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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Muerte de la luz (5 page)

BOOK: Muerte de la luz
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—No practiqué la abstinencia en los últimos siete años, si a eso se refiere —farfulló.

Janacek recibió la respuesta con una sonrisa burlona y se volvió hacia Gwen.

—Interesante —le dijo—. El hombre comparte tu lecho varios años y después vuelve de inmediato a la bestialidad.

La cólera ensombreció la cara de Gwen; Dirk aún la conocía lo bastante como para advertirlo. Jaan Vikary tampoco pareció muy complacido.

—Garse —dijo en tono de advertencia.

Janacek le hizo caso.

—Mis disculpas, Gwen —dijo—. No quise insultarte. No tienes la culpa de que a t'Larien le gusten las sirenas y las mujeres insecto.

—¿Recorrerá los bosques de Worlorn, t'Larien? —preguntó Vikary en voz alta, interviniendo deliberadamente en la conversación.

—No lo sé —dijo Dirk saboreando la cerveza—. ¿Debería hacerlo?

—Nunca te perdonaría que no lo hicieras —dijo Gwen con una sonrisa.

—Entonces iré. ¿Por qué es tan interesante?

—El sistema ecológico… Está formándose y muriendo, todo simultáneamente. En el Confín la ecología fue durante mucho tiempo una ciencia olvidada. Aún hoy los mundos exteriores no pueden alardear de poseer más de una docena de especialistas bien entrenados. Cuando se realizó el Festival, Worlorn fue sembrado con formas de vida de catorce mundos diferentes casi sin tener en cuenta la interacción. En rigor eran más de catorce mundos, si piensas en los múltiples trasplantes: animales traídos de la Tierra a Nueva Ínsula, a Avalon, a Lobo, y de ahí a Worlorn, cosas por el estilo.

"Lo que hacemos Arkin y yo es estudiar cuáles fueron las consecuencias. Hace un par de años que trabajamos en eso, y hay bastante como para mantenernos ocupados durante toda una década más. Los resultados deberían interesar particularmente a los granjeros de todos los mundos exteriores. Sabrán qué flora y fauna del Confín pueden introducir con seguridad en sus mundos natales, y bajo qué condiciones, y cuáles pueden ser dañinas para un sistema ecológico.

—Los animales de Kimdiss demuestran ser particularmente perjudiciales —gruñó Janacek—. Tanto como quienes los trajeron.

Gwen le sonrió con sarcasmo.

—Garse está molesto porque parece que el banshi negro está a punto de extinguirse —le dijo a Dirk—. Es una verdadera vergüenza. En Alto Kavalaan los han cazado con tanta saña que la especie está realmente amenazada, y se tenía esperanzas de que los ejemplares que soltaron aquí hace veinte años se adaptarían y multiplicarían, de manera que podrían volver a capturarlos y llevarlos de regreso a Alto Kavalaan antes de la llegada del frío. No resultó. El banshi es un depredador temible, pero no puede competir con el hombre, y la reserva que le corresponde en Worlorn ha sido infestada por espectros arbóreos de Kimdiss.

—Casi todos los kavalares consideran al banshi como una plaga y una amenaza —explicó Jaan Vikary—. En su hábitat natural mata hombres con frecuencia, y los cazadores de Braith, Acerorrojo y Shanagato consideran al banshi un animal peligroso. Existe una sola excepción: en Jadehierro siempre ha sido diferente. Hay un antiguo mito, de la época en que Kay Herrero y su
teyn
Roldan Lobo-Jade luchaban solos contra un ejército de demonios en las colinas de Lameraan. Kay había caído y Roldan, de pie a su lado, ya perdía sus fuerzas cuando desde las colinas irrumpieron los banshis, en bandadas tan oscuras y numerosas que tapaban el sol. Se lanzaron sobre el ejército de demonios y los devoraron a todos, dejando a Kay y a Roldan con vida. Más tarde, cuando los
teyn-y-teyn
encontraron su cueva de mujeres y fundaron el primer clan de Jadehierro, el banshi se transformó en bestia-hermana y emblema. Ningún Jadehierro ha matado jamás un banshi, y la leyenda dice que cuando la vida de un hombre de Jadehierro está en peligro, un banshi acudirá a guiarlo y protegerlo.

—Una bonita historia —dijo Dirk.

—Es más que una historia —dijo Janacek—. Existe un lazo entre Jadehierro y el banshi, t'Larien. Tal vez sea un lazo extrasensorial, tal vez las criaturas sean sensitivas, tal vez todo sea puro instinto. No pretendo saberlo. Pero el lazo existe.

—Superstición —dijo Gwen—. En realidad no debes pensar mal de Garse. No tiene la culpa de no haber recibido nunca una buena educación.

Dirk untó una galleta con pasta y miró a Janacek.

—Jaan mencionó que era historiador, y ya sé a qué se dedica Gwen —dijo—. ¿Y usted? ¿De qué se ocupa?

Los ojos azules le miraron con frialdad. Janacek no respondió.

—Tengo la impresión de que usted no es ecólogo —prosiguió, al tiempo que Gwen soltaba una carcajada.

—Esa impresión es estremecedoramente correcta, t'Larien —dijo Janacek.

—¿Qué hace usted en Worlorn, entonces? Y por lo demás —se volvió hacia Jaan Vikary—, ¿qué hace un historiador en un lugar como éste?

Vikary acunó el pichel de cerveza entre sus robustas manos y sorbió un trago meditativamente.

—Es muy sencillo —dijo—. Soy un altoseñor kavalar del clan de Jadehierro, ligado a Gwen Delvano por jade-y-plata. Mi
betheyn
fue enviada a Worlorn por decisión del consejo de altoseñores, así que es natural que también yo esté aquí, lo mismo que mi
teyn
, ¿comprende?

—Supongo que sí. ¿Acompaña a Gwen, entonces?


Protegemos
a Gwen —dijo Janacek glacialmente, con suma hostilidad—. Por lo general, de su propia locura. No tendría que estar aquí, y sin embargo vino. Así que nosotros también estamos aquí. En cuanto a su pregunta anterior, t'Larien, soy Jadehierro,
teyn
de Jaantony alto-Jade-hierro. Puedo
hacer
cualquier cosa que mi clan necesite de mí: cazar o sembrar, batirme en duelo, guerrear contra nuestros enemigos, hacer hijos en el vientre de nuestras
eyn-kethi.
Eso es lo que hago. Usted ya sabe lo que soy. Le he dicho mi nombre.

Vikary le miró de reojo y le incitó a callar con un ademán breve y contundente.

—Considérenos turistas retrasados —le dijo a Dirk—. Estudiamos y vagabundeamos, recorremos los bosques y las ciudades muertas, nos divertimos. Nos encargaríamos de enjaular banshis para llevarlos de regreso a Alto-Kavalaan, sólo que no hemos podido encontrar ningún banshi —se levantó y terminó la cerveza de un trago—. El día pasa y nosotros seguimos sentados —dijo después de depositar el pichel sobre la mesa—. Si quiere usted salir, debería hacerlo pronto. Cruzar las montañas lleva tiempo, aun con el aeromóvil, y no es prudente permanecer afuera después del anochecer.

—¿No? —Dirk terminó su cerveza y se secó la boca con el dorso de la mano. Las servilletas parecían no formar parte de la etiqueta kavalar.

—Los banshis nunca fueron los únicos depredadores de Worlorn —dijo Vikary—. En los bosques hay bestias asesinas y merodeadoras de catorce mundos, y no son el mayor peligro. Lo peor son los humanos. Worlorn es hoy un mundo callado y desierto, y sus sombras y páramos están llenos de acechanzas.

—Mejor que los dos vayan armados —dijo Janacek—. O mejor aún, Jaan y yo deberíamos acompañarles, para más seguridad.

Pero Vikary meneó la cabeza.

—No, Garse. Tienen que ir solos y hablar. Es mejor así, ¿comprendes? Es mi deseo —luego recogió varios platos y se dirigió a la cocina; pero cerca de la puerta se detuvo y miró por encima del hombro, y sus ojos se encontraron con los de Dirk.

Y Dirk recordó el diálogo de aquel amanecer en la azotea.
Existo —
había dicho Jaan—.
Recuérdelo.

—¿Cuánto hace que no vuelas en aeropatín? —le preguntó Gwen poco después, cuando se encontraron en la azotea. Se había puesto un traje tornasolado de una sola pieza, un atuendo vagamente rojizo que la cubría desde las botas hasta el cuello. El pañuelo que le sujetaba el cabello negro era de la misma tela.

—Desde que era niño —dijo Dirk, que vestía ropas idénticas. Gwen se las había dado porque eran lo más apropiado para el bosque—. Desde Avalon. Pero tengo ganas de intentarlo. Solía ser bastante hábil.

—Muy bien, pues —dijo Gwen—. No podremos ir muy lejos ni muy rápido, pero eso no importa —abrió el baúl de carga del aeromóvil gris con forma de raya y extrajo dos pequeños envoltorios plateados y dos pares de botas.

Dirk se sentó en el ala para calzarse las botas y sujetárselas. Gwen desenvolvió los patines, dos pequeñas plataformas metálicas, blandas y delgadas, donde apenas había lugar para apoyar los pies. Cuando Gwen las depositó en el suelo, Dirk siguió con la vista los cables entrecruzados de los controles de gravedad ubicados en la parte inferior. Se puso de pie en una de ellas, apoyándose con cuidado, y las suelas metálicas de las botas se adhirieron con firmeza mientras la plataforma se ponía rígida. Gwen le entregó el control manual y Dirk se lo ciñó a la cintura de modo que le quedara al alcance de la palma de la mano.

—Arkin y yo recorremos los bosques en aeropatín —le dijo Gwen, agachada, atándose las botas—. En aeromóvil es diez veces más rápido, desde luego, pero no siempre es fácil encontrar un claro donde aterrizar. Los patines sirven para estudiar ciertos detalles con más detenimiento, siempre y cuando no se lleve demasiado equipo o no se tenga demasiada prisa. Garse dice que son juguetes, pero… —se incorporó, subió a su plataforma y sonrió—. ¿Listo?

—¡Claro que sí —dijo Dirk, y rozó con el dedo el disco plateado que tenía en la palma de la mano derecha. Quizá con demasiada fuerza. El patín salió disparado hacia arriba y hacia afuera, arrastrándole por los pies y bamboleándole de un lado al otro. En sus bruscos balanceos estuvo a punto de partirse el cráneo contra la azotea, y luego se elevó al cielo riendo a todo pulmón y colgado de la plataforma.

Gwen le siguió de pie en la plataforma, trepando en el viento crepuscular con una destreza nacida de una larga práctica, como un genio montado en una alfombra plateada. Cuando alcanzó a Dirk, éste ya había logrado enderezarse manipulando los controles, aunque aún se meneaba hacia atrás y hacia adelante en un afanoso esfuerzo por conservar el equilibrio. Al contrario de los aeromóviles, los aeropatines no tenían giróscopo.

—¡Hurraaaa! —gritó Dirk cuando ella se le acercó. Riendo, Gwen se colocó detrás de él y le dio una vigorosa palmada en la espalda. Era todo lo que necesitaba para perder nuevamente la estabilidad y empezar a girar como un tiovivo enloquecido en el cielo de Larteyn.

Gwen le lanzó un grito de advertencia. Dirk parpadeó y notó que estaba a punto de estrellarse contra el flanco de una alta torre de ébano. Tecleó los controles y se elevó bruscamente, aún luchando por estabilizarse.

Volaba a gran altura, bien erguido sobre la plataforma, cuando ella le alcanzó.

—¡No te acerques! —le advirtió con una sonrisa, sintiéndose estúpido, torpe y juguetón—. ¡Otro golpe así, mujer, y voy en busca del tanque volador y te borro del cielo con el láser! —se inclinó de lado, y en su afán por conservar el equilibrio se volcó aullando hacia el lado contrario.

—Estás borracho —le gritó Gwen a través del viento cortante—. Demasiada cerveza en el desayuno —ahora volaba por encima de Dirk, los brazos cruzados sobre el pecho, observando los esfuerzos de él con una mueca de burla.

—Estos aparatos parecen mucho más estables cuando cuelgas cabeza abajo —dijo Dirk. Finalmente había logrado un aparente equilibrio, aunque por la forma de extender los brazos se le notaba que no estaba seguro de poder conservarlo.

Gwen descendió al mismo nivel y se le acercó, bien plantada y segura de sus movimientos. El pelo renegrido ondeaba a sus espaldas como un salvaje estandarte negro.

—¿Cómo va eso? —aulló mientras volaban uno al lado del otro.

—¡Creo que lo tengo! —anunció Dirk, que aún se mantenía en pie.

—Bien. ¡Mira abajo!

Él miró más allá del borde de la plataforma. Habían dejado atrás las oscuras torres de Larteyn y las calles de opaca piedraviva. En cambio, se veía una pronunciada pendiente que descendía al llano a través del desierto cielo crepuscular. Atisbó un río allá abajo, un hilillo de aguas oscuras que serpenteaban en el difuminado verdor. Entonces sintió que se mareaba, apretó las manos y cayó otra vez de lado.

Gwen se zambulló debajo de Dirk mientras él colgaba cabeza abajo. Se cruzó de brazos y le dijo socarronamente:

—Eres incorregible, t'Larien. ¿Por qué no vuelas cabeza arriba?

Él refunfuñó, o quiso refunfuñar. Pero el viento le cortó la respiración, y la protesta murió en una mueca. Luego se incorporó nuevamente. Este ejercicio ya le hacía doler las piernas.

—¡Ahí tienes! —gritó y miró hacia abajo con un gesto desafiante, para demostrar que la altura no volvería a afectarle.

Gwen volaba nuevamente a su lado. Le miró por encima del hombro y cabeceó.

—Eres una vergüenza para los hijos de Avalon, y para los aeropatinadores del universo entero —dijo—. Pero tal vez logres sobrevivir. Ahora, ¿quieres ver el bosque?

—¡Guíame, Jenny!

—Entonces date la vuelta. Estamos volando en dirección contraria. Tenemos que cruzar las montañas —Gwen extendió la mano libre, tomó la de Dirk y viraron juntos trazando una ancha espiral que les dejó enfrentados a Larteyn y la pared montañosa. La ciudad se veía gris y desleída desde la distancia. Las orgullosas piedravivas eran opacas al sol, contra el trasfondo oscuro de las montañas.

Volaron juntos hacia ellas, elevándose paulatinamente hasta que estuvieron muy por encima de la Fortaleza de Fuego, a suficiente altura para franquear las cumbres. Era la altura máxima que podía alcanzar un aeropatín; claro que un aeromóvil podía ascender mucho más, pero para Dirk era suficiente. Los trajes tornasolados habían adquirido una tonalidad gris blancuzca, y por suerte eran abrigados, pues soplaba un viento frío y el indeciso día de Worlorn no era mucho más cálido que la noche.

Cogidos de la mano y gritándose ocasionalmente comentarios, contoneándose al viento, Gwen y Dirk remontaban las laderas cuesta arriba y luego volaban cuesta abajo hasta valles sombríos y pedregosos, una y otra vez, y pasaban de largo frente a afiladas estribaciones de roca verdinegra, altas y angostas cascadas y precipicios aún más altos. En un momento determinado Gwen le desafió a una carrera y Dirk aceptó gritando, y luego salieron disparados a tanta velocidad como se lo permitía el patín y su habilidad, hasta que al fin Gwen se compadeció de él y regresó para darle nuevamente la mano.

Más al oeste la cadena montañosa descendió de golpe, tan abruptamente como se había erguido hacia el este, formando una alta muralla que resguardaba la selva de la luz de la Rueda, que aún trepaba en el cielo.

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