Authors: Carmela Ribó
Yo soy un alma buena, caracola, (está mal que yo misma lo diga, pero es cierto), y también suave y apacible, pero me enojo fácil cuando algo me contraría o se interpone en mi vida con demasiado empeño para mis paciencias. Y últimamente todo hace fila y se acomoda para entorpecer mis proyectos.
Por fin te encuentro en el chat! Me pone tan nerviosa hablar contigo, porque es en simultáneo y hasta me siento cohibida y más tonta que nunca! Es una niñería, lo sé, mi amor. Todas mis emociones se agolpan en esa ventanita y quieren salir sin orden, atropelladamente… Y con tan poca ilusión de cercanía, mi corazón se siente revivir. Te adoro, Concha. Si algún día vos me olvidaras o te cansaras de mí, yo no sé cómo haría para seguir la vida. Te quiero y lloro mucho últimamente, sobre todo cuando me abruman estas emociones y mis temores. Mi amor quiere salir de esta prisión del tiempo y solo se lastima y te lastima… Perdón, mi dueña. No tengo otro consuelo más que tus palabras. No seas mezquina con tu princesa, dueña de mi vida! Y no me importa que estés cansada, agobiada y con el pensamiento en otras cosas: no dejes de escribirme, te lo ruego, caracola.
Leo tus cartas antiguas mientras aguardo la llegada de las nuevas. Me gustó tanto la carta de Mitilene! Ese jardín de ensueño, la cabaña que levantaste para nosotras… Mi dulce señora! Yo no quiero ser cruel con vos, yo quiero amarte con toda mi alegría. Pero ella a veces se me ausenta cuando te siento lejos, y me duele el deseo, estas ansias de atormentarte y hacerte prisionera, de robarte del mundo para mí sola…
Hoy te gocé con todo mi dolor, con toda esa agonía de amor insatisfecho… ahora solo quiero descansar, dormir feliz, apaciguada, sabiendo que mi dueña también me quiere. Te beso, amor. Descansarás conmigo en nuestra alcoba? Tu amor me hace feliz y a veces me enloquece… Perdón, caracola, perdón, perdón. Vos tendrás que quererme con todas mis hojitas, porque
Soy tu princesa.
Cinco horas después:
¿Añoras mis letras, caracola? Hoy no tendrás queja.
Bien, pasemos ahora a los temas pendientes. Nuestros sueños. Quizá algún día, caracola pueda darse un respiro y mudarse a otra casa entre los campos donde vivir conmigo. Será una casa sobria de dos plantas y con muebles antiguos, pero anacrónicamente alhajada con algunas comodidades del siglo XXI. Tendrá un huerto con árboles frutales y un jardín florido que cuidarás en los descansos de la faena. No ha de estar muy lejana del pueblo y sus modernismos, tiendas y librerías, supermercados, dentistas y matasanos. Esta casa ha de ser un remanso, y contaría con la ventaja inapreciable de estar lo suficientemente alejada de enojosos compromisos de damas ociosas y fisgonas, de partidas de bridge, de roperos, de rastrillos, de cenas de tiros largos, de toda esa barahúnda de compromisos en la que andás empantanada día sí, día también. Libertad, libertad, libertad. Nosotras solas ante el mundo, como Thelma y Louise!
Cuando necesites un
personal
trainer
, yo tengo esta y muchas otras ideas para que caracola gane su santo retiro!
No iba a agobiarte, te lo aseguro. Si no pudieras pasar sin el rastrillo o sin el banco de alimentos, yo estaría en nuestra casa tranquila aguardando tu regreso de esos ejercicios para frotarte la espalda y los brazos con una esponja y agua tibia. Te invitaría después a dormir una siesta. Es por el mucho frío, amor, y por darte reposo en tus tareas… y porque me he quedado muy inspirada con esos nuevos lugares de tus mapas y nuestro encuentro.
L.
Una hora después:
Aquí me tienes aguardando a mi amiga Pilar Suanzes en la joyería Suárez para aconsejarle en un regalo. Mientras, no dejo de pensar en ti. ¿A qué sabe tu piel, princesa guajira?
C.
Tres horas después:
Caracola se pregunta a qué sabe mi piel. No lo sé, mi vida! Pero te contaré qué es lo que uso: hoy me duché con mucha espuma de jabón de glicerina, después me puse una crema con aceite de almendras y rosas en todo el cuerpo. Todo. Tendrás que hacerlo por mí, cuando estemos juntas. Digo, ya que pensás enjabonarme en la ducha, después te tocará la ceremonia de mis cremas. Mi piel es delicada, caracola, y necesito conservar su humedad con mis potingues. A continuación, quizá pondré unas gotas de Poivre Caron (no me conformaré con menos) en el cuello y las muñecas. Y estaré lista para empezar el nuevo día. Te gustarán esas molicies, esas suavidades con aromas, y hasta es probable que después regresemos al lecho, todavía cansadas de nuestra larga noche, solo para besarnos de puro viciosas y contarnos alguna anécdota peregrina y olvidada. Te levantarás luego, porque estarás hambrienta, yo, todavía desnuda, te ayudaré a prenderte la blusa, y habrá más besos y risas, claro! Prepararás tu desayuno de pan tostado y yo voy a comerme una naranja, con gran escándalo de chupetones angurrientos, porque yo casi siempre me despierto con sed, pero de naranjas.
Hoy tuve otro día de esos fatigosos con bancos y facturas y compras... En un momento, me puse a imaginar un mediodía en nuestra casa de adobe, en Mitilene. Vos andabas en tus cosas, y yo, muy gentilmente, me ofrecí a preparar el almuerzo: dos tomates picados, uno en cada plato. Eso sí, bien engalanados con una rodaja de limón en cada uno. Me reí sola por la calle, imaginando tu carita entre risueña y asombrada por el vil atropello! «Princesa, que con esto voy a perecer de inanición! Venga, fuera de la cocina! Que voy a rellenar estas miserias con un buen filete de buey sangrante!» Y después de soportar mis risas, murmurarás por lo bajito, aunque te oiré de todos modos: «Quién me mandará a mí… a estas alturas… enamorarme de una vegetariana… Entre lo debilitada que me trae y la cascarria que prepara de almuerzo… me dejará en los huesos!». En esas cosas entretengo mis ansias, mis ternuras, que ya no sé dónde guardarlas porque se han hecho inmensas de tanto añorarte, Concha.
Qué dirías, caracola, de mi regio almuerzo? Ah, tengo tantas ganas de conversar con vos, de reírnos juntas, de inventarte besos y caricias para mimarte, para volverte niña para mí. Te quiero, Concha.
Soy tu princesa.
PD: Bueno, sigo contando. Julia anda medio mohína conmigo porque no acaba de acatar mis reservas. Y sí, ya era hora… no contesté a una sola de sus llamadas. Y aunque la sigo tratando con dulzura, ya no le dispenso el trato íntimo y confiado de otros tiempos. Ha adelgazado y me da mucha pena verla tan apocada, pero ella sola se encarga de enfriar nuestra amistad…
Un día después:
Lauri bonita:
¿Por qué has cortado con Julia? No quiero que nuestra relación termine con una amistad tan antigua y tan abnegada. Me sentiré culpable. Tampoco quiero que te quedes sin amigas. Creo que debes hacer las paces con ella. Que Julia te siga visitando y te siga dando cuanto te daba y recibiendo de ti la misma ternura, ¿de acuerdo? No quiero que nuestro amor proyecte sombra alguna, solo luz, luces. Y quiero que aceptemos cualquier fuente de placer como legítima. Como dice la Biblia, escasos son los días del hombre sobre la Tierra (y no digamos los de la mujer, aunque nuestra expectativa de vida sea mayor), ¿por qué no aprovecharlos?
De tus razones infiero que crees que me preocupa mucho cómo seas físicamente. Te aceptaría igualmente si no fueras bella y atractiva como eres. No quiero que esas brumas se interpongan entre nosotras. Si te he pedido fotos es porque la mirada del cuerpo complementa la del alma, no por otra cosa. No por evaluarte como objeto sexual. ¿Qué sexo puedo esperar con medio mundo por medio, inmenso, oceánico, entre la amiga remota en la que pienso y yo? Sexo virtual. Sé que eso existe, que al menos existe la palabra, pero no sé en qué consiste ni que sea algo más que una palabra vacía de sentido, como tantas otras.
Y ahora te diré los sentimientos que suscita en mí verte por fin y abarcarte con la mirada en esa chica del embarcadero. ¡Qué linda mujer eres! Tienes las piernas carnosas, y presumiblemente también los muslos y los brazos. A mí no me gustan las modelos anoréxicas, sin pizca de chicha, efébicas. A mí me gustas tú. Me gusta la mujer que creció a partir de la chica de esa foto. No te lo digo por halagarte, pero tus partes son muy de mi gusto. Una mujer deliciosa en el cuerpo de una mujer deliciosa, alma y materia armónicamente conjuntadas.
Te escribo esto en un descanso de ordenar los armarios, labor que prefiero no dejar a las asistentas (las mucamas decís vosotros, ¿no?), porque, si lo haces, te lo curiosean todo, y porque los armarios son el último reducto de intimidad que nos queda, ¿verdad? Especialmente los cajones de la lencería. No vayas a creer que tengo mucha lencería pecaminosa. Cuando era más joven, la tenía. Entonces Emilio me compraba conjuntos negros, que son los que le excitan a él. Ahora, ya no. Supongo que se los sigue comprando a la furcia. Yo he dejado de ser sexy para él, y me alegro, así me deja en paz. La lencería que me compro, cuando es fina, quizá con alguna perlita colgando bajo el ombligo, me la compro para mí, me gusta a veces mirarme en el espejo del ropero, pensar que sigo siendo atractiva, coquetear conmigo misma. En fin, tonterías. Bueno, regreso a los armarios. Con un poco de suerte, los acabo hoy. Debo estar algo cansada, porque esta mañana desperté anormalmente tarde, algo así como a las ocho y pico, cuando suelo despertar a las siete o poco más.
Ese beso tuyo que sabe a mar, ¿dónde?
Concha.
Cuatro horas después:
Concha, en cuanto a lo de mi vínculo con Julia, debo aclararte que yo hago lo que me place con quien me place y cuando me place. Y si quiero o no continuar con ella es asunto enteramente mío. No obstante, te voy a contar algo: yo no puedo estar con una persona mientras sueño con otra. He sido y soy obtusamente fiel a mis emociones. Si estuve con Julia fue por aquella sabia máxima de mi amiga Salomón (es verdad, se llama así): «Y bueh… es lo que hay…».
En cuanto a mi relación con Julia, sigo en mis trece: he sido más que paciente y comprensiva con ella, pero ya me decepcionó una vez. No iré por otra. Cuando las personas demuestran tan fehacientemente que son egoístas y que bien poco les importa el otro, además de reconocer que tienen una incapacidad para bien amar, yo suelo poner una saludable distancia. Me cuesta ser expeditiva en estos casos, pero una vez que tomo la determinación de alejarme, ni siquiera me molesto en explicar mis razones. Yo puedo amar intensa y generosamente a una persona, pero, si me defrauda con su desamor o su egoísmo, qué otra cosa podría hacer que no sea terminar con ese vínculo? Si un vínculo no da para más, pues que así sea. Afortunadamente, no me alimento de la energía de las personas. Puedo estar sola y sentirme igualmente plena y feliz conmigo misma. Bueno, más acertado sería decir que vivo en un sereno contento con mi vida. No sé por qué esta carta ha salido tan centrada en mis cosas. No está bien, lo sé. Intentaba contestar puntualmente a la tuya, porque quiero que vos me conozcas, aunque sea a través de esta versión de mi propia mirada.
Y no creas que no he sentido también cierta culpa: no me hacía feliz demorarme en una relación en la cual simplemente me dejo querer, mientras la otra va abandonando de lado las oportunidades que yo misma tuve antes y viví ampliamente. Me entenderás bien, así que no voy a ahondar en este punto. Terminé con ella porque ya me pesaba y porque no puedo estar con una mujer cuando en realidad no es lo que quiero. Y no ha sido por monjita, ha sido por ser límpida y coherente conmigo. Me rehúso a mentir: sé que, si alguna vez lo hiciera, mi ser más elevado se alejaría de mí y me quedaría muy sola sin su compañía. También creo que ya he padecido suficientemente y no voy a sumar karma sabiendo que lo hago.
«Lo que das, vuelve». Intento no olvidarme.
Leyendo tu carta me ha asaltado la punzante sospecha de que tus deseos respecto a Julia serán por mantenerme convenientemente contenida para que nunca se me ocurra la idea estrafalaria de tocarte el timbre un día de estos. Pero no temas, Conchita: para empezar, estás muy lejos. Para seguir, ni sé dónde es tu casa ni me interesa, y ya te dije que no soy de las que se invitan solas. Más bien estoy acostumbrada a conceder de mi augusta presencia, luego de muchos ruegos. Me hago desear y soy un poco vanidosa, sí. Recuerda que soy Pocahontas, una princesa altiva. Posiblemente he sido demasiado apasionada, porque suelo escribir (y decir) lo que siento sin muchos circunloquios. (Esto me ha ganado enemigos idiotas y también inteligentes amigos en la vida). Ahora, te digo para tu tranquilidad que no pienso irrumpir ni en tu vida ni en tu hogar ni en ninguna de las establecidas normas de tu existencia. Son tus lugares, tus formas de ser, tus tradiciones y tu mundo. No los míos. Y yo no soy de las que entran sin permiso. Así que, si por asomo imaginaste que era algo así como aquella loca de
Atracción fatal
, pues nada más lejos.
A este propósito, déjame decirte que, en cuanto a lo del celular, no me importa cuánto digas acerca de que no te gusta y que sos anticuada: lo que ciertamente querrías evitar es que alguien intercepte una comunicación que, comprendo bien, ha de ser conflictiva para vos. Ya no voy a insistir más con eso. Acepto el trato. Y si alguna vez me enviás un mensaje cediendo a la tentación: tendrás que hacerte cargo. Yo no estoy aquí para enmendar tus pasiones. Ni tus «actos fallidos» con respecto a mí.
Caracola, no creas que hoy te amo menos. (No pensaba confiarte esto, pero tampoco quiero tener otro disgusto contigo: estoy con mi regla y bastante malhumorada. Ya pasará…). Te quiero siempre y te beso despacito y con suspiros en tus labios y en tu cuello.
Lo siento. No quise entristecerte.
L.
Un día después:
Querida Pocahontas:
¡Qué dura has sido conmigo! Leí tu carta ayer y desde entonces ando sumida en una tristeza como hacía tiempo que no sentía. Mi propuesta era del todo inocente, era una manera de decirte que no soy celosa, que puedo compartirte con Julia sin que por ello se resienta mi amor. Siempre he supuesto, o lo he entendido así por tus cartas, que tu relación con Julia era más bien de amistad con derecho a roce, como aquí se dice, o sea, con una parte física. Yo de esa parte no tengo celos, porque estoy segura de que el amor que me das a mí no se lo das a otra. Lo digo mirando también a mi amor. Quizá también porque hace tres noches Emilio vino a visitarme y pasó la noche conmigo. Eso pasa no más de dos o tres veces al año. Al día siguiente me hubiera gustado decírtelo, simplemente porque había ocurrido, pero no me atreví pensando que sentirías celos. Después me dije, ahora la traicionas si no se lo cuentas. Y finalmente pensé, quizá absurdamente, que yo tampoco tendría celos si lo haces con Julia, porque aunque a ella le des ternura y amistad, tu amor se reserva para mí.