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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Muerte de la luz (6 page)

BOOK: Muerte de la luz
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—Abajo —indicó Gwen, y él asintió.

Descendieron lentamente hacia la maraña verde y oscura. Hacía más de una hora que volaban y el fuerte viento de Worlorn había aturdido un poco a Dirk, que sentía aguijonazos en todo el cuerpo.

Aterrizaron en el corazón de la selva, a orillas de un lago que habían avistado al descender. Gwen bajó trazando una curva grácil y suave que la depositó en una playa musgosa al lado del agua. Dirk, por miedo a estrellarse y romperse una pierna, se apresuró a aflojar el control de gravedad y rodó por el suelo.

Gwen le ayudó a separar las botas del aeropatín, y entre los dos sacudieron la arena húmeda y el musgo de las ropas y el cabello de Dirk. Luego ella se le sentó al lado y sonrió. Él le devolvió la sonrisa y le dio un beso.

O lo intentó. Cuando se le acercó para rodearla con el brazo, Gwen se apartó. Él comprendió y dejó caer las manos, la cara ensombrecida.

—Lo siento —murmuró.

Desvió la cara y miró hacia el lago. El agua era verde y oleaginosa, y la quieta superficie estaba tachonada por islas de hongos de color violeta. Lo único que se movía eran los enjambres de insectos que, apenas visibles, zumbaban sobre las ciénagas cercanas. La selva era aún más oscura que la ciudad, pues las montañas todavía ocultaban casi todo el disco rojo del Gordo Satanás.

Gwen alzó la mano y le tocó el hombro. Luego le dijo con suavidad, aunque sin atreverse a mirarle:

—No. Soy yo quien lo siente. También a mí se me olvidó… Era casi como en Avalon.

Él la miró con una sonrisa lánguida y forzada, sin saber qué responderle.

—Sí. Casi. Te eché de menos, Gwen. Pese a todo. ¿O no debería decirlo?

—Tal vez no —dijo ella; eludió nuevamente los ojos de Dirk y miró más allá del lago. La orilla opuesta se perdía en el aire empañado. Escrutó la distancia largamente, inmóvil, salvo cuando el frío la hacía tiritar.

Dirk observó cómo las ropas de Gwen adquirían un tono amarillento, moteado de verde, al igual que las sombras del suelo donde estaba sentada.

Finalmente estiró una mano vacilante para tocarla. Ella se apartó, sacudiendo el hombro.

—No —le dijo.

Dirk suspiró, recogió un puñado de arena fría y pensativamente la dejó escurrir entre los dedos.

—Gwen —titubeó—. Jenny, no sé…

Ella le miró de soslayo y frunció el ceño.

—Ese no es mi nombre, Dirk. Nunca lo fue. Nadie me ha llamado nunca así, salvo tú.

Él parpadeó, consternado.

—Pero por qué…

—¡Porque no soy yo!

—Tampoco es otra que no tú —dijo él—. Simplemente se me ocurrió, en Avalon. Te sentaba bien, y te puse ese nombre. Creí que te gustaba.

Ella meneó la cabeza.

—En un tiempo. No entiendes. Nunca entiendes. Para mí llegó a significar más de lo que significaba al principio, Dirk. Más y más y más, y las cosas que evocaba ese nombre no eran buenas. Traté de decírtelo, incluso entonces. Pero eso fue hace mucho tiempo. Yo era más joven, una niña… No conocía las palabras precisas para explicarlo.

—¿Y ahora? —dijo Dirk con la voz crispada de irritación—. ¿Conoces ahora las palabras, Gwen?

—Sí. Para ti, Dirk. Más palabras de las que puedo usar —una broma secreta la hizo sonreír, y Gwen meneó la cabeza esparciendo el cabello al viento—. Escucha; es bonito tener nombres privados. Es una manera de compartir algo especial. Así ocurre con Jaan. Los altoseñores tienen nombres largos porque cumplen muchas funciones. Él puede ser Jaan Vikary para un amigo de Avalon, y Riv en el culto, y Lobo en la altaguerra, y aún tener otro nombre en el lecho, un nombre privado. Y está bien que sea así, porque él es todos esos nombres. Lo admito. Ciertas cosas de él me gustan más que otras. Prefiero a Jaan antes que a Lobo o alto-Jadehierro, pero todos esos atributos le pertenecen. Los kavalares tienen un refrán que dice que todo hombre es la suma de todos sus nombres. Los nombres son muy importantes en cualquier lugar, pero los kavalares les dan especial atención. Algo que no tiene nombre carece de sustancia. Si existiera, tendría un nombre. Y del mismo modo, si le dieras un nombre, en algún lugar, en algún nivel, lo que nombras existirá, llegará a ser. Ese es otro refrán kavalar. ¿Entiendes, Dirk?

—No.

Ella rió.

—Eres el torpe de siempre. Escucha: cuando Jaan vino a Avalon era Jaantony Jadehierro Vikary. Ese era su nombre. Su nombre completo. Lo más importante eran las dos primeras palabras. El verdadero nombre de él, el nombre de bautismo, es Jaantony, y Jadehierro es su clan y su alianza. Vikary es un nombre inventado que adoptó en la pubertad. Todos los kavalares suelen tomar esos nombres, que generalmente pertenecen a altoseñores que admiran, a figuras míticas, o a héroes personales. Muchos nombres de la Vieja Tierra han sobrevivido de esa manera. Se piensa que al adoptar el nombre de un héroe, el muchacho heredará algunos atributos del hombre en cuestión. Parece que en Alto Kavalaan la cosa funciona de veras.

"El nombre que eligió Jaan, Vikary, es algo insólito en varios aspectos. Suena como un cliché de la Vieja Tierra, pero no lo es. Por lo que se cuenta de él, Jaan era un niño extraño: soñador, melancólico, demasiado introspectivo. Cuando era pequeño le gustaba que las
eyn-kethy
le cantaran y le contaran historias, lo cual no es bueno para un niño kavalar. Las
eyn-kethy
son las nodrizas, las madres perpetuas del clan, y se supone que un niño normal no debe permanecer con ellas más de lo necesario. Cuando Jaan creció solía estar mucho a solas, explorando cavernas y minas abandonadas en las montañas. Celosamente alejado de sus hermanos de clan. No le culpo. Siempre le atormentaban, y prácticamente no tuvo amigos hasta que conoció a Garse. Es mucho más joven, pero sigue ligado a Jaan como su protegido desde las últimas etapas de la niñez. Con el tiempo todo eso cambió. Cuando Jaan se acercó a la edad en que sería sometido al duelo de honor, las armas le interesaron y las dominó rápidamente. En verdad asimila las cosas de un modo asombroso; hoy es temiblemente veloz y se le considera un adversario mortal, aún más diestro que Garse, cuya habilidad es ante todo instintiva. Pero no siempre fue así, sin embargo. En cualquier caso, cuando le llegó el momento de elegir un nombre, tenía dos grandes héroes a los que no se atrevía a mencionar ante los altoseñores. Ninguno de los dos era Jadehierro, y para colmo los dos eran parias, villanos de la historia kavalar, líderes carismáticos cuyas causas se habían perdido y habían sufrido generaciones de deformación oral. De manera que Jaan se las arregló para juntar los dos nombres y pulir los sonidos hasta que el resultado se pareció a un viejo nombre familiar importado de la Tierra. Los altoseñores lo aceptaron sin discusión. Era sólo el nombre que había elegido, lo menos importante de la identidad de él. Al fin y al cabo, es lo último que se adquiere —Gwen frunció el ceño y continuó:

"Toda esta historia viene a cuento de esa circunstancia. Jaantony Jadehierro Vikary fue a Avalon, y era ante todo Jaantony Jadehierro. Sólo que Avalon es un mundo muy sensible a los apellidos, y allí él descubrió que en principio era Vikary. La Academia le registró con ese nombre, y los instructores le llamaban Vikary, y tuvo que vivir dos años con ese nombre. Pronto se transformó en Jaan Vikary, además de ser Jaantony… Creo que le gustaba; desde entonces procuró ser Jaan Vikary siempre, aunque no fue fácil después que regresamos a Alto Kavalaan. Para los kavalares él siempre será Jaantony.

—¿De dónde sacó los otros nombres? —preguntó Dirk, a pesar de él. Aquella historia le fascinaba y parecía arrojar una nueva luz sobre las palabras de Jaan Vikary en la azotea durante el amanecer.

—Cuando nos casamos, él me trajo consigo a Jadehierro y se convirtió en altoseñor, con lo cual automáticamente pasó a formar parte del consejo —dijo ella—. Eso añadía un 'alto' a su nombre, y le daba derecho a poseer una propiedad privada independiente del clan, a hacer sacrificios religiosos y a guiar a sus
kethi
, sus hermanos de clan, en la guerra. Así que obtuvo un nombre de guerra, una especie de grado, y un nombre religioso. En un tiempo esos nombres eran muy importantes. Hoy no tanto, pero las costumbres se conservan.

—Ya veo —dijo Dirk, aunque no atinaba a entender del todo; los kavalares parecían conferir una excepcional relevancia al matrimonio—. Y eso, ¿tiene algo que ver con nosotros?

—Mucho —dijo Gwen, poniéndose seria una vez más—. Cuando Jaan llegó a Avalon y la gente empezó a llamarle Vikary, él cambió. Se transformó en Vikary, un híbrido de los ídolos iconoclastas que había adorado. Los nombres tienen ese poder, Dirk. Eso fue lo que precipitó el final de nuestra relación. Yo te amaba, sí. Mucho. Te amaba, y tú amabas a Jenny.

—¡Tú eras Jenny!

—Sí y no. Tu Jenny, tu Ginebra. Lo repetías una y otra vez. Me llamabas por esos nombres y también por el de Gwen, pero tenías razón. Eran tus nombres. Sí, me gustaba. ¿Qué sabía yo del poder de los nombres? Jenny es muy bonito, y Ginebra tiene la fascinación de la leyenda. ¿Qué sabía yo?

"Pero aprendí, aunque nunca tuve palabras para expresarlo. El problema era que tú amabas a Jenny…, pero yo no era Jenny. Tal vez se basaba en mí, pero ante todo era un fantasma, un deseo, un sueño que habías modelado por tu cuenta. La sujetaste a mí y nos amaste a ambas, y con el tiempo me sorprendí transformándome en Jenny. Dale un nombre a algo y de algún modo llegará a existir. Toda la verdad reside en los nombres, y también todas las mentiras, pues nada distorsiona tanto como un nombre falso, un nombre falso que cambia la realidad así como cambia las apariencias.

"Yo quería que me amaras a mí, no a ella. Yo era Gwen Delvano, y quería sacar el mejor partido de ser Gwen Delvano, pero sin perder mi identidad. Me resistía a ser Jenny, y tú te empeñabas en conservarla. Nunca lo comprendiste, y por eso te dejé —terminó con una voz fría y serena, la cara rígida como una máscara, y luego volvió a mirar hacia otro lado.

Y finalmente Dirk comprendió. En siete años no lo había entendido, pero ahora, fugazmente, atinaba a vislumbrarlo. Por esta razón, pues, ella le había enviado la joya susurrante. No para recuperarle…, no, sino para decirle al fin por qué le había abandonado. Y todo tenía su lógica. De pronto la furia de Dirk se diluyó en una fatigosa pesadumbre. Distraídamente, desmenuzaba entre los dedos puñados de arena fría.

Ella vio su rostro y suavizó la voz.

—Lo siento, Dirk —le dijo—. Pero me llamaste Jenny otra vez. Y tenía que decirte la verdad. Nunca lo olvidé, y creo que tú tampoco, y con los años pensé en ello una y otra vez. Fue tan bueno mientras duró…, pensaba. ¿Cómo pudo fallar? Estaba asustada, Dirk, realmente asustada. Si lo nuestro pudo fallar, pensaba, entonces nada es seguro, nada puede tener consistencia. El miedo me paralizó durante dos años. Pero finalmente, con Jaan, comprendí. Y ahora te doy la respuesta que encontré. Lamento que sea dolorosa para tí, pero tenías que conocerla.

—Había abrigado esperanzas…

—No —le previno ella—. No empieces de nuevo, Dirk. Ni lo intentes siquiera. Lo nuestro terminó. Admítelo. Si lo intentamos, nos destruiremos a nosotros mismos.

Él suspiró, totalmente desarmado. A través de la prolongada conversación, ni siquiera la había tocado. Se sentía impotente.

—Debo suponer que Jaan no te llama Jenny… —dijo al fin con una sonrisa amarga.

—No —dijo Gwen, riendo—. Como kavalar, tengo un nombre secreto, y el me llama por ese nombre. Pero lo he adoptado y no tengo ningún problema. Es

nombre.

Él, simplemente, se encogió de hombros.

—¿Eres feliz, entonces?

Gwen se levantó y se sacudió la arena de las piernas.

—Jaan y yo… En fin, hay muchas cosas difíciles de explicar. Una vez fuiste mi amigo, Dirk. Tal vez mi mejor amigo. Pero hace tiempo que no nos veíamos. No me presiones demasiado. En este preciso momento necesito un amigo. Hablo con Arkin, y él escucha y trata de comprender, pero no sirve de mucho. Tiene una opinión muy formada y es demasiado ciego frente a los kavalares y su cultura. Jaan, Garse y yo tenemos problemas, sí, si a eso te refieres. Pero es difícil hablar de ellos. Dame tiempo. Espera, si estás dispuesto a hacerlo, y sé mi amigo otra vez.

El lago estaba muy quieto en el perpetuo atardecer gris rojizo. Dirk observó la superficie endurecida por la costra fungosa y evocó el canal de Braque. De modo que ella sí le necesitaba, pensó. Tal vez no como él había esperado, pero no obstante podía brindarle algo a Gwen. Se aferró con fuerzas a esa posibilidad; quería dar algo, tenía que hacerlo.

—Lo que sea —dijo al levantarse—. Hay muchas cosas que no entiendo, Gwen. Demasiadas. No dejo de pensar que casi todo lo que se ha hablado hasta ahora me resulta incomprensible, y ni siquiera sé qué preguntas debo formular. Pero puedo intentarlo. Estoy en deuda contigo, supongo. De un modo u otro, estoy en deuda contigo.

—¿Esperarás?

—Y escucharé, cuando llegue el momento.

—Entonces me alegra que hayas venido —dijo ella—. Necesitaba a alguien, alguien de afuera. Has llegado a tiempo, Dirk. Una suerte.

Qué extraño mandar buscar a la suerte…, pensó él. Pero no dijo nada.

—¿Y ahora?

—Ahora déjame enseñarte los bosques. A eso hemos venido, al fin y al cabo.

Recogieron los aeropatines y se alejaron del lago silencioso para internarse en la espesura. No había huellas para seguir, pero la maleza no era intrincada y caminar era fácil, pues había muchos senderos posibles. Dirk guardaba silencio, y estudiaba la arboleda con los hombros caídos y las manos hundidas en los bolsillos. Era Gwen quien decía lo poco que había que decir. Cuando hablaba, la voz de ella era tan baja y reverente como el susurro de un niño en una gran catedral. Pero en general se limitaba a señalarle cosas para que las contemplara.

Los árboles que rodeaban el lago eran amigos familiares que Dirk había visto antes millares de veces. Pues esto era lo que se denominaba la floresta hogareña, la vegetación que el hombre llevaba consigo de un sol a otro, y plantaba en cada mundo que hallaba. La floresta hogareña tenía raíces de la Vieja Tierra, pero no procedía toda de la Tierra. En cada nuevo planeta la humanidad encontraba nuevos favoritos, plantas y árboles que pronto eran tan entrañables como los que en un comienzo habían venido de la Tierra. Y cuando las naves estelares emprendían el vuelo, las semillas de estos mundos acompañaban a los alejados nietos de la Tierra, y así la floresta hogareña se multiplicaba.

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