Muerte en Hamburgo (21 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Muerte en Hamburgo
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Angelika se miró el albornoz y las zapatillas de andar por casa que llevaba puestos, y juró entre dientes. Suspiró y presionó el botón para hablar por el telefonillo.

—Por supuesto, Herr Fabel. Suba. —Pulsó el botón para abrir y momentos después oyó los pasos resonando en el vestíbulo. Abrió la puerta, pero dejó puesta la cadenita. El hombre del vestíbulo levantó su placa de la Kriminalpolizei, y Angelika sonrió y quitó la cadenita.

—Discúlpeme, Herr Fabel, por favor. No esperaba a nadie. —Se hizo a un lado para dejarle pasar.

Sábado, 14 de junio. 23:30 h

PÖSELDORF (HAMBURGO)

La luz de la luna que entraba por los ventanales creaba formas geométricas en el suelo y las paredes del dormitorio de Fabel y acentuó las curvas del cuerpo de Susanne cuando se colocó sobre él. Proyectó su sombra en movimiento sobre la pared mientras el ritmo inicial suave y tranquilo de su apareamiento crecía en intensidad.

Después, se quedaron tumbados: Susanne boca arriba; Fabel de lado, descansando la cabeza en un codo y examinando el perfil de su amante bañado por la luz de la luna. Se incorporó apoyándose en un codo y la miró. Con ternura, le apartó un mechón de pelo de la frente.

—¿Te quedas a pasar la noche?

Susanne soltó un gruñido mimoso.

—Estoy demasiado cómoda para levantarme y vestirme. —Se volvió hacia él y le sonrió con picardía—. Pero no tengo sueño…

Fabel estaba a punto de contestar cuando sonó el teléfono. Le ofreció a Susanne una sonrisa de resignación y dijo:

—Recuérdamelo cuando vuelva.

Fabel se levantó y se dirigió desnudo hacia el teléfono. Era Karl Zimmer, el Kommissar que estaba de guardia en la Mordkommission.

—Siento molestarle, señor —dijo Zimmer—, pero ha surgido algo que debería saber.

—¿El qué?

—Hemos recibido otro mensaje de correo electrónico del Hijo de Sven.

Mordkommission de la policía de Hamburgo

DE: HIJO DE SVEN

PARA: ERSTER KRIMINALHAUPTKOMMISSAR JAN FABEL

ENVIADO: 14 de junio de 2003, 23:00 h

ASUNTO: PALABRAS

COMO YA HABRÁ AVERIGUADO, SOY HOMBRE DE POCAS PALABRAS. MI VÍCTIMA, SIN EMBARGO, ERA MUJER DE MUCHAS.

NO ME INTERESAN LAS MUJERES QUE NO LLEVAN A CABO SU FUNCIÓN PRINCIPAL, SINO QUE ELIGEN EL EGOÍSMO DE UNA CARRERA ANTES QUE EL IMPERATIVO NATURAL DE PROCREAR. ÉSTA ERA PEOR QUE LA MAYORÍA. CONSIDERABA QUE SU VOCACIÓN ERA DIFAMAR A AQUELLOS A CUYA NOBLEZA NUNCA PUDO ASPIRAR: SOLDADOS QUE LUCHABAN CONTRA LA ANARQUÍA Y EL CAOS.

ESTA VEZ HE AÑADIDO UN GIRO. ELLA CREYÓ QUE YO ERA USTED, HERR FABEL. FUE A USTED A QUIEN SUPLICÓ POR SU VIDA. FUE SU NOMBRE EL QUE ARDÍA EN SU CEREBRO MIENTRAS MORÍA.

ELLA HA DESPLEGADO SUS ALAS.

HIJO DE SVEN

Domingo, 15 de junio. 1:30 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

—Siento haberos convocado a una hora tan intempestiva —dijo Fabel, pero su expresión seria sugería que la disculpa era una pura formalidad.

Las figuras sentadas a la mesa tenían los ojos hinchados debido a un despertar inoportuno, pero nadie se quejó; todo el mundo se daba cuenta de la importancia que tenía que hubiera llegado un nuevo mensaje de correo electrónico.

—Pero este mensaje tiene unos giros desagradables, para empezar.

Werner, Maria, Anna y Paul asintieron sombríamente. Susanne también estaba sentada a la mesa, y los demás habían intercambiado miradas de complicidad al verla llegar con Fabel.

—A ver, ¿qué nos dice este mensaje? —El gesto de Fabel invitaba a responder a todo el mundo.

Fue Maria quien habló primero.

—Bueno, confirma de forma bastante desagradable que está disfrazándose de policía. En este caso, en concreto, de ti.

—Yo no voy de uniforme. Así que no puede llevar un uniforme de la Schutzpolizei.

—Parece que se ha hecho con una placa de la Kriminalpolizei o algún tipo de identificación… o las dos cosas —sugirió Werner.

—¿Qué me decís de la víctima? —dijo Fabel. Al mencionarla, recordó lo que el asesino había dicho en el mensaje: que había muerto pensando que él, Fabel, la había matado. Sintió una punzada de repugnancia en el pecho—. La describe como «una mujer de muchas palabras»…

—¿Una política? —se aventuró a decir Maria—. ¿Una actriz…, una escritora o una periodista?

—Es posible —dijo Susanne—, pero recordad que se trata de un psicópata que tiene una visión distorsionada del mundo. Puede que simplemente sea alguien que él cree que habla demasiado.

—Pero ¿qué hay de eso de que difama a los soldados, como dice él? Es como si fuera alguien que tiene un público —dijo Paul Lindemann.

—¿Qué hay del mensaje en sí? —preguntó Fabel—. Tenemos una dirección IP falsa, ¿no?

—La sección técnica lo está investigando —dijo Maria—. He sacado al jefe del departamento de la cama para que lo comprobara. No le ha hecho mucha gracia.

Werner se puso en pie de repente; la ira y la frustración ensombrecían su rostro. Fue hacia la ventana de cristales tintados que reflejaban la propia sala.

—Lo único que podemos hacer es esperar a que alguien encuentre el cadáver. No nos deja nada con lo que continuar.

—Tienes razón, Werner —dijo Fabel. Miró la hora—. Creo que deberíamos intentar recuperar horas de sueño. Os convoco de nuevo aquí, digamos, a las diez de la mañana.

Estaban todos levantándose cansinamente de la mesa cuando sonó el teléfono de la sala de reuniones. Anna Wolff era quien más cerca estaba, así que descolgó el auricular. El cansancio desapareció de repente de su cara. Levantó la mano que tenía libre para indicar a los demás que no salieran de la habitación.

—Era la sección técnica —dijo—. El proveedor nos ha dado una dirección IP auténtica. Pertenece a una tal Angelika Blüm. Y tenemos una dirección en Uhlenhorst.

—Dios mío —dijo Fabel—. Es la periodista que ha estado intentando localizarme.

—¿Una periodista? —preguntó Maria.

—Sí —dijo Fabel—, una mujer de muchas palabras.

Domingo, 15 de junio. 2:15 h

UHLENHORST (HAMBURGO)

El edificio reunía todos los criterios de la zona
chic
de Hamburgo. Lo habían construido en los años veinte y daba la impresión de que lo habían reformado a conciencia hacía razonablemente poco.

Fabel, que sabía un par de cosas sobre arquitectura modernista, creía que lo había diseñado Schneider, o al menos alguien de su escuela. Los contornos no eran rectos: las paredes encaladas se unían en curvas elegantes, más que en esquinas, y las ventanas de los apartamentos eran altas y anchas. Uhlenhorst nunca había llegado a alcanzar el mismo prestigio que Rotherbaum, pero aun así era un barrio próspero y moderno.

Justo delante de las puertas de bronce y cristal que daban entrada a un vestíbulo de mármol muy iluminado, estaban aparcados dos coches patrulla de la Schutzpolizei, que Fabel supuso que serían del Polizeikommissariat de Uhlenhorst. Un agente de uniforme de la Schutzpolizei hacía guardia en la puerta mientras otro escuchaba a un hombre alto de unos sesenta años que hablaba animadamente. Fabel aparcó detrás de los coches de policía y él, Maria y Werner se bajaron justo cuando Paul y Anna llegaban. Fabel se acercó dando grandes zancadas al policía de uniforme que escuchaba pacientemente al señor mayor. Las charreteras del policía anunciaron a Fabel que era el Polizeikommissar. Fabel mostró su placa de la Kriminalpolizei, y el policía asintió con la cabeza brevemente. El civil mayor, más alto, que tenía el aspecto despeinado y los ojos rojos de alguien a quien han despertado de un sueño profundo, abrió la boca para hablar. Fabel le interrumpió dirigiéndose directamente al Polizeikommissar.

—¿Nadie ha intentado entrar aún?

—No, señor. He pensado que era mejor esperar a que llegara usted. He apostado a dos hombres en la puerta de Frau Blüm, y dentro del piso no se oye ningún sonido.

Fabel miró al civil.

—Es el conserje. —El agente de la Schutzpolizei respondió la pregunta tácita de Fabel. Éste se volvió hacia el conserje y extendió la mano.

—Deme la llave maestra del piso de Frau Blüm.

El conserje tenía el aspecto altanero y semiaristocrático de un mayordomo inglés.

—Ni hablar. Ésta es una residencia exclusiva y los inquilinos tienen derecho a…

De nuevo, Fabel le interrumpió:

—Muy bien. —Se volvió hacia Werner—. Coge la palanca que está en el maletero del coche, ¿quieres, Werner?

—No pueden hacer esto… —protestó el conserje—. Necesitan una orden…

Fabel ni siquiera miró al conserje.

—No necesitamos una orden. Estamos investigando un asesinato y tenemos razones para creer que la inquilina está en peligro. —Movió la cabeza en dirección al coche—. Werner…, ¿la palanca?

El conserje saltó como si fuera a darle un ataque.

—No… Espere… Iré a por las llaves.

Las puertas del ascensor se abrieron al pasillo del tercer piso, una extensión ancha e inmaculada, muy iluminada por las lámparas que arrojaban focos de luz sobre el mármol prístino. Fabel le indicó con la mano al conserje que pasara primero. Examinaron lentamente el pasillo y se encontraron con dos agentes, uno a cada lado de la puerta del piso. Fabel detuvo al conserje colocándole una mano en el hombro y siguió adelante, indicando a Werner y Maria que lo acompañaran. Con un movimiento silencioso de la mano ordenó a Anna y a Paul que se colocaran al otro lado de la puerta, junto al segundo agente de la Schutzpolizei. Todo el mundo tenía los ojos puestos en Fabel. Éste se dirigió al conserje llevándose un dedo a los labios y susurró:

—¿La llave?

El conserje buscó la llave correcta. Fabel cogió el manojo, sonrió e hizo un gesto con la cabeza al conserje. Después, con un movimiento de la mano; le indicó que se retirara. La mímica continuó: se señaló a él y a Werner; levantó un dedo, y luego dos, para indicar que él y Werner entrarían primero. Fabel y Werner desenfundaron sus armas, y Fabel llamó al timbre de la puerta. Oyeron el zumbido electrónico del timbre dentro del apartamento. Luego, nada. Fabel hizo un gesto con la cabeza a Werner y metió la llave en la cerradura. Giró la llave y abrió la puerta con un movimiento fluido. Las luces del apartamento estaban encendidas. Werner entró seguido de inmediato por Fabel.

—¿Frau Blüm? —La llamada de Fabel obtuvo un silencio por respuesta. Escudriñó lo que podía ver del apartamento. Junto a la puerta había una silla y una mesa auxiliar. Un abrigo de mujer que parecía caro descansaba descuidadamente en la silla, y un bolso de piel italiano estaba tirado sobre la mesa. Fabel dejó de agarrar la Walther con tanta fuerza. Sabía que en el piso no había nadie. Nadie que estuviera vivo, por lo menos.

Las paredes del pasillo de la entrada eran de un azul pálido y estaban adornadas con grandes lienzos originales: estudios abstractos en tonos violetas y rojos intensos que contrastaban con la frialdad de las paredes.

Mientras Fabel cruzaba el pasillo, miró a la izquierda a través de las puertas dobles de cristal abiertas que daban al gran salón. La habitación estaba vacía. De nuevo, una frialdad elegante servía de telón de fondo a unos muebles caros y la correspondiente obra de arte original. En su examen rápido de la habitación, Fabel creyó ver las líneas alargadas de una escultura de Giacometti. Era pequeña, pero parecía un original. Siguió caminando. A la derecha, estaba el baño. Vacío. La siguiente puerta a la derecha era el dormitorio. Vacío. La última puerta del pasillo estaba cerrada, y cuando la abrió, la habitación estaba a oscuras. Alargó la mano y la deslizó por la pared hasta que encontró el interruptor". La luz procedente de una sucesión de apliques dirigidos inundó la habitación.

Horror.

Fabel no lograba entender por qué no estaba preparado para aquello. Sabía que la encontrarían muerta en el apartamento. Cuando vio aquella puerta cerrada y la habitación a oscuras, su instinto le había dicho que Angelika estaría allí. Pero aun así se sentía como si le hubiera arrollado un camión.

—Dios santo… —Era como si a Fabel le hubieran succionado el aire del pecho. Le entraron arcadas—. Dios bendito…

La habitación estaba pensada para ser un dormitorio, pero la habían rediseñado para convertirla en un despacho. Había estanterías, llenas de libros y carpetas, en tres de las paredes. La cuarta alojaba la ventana que ocupaba casi todo el largo de la habitación y que ahora estaba oculta tras unos estores bajados. Frente a la ventana había una mesa ancha de haya con un ordenador portátil encima. Como sucedía en el resto del piso, la decoración era comedida, elegante y refinada.

En el centro del cuarto había una explosión de carne, sangre y huesos. El cuerpo de una mujer. Boca abajo. Le habían abierto la espalda con cortes paralelos a la columna vertebral. Habían separado las costillas, dejando al descubierto el crudo interior del abdomen, y le habían arrancado los pulmones y los habían echado fuera.

Aparte de las zapatillas de toalla con suelas de esparto que llevaba, estaba desnuda. Habían lanzado un albornoz de toalla, a juego con las zapatillas, en un rincón del cuarto. Aparte de estas prendas de vestir, no había más ropa en la habitación.

Fabel vio que, además de la carnicería del torso, de la cabeza le salía un gran chorro de sangre que se extendía por el suelo de madera de pino. La parte posterior del cráneo era una masa apelmazada de sangre y pelo caoba.

—Joder. —Werner estaba ahora junto a Fabel y habló entre exclamaciones que intentaban contener las náuseas—. Joder.

Maria y Anna Wolff también entraron. Anna reprimió una arcada y salió corriendo por el pasillo. Fabel la oyó vomitar en el váter del baño de Blüm. A los chicos del Tatort les iba a encantar: acababa de contaminar la escena fundamental de un asesinato. Pero Fabel no pudo culpar a la dura Annita. El mismo tuvo que cerrar los ojos un momento e intentar borrar la imagen de su retina hasta que logró recomponerse. Pensó en si Anna ya estaría mejor. Respiró hondo y despacio. No se acercó más al cuerpo, consciente de nuevo de la necesidad de preservar la escena principal del crimen, y cuando los demás comenzaron a apelotonarse en la puerta, les ordenó que recularan y salieran del piso.

Al cabo de una hora, todo el edificio estaba abarrotado de gente. Fabel le había pedido al Polizeikommissar de Uhlenhorst que solicitara más agentes para que fueran puerta por puerta a interrogar a los vecinos. El equipo del Tatort había llegado, encabezado por Holger Brauner, y también el doctor Möller, el patólogo. Fabel conocía a Brauner de investigaciones anteriores y tenía muy buena opinión de él. El único problema era que el capullo arrogante de Móller parecía competir siempre con Brauner. La verdad era que aunque Fabel no soportara tener que admitirlo, Moller también era un patólogo excelente y poseía una mente agudísima.

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