Mujer sobre mujer (7 page)

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Authors: Carmela Ribó

BOOK: Mujer sobre mujer
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De todos modos, ya voy enterándome de que, si sigo siendo tan exigente con mis amistades, día llegará en que ya nadie me venga bien. No quiero eso.

Bueno, basta de charla, que hay deberes apremiantes. Por qué te aburro con esos discursos?

Me contarás algo de tus días?

Te abraza y piensa en ti,

Lauri.

 

Tres horas después:

 

Lauri querida:

El mate no lo conozco. Sé que lo tomáis cotidianamente los argentinos (Emilio tiene algún socio allá y a veces viaja a Buenos Aires), pero nunca lo he probado, ¿puedes creerlo? Me imagino que no me gustará, pero en cambio probaré, tomándolo de tu tenedor, un poco de esa tarta de manzana.

Debo confesarte, porque no quiero que haya entre nosotras secretos, que me sorprendió que, cuando te acompañé a la parada del autobús en nuestro imaginario paseo, no me invitarás a conocer tu casa. Después de todo el día juntas, me hubiera gustado prolongar un poco nuestra conversación, verte en tu ambiente, que imagino un poco
hippy,
rodeada de los muebles y objetos que te acompañan cotidianamente. No te mentiré: y me esforzaría por no parecer demasiado curiosa, pero estaría escaneándolo todo con la mirada cada vez que fueras a la cocina o salieras al jardín a recoger para mí alguna rara hierba cuyas propiedades me acabaras de recomendar. ¿Me perdonarás que sea tan curiosa? Vivimos en ambientes tan distintos y, en el fondo, envidio tanto la sinceridad y la simplicidad en la que vives. Yo aquí, tan rodeada de muebles de diseño, no dispongo de un sillón orejero de cretona como el del cuarto de las criadas en el que pueda acurrucarme a dormitar después de una buena lectura, al amor de la lumbre.

Mis días siguen tan monótonos y laboriosos como de costumbre. Creo que aprobarías mi desayuno: tostada de pan con mermelada de naranja amarga y yogur bio. Un desayuno sanísimo que acompaño con un vaso mediano de leche de soja y otro de zumo de naranja recién exprimido. No soy vegetariana como tú, pero me gustan mucho la verdura y la fruta. Hoy he almorzado (a la una de la tarde, hora europea) un filete de buey con patatas y guisantes cocidos y un vaso de vino tinto. De postre, una rodaja de melón. No creas que tomo mucha carne, no más que un plato cada quincena. Me gustan más el pescado y los huevos.

En tu carta, en una de ellas, he notado cierto desapego por tu cuerpo, cierto enfado porque no es todo lo perfecto que tú querrías que fuera. Lauri, ya no voy a juzgarte por cómo seas físicamente. Ya comienzo a aficionarme a ti por lo que eres en tus palabras y en tus sentimientos: no voy a juzgar otra cosa. Solo te dije el primer día que me parecías muy atractiva. Prefiero la piel trabajada, con arañitas de los partos (no conocía esa acepción de la palabra), a la piel tersa, como de muñeca de goma, de las insulsas chicas que anuncian cremas, perfumes o champús. También prefiero el código de barras sobre el labio superior a los labios recauchutados como morcillas de algunas amigas mías aficionadas al bótox.

Desde que te conozco, tengo a veces la fantasía de que vivo en Nueva York, en la Gran Manzana, y no a este lado del charco, en esta paramera española. Quizá soy una decoradora famosa o una galerista que te ha conocido en una exposición de arte futurista y se ha aficionado a tu compañía porque eres tan distinta de las mujeres de su ambiente. En la soledad de mi
penthouse
, en el edificio de Manhattan, me pregunto nuevamente por qué no me invitaste a tu casa el otro día. Acaso estaba el salón desordenado, o había sobre la mesa un cenicero repleto de colillas rancias y alguna revista de cotilleos que desdiga tu condición de chica culta y leída. ¡Qué bobada! Te prefiero como seas, no como quieras fingir que eres. ¿Qué amistad es esta con tan escasa confianza?

Quizá otro día te invite yo a mi apartamento, si quieres subir. Y te prometo que no lo ordenaré para la visita: dejaré el desastre de libros y muestrarios de tapicería (recuerda que en mi fantasía soy decoradora) sobre mesas y suelos, invadiéndolo todo, y los platos sucios del último almuerzo en el fregadero (un almuerzo de carnívora, pero habré cuidado de tener en el frigo unas lechugas y algunas otras hierbas para mi amiga vegetariana).

¿Desde cuándo eres vegetariana? A todos nos enseñan a comer carne, y especialmente, a los argentinos, según creo.

Laura bonita. Te dejo por hoy. Dos besos en las mejillas.

Concha.

 

Dos días después:

 

Conchita:

Veo que tus días no aminoran el ritmo. El mío fue igualmente agobiante: de mañana, compras (la despensa estaba casi vacía), de tarde, biblioteca, casi una hora y media de aburridísimo coloquio con el fichero central... Total que llegué a casa pasadas las diez de la noche. Y todo esto trajinado sobre mis sandalias con diez centímetros de taco y dos de plataforma! Siempre a lo loco y siempre de acrobacias sobre mis zancos.

Te preguntabas por qué no te invité a casa aquella tarde. Ya sabía yo que guardarías una leve distancia, por esa delicadeza de mi buena amiga, pero sucede que el sofá de mi sala-comedor (la casa es muy pequeña) es de dos piezas. O sea, forzosamente quedaríamos muy juntas y yo no sé qué sugerencias me podría hacer esa inquietante cercanía tuya, ya sabes que soy lesbi (ja, ja, es broma).

Ahora algo más en serio: comienzo a desconfiar del resguardo de tantas aguas en el medio, ¿no serás un poco bruja, un poco adivina?, porque efectivamente en mi saloncito había un cenicero con colillas, y un gran desorden, aunque no la revista de chismes, pero sí una buena resma de libros.

En cuanto a lo de tomar aquella copa, pues, no sé… en casa nunca tengo bebidas de esas. Por aquello del yoga, el ayurveda y todo eso… y también por falta de antojo. Tendría que invitarte a mate. La próxima vez que demos un paseo por Brooklyn llevaré una matera. Y pienso convidarte, solo porque pruebes el gusto fuerte y recio de nuestro mate. También para reírme un poco viéndote hacer caras, pero disimulando el asco para no parecerme ingrata: a fin de cuentas, yo solo estoy enriqueciendo tu paladar viajero.

No hay licores en esta casa, aunque te confieso que de vez en cuando me gusta un sorbito alcohólico, sí. Sobre todo en invierno, cuando viene alguna amiga. Entonces es bienvenida una copa de grapa. Con miel, eso sí, porque sola es algo del todo imposible. Sigo indecisa… porque también está el detallecito bien sabido de que libera las emociones y (ya quedamos en eso) tengo la sagrada misión de resguardarte. Tú eres una señora respetable de la alta sociedad madrileña y no tienes por qué verte en lenguas si se conoce tu amistad con esta argentina tronada.

Ay, Conchita, no sé qué me pasa hoy que no consigo hilar una conversación seria. Me perdonarás que te tome un poco el pelo?

Verás que tengo pocos hábitos de comunicación social. Soy un poquito salvaje. También es posible que a veces confunda la simple amabilidad con algo más (los indios estamos poco habituados a las cortesías de la vieja Europa). A ello se suma mi escasa experiencia erótica. Te dejo ahora para mirar el horno, galletas de jengibre. Luego sigo.

 

Una hora después:

 

Conchita, se me olvidaba. Que cuánto hace que soy vegetariana? Humm… me parece que hace como veinte años. Pero no fue una elección, fue más bien una gradual toma de conciencia: un buen día comencé a sentir con desagrado el sabor de las carnes. Pensaba en ese modo en que se cría a los animales para ser comidos, vacunas antibióticas, anabolizantes, piensos hechos con «nutrientes» químicos y antinaturales (ya no hay que recordar lo de las vacas locas). Ese no es modo de tomar sustento de la naturaleza. Cómo los animales van a seguir tolerando un acuerdo de vasallaje, si nosotros ni siquiera respetamos la integridad de su vida y hacemos un filme de horror con las carnicerías y los criaderos?

Y después, muy orondos y hasta indiferentes, nos comemos esas pestes y toda aquella angustia. O es que los animales no sienten? Ya casi todo está envenenado, Conchita mía. Y si no volvemos a un modo sagrado de alimentarnos de su esencia, entonces yo prefiero abstenerme. Con lo cual, estoy segura, soy una bendición para el planeta! Un día, cuando llegue al cielo, san Pedro me dirá: «Ah, Laura, bienvenida! Tomá, aquí tenés tu arpa de arcoiris y esta confortable nube lila para que descanses». Así que, no solo por conciencia, también por avaricia de los deleites celestiales, es que yo soy vegetariana. Ah, humana codicia…

Un beso, amiguita.

L.

 

Cinco horas después:

 

Hola Concha, otra vez esta pesada, que ha estado meditando sobre lo último que te dijo y cree que debe aclararte algo: no soy «medio
hippy».
Admito que a veces me disfrazo de
hippy,
lo que es distinto. El movimiento ya estaba decadente cuando mi adolescencia, y, aunque sigo pensando que fue una reacción social del todo saludable, la irrupción de las drogas lo arruinó. Y tengo mi teoría: en la cultura occidental no tenemos un sustento espiritual, cosmológico, que pueda contener una relación mística con la Madre. Los chamanes del Perú, por ejemplo (y de tantos otros pueblos), nacen y viven herederos de tradiciones muy antiguas, y sostienen un vínculo sano y respetuoso con la naturaleza. Ellos no son adictos. Son hombres y mujeres que usan sabiamente y con dosis reguladas unos recursos para una comunicación con el mundo infinito y subyacente del otro lado. Aquello del Gran Espíritu. No buscan un viaje de escape, ni tampoco una experiencia de borrachera mística para contar después a los amigos. Cuando toman drogas, los hijos y guardianes de la Tierra buscan contacto con esa entidad mayor de la que hablamos y buscan guía, buscan conocimiento. Nosotros, en cambio, nos envenenamos…

Quizá deba aclarar que, aunque mis padres no me impusieron religión alguna (ellos eran ateos), yo las buscaba desde muy niña, porque tenía sed de Dios. Y sí, es verdad que recorrí de botón a comisario, como dicen por aquí: busqué en el budismo, entre los bautistas, leí a Nietzsche y a Lin Yutang, al filósofo Sartre y a los dulcísimos Padres de la Iglesia. Fui con los amigos de John Smith, me hice agnóstica, tuve (y tengo) un amigo que es pai de Umbanda, otro (que ya te dije) fue monje dominico, con todos hablé del misterio divino. Fui a reuniones de mujeres que adoran a la diosa… todo.

Ahora soy practicante de ayurveda y he encontrado mi paz de espíritu y mi concordancia con el resto de la Creación, o sea, el lugar armónico que en ella ocupa este átomo infinitesimal que soy yo.

Pienso que los adictos de nuestra cultura son personas sensibles, sin coraza, y razonablemente decepcionados de nuestro sistema, de nuestros valores. Les tengo compasión y un tierno amor por eso. Porque me puede la inocencia cuando es débil y me conmueve el sufrimiento que hay debajo de toda esa porquería. En fin, ya ves, caracola, por qué me quieren tanto los desclasados de mi vecindad!

Ahora sí me despido.

L.

 

Un día después:

 

Laura querida:

No sé cuál es mi orden. Quizá soy rara. Los hijos, desde luego. Y por la calle miro hombres hermosos, los evalúo y los deseo. Pero ya son inalcanzables. He notado que los chicos jóvenes, cuando me tienen delante, no me ven: miran a través de mí. Mi hija a veces alude a un conocido mucho más joven que yo y lo considera un viejo. Y, sin embargo, yo me siento tan joven por dentro, tan vigorosa, tan llena de deseos de vivir a pesar de las limitaciones, tan ahogada en esta vida pautada, consumista, absurda.

Quiero saber muchas cosas de ti. En realidad, quiero saberlo todo. Solo que me reprimo para tomarlo en dosis adecuadas, que me dé tiempo a digerirte, a incorporar alma a mi alma, fusión de almas (así hablan ciertos poemas arabigoandaluces copiados de Persia).

Mis días son muy atareados, aunque en el fondo vanos, llenos tan solo de esa fronda vegetal inútil que se pone en los cuadros para evitar el vacío. El trabajo en el que ando ahora, las cestas de navidad para repartir en la ONG me entusiasma algo más, o me aburre algo menos, porque dos mañanas por semana me dejan cansadísima, para el arrastre, pero ¡qué placer ver tanta felicidad que repartirás entre gente necesitada! El resto del día, las lentas horas, pasan en el aguardo, impaciente, de tu carta o tus cartas. Esta la escribo a media tarde, en soledad. Las tuyas las leo por la noche, la ventana del estudio entreabierta, respirando el perfume del pinar que arrastran los aires fríos de la sierra cercana.

Oigo el cierre del garaje. Ha llegado Emilio. Bajo a recibirlo. Te abraza,

Concha.

 

Un día después:

 

Querida Concha:

Hoy hemos tenido un día entretenidísimo Susan, Jennifer, June y unas cuantas amigas más. Somos activistas de una asociación en pro de los derechos humanos y hemos subido a NY, a Times Square, a protestar cívicamente por el comportamiento de los policías estatales con los afroamericanos. Supongo que vuestra televisión ha transmitido la noticia: la semana pasada un policía mató a tiros a un pobre niño afroamericano que jugaba con una pistola de plástico. Qué escándalo! Aquí, en Gringolandia, hay dos justicias, una para los blancos y otra para los negros. Bueno, fuimos con nuestras pancartas y nos enfrentamos con los policías, que son los perros del sistema, y después, como estábamos hambrientas de gritar y de correr, nos metimos en una hamburguesería, donde Julia devoró dos empanadas de carne de res y yo una ensalada César.

Me has contado del modo en que los jóvenes te miran. Es curioso, Conchita, a mí me pasa exactamente lo mismo, pero al revés. Los hombres de mi edad no me registran! Yo solo soy visible para algunos más jóvenes (los edípicos, seguramente), y es algo tan patético y hasta ridículo. Esto empezó cercano a mis cuarenta. Al principio la cosa era bastante divertida. Bueno, yo me río buenamente de todo (de lo bueno y lo malo que me pase). Después pensé: «Esto es un poco extraño…». Andando el tiempo, ya se puso inquietante: «Será que nunca podré encontrar a alguien con quien no tenga que hacer de diccionario?» Y así seguimos, amiguita, en esta pavorosa soledad…

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