Dirk y Gwen atravesaban la espesura con lentitud, tal como otros habían atravesado esa misma espesura en una docena de mundos. Y conocían los árboles; arces de azúcar, arces de fuego, pseudorrobles y robles auténticos, y conos de plata y pinos deletéreos y ásteres. Los habitantes de los mundos exteriores los habían traído aquí tal como los antepasados los habían traído al Confín, para que el hogar estuviera presente pese a la distancia.
Pero aquí esta vegetación se veía diferente.
Era la luz, comprendió Dirk después de un rato. La luz brumosa que el cielo irradiaba con mezquindad, el vago fulgor rojo que constituía el día de Worlorn. Esta era una selva crepuscular. En la lentitud del tiempo, en este otoño excesivamente prolongado, agonizaba.
Dirk prestó más atención y notó que los arces de azúcar estaban todos desnudos, que al caminar pisoteaba las hojas descoloridas. No brotarían otra vez. Los robles también estaban pelados. Se detuvo y arrancó una hoja de un arce de fuego, y vio que las nervaduras rojas y delgadas habían ennegrecido. Y los conos de plata ya eran de un gris polvoriento.
No tardarían en pudrirse.
De hecho, algunas partes de la selva ya se estaban pudriendo. En un valle desolado donde el humus era más grueso y negro que en otras partes, Dirk percibió un cierto aroma. Se volvió hacia Gwen y le preguntó. Ella se agachó y le acercó un puñado de esa arcilla negra a la nariz. Dirk desvió la cara.
—Era un lecho de musgo —le dijo ella con melancolía—. Lo trajeron desde Eshellin. Hace un año era todo verde y escarlata, sembrado de florecillas. Lo negro no tardó en propagarse.
Siguieron internándose en el bosque, cada vez más lejos del lago y la montaña. Los soles ya estaban casi en lo alto del cielo, el Gordo Satanás opaco y borroso como una luna ensangrentada, con una aureola irregular formada por cuatro soles pequeños y amarillos. Worlorn había retrocedido demasiado y en la dirección menos favorable; el efecto de la rueda estaba perdido.
Hacía más de una hora que caminaban cuando las características de la vegetación empezaron a cambiar. Lenta y sutilmente, el cambio se acentuó en forma tan paulatina que Dirk apenas pudo advertirlo. Pero Gwen se lo hizo notar. El aroma familiar de la floresta hogareña se disipaba frente a algo más extraño, algo singular y salvaje. Árboles negros y esbeltos de hojas grises, altos muros de zarzales de puntas rojas, musgos colgantes de un azul pálido y fosforescente, enormes formas bulbosas infestadas de manchas oscuras, resecas; Gwen señalaba cada especie y le daba un nombre. Había un tipo que proliferaba cada vez más: un arbusto amarillento y alto al que le brotaban ramas intrincadas en toda la superficie del tallo cerúleo, y pequeños vástagos en esas ramas, y otros aún más pequeños en éstos, hasta transformarlo en un sólido laberinto de madera. 'Estranguladores' los llamaba Gwen, y Dirk pronto supo por qué. En el corazón del bosque uno de los estranguladores había crecido junto a un esbelto cono de plata y sus ramas sinuosas y amarillentas se habían mezclado con las otras, rectas, grises y espigadas, y sus raíces habían rodeado las del otro árbol, asfixiando al rival en un abrazo cada vez más fuerte. Ahora el cono de plata apenas se veía: una estaca alta y sin vida, perdida en medio del estrangulador.
—Los estranguladores proceden de Tóber —dijo Gwen—. Allá se van adueñando de los bosques, igual que aquí. Les pudimos haber advertido que esto iba a ocurrir, pero a nadie le habría importado. Los bosques estaban condenados de cualquier modo, aun antes de que los plantaran. Hasta los estranguladores morirán, aunque serán los últimos en desaparecer.
Siguieron caminando y los tenaces estranguladores pronto dominaron toda la vegetación. Aquí la espesura era más tupida y oscura, y más difícil de atravesar. Raíces que despuntaban del suelo les entorpecían el paso, mientras en lo alto de las ramas se entrelazaban inextricablemente como los brazos tensos de luchadores gigantescos. Cuando dos o tres o más estranguladores crecían juntos, parecían configurar un nudo único y retorcido, y Gwen y Dirk tenían que sortearlo. Las otras formas de vida vegetal eran escasas, salvo las colonias de hongos negros y violetas que se extendían al pie de los árboles amarillos, e hilolácteos parásitos que colgaban como lianas.
Pero había animales.
Dirk los veía moverse a través de las oscuras sinuosidades de los estranguladores, y oía sus agudos chillidos. Finalmente vio uno. Posado frente a ellos en una rama hinchada y amarilla, observándoles; del tamaño de un puño, tieso como un muerto y un poco transparente. Dirk le tocó el hombro a Gwen y señaló hacia arriba. Pero ella le respondió con una sonrisa y una ligera carcajada. Luego estiró el brazo hacia la pequeña criatura y la trituró con la mano. Cuando abrió la palma frente a Dirk, sólo contenía polvo y tejido muerto.
—Hay un nido de espectros arbóreos en la cercanía —explicó—. Cambian de piel cuatro o cinco veces antes de la madurez, y dejan la vaina como guardián, para ahuyentar a otros depredadores —señaló—. Si te interesa, allá hay uno vivo.
Dirk miró y entrevió fugazmente una criatura amarilla, diminuta y saltarina, de afilados dientes y desorbitados ojos castaños.
—También vuelan —le dijo Gwen—. Tienen una membrana que se extiende desde las patas delanteras a las traseras y les permite planear de un árbol a otro. Depredadores, como sabes. Cazan en manada y pueden derribar a criaturas cien veces más grandes. Pero no atacan al hombre salvo para defender el nido.
El espectro arbóreo había desaparecido, perdido en un laberinto de ramas del estrangulador. Pero Dirk creyó ver fugazmente a otro por el rabillo del ojo. Las pequeñas carcasas de piel transparente estaban por todas partes vigilando el crepúsculo con aire feroz, pequeños y ceñudos fantasmas.
—Son estos los bichos que le hacen perder los estribos a Janacek, ¿verdad? —preguntó.
—Los espectros son una plaga en Kimdiss —dijo Gwen, asintiendo—, pero aquí realmente están en su elemento. Combinan a la perfección con los estranguladores, y pueden atravesar la enramada a una velocidad asombrosa. Los hemos estudiado con bastante detenimiento. Están devastando las selvas. Con los años, exterminarían a las demás especies y acabarían por morirse de hambre. Pero no tendrán tiempo. El escudo fallará antes, y vendrá el frío —se encogió fatigosamente de hombros y apoyó el antebrazo en una rama baja y arqueada. Hacía tiempo que los trajes que vestían habían adquirido el color sucio y amarillento de la vegetación, pero al acariciar al estrangulador Gwen echó la manga hacia atrás y Dirk reparó en el contraste entre el destello opaco del jade-y-plata y la rama del árbol.
—¿Queda mucha vida animal?
—Bastante —dijo ella; la luz pálida y rojiza confería a la planta un brillo extraño—. No tanta como antes, desde luego. Casi todas las especies han abandonado la floresta hogareña. Esos árboles están agonizando, y los animales lo saben. Pero los árboles del mundo exterior de algún modo son más resistentes. Dondequiera que se haya plantado vegetales del Confín encontrarás vida, una vida fuerte que aún subsiste. Los estranguladores, los árboles fantasma, los viudos azules…, florecerán hasta el fin. Y tendrán sus inquilinos, nuevos y viejos, hasta que llegue el frío.
Gwen hacía ociosos ademanes con el brazo, señalando a un lado y otro; a Dirk, el parpadeo del brazalete le parecía un chillido. Un vínculo, un recordatorio y una negación, todo en uno, el amor jurado en jade-y-plata. Y él sólo disponía de una pequeña joya susurrante con forma de lágrima, preñada de recuerdos evanescentes.
Alzó los ojos y vio, más allá del intrincado techo de ramas amarillas, al Ojo del Infierno posado en un cenagoso retazo del cielo, más fatigado que infernal, más compasivo que satánico. Y se estremeció.
—Volvamos —le dijo a Gwen—. Este lugar me deprime.
Ella no se opuso. Encontraron un claro a cierta distancia de los estranguladores que les rodeaban, un sitio apropiado para extender las plataformas metálicas. Luego se elevaron juntos para emprender el largo vuelo de regreso a Larteyn.
Hendieron nuevamente el aire, y esta vez a Dirk le fue mejor en la carrera, pues perdió por menos distancia. Pero ese logro no le reanimó demasiado. Casi todo el fatigoso viaje lo hicieron en silencio, alejados; Gwen, a unos metros delante de él. Volaban dándole las espaldas a la muda y quebrada Rueda de Fuego, y Gwen parecía la silueta de una bruja vagamente perfilada contra el cielo, siempre inalcanzable. La melancolía de los bosques moribundos de Worlorn se le había inyectado a Dirk en la sangre, y ahora veía a Gwen con ojos enturbiados, una muñeca vestida con un traje tan borroso como la desesperación, el pelo negro lustroso bajo la luz rojiza. Los pensamientos se sucedían en su cerebro en un caos multicolor mientras él surcaba el viento, y uno le acariciaba más que los otros. Ella no era su Jenny, nunca lo había sido.
Dos veces durante el vuelo Dirk vio, o creyó ver, el destello del jade-y-plata, torturándole como le había torturado en el bosque. En cada oportunidad desvió la mirada y observó los nubarrones largos y delgados que bogaban por el cielo estéril y desierto.
Ni el aeromóvil gris ni la máquina de guerra verde oliva estaban en la azotea cuando llegaron a Larteyn. Sólo quedaba la lágrima amarilla de Ruark. Aterrizaron cerca. Esta vez el descenso de Dirk fue otra caída torpe, pero nada divertida. Simplemente estúpida. Dejaron los aeropatines y las botas de vuelo en la azotea, después de quitárselas. Cerca de los ascensores intercambiaron un par de palabras, pero Dirk olvidó las suyas tan pronto como las dijo. Luego Gwen se despidió.
Arkin Ruark esperaba pacientemente en sus aposentos de la base de la torre. Entre las paredes y esculturas color pastel y las macetas con plantas kimdissi Dirk encontró un diván y se tendió en él, ansioso de descansar y ahuyentar todo pensamiento. Pero Ruark se le acercó riendo y sacudiendo la cabeza, haciendo bailotear la melena pálida y rubia, y le ofreció una copa alta y verde. Dirk la tomó y se incorporó. La copa era de cristal fino y delgado; el único adorno era una costra de escarcha que se disolvía rápidamente. Bebió, el vino era muy verde y frío. Un sabor a incienso y cinamomo le acarició la garganta.
—Parece muy cansado, Dirk —dijo el kimdissi después de servirse un trago y desplomarse en una hamaca a la sombra de una planta negra y encorvada. Las hojas puntiagudas como lanzas entrecortaban con sombras la cara rechoncha y sonriente. Ruark bebió, sorbiendo cuidadosamente el líquido, y durante un momento Dirk le despreció.
—Un largo día —comentó vagamente.
—Verdad —convino Ruark—. Un día kavalar, ¿eh? Siempre largo. La dulce Gwen y Jaantony, y por último Garse… Bastante para que cualquier día sea eterno. ¿Qué me dice?
Dirk no dijo nada.
—Pero ahora, usted lo ha visto —insistió Ruark con una sonrisa—. Eso es lo que yo quería: que usted lo viera. Antes de decirle nada. Pero me había jurado hablarle, sí; me lo había jurado a mí mismo. Gwen me lo ha contado todo. Hablamos como amigos, ¿sabe? A ella y a Jaan les conozco desde Avalon. Pero aquí hemos intimado más. A ella siempre le cuesta decirlo, pero conmigo habla de ello o ha hablado, y yo puedo decírselo a usted. No traiciono la confianza de nadie. Creo que usted es el más indicado para saberlo.
El vino le arañó el pecho con dedos helados, y Dirk sintió que la fatiga se disipaba. Era como si se hubiera adormilado, como si Ruark hubiera hablado largo rato y él no hubiera oído nada.
—¿De qué me está hablando? —dijo—. ¿Qué es lo que debería saber?
—Por qué le necesita Gwen —dijo Ruark—. Por qué ella le envió… eso. La lágrima roja. Usted sabe. Yo sé. Gwen me lo ha contado.
De pronto Dirk aguzó los oídos, interesado y perplejo.
—Ella se lo contó a usted —empezó, y luego se detuvo; Gwen le había pedido que esperara, y la promesa que él había hecho tanto tiempo atrás… Pero era comprensible. Tal vez tenía que escuchar, tal vez a ella le había costado demasiado decírselo. Ruark lo debía saber. En el bosque Gwen había dicho que era amigo de ella, el único con quien podía hablar—. ¿Qué es lo que le ha contado?
—Tiene que ayudarla, Dirk t'Larien, de algún modo. No sé cómo, pero…
—¿…ayudarla a qué?
—A ser libre. A escapar.
Dirk depositó la copa sobre la mesita y se rascó la cabeza.
—¿De quién?
—De ellos. De los kavalares.
—¿Se refiere a Jaan? —exclamó Dirk frunciendo el ceño—. Los he conocido esta mañana, a él y a Janacek. Gwen está enamorada de Jaan. No comprendo.
Ruark rió, bebió un sorbo, rió otra vez. Vestía un conjunto de tres piezas con cuadros pardos y verdes alternados, como un traje de payaso. Y mientras barbotaba todos aquellos disparates, Dirk terminó por preguntarse si el ecólogo no era realmente un bufón.
—¿Enamorada, le dijo? ¿Usted está seguro? ¿De veras? —preguntó Ruark.
Dirk dudó. Trataba de recordar lo que Gwen le había dicho cuando conversaban a orillas del lago verde y sereno.
—No estoy seguro… Pero comentó algo por el estilo. Ella es… ¿Cómo se dice?
—
¿Betheyn? —
sugirió Ruark.
—Sí —asintió Dirk—.
Betheyn
, esposa.
Ruark rió entre dientes.
—No. Craso error. Durante el viaje desde el espaciopuerto les escuché. Gwen le informó mal. Bueno, no exactamente, pero usted no comprendió.
Betheyn
no significa esposa. No hay peor mentira que una verdad a medias, ¿recuerda? ¿Qué cree usted que es
teyn
?
Recordaba la palabra.
Teyn.
La había oído hasta el cansancio en Worlorn.
—¿Amigo? —aventuró, sin conocer el significado.
—Betheyn
está más cerca de esposa que
teyn
de amigo —dijo Ruark—. Conozca mejor los mundos exteriores, Dirk. No.
Betheyn
alude, en kavalar antiguo, a una mujer vinculada a un hombre, una esposa ligada por jade-y-plata. Ahora bien, en el jade-y-plata puede haber mucho afecto, mucho amor, sí. Pero, ¿sabe usted que la palabra que se usa para ese sentimiento, la palabra terrestre normal, no tiene equivalente en kavalar antiguo? Interesante, ¿no? ¿Cómo pueden amar si no tienen una palabra para expresarlo, amigo t'Larien?
Dirk no respondió. Ruark se encogió de hombros, bebió y continuó.
—Bien, no tiene importancia. Pero piénselo. He hablado de jade-y-plata, y es cierto que con frecuencia existe el amor en ese vínculo; amor de la
betheyn
a su altoseñor, a veces del altoseñor a la
betheyn.
O cierta atracción, si no amor. Pero no siempre. No necesariamente, ¿entiende?