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Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Muerte en Hong Kong (15 page)

BOOK: Muerte en Hong Kong
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—Si quiere demostrarme sus buenas intenciones, Maxim, dígame dónde estamos. ¿En qué lugar se encuentra éste castillo?

—No muy lejos de donde le secuestramos. El camino que conduce a la carretera tiene una longitud de unos cuatro kilómetros. A la entrada, giramos a la izquierda y bajamos todo recto por la colina hasta llegar a la carretera Dublín-Wicklow. En cuestión de una o dos horas todo lo más, podemos estar en el aeropuerto y largarnos.

Bond seguía con la cabeza echada hacia adelante y los ojos cerrados.

—Si acepto su versión, yo también necesito ayuda.

—Cuente con ella. No se mueva bruscamente, le estoy quitando las esposas. Tengo aquí su pistola… Una pieza magnífica esta ASP de 9 mm. Tome…

Bond sintió el peso del metal sobre las rodillas.

—¿Qué hacemos? ¿Nos abrimos paso a tiros?

—Me temo que ellos nos superan en número. Podríamos engañar quizás a mis propios hombres, pero no a Ingrid y tampoco a los infiltrados de Chernov.

—Suponiendo que acepte su palabra, ¿cuánto tiempo nos queda? —preguntó Bond, notando que le caían las esposas.

Ahora tenía las manos libres.

—Una hora. Una hora y media con un poco de suerte. Chernov tiene que aterrizar aquí antes de que oscurezca.

—Y las chicas, ¿dónde están?

—Encerradas en la
suite
de invitados, supongo. Eso fue lo que ordené. Lo difícil será llegar hasta ellas. Después de un interrogatorio como el que yo debería haberle hecho, usted tendría que estar semi-inconsciente. Los hombres estarán aguardando con una camilla de ruedas para transportarle por el pasillo. Después le subirán arriba. Ya está.

—¿Se le ocurre alguna sugerencia? —preguntó Bond mientras Smolin le quitaba los grilletes de los tobillos.

Sopesó la ASP en la mano para cerciorarse de que estaba cargada. Era algo que había practicado muchas veces, incluso en la oscuridad, con cargadores vacíos, cartuchos de fogueo y cargadores llenos.

—Hay un medio… —Smolin giró en redondo en cuanto se abrió la puerta de golpe y apareció Ingrid con los tres perros sujetos con correas—. ¡Ingrid! —exclamó en su tono más autoritario.

—Todo ha sido muy interesante —dijo Ingrid, utilizando un tono de voz tan afilado como un cuchillo—. He introducido ciertos cambios en la sala de interrogatorios desde la última vez que estuvo usted aquí, coronel…, obedeciendo las órdenes del general Chernov, naturalmente. Ante todo, los interruptores de grabación se han invertido. Al general le encantarán las cintas. Pero ya hemos escuchado suficiente. Él estará aquí en seguida, y yo quiero tenerles a todos a buen recaudo cuando llegue.

Como si se leyeran el pensamiento, Smolin pegó un salto a la izquierda mientras Bond se levantaba de la silla y se desplazaba rápidamente a la derecha.


Wotan, Rechts! Anfassen! Fafie, Links! Anfassen!
¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Agarrarles!

Los perros se abalanzaron rugiendo sobre ellos y, mientras los dientes de
Fafie
se le clavaban en el brazo que sostenía el arma, Bond vio fugazmente a unos hombres situados detrás de Ingrid y a
Siegi
, el tercer perro, ansiando participar en la matanza.

11. Perro devora a perro

Bond experimentó un intenso dolor cuando las mandíbulas le apresaron la parte inferior del brazo, obligándole a abrir involuntariamente los dedos de la mano derecha y soltar la pistola, la cual cayó produciendo un sordo ruido al suelo. Oía los gritos de Ingrid sobre el trasfondo de los rugidos de los perros y las maldiciones de Smolin medio en ruso y medio en alemán, y sentía el cálido aliento de
Fafie
en el rostro. El perro rugía sin soltar la presa, y movía la cabeza de uno a otro lado como si quisiera arrancarle el brazo.

Bond golpeó fuertemente con la mano libre los órganos genitales del perro, tal como le habían enseñado a hacer. El rugido se transformó en un gañido de dolor y, por espacio de un segundo, las mandíbulas se abrieron. Bond aprovechó el momento para rodar por el suelo y levantar la mano derecha hacia el cuello del animal. Los dedos localizaron la tráquea y apretaron con fuerza como si quisieran arrancarle la laringe. Bond levantó el brazo izquierdo para agarrar a la bestia por la cerviz, pero, para entonces, la sensación de dolor y el instinto de peligro ya habían provocado la reacción de
Fafie
, el cual empezó de nuevo a rugir. Bond tuvo que hacer acopio de sus escasas fuerzas sólo para resistir. El dolor de la herida del brazo se iba agudizando y su debilidad era cada vez mayor. Pero, como el perro, sabía que estaba luchando por su propia vida y siguió apretando la tráquea del animal.

Le pareció oír la cuarteada vocecita del instructor de la escuela de adiestramiento con tanta claridad como la primera vez que asistió a uno de los muchos cursillos de autodefensa en los que había participado: «Nunca se asfixia nada o a nadie utilizando ambas manos, tal como hacen en las películas. Utilicen siempre la presión de una sola mano para obtener los mejores resultados. Aprieten con la mano sobre la tráquea y utilicen toda su fuerza en la nuca con el otro brazo».

Puso en práctica el consejo mientras
Fafie
se agitaba en un intento de librarse de su presa. Por un breve instante, Bond se dejó llevar por su innato amor a los animales. Pero no fue más que un segundo. Aquello era cuestión de vida o muerte.
Fafie
iba a por todas.


Fafie! Anfassen! Anfassen!
—gritaba Ingrid—.
Fafie!
¡Agárrale! ¡Agárrale!

Pero Bond estaba echando mano de sus últimos recursos. Sus dedos se hundieron en el tupido pelaje de
Fafie
y apretaron con fuerza. Sintió que el animal perdía el conocimiento. De repente, las mandíbulas de
Fafie
se aflojaron y su cuerpo se convirtió en un peso muerto.

Bond simuló que seguía luchando con el perro mientras miraba de soslayo para ver adónde había ido a parar su pistola ASP. Rodó por el suelo, soltó un gemido y se movió para dar la impresión de que
Fafie
le estaba atacando. Se sentía extrañamente frío y calculador y, a pesar del intenso dolor que le producía la herida, estaba firmemente decidido a recuperar la pistola, situada a la izquierda, justo al alcance de su mano.

Miró hacia Smolin y vio con horror que se encontraba tendido debajo de
Wotan
, el cual estaba a punto de hundirle los dientes en la garganta al menor movimiento. Bond comprendió que el coronel no podía correr el riesgo de parpadear tan siquiera, puesto que
Siegi
aguardaba al acecho dispuesto a intervenir, al igual que los hombres situados detrás de Ingrid.

Bond atravesó la barrera del dolor de su brazo y, utilizando a
Fafie
como escudo, giró a la derecha, recuperó la ASP, se volvió de nuevo a la izquierda y efectuó dos disparos contra
Siegi
. Abrió fuego una sola vez contra
Wotan
y la bala Glazer alcanzó de lleno al animal, arrojándole contra la pared. Un cuarto disparo, bajo y dirigido hacia la puerta, se estrelló en la jamba y abrió un gran boquete a través de la madera y el yeso. Los hombres se apartaron a toda prisa, pero no así Ingrid, la cual se quedó donde estaba.

—¡Ya basta! —gritó Smolin, levantándose para abalanzarse sobre Ingrid. Agarrándola por la muñeca, tiró con fuerza hacia abajo y después hacia adelante y hacia atrás, y la arrojó al otro extremo de la estancia donde el ama de llaves se estrelló contra la pared en medio de un desagradable crujido mientras gritaba de rabia, dolor y decepción. Luego, Ingrid resbaló silenciosamente por la pared y cayó al suelo, convertida en un negro guiñapo.

Smolin sostenía una pistola automática en una mano y gritaba en dirección a la destrozada puerta.

—¡Alex! ¡Yuri! Soy vuestro superior. El KGB ha urdido una despreciable conspiración contra nosotros. Ahora estáis con los hombres del KGB. Volveos contra ellos. Son unos traidores y sólo podrán atraer la deshonra y la muerte sobre vuestras cabezas. ¡Atacadlos ahora!

Durante un par de segundos, sólo hubo silencio en el pasillo; después se oyó un grito, seguido de un disparo y el rumor de unos golpes. Smolin le hizo una seña a Bond, indicándole que se situara a la derecha de la puerta, mientras él se pegaba a la pared del lado contrario. Se oyó otro disparo, otro grito y el rumor de una pelea.

A continuación, una voz gritó en ruso:

—Camarada coronel, ya los tenemos. ¡Rápido, ya los tenemos!

Smolin le hizo una indicación a Bond y ambos salieron al pasillo. Una vez allí, Smolin gritó en inglés:

—¡Liquídelos a todos, James! ¡A todos!

A Bond no le hizo falta que se lo repitieran dos veces. A su derecha, dos hombres trataban de inmovilizar a un tercero mientras otro yacía inconsciente en el suelo. Tuvo que efectuar tres rápidos disparos con la ASP para despachar al grupo. Las mortíferas balas Glazer cumplieron perfectamente su misión: la primera estalló en el lado izquierdo de uno de los hombres que luchaban, descargando la mitad de su contenido en el estómago del que forcejeaba con él. La segunda alcanzó al hombre que yacía tendido en el suelo. El tercer disparo eliminó al cuarto hombre sin que tuviera tiempo de enterarse de lo que pasaba.

El ruido de los disparos en el angosto pasadizo era ensordecedor, tanto más cuanto que Smolin había vaciado dos veces el cargador de su pistola automática. Bond se volvió y comprobó que el coronel también había dado en el blanco. Dos cadáveres, uno espatarrado y otro encogido como un ovillo, demostraban bien a las claras la puntería de Smolin.

—Lástima —musitó Smolin—. Mex y Yuri eran unos hombres estupendos.

—A veces, no le queda a uno otra alternativa. Ahora ya me ha demostrado la veracidad de sus afirmaciones, Maxim. ¿Cuántos quedan arriba?

—Dos. Supongo que deben de estar con las chicas.

—Entonces, bajarán de un momento a otro.

—Lo dudo. Allá arriba apenas se oye lo que ocurre en el sótano —Smolin respiraba afanosamente—. Lo hemos utilizado muchas veces. Hombres fuertes gritaban aquí a pleno pulmón mientras la gente hacía el amor en las habitaciones de arriba sin enterarse de nada.

Bond oía las palabras de Smolin, pero el mundo había empezado a dar vueltas a su alrededor y sus ojos no podían concentrarse en nada. Sintió una cálida pegajosidad en el brazo y un ciego dolor que empezaba en la herida y se extendía a todo el cuerpo. Oyó que Smolin le llamaba como desde muy lejos, experimentó un mareo y perdió el conocimiento.

Soñó con serpientes y arañas. Reptaban y se arrastraban a su alrededor mientras él trataba de salir de un oscuro y tortuoso laberinto, hundido hasta los tobillos en aquel amasijo de repugnantes criaturas. Tenía que conseguirlo. Veía una débil luz al final del túnel. Después, ésta desaparecía y él volvió a encontrarse como al principio, rodeado por un rojizo resplandor. Allí. Allí estaba otra vez la luz, pero una enorme serpiente se enredaba en sus pies y le impedía avanzar. No tenía miedo, sabía tan sólo que necesitaba salir de allí. Otra serpiente se había unido a la primera y varios reptiles más pequeños se enroscaban alrededor de sus piernas, tirando de él hacia abajo. Ahora, una de las serpientes se había enroscado en su brazo, clavando los dientes en él. Experimentó un dolor insoportable. Bajó la mirada y vio que un nido de arañas se alojaba en la herida causada por la mordedura de la serpiente. Otras arañas enormes y peludas le recorrían el rostro, se introducían en las ventanas de su nariz y en su boca, y le obligaban a toser para escupirlas. Las arañas le producían náuseas, pero ya debía de estar más cerca del final del túnel porque la luz le escocía en los ojos ¡y una voz le llamaba por su nombre!

—¡James! ¡James Bond! ¡James!

Las serpientes y las arañas habían desaparecido, dejándole tan sólo un insoportable dolor en el brazo. El rostro de una muchacha apareció ante sus ojos. Los labios se movían.

—Vamos, James. Todo ha terminado.

La visión del rostro se borró y Bond oyó que alguien decía:

—Ya está recuperando el conocimiento, Heather.

—Gracias a Dios.

Bond parpadeó, abrió y cerró los ojos y, por fin, los abrió del todo y vio a Ebbie Heritage.

—¿Cómo…? —dijo.

—Está usted bien, James. Todo pasó.

Bond se movió y sintió un hiriente dolor en el brazo derecho y una extraña rigidez.

—No disponemos de mucho tiempo —Maxim Smolin apartó a Ebbie a un lado—. Se va usted a poner bien, James, pero… —miró el reloj de pulsera.

Empezó a recordarlo todo con meridiana claridad. Smolin se irguió y miró a Bond mientras rodeaba con un brazo los hombros de Heather Dare.

—Lo siento —Bond respiró hondo—. ¿Me he desmayado?

—No tiene nada de extraño —dijo Smolin—. Los dientes del maldito perro le han hecho una herida muy profunda. ¿Cómo se nota el brazo?

—Entumecido. Es molesto, pero puedo utilizarlo.

—Ebbie te ha hecho de enfermera —dijo Heather—. Te estamos muy agradecidos, James. Maxim nos contó lo que pasó allí abajo.

—Yo sólo limpié la herida —dijo Ebbie—. Los perros estaban sanos. No creo que haya el menor peligro de infección. Hemos utilizado el antiséptico más poderoso que existe.

—Y el más caro —Smolin esbozó una irónica sonrisa—. El último Hine Cosecha 1914 que nos quedaba. Suave. Muy suave.

—Suave, soberbio y totalmente desperdiciado —dijo Bond, lanzando un involuntario gemido—. Lo lamento.

—Ha sido por una buena causa. ¿Puede incorporarse o levantarse? —preguntó Smolin.

Bond trató de hacerlo. Se encontraba tendido en el sofá de la suite de invitados. Intentó levantarse, pero le fallaron las piernas. Tuvo que agarrarse a los brazos de un sillón para no perder el equilibrio. Ebbie corrió a sostenerle con sus fuertes y hábiles manos.

—Gracias, Ebbie. Gracias por todo —empezó a moverse con cuidado para comprobar si los músculos le respondían. Poco a poco, recuperó las fuerzas—. Gracias, Ebbie —repitió.

—Estamos en deuda con usted. Esto no es nada.

—¿Qué les sucedió a los demás? —le preguntó Bond a Smolin—. ¿A los hombres que estaban aquí arriba?

—Ya están liquidados.

El agente del GRU se puso muy serio y Bond recordó su propia reacción siempre que terminaba una tarea desagradable. Era mejor borrar aquellos hechos de la imaginación. La gente que los recordaba demasiado, o bien empezaba a gozar con ellos o bien sucumbía bajo el peso del remordimiento.

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