no tenía tensiones que ocultar, su código le dictaba cada palabra.
—En un tiempo era así, Chell fre-Braith —empezó Vikary—. En los viejos días de los clanes, la verdad era algo simple. Pero estas son nuevas épocas, pletóricas de novedades. Ahora somos un pueblo de muchos mundos, no sólo de uno, de modo que nuestras verdades son más complejas.
—No —dijo Chell—. Este Cuasi-hombre es
korariel
, o este Cuasi-hombre no es
korariel.
Eso no es complejo.
—Mi
teyn
Chell dice la verdad —añadió Bretan—. La pregunta que acabo de formularte es muy sencilla, altoseñor. Exijo una respuesta.
Vikary no cedió.
—Dirk t'Larien es un hombre del lejano mundo de Avalon, dentro del Velo del Tentador, un mundo humano donde yo estudié hace muchos años. En efecto, le nombré
korariel
para brindarle mi protección y la protección de Jadehierro contra quienes quieran hacerle daño. Pero le protejo como amigo, tal como protegería a un hermano de Jadehierro, tal como un
teyn
protege a un
teyn.
Él no es de mi propiedad. No me pertenece. ¿Comprendes, Chell fre-Braith?
Chell no comprendía. Frunció los labios y farfulló una frase en kavalar antiguo. Luego habló en voz alta. Demasiado alta. En realidad, casi a los gritos.