Dirk alzó la mano para apartarse de los ojos un mechón de pelo gris parduzco. Y de pronto, involuntariamente, recordó que Gwen siempre le apartaba el pelo antes de besarle.
Entonces sintió una gran fatiga y un gran desconcierto. El cinismo que cultivaba con tanto esmero vaciló, y un peso le agobió los hombros, un peso fantasmal, la pesadez de haber sido alguien que ya no era. En verdad había cambiado con los años, y a ese cambio le había llamado madurez, pero de repente esa madurez parecía resquebrajarse. Se quedó divagando acerca de todas las promesas que había roto, los sueños que había postergado y luego desechado, los ideales comprometidos, el brillante futuro condenado al tedio y la podredumbre.
¿Por qué Gwen se lo hacía recordar? Había transcurrido demasiado tiempo, a él le habían pasado muchas cosas, y también a ella, probablemente. Además, nunca había pensado que ella recurriría realmente a la joya susurrante. Había sido un gesto estúpido, el alarde adolescente de un joven romántico. Ningún adulto razonable podía tomar en serio un juramento tan absurdo. Le era imposible ir, por supuesto. Apenas había tenido tiempo de ver Braque, tenía su propia vida, tenía cosas importantes que hacer. Después de tanto tiempo, Gwen no tenía derecho a suponer que él se embarcaría rumbo a los mundos exteriores.
Estiró la mano con exasperación y tomó la joya en la palma, cerrando el puño alrededor de la pequeña piedra. Decidió arrojarla por la ventana, a las aguas oscuras del canal, para deshacerse de ella y de todo cuanto significaba. Pero una vez en el puño, la gema fue un infierno de hielo, y los recuerdos eran puñales.
…porque te necesita
—susurró la joya—.
Porque lo prometiste.
No movió la mano. Dejó el puño cerrado. El frío que sentía en la palma penetró, más allá del dolor, en su aturdimiento.
Ese otro Dirk, el más joven, el Dirk de Gwen, había hecho una promesa. Pero también ella, recordó. Hacía mucho tiempo, en Avalon. El viejo ésper, un ajado emereli de Talento muy menor y pelo dorado y rojizo, había cortado dos joyas. Había leído a Dirk t'Larien, había palpado todo el amor que Dirk sentía por Jenny, luego había vertido ese sentimiento en la gema, en la medida en que se lo permitían sus escasos poderes psi. Luego había hecho lo mismo con Gwen. Después habían intercambiado las joyas.
Había sido idea de Dirk.
Puede que no siempre sea así
, le había dicho a Gwen, citando un antiguo poema. De modo que ambos se habían hecho una mutua promesa; envía este recuerdo y acudiré. No importa dónde esté, ni cuándo, ni qué haya ocurrido entre nosotros. Acudiré y no habrá preguntas.
Pero la promesa ya no tenía efecto. Seis meses después que ella le abandonara, Dirk envió la joya. Gwen no había acudido. Después de eso, nunca se le habría ocurrido que ella invocaría la promesa de él. Pero lo había hecho.
¿De veras esperaba que acudiera?
Y él sabía, lamentablemente, que el hombre que había sido entonces, ese hombre, habría acudido pese a todo, pese a todo su odio, o todo su amor. Pero ese idiota había sido enterrado hacía tiempo. El tiempo y Gwen le habían matado.
Pero aun así escuchaba la joya y sentía sus viejas emociones y su nueva fatiga. Y finalmente levantó los ojos y pensó: bueno, tal vez no sea demasiado tarde pese a todo.
Hay muchos modos de moverse entre las estrellas, algunos más rápidos que la luz y otros no, pero todos son
lentos.
Viajar de un extremo al otro del reinohumano requiere casi toda una vida, y el reinohumano —los dispersos planetas habitados y el gran vacío que los separa— es la parte más pequeña de la galaxia. Pero Braque estaba cerca del Velo y de los mundos exteriores, y entre ellos había intercambios comerciales, así que Dirk pudo encontrar una nave.
Se llamaba
Temblor de Enemigos Olvidados
e iba de Braque a Tara, y luego atravesó el Velo rumbo a Lobo y luego a Kimdiss y finalmente a Worlorn, y el viaje, aun a velocidades MRL, requirió más de tres meses. Después de Worlorn, Dirk sabía que la
Temblor
seguiría viaje hasta Alto Kavalaan y di-Emerel y las Estrellas Últimas, antes de virar y emprender el tedioso regreso por la misma ruta.
El puerto espacial tenía capacidad para un movimiento de veinte naves por día; ahora tal vez no pasaba de una por mes. Casi todo el lugar estaba cerrado, oscuro, abandonado. La
Temblor
aterrizó en el centro del pequeño sector que aún funcionaba, gigantesca frente a un grupo cercano de naves privadas y un carguero toberiano parcialmente desmantelado.
Una parte de la vasta terminal, automatizada pero falta de vida, estaba aún brillantemente iluminada, pero Dirk se apresuró a atravesarla para salir a la noche, una noche típica de los mundos
exteriores
, casi sin estrellas. Estaban allí, esperándole, detrás de las puertas principales, más o menos como Dirk lo había supuesto. El capitán de la
Temblor
había anunciado su llegada en cuanto la nave abandonó el hiperespacio.
Gwen Delvano había venido a recibirle, tal como él le había pedido. Pero no había venido sola. Gwen y el hombre que la acompañaba hablaban en voz baja y cautelosa cuando Dirk salió de la terminal.
Se detuvo tan pronto como cruzó la puerta, sonrió con tanta soltura como pudo, y dejó caer la pequeña maleta que traía, su único equipaje.
—Eh —dijo suavemente—. Me han dicho que por aquí hay un Festival.
Ella se volvió al oírle y se echó a reír con una risa que Dirk recordaba muy bien.
—No —le dijo—. Te has retrasado algo así como diez años.
Dirk carraspeó y meneó la cabeza.
—Diablos —exclamó; luego sonrió nuevamente, y ella se le acercó y se abrazaron. El otro, el desconocido, se quedó donde estaba y observó con aire impávido.
Apenas se tocaron. En cuanto Dirk la rodeó con los brazos, Gwen se apartó. Después de separarse permanecieron muy cerca, mirándose para ver qué habían hecho los años.
El paso del tiempo había dejado huellas en Gwen, pero prácticamente seguía siendo la misma, y los cambios que Dirk advertía eran tal vez un engaño de la memoria. Los grandes ojos verdes quizá no eran tan verdes ni tan grandes y quizás ella era algo más alta y corpulenta que como la recordaba. Pero las diferencias no eran muchas; sonreía igual, y el pelo era el mismo, delicado y oscuro, y le cubría los hombros como una cascada rutilante más oscura que una noche sin estrellas. Vestía igual que en Avalon: un jersey blanco de cuello vuelto, pantalones de tela gruesa y tornasolada, ahora negra como la noche, y un pañuelo ancho le ceñía la frente. También usaba un brazalete, y ese detalle era nuevo: un objeto macizo, de plata con incrustaciones de jade, que le cubría la mitad del antebrazo izquierdo. Llevaba el jersey arremangado para poder lucir el adorno.
—Estás más delgado, Dirk —dijo.
Él se encogió de hombros y hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta.
—Sí —dijo; en verdad su delgadez era casi enfermiza, y tenía los hombros algo encorvados por la costumbre de no erguir bien la espalda. Los años también le habían hecho envejecer en otros aspectos; tenía el pelo más entrecano que antes, cuando predominaba el castaño; además, lo llevaba casi tan largo como Gwen, aunque el de Dirk era una masa confusa y ensortijada.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo Gwen.
—Siete años —convino Dirk—. No pensé que…
El otro hombre, el desconocido, tosió como para recordarles que no estaban solos. Dirk irguió la cabeza y Gwen se volvió. El hombre se adelantó y se inclinó para saludar. Era bajo, regordete y muy rubio, tan rubio que el pelo parecía blanco. Vestía un lustroso traje de seda sintética, verde y amarillo, y una diminuta gorra tejida que pese a la inclinación siguió en el mismo lugar.
—Arkin Ruark —se presentó.
—Dirk t'Larien.
—Arkin está trabajando conmigo en el proyecto —dijo Gwen.
—¿Proyecto?
Ella parpadeó.
—¿Ni siquiera sabes por qué estoy aquí?
No, no lo sabía. La joya susurrante había sido enviada desde Worlorn, y sólo por eso sabía dónde podía encontrarla.
—Eres ecóloga —dijo—. En Avalon…
—Sí. En el Instituto. Hace mucho tiempo. Terminé allá, recibí mi credencial y desde entonces estuve en Alto Kavalaan. Hasta que me enviaron aquí.
—Gwen está con el clan de Jadehierro —dijo Ruark con una expresión vaga y sonriente—. Yo por mi parte, represento a la Academia de la Ciudad de Impril, Kimdiss. ¿La conoce?
Dirk asintió. Así que Ruark era kimdissi y pertenecía a una de las universidades de los mundos exteriores.
—Impril y Jadehierro; bueno, van atrás de lo mismo, ¿sabe? Investigando la interacción ecológica en Worlorn. Durante el Festival no se hizo nada como corresponde, pues en los mundos exteriores no hay gente capacitada en ecología; una ciencia olvidada después del interregno. Pero ese es el proyecto. Gwen y yo nos conocíamos desde antes, así que pensamos… bueno, ya que estamos aquí por la misma razón, es sensato que trabajemos juntos y aprendamos todo lo posible.
—Supongo que sí —dijo Dirk; en aquel preciso instante no le interesaba demasiado el proyecto…, quería hablar con Gwen, y dijo volviéndose hacia ella—: Tendrás que contármelo más tarde, cuando hablemos los dos. Me imagino que querrás hablar conmigo, ¿verdad? Vengo desde el Confín…
Ella lo miró de un modo extraño.
—Sí, por supuesto. Tenemos mucho de que hablar.
Dirk recogió la maleta.
—¿Adonde vamos? —preguntó—. Me conformaría con un baño y algo de comer.
Gwen intercambió una mirada con Ruark.
—Arkin y yo hablábamos precisamente de eso. Él puede alojarte. Estamos en el mismo edificio. A sólo unos pisos de diferencia.
—Por supuesto, por supuesto —asintió Ruark—. Es un placer recibir a los amigos, y los dos somos amigos de Gwen ¿no es cierto?
—Eh. Yo pensé…, bueno, que podría irme contigo, Gwen.
Ella evitó mirarle directamente. Miró a Ruark, al suelo, al negro cielo nocturno, antes de decidirse a enfrentar la mirada de él.
—Tal vez —dijo ya sin sonreír, con voz cautelosa—. Pero no ahora. No creo que sea lo mejor, no de inmediato. Pero iremos a casa, desde luego. Tenemos un aeromóvil.
—Por aquí —terció Ruark antes que Dirk pudiera articular una respuesta.
Allí había algo muy extraño. Durante los meses de viaje a bordo de la
Temblor
, Dirk había pensado reiteradamente en la escena del encuentro, y a veces la había imaginado tierna y amorosa, otras como una furiosa confrontación, lacrimógena en otras ocasiones. Pero nunca la había imaginado así, embarazosa desde todo punto de vista, con la presencia de un extraño como testigo. Se preguntó quién sería exactamente Arkin Ruark, y si su relación con Gwen era en verdad tal como ellos decían. Aunque en realidad no habían dicho demasiado. Sin saber qué decir o qué pensar, Dirk se encogió de hombros y los siguió hasta el aeromóvil.
No tuvieron que caminar mucho. Cuando se acercaron al vehículo, Dirk quedó sorprendido. En sus viajes había visto muchos tipos diferentes de aeromóviles, pero ninguno como éste; con sus musculosas alas curvas y triangulares, casi parecía dotado de vida, una gigantesca raya voladora de color gris acero. Entre ambas alas había una pequeña cabina con cuatro asientos, y debajo de los bordes de las alas Dirk vio unos tubos ominosos.
Los señaló, volviéndose hacia Gwen.
—¿Qué son? ¿Láseres?
Ella asintió con una tenue sonrisa.
—¿En qué diablos viajáis? —preguntó Dirk—. Parece una máquina de guerra. ¿Nos van a atacar los hranganos? No he visto nada semejante desde que visité los museos del Instituto en Avalon.
Gwen se echó a reír, tomó la maleta y la arrojó al asiento trasero.
—Entra —le dijo—. Es un aeromóvil fabricado en Alto Kavalaan, perfectamente normal. Empezaron a fabricarlos hace poco, y se supone que debe parecerse a un animal, el banshi negro. Un depredador, y también la bestia-hermana del clan de Jadehierro. Muy importante en el reino autóctono, una especie de tótem.
Gwen entró y se acomodó detrás de los mandos, y Ruark la siguió con movimientos algo torpes, encaramándose en el ala para instalarse en el asiento trasero. Dirk no se movió.
—¡Pero tiene láseres! —insistió.
Gwen suspiró.
—No están cargados, nunca lo han estado. Todos los vehículos construidos en Alto Kavalaan traen algún arma. Una exigencia cultural. Y no me refiero sólo a Jadehierro. Acerorrojo, Braith y Shanagato son iguales en ese aspecto.
Dirk rodeó el vehículo y subió, sentándose al lado de Gwen con una expresión perpleja.
—¿Qué?
—Son los cuatro clanes-coaliciones kavalares —explicó ella—. Piensa en ellos como naciones pequeñas, o grandes familias. Son un poco las dos cosas.
—¿Pero por qué los láseres?
—Alto Kavalaan es un planeta violento —repuso Gwen.
—Ah, Gwen —dijo Ruark, riendo roncamente—. ¡Esto está muy mal,
muy
mal!
—¿Mal? —exclamó Gwen.
—Sí. Muy mal, porque dices parte de la verdad, pero no toda. Lo cual es la peor mentira.
Dirk se volvió en el asiento para mirar al kimdissi regordete y rubio.
—¿Qué?
—Alto Kavalaan fue un planeta realmente violento. Pero ahora, la verdad es que los violentos son los kavalares. Gente hostil toda ella, con frecuencia xenófobos, racistas. Jactanciosos y soberbios. Con sus altaguerras y su código de honor, sí. Y por eso los aeromóviles kavalares tienen armas. ¡Para luchar en el aire! Le prevengo, t'Larien…
—¡Arkin! —exclamó Gwen apretando los dientes, y Dirk no dejó de advertir la huella de irritación en su voz. Gwen conectó de pronto el control de gravedad, tocó la palanca, y el aeromóvil dio un brinco y arrancó con un gemido de protesta, elevándose rápidamente. Abajo, el sector donde la
Temblor de Enemigos Olvidados
descansaba entre las naves estelares más pequeñas brillaba en contraste con el resto del puerto, envuelto en sombras. Alrededor, la oscuridad se perdía en el horizonte invisible, donde el suelo negro se confundía con un cielo aún más negro. Sólo una delgada nube de estrellas titilaba en lo alto. Aquello era el Confín, con el espacio intergaláctico encima y la borrosa cortina del Velo del Tentador debajo, y el mundo parecía más solitario de lo que Dirk había imaginado jamás.
Ruark mascullaba ahora algo entre dientes, y un pesado silencio reinó en el vehículo durante un rato.