Mujer sobre mujer (10 page)

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Authors: Carmela Ribó

BOOK: Mujer sobre mujer
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Un minuto después:

 

Aguarda. Te llamo yo.

 

Seis horas después:

 

Lauri querida:

Vayamos por partes y ordenadamente. Repaso tus últimos
mails.
La comida de anoche. Bueno, solo hubo una fuente de animales dotados de bigotes y pinzas, el resto fueron animales provistos de tentáculos, de caparazones y de valvas. Finalmente, hubo un par de fuentes de animales de pezuña, y para remate, postres de fresas, batidos, tartas, cremas, helados, turrones y otros elementos menos abominables para la princesa Pocahontas. Lo regamos todo convenientemente con Veuve Clicot y nos atragantamos con las inevitables uvas ante la televisión conectada con el reloj de la Puerta del Sol. Eso fue todo. El resto de la noche anduve un poco espesa, especialmente después de nuestro intercambio de
mails
y de nuestra conversación telefónica. Hoy me he levantado resacosa. He bajado a desayunar sintiéndome solo regular. Desnuda, he hecho un par de largos en la piscina en agua solo tibia, y, a pesar de ello, todavía no me siento despabilada. He llamado a una masajista de confianza que me ha amasado la carne entumecida y me ha aplicado no sé qué frotamientos en una rodilla que he traído dolorida de una caída en Baqueira. Mejoró bastante, ya casi no cojeo. Hace un día soleado, aunque algo frío.

¿Qué puedo contarte de anoche? La casa invadida, y yo sintiéndome más extraña y desplazada que nunca. ¿Qué hago aquí? Hoy envidio a Julia, que seguramente durmió abrazada a ti después de una noche de amor.

C.

 

Tres horas después:

 

Conchita amiga:

Me he despertado también resacosa, pero con una sensación de felicidad y plenitud por nuestra conversación de ayer. Fue necesario que estuviéramos un poco borrachitas para abrir nuestros corazones? Al parecer, sí. He preparado un café bien cargado, he encendido un cigarrillo y he vuelto a nuestros
mails
en la pantalla de Sofía. Qué hermoso regalo me ha traído el Año Nuevo! Estás segura? Hubieses pasado la noche abrazada a mí? Ese pensamiento me produce un cosquilleo agradable en el vientre, amiguita lejana.

L.

Sí, Julia se me abrazó, y así se quedó dormida, como una niña, pero no hubo nada más, malpensada.

 

Tres horas después:

 

Querida Concha:

Turbia mañana invernal, nieve detrás de los cristales, doña Estufa casi incandescente, y yo, arrebujada en una manta de viaje, miro las llamas ilusorias que desprende la falsa chimenea y vuelvo a quedar adormilada. Conchita, reina mía. Desde que hablamos (tu voz en el teléfono, tan cercana!), estoy en una nube. No es esto amor? Me tiembla el corazón de pensar que puedas haberte enamorado de mí, de esta humilde india huraña tan lejana (aunque yo te siento bien cerca). No sé qué decirte, solo que te quiero y que soy feliz, feliz, feliz como hace años no me sentía.

L.

 

Dos horas después:

 

Lauri bonita:

¡Uf, qué resaca! Tengo la cabeza pesadísima y un bolo en el estómago. Siempre lo mismo, los excesos navideños, pero esta vez con el alma en una nube de felicidad, ahora que estoy despejada, porque anoche me atreví a decirte lo que tenía que decirte, que últimamente no consigo concentrarme en nada y ando como alelada porque solo pienso en ti. ¿No es eso amor?

Si lo es, ¿cómo se puede amar a una amiga a la que jamás has visto, que solo conoces por unas pocas, pocas, fotos?

¿O lo nuestro es un arrebato de almas insociables, solas, perdidas en la inmensidad de una humanidad extraviada en la inmensidad del espacio infinito?

¿Qué va a ser de nosotras, princesa Pocahontas? O más exactamente, ¿qué va a ser de mí? Tan lejana y tan extraña, internándome en los vericuetos de tu alma. No. Quizá debí decir: tan lejana y tan extraña, internándote en los vericuetos de mi alma.

Lauri querida, soy una adolescente, soy la niña de las monjas, la del internado suizo, me he desprendido de toda mi vida reciente, me miro en el espejo y no me reconozco, no soy la de ayer. Hoy camino en medio de una tempestad de nieve cálida, ajena a todo, ajena a mí misma, ajena a cuanto me rodea, hoy floto en la placenta tranquila de mi felicidad recobrada y me afloran emociones que no sabía que volvería a sentir. Como el olivo viejo, ya casi petrificado, al que, de pronto, germina un brote joven, verde, del centro del tronco muerto. Como el olmo viejo del poema de Machado.

Bueno, princesa. Adiós.

Concha.

 

Un minuto después:

 

Lauri querida:

Quizá debiera haberte telefoneado para decírtelo, mi amor, pero no quiero iniciar la costumbre de telefonearnos o enviarnos mensajes por el celular que podría ser inconveniente en nuestras vidas obligadas. Aplacemos el hablarnos de viva voz para cuando algún día podamos encontrarnos o para, digamos, un par de fechas señaladas del año. ¿Te parece, princesa india? Dime tú en qué fechas te gustaría añadir ese rito a los de nuestra naciente religión.

Recibe un millón de besos suaves, quedos, dulces, menos dulces, más intensos y finalmente descaradamente exploratorios.

Te quiere,

C.

 

Un día después:

 

Querida Concha:

Entiendo las limitaciones del teléfono. Hagamos una cosa. Dejémoslo en tu mano, cuando tú quieras, de acuerdo? No quiero predeterminar nada que pueda limitar nuestra libertad y nuestra espontaneidad.

Ay, qué delirio el nuestro, caracola! Antes me interesaba mucho el conocimiento del mundo en su más amplio sentido, y era, en cierto modo, una filósofa. Me interesaban muchas menudencias que tienen que ver con la ciencia y con la historia: cómo se hacían las chozas palafitas, un zigurat, un acueducto, cómo se forjaba una espada persa o samurái, y hasta la precisa composición del kohol para alargar los ojos! Y cómo era el vínculo entre los seres? Cómo sería ser padre, madre, hijo, esposa, en una antigua cultura, digamos la sumeria? (Sin contar con que hay algo mucho más serio aún, que me hace devanarme los sesos desde siempre: de qué materiales harían las mujeres sus adherentes, por ejemplo en la Edad de Hierro o en el Antiguo Egipto?).

Hoy solo me interesas tú, que has irrumpido en mi vida como un cometa de ardiente cabellera devastándolo todo. Recuerdas
La Celestina
? Melibeo soy y a Melibea amo? Pues, similarmente, yo estoy enconchada, soy Concha y a Concha amo.

Tanto es así que a veces me pregunto si alguna vez antes de vos en verdad sentí algo que mereciera llamarse amor. Tengo la sensación de que viví experiencias de algún modo introductorias, algo faltó, algo que no sabría definir bien qué es, pero sí puedo sentir: lo que me ocurre ahora es de una magnitud que difícilmente se podría comparar con aquellas historias. Claro que entiendo que ningún amor es igual a otro. Pero esto que yo siento por vos, caracola, es algo antiguo, subterráneo, algo que pugnaba por ser y que siempre ha estado latente en mis deseos más íntimos. Es plenitud. Es eso. Una inquietante sensación de haberte conocido desde siempre, de no saber quién sos y tener asimismo la certeza de estar enamorada. Ya sé que suena cursi. No me importa. No tengo explicación, ni racional ni de ninguna clase. No lo intento tampoco. Me basta con sentir lo que siento. Y me hace feliz reconocer esta emoción que me abriga, me devuelve los sueños, el deseo y estas ganas de estar con vos, aunque sea a través de nuestras cartas y en este extraño mundo que construimos. Te quiero, Concha.

Soy tu princesa.

Laura.

P D: Esta carta ha resultado muy erótica. No era la intención. Pero… prometo que en la próxima volveré a cauces más formales.

Estoy muy inapetente estos días. Me he sentido tan vapuleada por tantas emociones que me olvido de comer.

En cuanto a los besos. Nadie, nunca, jamás me los ha dado de ese modo. En esto reconozco que serás una maestra para mí, pues me derriten tanto (solo de imaginarlos) que llevo el día medio atontada y sonriente sin motivos explícitos. Será por eso que la gente me mira de un modo raro, y Julia, que pasó por la mañana a tomarse un matecito, me preguntó si algo me pasa, porque me encuentra taciturna… Taciturna yo?

Ya sé que es una incordiosa, procuraré mantenerla a raya, que no vuelva a darme la tabarra ahora que está serena. Por cierto, sí, la otra noche dormimos abrazadas, pero no hubo nada. Yo me había puesto precavidamente unos piyamas que son como un traje de buzo. Sigue tan celosa como al principio, a pesar de que las cosas habían quedado claras: amistad sin más intimidades. Y yo sigo tan reservada como es mi costumbre. Yo sé que no es por mala que ella te siente esos celos. Esas envidias. Julia cree en la pobreza, en la escasez, en un ordenamiento basado en la injusticia. No puede ver todavía que todos, cada uno, tenemos al alcance de la mano una opulencia que nos pertenece de modo intrínseco, pero no inadvertido; hay que alargar la mano y adueñarse. Plantar esas banderas requiere también una tarea previa: sentir que uno es merecedor de ellas.

Yo sigo amándola con tierna compasión. Le digo que es muy bella, que es mi mejor amiga. Alabo lo que sea que ella haga en sus tareas. Siempre está buscando la aprobación ajena y necesita como el aire que la tengan presente. Y la verdad es que no me cuesta mucho. Ella me mima como si yo necesitara de más dulzuras. Me compra chocolates, me deja cartitas en hojitas recortadas con esas tijeras que hacen piquitos. Me es tierna y dedicada en todo.

Yo entiendo claramente: me da las cosas que secretamente está pidiendo a otros. Ha vivido desde niña sin sentir el amor que nunca le brindaron los que deberían haberla protegido con ese escudo. Por qué no habría de consentirla y hacer como que no veo sus otras mezquindades?

Esta mañana estuve en un mercado oriental (me encanta Oriente, ya sabes) y compré pétalos de azahar desecados. Los pones en agua con un poco de esencia y se refrescan y perfuman suavemente el ambiente (usáis eso por allá?).

Imagino que a estas alturas estarás ya muy cansada de leer mis bobadas… Hagamos algo, Conchita: yo me despido en esta y a continuación arremeto con otra, en donde te hablaré de tu discreto rechazo para telefonearnos y de cuánto me han gustado tus besos, aunque sean por correo…

Laura.

 

Siete horas después:

 

Lauri querida:

¡Hummm, así que pétalos de azahar! Aquí no los desecamos, los obtenemos directamente de los árboles. España es un país de naranjos. Los naranjos adornan las calles, especialmente en Sevilla y otras ciudades del sur. Cierro los ojos y me imagino penetrando en tu alcoba guiada por el aroma de los pétalos en tu mesilla de noche. Tú duermes y yo te contemplo, enamorada.

En mis sueños (sueño mucho despierta últimamente) te he visto pasar cubierta con un velo, bajo las palmeras de algún remoto y recóndito lugar, y he codiciado tu piel y la miel de tu mirada y las palabras de tu lengua. Dame agua de tu cántaro y seamos la una de la otra. ¿Una casa de adobe? Desde que supe que ibas a ser mía, como yo tuya, la he construido. Cerca del mar, en unos parajes cercanos a las ruinas griegas que quizá fueron el hogar de la lejana Safo, en la bahía de Gera, en Mitilene.

He escogido un lugar alto, a un paseo de la playa. La casa es de solo una planta, pequeña pero suficiente. Abajo está tu alcoba con una cama espaciosa y un arcón para la ropa y los enseres delicados. En otra habitación hay un pequeño hogar que calienta e ilumina, una mesa, poyos corridos con almohadones a lo largo de la pared. En el porche, un emparrado con tres parras cuyos troncos ascienden apoyados en tres fustes de columna traídos de las ruinas de Tarti, al pie de las colinas. La parra estará en su esplendor en verano y dará sombra refrescante, pero en invierno perderá las hojas, permitirá que entre el sol a calentar la casa. He previsto en un ángulo del porche un lebrillo capaz que te sirva de bañera. Lo llenas de agua (el pozo está cerca) y descorres la persiana de cañas para que el sol la caliente todo el día. Al caer la tarde, el agua estará calentita. Dejas caer entonces la cortina de cañas, y te bañas desnuda. Te frotarás con aceite perfumado. Te vestirás con una túnica ligera y aguardarás mi llegada contemplando las aguas turquesa y azul del mar. Yo regresaré pronto de la aldea y de los caminos, de la vida azarosa que llena mis horas. A veces te traeré una sorpresa, alguna chuchería exótica adquirida de los buhoneros que andan por las posadas.

Esa casa tuya y mía se llamará Mitilene, en memoria de aquella playa donde fui feliz cuando estuve en Lesbos. No ha habido muchos Mitilenes en mi vida.

Por ahora, dormiré fuera, en el porche, bajo las estrellas, sobre un camastro. Aguardaré hasta que tú quieras admitirme dentro. No necesito explicaciones. Un día aparecerás a mi lado, contemplarás mi sueño, yo despertaré, me tomarás de la mano y me llevarás contigo.

Tampoco a mí me gusta el sol. Siempre he huido de él. Fui climatológicamente feliz aquel año mío en un internado suizo, cuando hizo el peor invierno del siglo y en seis meses no se vio el sol. Todo el mundo se quejaba y yo me regocijaba. Rara que es una.

Junto a la casa, donde su sombra no incomode, he plantado tres cipreses. Ahora mucha gente cree que son árboles de cementerio, pero tú y yo sabemos que son árboles de bienvenida. Por eso los plantaban antiguamente los romanos en villas y caminos.

Debo confesarte que tengo hambre de sexo: ¿te creerás que solo lo hago contigo? Mis relaciones dentro del matrimonio son fraternales; el deseo se extinguió hace mucho tiempo y no se ha vuelto a reavivar. Él se arregla con su amante fija y con otras eventuales, según sospecho (alguna vez me he topado con cajitas de viagra). En cuanto a mí, he tenido amantes ocasionales, de ardores que se apagaron hace años, y después solo una breve aventura de una noche en un viaje. Ya no he buscado más. Mi pasión ha vuelto solamente contigo, con joven virulencia del todo inadecuada para mis canas, lo sé, pero ya me resigno a ella y ciertas íntimas ceremonias que comenzaron a menudear en nuestros comienzos, después se hicieron exigencias diarias y ahora se estabilizan en una confortable rutina. Incluso en días de mucho trajín, aprovecho las calmas para solazarme en tus fotos que llevo en un archivo del móvil (Mitilene) y contemplo varias veces al día. ¿Lo recordarás esta tarde cuando te desnudes ante el espejo y mires lo que yo quiero ver y gozar? No, no lo recordarás, amiga ingrata.

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