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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Mujeres estupendas (20 page)

BOOK: Mujeres estupendas
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—Mira Sara, no voy a negar que la idea de tenerte en Madrid me hace mucha ilusión pero… —le da una calada nerviosa al cigarrillo—. ¿Has pensado dónde vas a vivir?

Aunque me esperaba que dijera algo así no puedo evitar que me duela. Si Ruth demostraba un comedido entusiasmo ante la posibilidad de que me vaya a vivir a Madrid, era mucho pedir que diera por sentado que íbamos a vivir juntas.

—Pues me buscaré un piso, como hace todo el mundo —respondo resuelta.

—Sara… —comienza a decir apesadumbrada—. Sé lo que piensas. Y sé que lo más lógico sería que yo te dijera que te vinieras a vivir conmigo pero… sabes lo que pienso sobre ese tema. No quiero una convivencia. Al menos no ahora.

—Lo sé, Ruth, no hace falta que le des vueltas. Me buscaré un piso compartido y asunto resuelto —le digo tajante. Noto que mi tono de voz ha sido demasiado agresivo.

—Joder, nena… —se queja.

—Que no pasa nada, Ruth, en serio —le digo tratando de ser conciliadora.

—Pero seguro que te hacía ilusión lo de que viviéramos juntas.

—¡Claro que me hace ilusión vivir con la persona que quiero! —exclamo—. Pero si no puede ser pues no puede ser. Además… —dejo la palabra en el aire.

—¿Además qué? —pregunta ella extrañada.

—Además, estando en Madrid tendré más tiempo para hacerte cambiar de opinión… —le digo con una sonrisa maliciosa.

Ruth se echa a reír con ganas y tira de mí para besarme. Justo en ese momento escucho cómo una voz masculina pronuncia mi nombre con una alegría que no me suena del todo sincera. Me aparto de Ruth y busco con la mirada al autor de la llamada. Y se me hiela la sangre al descubrir frente a mí, junto a la mesa, a Pablo. Un Pablo sonriente, con aspecto de haber estado pasando el día también en la playa, que lanza miradas curiosas a Ruth mientras yo finjo normalidad, me levanto y le saludo con dos tímidos besos en las mejillas.

—¡Vaya, Sara! ¡Cuánto tiempo! —exclama él dándome palmaditas en el hombro y agarrándolo con una familiaridad que me resulta molesta.

—Sí, mucho tiempo —afirmo. Por el rabillo del ojo veo que Ruth también mira a Pablo con curiosidad. Los dos se escrutan el uno al otro. Pablo seguramente intuyendo que Ruth es mi pareja. Ruth preguntándose quién será este tipo que me saluda como si hiciera mil años que no me ve, lo cual, por otra parte, es cierto.

Ruth comienza a levantarse de la silla con la evidente intención de presentarse o esperar a ser presentada.

—Ruth, este es Pablo. Pablo, esta es Ruth, mi… —la palabra «novia» se me queda atascada en la garganta al ver que Ruth, al descubrir que el hombre que está frente a ella es Pablo, se le cambia el semblante, vuelve a sentarse en la silla y se dedica a mirarlo con expresión jocosa. Pablo se queda descolocado durante unos instantes pero pronto se da cuenta de que su presencia no resulta cómoda.

—Bueno, Sara, sólo me había acercado a saludarte. Estoy con unos amigos —señala a un grupo de gente que está de pie esperando al lado de las terrazas—. Ya nos veremos en otro momento —vuelve a darme dos besos—. Encantado —le dice a Ruth mientras comienza a alejarse.

—Lo mismo digo —le dice ella viendo cómo se va sin ocultar el tono irónico de su voz.

Cuando regresa la mirada a mí se encuentra con mi mejor cara de cabreo.

—Has sido un poquito borde, ¿no te parece?

Ruth niega con la cabeza bajando la vista.

—Sabes que no me gusta ser hipócrita, Sara. Y si le hubiera saludado como si nada lo habría sido —se defiende.

Sacudo la cabeza exasperada.

—No se trata de ser hipócrita, Ruth, sino de mera educación.

—Ese es Pablo, ¿no? Y por lo que me has hablado de él he llegado a la conclusión de que no me gusta y, desde luego, no voy a hacer ningún esfuerzo por ser amable con él después de cómo se portó contigo… Lo siento si te ha molestado. Pero si la cosa hubiera sido al revés y nos hubiéramos encontrado con Olga, en ningún momento esperaría que fueras simpática con ella.

—Mira, déjalo, anda. Vamos a pagar esto que tengo ganas de llegar a casa… —le digo zanjando el tema.

—Como quieras —me dice Ruth alzando el brazo para llamar a la camarera.

Como tantas otras veces, el enfado no me dura mucho. Ruth va aprendiendo a hacerse perdonar. Y ahora con más motivo. Pese a haber dejado claro que no viviremos juntas, empieza a hacer planes para cuando me traslade a Madrid. Piensa en voz alta mientras hacemos la cena, enumerando gente a la que puede llamar para conseguirme un trabajo, hablando de esas pequeñas cosas que ahora no hacemos por culpa de la distancia, comer juntas entre diario, quedar de improviso para ir al cine, darnos un telefonazo y vernos al cabo de un rato… Antes de decírselo pensé que le iba a costar más hacerse a la idea. Me alegro de haberme equivocado.

Eric y Daniel cumplen su promesa y se acercan a Barcelona un par de días. Aunque ellos se empeñan en ir a un hotel, Ruth y yo conseguimos convencerlos de que se queden en casa aprovechando que Sofía está de vacaciones fuera de la ciudad. Cada vez que nos miran, se ríen, cómplices el uno con el otro, con una inusitada alegría, sabiendo que, en cierto modo, ellos fueron los que propiciaron que a día de hoy Ruth y yo estemos juntas. Si no hubiera sido por ellos no nos habríamos conocido. Incluso si no nos hubieran recomendado el mismo restaurante al que ir en Menorca jamás hubiéramos vuelto a coincidir. Y resulta curioso porque ni Ruth ni yo tenemos una amistad demasiado estrecha con ellos. Más bien son unos conocidos con quienes congeniamos pero que han resultado decisivos para nosotras.

Las vacaciones pasan tan rápido como pasaron las otras en las que yo estuve en Madrid. Ruth se marcha con la promesa de empezar a preguntar a la gente que conoce para conseguirme entrevistas de trabajo. Yo dedico mi último día de vacaciones a ordenar y limpiar la casa y, de paso, hacer inventario de lo que tengo, de lo que me pienso llevar y de lo que pienso prescindir. Mientras voy de un lado a otro de la casa paso varias veces por delante de la habitación de Sofía. Un gran pesar se me amontona en el estómago cada vez. Porque tras toda la alegría que me supone irme para estar más cerca de Ruth, me doy cuenta de que eso también significa dejar a Sofía. Me pregunto cómo reaccionará. Tal vez se lo espere, aunque ella siempre estuvo convencida de que sería Ruth quien vendría a Barcelona. Ya se sabe, cada una barre para su casa y a ella le pareció que esa era la decisión más lógica.

Con la de historias que Sofía ha oído acerca de los problemas que mucha gente tiene compartiendo piso y que tanto la asustan, ¿cómo se tomará el que ahora ella tenga que buscar a alguien nuevo que ocupe mi lugar? Llevamos viviendo juntas más de cinco años y nos hemos acostumbrado la una a la otra. Nuestro mayor problema ha sido pelearnos por utilizar el cuarto de baño antes de irnos de fiesta. Hemos compartido ilusiones y penas y hemos sido más amigas que compañeras de piso. Estoy segura de que la entristecerá saber que me voy. Y no sólo que me voy del piso sino que me marcho a otra ciudad, donde podrá verme, sí, pero donde nada será como lo ha sido hasta ahora.

Sofía regresa de sus vacaciones más morena, si cabe, que de costumbre. Llega como un huracán, hablando sin pausa ni respiro, contándome cosas desordenadamente según se le van viniendo a la cabeza, camina a un lado, camina a otro, coge una cosa, la suelta, se acuerda de otra, la saca de la maleta, me la enseña, me pregunta qué me parece, me pregunta qué tal yo en casa estos días, cómo lo he pasado teniendo a Ruth aquí tanto tiempo. Y yo voy temiendo cada vez más que llegue el momento en que calle y me vea en la obligación moral de contarle las noticias, los cambios que va a haber en mi vida y, por extensión, en la suya. Algo debe de notar Sofía porque poco a poco va desacelerando su verborrea, cambiando la expresión, mirándome interrogativa.

—¡A ti te pasa algo! —me dice acusadora sin saber si tomárselo por el lado bueno o por el lado malo.

Yo sonrío débilmente. No puedo ocultar la alegría que tengo pero del mismo modo me resulta difícil no mostrar que también me da mucha pena tener que darle malas noticias para ella.

—Algo me pasa, sí —admito quedamente.

—Bueno, pues cuéntame qué es, leñe. Porque si no te veo llorando debo pensar que no es nada malo…

—No, malo no es…

—¿Pero qué es? —pregunta ya muerta de curiosidad.

La miro a los ojos mientras esbozo una media sonrisa desvalida.

—Me voy a vivir a Madrid —le suelto.

Sofía abre mucho los ojos y en su boca se dibuja una mueca de cómica incredulidad.

—¡No jodas! ¿Te lo ha pedido ella?

—No —sonrío descreída—. Ella no me lo ha pedido. Se lo he propuesto yo. Y ha dicho que le parece bien.

—O sea que os vais a vivir juntas, ¿no? Joder, nena, enhorabuena, si ya sabía yo que esta historia tendría final feliz…

Frunzo los labios de mala gana y niego con la cabeza.

—No, Sofía, no nos vamos a vivir juntas. Ya te he dicho muchas veces cómo es Ruth con este tipo de cuestiones. Prefiere que vivamos separadas de momento. Bueno, al principio, hasta que encuentre piso, me quedaré en su casa pero eso sólo será una situación temporal.

Sofía se va desinflando poco a poco. El cuento de hadas no es como ella se lo estaba imaginando.

—¿Y el trabajo?

—Pues a los de mi trabajo les avisaré cuando ya tenga seguro cuándo me voy para allá y allí me buscaré uno nuevo. Ruth me ha dicho que preguntará entre la gente que conoce a ver si sale algo…

Sofía me escruta con la mirada.

—¿De verdad lo tienes claro? —pregunta alzando una ceja en señal de incredulidad.

—Sé cómo suena, Sofía, pero ya no aguanto más este trajín de viajes. Ni económica ni emocionalmente. Quiero seguir con Ruth. Y ella me ha asegurado que quiere seguir conmigo. Si no tuviera esto claro no me movería de aquí. Pero tal y como están las cosas… ¡Pufff! —resoplo—. Nada me retiene aquí. Quiero cambiar de aires, probar nuevas cosas…

—Todo eso suena muy bien pero… —Sofía se queda dubitativa.

—¿Pero qué?

—Nada, Sara, nada, sólo es que no quiero que al final salgas escaldada…

La miro con ternura y le rodeo los hombros con mi brazo.

—No te preocupes, todo saldrá bien —le aseguro. Más para creérmelo yo misma que para convencerla a ella.

—O sea que, en resumidas cuentas —empieza a decir volviendo a su tono habitual—. Que me dejas solita en el piso… Voy a tener que hablar muy seriamente con esa robaamigas que tienes por novia, sí, señora, muy en serio… —va murmurando como en una letanía mientras se dirige a la cocina.

En un par de zancadas y con una sonrisa en los labios la alcanzo. Aun nos queda mucho por hablar, por organizar, por contarnos. Y yo ahora necesito cualquier cosa que me quite el pánico que siento. El miedo. Esa incertidumbre que es el distintivo de mi relación con Ruth.

INTERLUDIO

—¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Que Ali se marcha del piso.

—¿Y eso por qué?

—Porque dice que no quiere vivir con David.

—¡Anda la osa! ¿Es que lo han dejado?

—No, que va, al contrario, si dice que está muy enamorada, por eso se va…

—No lo entiendo.

—Ni yo pero ella dice que todavía es muy pronto para que estén viviendo juntos, que prefiere que cada uno esté en su casa y así ir poco a poco…

—Joder, esta niña va al revés que todo el mundo. Lleva casi un año viviendo con su novio…

—Bueno, como novios sólo llevan tres meses…

—Da igual, pero cuando todo el mundo lo que quiere es estar con su pareja todo el rato, ella se quiere pirar a otro sitio…

—Dice que de todas formas los otros compañeros no estaban muy cómodos teniendo una parejita en casa…

—Pues ya les vale a los otros, vamos, no creo que se pusieran a follar en el sofá…

—Ya pero es normal, Pitu, a la gente le incomoda eso de vivir con una parejita…

—Sí, bueno, también es verdad…

—Por cierto, ¿qué fin de semana era el que trabajabas entero? ¿Este o el que viene?

—El que viene, ¿por?

—Porque aprovecharé para ir a ver a mis padres, que llevo tres meses sin ir…

—¿Les vas a contar algo?

—¿De qué? ¿De la boda?

—Sí, claro.

—No, no creo, sigo sin verlo claro…

—Jo, nena, a lo mejor te llevas una sorpresa…

—¿Una sorpresa? Sí, que me deshereden, seguro.

—¡No te me pongas tremenda! Pero, ¿de verdad crees que tus padres no se huelen algo?

—No se huelen nada. Yo creo que mi madre está convencida que me vine a Madrid para acostarme con la mitad de la población masculina de la ciudad… Que la conozco…

—Joder, tu madre, qué bruta…

—Ya ves. Pero seguro que le sentaría mejor eso que no enterarse de que con quien me acuesto es con una mujer… Bueno, ¿y tus padres?

—¿Mis padres qué?

—Que si ya les hace más ilusión que te cases conmigo…

—Bueno, ya han dejado de poner mala cara. Supongo que van entrando en razón… Si hasta el otro día mi madre me dijo que me iba a regalar un sofá.

—¡Qué maja tu madre!

—Sí, ya… Aunque, la verdad, me hubiera gustado más que dijera que nos iba a regalar un sofá…

—Mujer, ya se acostumbrará… ¿Te han dicho ya si vendrán a la boda?

—Mi madre me dijo que sí pero que sólo a la boda. Dice que no quiere que a mi padre le dé un soponcio cuando vea besarse a mis amigos…

—Vamos, que tu madre se piensa que nos vamos a subir a la mesa durante la comida y nos vamos a poner a follar como locos, ¿no?

—Claro, es que las bollos y los maricas nos pasamos el día follando. Ni trabajar ni ver la tele ni nada de nada, sólo follar.

—Claro, claro…

—En fin…

—Eso digo yo. En fin… Y, bueno, hablando del tema, ¿te vas a venir a dormir a mi casa esta noche?

—Pero sólo a dormir, ¿eh?

—Claro, claro, a dormir y callar como la ratita del cuento…

QUÉDATE A DORMIR

T
e gusta mirarlo cuando duerme. Acariciarle esa piel blanca, cremosa de su espalda. Acostumbrada a que todo el mundo alabase la suavidad de las mujeres casi llegaste a pensar que los hombres tenían una piel con el mismo tacto que un papel de lija. Pero David tiene una piel suave, casi de adolescente, que no te cansas de tocar.

Las primeras luces de la mañana entran por la ventana. Y sabes que ese día va a ser muy largo. David le ha pedido prestado el coche a un amigo y os pasaréis gran parte del día moviendo cajas y colocando cosas en la habitación de tu nuevo piso. Al menos ya has conseguido hacerle entender que no es que quieras dejarlo. Porque no vas a dejarlo. Hace unos meses no hubieras creído lo que sientes ahora pero la realidad te ha golpeado con fuerza. Estás enamorada de David. Y es por eso por lo que crees que será mejor que cada uno viva en una casa distinta. Al menos de momento. Te asusta que una convivencia precoz pueda mermar vuestra relación desde el principio. En el futuro, quién sabe… A lo mejor de aquí a un tiempo lo habláis y decidís vivir juntos de nuevo. Sólo los dos. Como una pareja. Pero ahora tú prefieres que las cosas sean así. Cada uno en su casa, quedar para veros, pasar algunas noches juntos.

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