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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (25 page)

BOOK: Muerto Para El Mundo
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—He estado en sus cuarteles generales —respondió.

Todos nos quedamos mirándola un buen rato sin decir nada, aunque no tan extasiados como los tres vampiros.

—Claudine, ¿has estado allí? —preguntó el coronel Flood. Parecía más cansado que otra cosa.

—James —dijo Claudine—. ¡Qué vergüenza! Me tomó por una bruja de la zona.

A lo mejor no era yo la única que estaba pensando que tanta alegría era un poco extraña. La mayoría de los aproximadamente quince licántropos reunidos en el bar no parecían sentirse muy cómodos en compañía del hada.

—Nos habríamos ahorrado muchos problemas si nos lo hubieses dicho antes, Claudine —dijo el coronel con tono gélido.

—Un hada de verdad —dijo Gerald—. Hasta ahora sólo había visto una.

—Son difíciles de ver —dijo Pam, con voz soñolienta. Se acercó a ella un poco más.

Incluso Eric, que había perdido su expresión de perplejidad y frustración, dio un paso más hacia Claudine. Los tres vampiros parecían niños en una fábrica de chocolate.

—Vamos, vamos —dijo Claudine, algo ansiosa—. Todos los que tenéis colmillos, un pasó atrás.

Pam estaba algo inquieta e intentó relajarse. Gerald se fue calmando a regañadientes, pero Eric siguió adelante.

Ni los vampiros ni los hombres lobo parecían dispuestos a encargarse de Eric. Mentalmente me preparé para emprender una difícil tarea. Al fin y al cabo, Claudine me había despertado antes de que tuviera un accidente con el coche.

—Eric —dije, dando tres rápidos pasos para interponerme entre Eric y el hada—. ¡Despierta ya de una vez!

—¿Qué? —Eric me prestó tanta atención como a una mosca que volara alrededor de su cabeza.

—Está prohibida, Eric —dije, y los ojos de Eric se posaron por fin en mi rostro—. Hola, ¿te acuerdas de mí? —Le puse la mano en el pecho para tranquilizarlo—. No sé por qué estás tan agobiado, colega, pero para el carro.

—La deseo —dijo Eric, fijando sus ojos azules en los míos.

—Sí, es atractiva —admití, tratando de ser razonable, aunque en realidad me sintiera un poco herida—. Pero no está disponible, ¿verdad, Claudine? —dije, mirando hacia atrás por encima de mi hombro.

—No estoy disponible para vampiros —matizó el hada—. Mi sangre es venenosa para los vampiros. No quieras saber cómo podrían ponerse si la tomaran. —Lo dijo sin abandonar su constante tono alegre.

De modo que no me había equivocado mucho con mi metáfora de la fábrica de chocolate. Probablemente ésa era la razón por la cual hasta entonces nunca me había tropezado con un hada; yo frecuentaba en exceso la compañía de los no muertos.

Cuando se tienen pensamientos de este tipo, es que estás metido en algún problema.

—Claudine, me imagino que necesitamos que te vayas —dije un poco a la desesperada. Eric estaba pegándose a mí, nada serio aún, pero ya me había visto obligada a retroceder un paso. Quería escuchar lo que Claudine tuviera que explicar a los hombres lobo, pero me di cuenta de que mi principal prioridad era separar a los vampiros del hada.

—Apetitosa como un pastelito. —Suspiró Pam al ver a Claudine dar media vuelta en dirección a la puerta con el coronel Flood pisándole los talones. Eric pareció despertarse en cuanto Claudine se perdió de vista y suspiré aliviada.

—Según parece, a los vampiros os gustan las hadas, ¿no? —dije nerviosa.

—Oh, sí —dijeron los tres a la vez.

—Tenéis que saber que me salvó la vida y que está ayudándonos con lo de los brujos —les recordé.

Me miraron resentidos.

—Claudine ha sido de gran ayuda —dijo sorprendido el coronel Flood cuando volvió a entrar. La puerta se cerró a sus espaldas.

Eric me rodeó con su brazo y noté que un determinado hambre se convertía en hambre de otro tipo.

—¿Por qué estuvo en los cuarteles generales de ese aquelarre? —preguntó Alcide, con un tono de voz más enojado del que cabía esperar.

—Ya conoces a las hadas. Les encanta flirtear con el desastre, les encanta interpretar papeles. —El jefe de la manada suspiró—. Incluso a Claudine, y eso que es de las buenas. Lo que me ha contado es lo siguiente: la tal Hallow dispone de un aquelarre integrado por una veintena de brujos. Todos son, además, cambiantes de algún tipo. Y todos consumen sangre de vampiro, incluso es posible que sean adictos a ella.

—¿Nos ayudarán los wiccanos a combatirlos? —preguntó una mujer de mediana edad con el cabello rojo teñido y doble mentón.

—Aún no se han comprometido a hacerlo. —Un joven con el pelo cortado al estilo militar (me pregunté si estaría destinado en la base aérea de Barksdale) parecía estar al corriente de la historia de los wiccanos—. Siguiendo órdenes de nuestro jefe de manada, he estado llamando o poniéndome en contacto con todos los grupos de wiccanos de la zona, y me han informado de que están haciendo lo posible para esconderse de estas criaturas. De todos modos, he visto indicios de que esta noche iban a celebrar una reunión, aunque no sé dónde. Creo que su objetivo era discutir la actual situación. Si también deciden atacar, nos serían de utilidad.

—Buen trabajo, Portugal —dijo el coronel Flood, y el joven se mostró agradecido.

Como estábamos con la espalda apoyada en la pared, Eric se dedicó a pasearme la mano por el trasero. La sensación me resultaba placentera, pero no el lugar, que era muy público.

—¿No mencionó nada Claudine sobre los prisioneros que podían tener allí? —pregunté, alejándome un poco de Eric.

—No, lo siento, señorita Stackhouse. No vio a nadie que respondiera a la descripción de su hermano, y tampoco al vampiro Clancy.

No es que me sorprendiera la respuesta, pero sí me dejó decepcionada.

—Lo siento, Sookie —dijo Sam—. Si Hallow no lo ha hecho prisionero, ¿dónde puede estar?

—Que no lo viera no significa que no estuviera allí —dijo el coronel—. De lo que estamos seguros es de que se llevó a Clancy, y Claudine tampoco lo vio.

—Volviendo a los wiccanos —sugirió la mujer lobo de cabello rojo—. ¿Qué deberíamos hacer con ellos?

—Portugal, mañana dedícate a llamar de nuevo a todos tus contactos —dijo el coronel Flood—. Culpepper te ayudará.

Culpepper era una joven de rostro atractivo que lucía un corte de pelo muy serio. Pareció encantada de tener que trabajar con Portugal. Él también se veía satisfecho, pero intentó disimularlo respondiendo con brusquedad.

—Sí, señor —dijo. Culpepper lo encontraba encantador, lo detecté directamente de su cerebro. Por mucho que fuera una mujer lobo, no lograba disimular la admiración que sentía por él—. ¿Por qué tengo que volver a llamarlos? —preguntó Portugal, pasado un buen rato.

—Necesitamos conocer sus planes, si es que quieren compartirlos con nosotros —dijo el coronel Flood—. Si no están con nosotros, como mínimo deberán mantenerse al margen de nuestro camino.

—¿Vamos a la guerra, entonces? —El que lo preguntó fue un hombre mayor, que al parecer era la pareja de la mujer de pelo rojo.

—Fueron los vampiros los que lo empezaron todo —dijo la mujer de pelo rojo.

—Eso no es verdad —negué indignada.

—Cállate, folladora de vampiros —replicó ella.

Habían dicho cosas peores sobre mí, pero nunca a la cara, y nunca con la intención de que yo lo oyera.

Eric se había elevado del suelo antes de que me diera tiempo a decidir si me sentía más herida que rabiosa. El había decidido al instante que yo estaba rabiosa y aquello le había hecho ser tremendamente contundente. Antes incluso de que hubiera tiempo para que cundiera la alarma, ella estaba en el suelo boca arriba y él encima de ella, con los colmillos extendidos. Fue una suerte para la mujer que Pam y Gerald fueran igual de rápidos, aunque tuvieron que unir sus fuerzas para separar a Eric de la mujer lobo de pelo rojo. Sangraba sólo un poco, pero no podía parar de ladrar.

Durante un largo segundo, creí que aquello iba a acabar en una batalla campal, pero el coronel Flood rugió "¡Silencio!" y nadie se atrevió a desobedecerle.

—Amanda —le dijo a la mujer de pelo rojo, que sollozaba como si Eric le hubiese arrancado un miembro y cuyo acompañante estaba atareado comprobando sus heridas en un ataque de pánico completamente innecesario—, compórtate educadamente con nuestros aliados y guárdate para ti tus opiniones. Tu ofensa contrarresta cualquier cantidad de sangre que se haya podido derramar. ¡Nada de venganzas, Parnell! —El hombre lobo gruñó al coronel, pero acabó asintiendo a regañadientes.

—Señorita Stackhouse, le pido disculpas por los modales de la manada —me dijo el coronel Flood. Aunque seguía enfadada, me obligué a asentir. No pude evitar percatarme de que Alcide nos miraba a Eric y a mí y que parecía..., parecía horrorizado. Sam tuvo el sentido común de mantenerse inexpresivo. Noté que la espalda se me ponía tensa y me pasé rápidamente la mano por los ojos para secar mis lágrimas.

Eric empezaba a calmarse, pero le costaba. Pam le murmuraba alguna cosa al oído y Gerald lo sujetaba por el brazo.

Para acabar de rematar la noche, en aquel momento se abrió la puerta del Merlotte's y apareció Debbie Pelt.

—¿Estáis celebrando una fiesta sin mí? —Observó al estrambótico grupo y levantó las cejas—. Hola, pequeño —le dijo directamente a Alcide. Le acarició el brazo de forma posesiva y entrelazó sus dedos con los de él. Alcide tenía una expresión rara, como si a la vez se sintiera feliz y desgraciado.

Debbie era una mujer despampanante, alta y delgada, con el rostro alargado. Tenía el pelo negro, pero no rizado y despeinado como el de Alcide. Lo llevaba cortado en pequeñas capas asimétricas, era liso y seguía el ritmo de sus movimientos. Era el corte de pelo más estúpido que había visto en mi vida, y sin duda alguna le había costado un ojo de la cara. Pero, por algún motivo que se me escapaba, los hombres no parecían sentir interés precisamente por su corte de pelo.

Habría sido una hipocresía por mi parte saludarla. Debbie y yo pasábamos de eso. Ella había intentado matarme, y Alcide lo sabía; pero aun así, y aun habiéndola abandonado cuando se enteró de ello, seguía ejerciendo una extraña fascinación sobre él. A pesar de ser un hombre inteligente, práctico y trabajador, tenía un punto flaco, que en esos momentos se encontraba delante de mí: vestida con unos pantalones vaqueros muy ceñidos y un fino jersey de color naranja que se pegaba a cada centímetro de su piel. ¿Qué hacía aquí, tan lejos de su territorio habitual?

Sentí un repentino impulso, sólo para ver que pasaría, de volverme hacia Eric y decirle que Debbie había intentado atentar muy en serio contra mi vida. Pero me reprimí una vez más. Una represión que me resultó dolorosa de verdad, pues mis dedos se erizaron y mis manos se transformaron en puños.

—Te llamaremos si en la reunión sucede alguna cosa más —dijo Gerald. Tardé un momento en comprender que estaban despidiéndose de mí, y ello se debía a que tenía que llevarme a Eric a casa para que no volviese a explotar. Por su expresión, no tardaría mucho en hacerlo. Sus ojos azules brillaban y tenía los colmillos medio extendidos, como mínimo. Sentí más que nunca la tentación de... No, no podía hacerlo. Tenía que irme.

—Adiós, bruja —me soltó Debbie cuando crucé la puerta. Vi de reojo a Alcide volviéndose hacia ella, con una expresión horrorizada, pero Pam me cogió por el brazo y me acompañó hasta el aparcamiento. Gerald, por su parte, llevaba a Eric cogido del brazo.

Cuando los dos vampiros nos entregaron a Chow, yo estaba furiosa.

Chow obligó a Eric a sentarse en el asiento del acompañante por lo que quedó claro que yo iba a ser la conductora. El vampiro asiático dijo:

—Os llamaremos después, ahora id a casa.

A punto estuve de replicarle. Pero miré de reojo a mi pasajero y decidí ser inteligente y salir de allí lo más rápido posible. La beligerancia de Eric estaba disolviéndose para dar paso a la confusión. Se le veía desconcertado y perdido, nada que ver con el vengador impulsivo que había sido unos minutos antes.

Eric no dijo nada hasta que ya estábamos a más de medio camino de casa.

—¿Por qué los hombres lobo odian tanto a los vampiros? —preguntó.

—No lo sé —respondí, disminuyendo la velocidad porque dos ciervos acababan de cruzarse en la carretera. Siempre se ve el primero, y sólo hace falta esperar un poco para, con toda probabilidad, ver el segundo—. Los vampiros sienten lo mismo con respecto a los hombres lobo y los cambiantes. La comunidad sobrenatural suele unirse contra los humanos pero, aparte de eso, siempre estáis peleándoos entre vosotros, o al menos eso es lo que me parece. —Respiré hondo para pensar cómo decírselo—. Eric, te agradezco que te pusieras de mi parte cuando Amanda me dijo eso. Pero estoy bastante acostumbrada a defenderme sola cuando es necesario. Si yo fuera un vampiro, no verías necesario tener que pegar a nadie por mí, ¿verdad?

—Pero no eres tan fuerte como un vampiro, ni siquiera como un hombre lobo —objetó Eric.

—Ahí tengo que darte la razón, cariño. Pero ni siquiera se me habría pasado por la cabeza pegarle, porque con ello le habría dado motivos para pegarme a mí.

—¿Estás diciéndome con esto que casi llegamos a las manos sin necesidad?

—Eso es exactamente lo que te quiero decir.

—Te he incomodado.

—No —dije al instante. Entonces me pregunté si no era precisamente eso—. No —dije con más convicción—, no me has incomodado. De hecho, me ha gustado que me tengas tanto cariño como para enfadarte así cuando Amanda me ha tratado como si yo fuera una mierda pegada a su zapato. Pero estoy acostumbrada a que me traten de esta manera y me las apaño sola. Aunque Debbie lleva la situación a un nivel completamente distinto.

Eric, pensativo, seguía dándole vueltas.

—¿Por qué estás acostumbrada a eso?

No era la reacción que me esperaba. En aquel momento llegamos a casa. Verifiqué primero los alrededores antes de salir del coche para abrir la puerta de atrás. Una vez dentro y con la puerta cerrada con llave, le dije:

—Porque estoy acostumbrada a que la gente considere que las camareras somos muy poca cosa. Y menos aún si nos ven como a camareras incultas. Y peor todavía si nos ven como a camareras telepáticas incultas. Estoy acostumbrada a que la gente piense que estoy loca, o al menos, que no estoy mentalmente sana. No pretendo dar lástima, pero la verdad es que no tengo muchos admiradores, y estoy acostumbrada a eso.

—Esto confirma mi mala opinión respecto a los humanos en general —dijo Eric. Me quitó el abrigo que llevaba colgado a los hombros, lo miró con desagrado, lo colgó en el respaldo de una silla y empujó ésta hacia la mesa de la cocina—. Eres bonita.

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