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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Mujeres estupendas (21 page)

BOOK: Mujeres estupendas
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Se te pasó por la cabeza volver a casa con tus madres. Desechaste la idea enseguida. Si hace un año quisiste independizarte no fue por hacer un experimento. Lo hiciste porque querías comprobar si eras capaz de manejar tu vida sola y, aunque al principio tus madres te ayudaban con el alquiler, pronto tú te hiciste cargo de todo. El dinero que sacas con las clases particulares te llega justito y es así como lo prefieres. Y cuando eso te resulte insuficiente, te buscarás un trabajo. Ahora que la asociación está definitivamente cerrada tendrás tiempo para compaginar las clases con cualquier trabajo, aunque tengas que llegar a medianoche reventada a casa. Tienes demasiado orgullo. El orgullo de querer ser dueña de tu vida, con lo bueno y con lo malo que pueda sucederte.

Tardaste mucho en contarles a tus madres que salías con un hombre. Se lo dijiste en el mismo momento en que les anunciaste que te mudabas a otro piso. Te preguntaron si había pasado algo con tus compañeros. Al asegurarles que no y seguir sin entender tu postura te armaste de valor y les explicaste la situación. Uno de tus compañeros era tu novio. Estabais empezando a comportaros como una pareja. Y no sólo es que los otros chicos se pudieran sentir incómodos ante tal perspectiva, es que a ti también te asustaba estar yendo demasiado rápido.

Las caras de tus madres al decirles que estabas saliendo con un chico se quedaron sin expresión. Ninguna supo qué decir en un primer momento. Se miraron entre ellas como si se lanzaran mensajes ocultos, quizá algún reproche. Te preguntaron si estabas segura, ¿es que ya no te gustaban las chicas? Sí, las chicas te gustaban pero ahora estabas con David. En el fondo era muy sencillo. Aunque tú habías sido la primera a la que le costó un triunfo aceptarlo ahora veías que ciertas cosas no atienden a razones y que no se pueden evitar porque si tratas de hacerlo te perseguirán siempre.

Las oíste discutir entre susurros en la cocina mientras preparaban la comida de aquel día. Tú permaneciste en el salón de la casa en la que creciste sin querer avivar el momento de contrariedad que vivían, convencida de que, en ningún caso, su reacción podría ni compararse a las reacciones de los padres de muchas de tus amigas al enterarse de que sus hijas eran lesbianas. Tus madres lo entenderían, costase lo que les costase, aunque pasara un tiempo hasta que se acostumbrasen a la nueva situación de su hija.

Besas a David con suavidad en el hombro para despertarlo. Él, con la cara hundida en la almohada gime somnoliento. Levanta la cabeza. Con una sonrisa y los ojos entrecerrados te da un beso.

—Buenos días, preciosa —te dice.

—Buenos días.

Se incorpora y le echa un vistazo a la habitación casi desnuda. Todas tus cosas están en cajas. Todos los pósters y las fotos han desaparecido de las paredes. Suspira con algo de pesar.

—Me doy una ducha y empezamos, ¿vale?

Se levanta de la cama de un salto. Agarra una toalla, se la ata alrededor de la cintura y sale de la habitación. Tú te dejas caer pesadamente de nuevo sobre la cama. Miras al techo y también suspiras. Coges fuerzas. Luego te levantas.

En un solo viaje habéis trasladado todas las cajas de un piso a otro. La distancia que separa los dos pisos es de apenas unas pocas estaciones de metro. No estaréis lejos. No tardaréis mucho en llegar cada vez que queráis estar juntos. En el nuevo piso pagas un poco más pero no te importa. Estuviste viendo pisos más baratos pero que estaban mucho más lejos. No te convencieron. Al fin y al cabo, tú sólo querías vivir en una casa distinta no distanciarte de David. Eso en ningún momento.

El nuevo piso lo compartes con dos chicas más. Las dos también estudiantes aunque algo mayores que tú. Ambas están acabando la carrera. En un principio te han parecido agradables. Y en el piso no hay más reglas que las de los turnos de limpieza y el no hacer ruido por las noches. No hay problemas en que suban amigos o algo más que amigos. Ellas no te dijeron que tuvieran novio. Tú tampoco lo hiciste. Ni que también te gustaban las chicas. No lo creíste necesario. A estas alturas de la película te resulta tedioso andar dando explicaciones. Mucho mejor mostrar la realidad cuando sea necesario.

Te percatas de que cuando ven a David ambas lo miran con expresión golosa. Una de ellas le da un codazo a la otra y se ríe. Tú te limitas a sonreír y lo presentas.

—Chicas, este es David.

Él se acerca a darles dos besos.

—Marta —dice una.

—María —dice la otra.

—¿Eres su novio? —le pregunta Marta a David.

—Sí —responde él con una amplia sonrisa de orgullo.

—Bueno, pues esperamos verte por aquí —apostilla María.

—Sí, claro, ya nos veremos por aquí —asegura él.

—Bueno, vamos a acabar de subir las cosas —interrumpes tú.

Volvéis al coche riéndoos con ganas.

—Me han mirado como si fuera un cacho de carne —dice David divertido—. Vaya dos lobas…

—Ya me he dado cuenta, ya… Pues ya verás como un día se pasen Juan y Diego, se les va a caer la baba…

—¡Ah! ¿Es que ellos son más guapos que yo? —bromea David cogiéndote de la cintura.

—No, tú eres el más guapo, tonto —le dices riendo y zafándote de su abrazo—. Venga, anda, vamos a acabar con esto.

A la hora de la comida ya has sacado la mayoría de las cosas de las cajas y andas colocándolas por la habitación. Siempre has sido muy organizada. Cuando te mudaste al otro piso, al caer la tarde ya lo tenías todo colocado y andabas colgando pósters en las paredes. Uno de tus compañeros pasó por delante de la habitación y se quedó sorprendido en el umbral. Te dijo que él después de dos meses aún tenía su cuarto hecho una leonera. Tú te reiste con ganas y continuaste con tu tarea. Y en este piso no va a ser diferente.

—¿Tienes hambre? —le preguntas a David que, sentado en la cama, hojea uno de tus libros.

—Un poco —responde él sin levantar la vista del libro.

—¿Por qué no les preguntas a mis simpáticas compañeras si tienen algún folleto de comida china o algo así y nos pedimos algo para comer?

David levanta la cabeza fingiendo miedo.

—¡Ali! Y si me comen ellas a mí, ¿qué?

—¡No seas bobo! ¡Anda, ve! —lo achuchas levantándolo de la cama.

David se levanta a regañadientes y sale de la habitación. Un rato después regresa con varios folletos de comida a domicilio en la mano.

—¡Joder! Estas chicas no deben de acercarse a la cocina ni por equivocación. ¡Aquí se puede pedir de todo! —exclama tendiéndote los folletos.

Estudiáis las ofertas y al final os decantáis por comida china. Mientras esperáis que os la traigan, tus nuevas compañeras se asoman a la habitación y os preguntan si ya habéis pedido porque ellas se van a comer fuera, que si os apuntáis. Declináis amablemente la invitación diciéndoles que comeréis allí porque tenéis aún muchas cosas por hacer. Las dos se marchan soltando risitas y David y tú os miráis alzando las cejas sin decir nada. Cuando escucháis cerrarse la puerta del piso estalláis en carcajadas.

—Seguro que se piensan que nos vamos a poner a follar ahora mismo —dices sacando una nueva remesa de libros de una caja.

—Bueno, la cama habrá que probarla —apunta David juguetón. Tú miras hacia la cama, cubierta de ropa, de libros y de cosas a cual más variopinta. Alzas la ceja con sarcasmo.

—Mejor luego, ¿vale? —le dices riendo.

A media tarde tu móvil suena. Ruth te llama para preguntarte si ya estás instalada. Al decirle que sí se autoinvita a pasarse en un rato con Sara para echarle un vistazo a tu nuevo piso. Le das la dirección y quedáis en veros en un rato. Pero antes de diez minutos el timbre del portal te avisa de su llegada.

—¿Qué pasa? ¿Es que estabais en la esquina? —le preguntas al abrir la puerta del piso.

—Más o menos. Andábamos por el barrio… —te explica pasando seguida de Sara.

David sale también a recibirlas. Se saludan y tú les enseñas las zonas comunes y tu nueva habitación.

—Bueno, más o menos es como el otro, ¿no? —te dice mirando atentamente a su alrededor—. No vas a notar mucha diferencia. Salvo por la compañía —añade mirando a David y guiñándole un ojo—. ¿Qué tal tus compañeras? Son chicas, ¿verdad?

—Sí, son chicas. Y muy heteros. Se han comido a David con los ojos hace un rato —les cuentas riendo. David asiente sonriendo con cara de circunstancias—. Bueno, sentaos. ¿Queréis tomar algo? Creo que nos ha sobrado una coca-cola de la comida.

—Por mí no te preocupes —te dice Sara mientras se sienta en el sofá. Ruth la imita sentándose a su lado. Vosotros os sentáis en unas sillas.

—Bueno, ¿se lo cuentas tú o se lo cuento yo? —le espeta Ruth a Sara. Ésta la mira entre acusadora y divertida pero no dice nada.

—¿Contarnos el qué? —preguntas extrañada mirando a una y a otra alternativamente.

—Tenemos noticias —dice Ruth enigmática y vuelve a mirar a Sara. Tú enarcas una ceja en señal de interrogación y miras también a Sara esperando que hable.

—Bueno, pues… que el mes que viene me vengo a vivir a Madrid —anuncia.

—¡Vaya! —exclamas con una súbita alegría—. ¡Enhorabuena! ¿Os vais a vivir juntas?

Ruth se remueve incómoda en su asiento.

—Eeeerrr… No exactamente —se apresura a puntualizar—. De momento se quedará en mi casa mientras busca un nuevo curro aunque yo ya he estado preguntando a la gente que conozco.

—¿Y luego? —preguntas extrañada.

—Luego, cuando Pilar se case, se irá a su piso. Esta mañana hemos estado allí para que Sara viera la habitación y eso.

—¡Joder! Si Pilar vive donde Cristo perdió el mechero…

—Pero el piso está bien y no es muy caro —argumenta Sara—. Y bueno, de comunicación tampoco está mal…

Te sientes tentada de preguntarles por qué no viven juntas después del tiempo que llevan. Pero te muerdes la lengua a tiempo. Sabes que pondrías a Ruth en un aprieto. Además, seguramente te diría que por qué no vives tú con David. Y aunque las dos situaciones son completamente distintas, optas por quedarte calladita.

—Bueno, me alegro. Ya no tendréis que andar de un lado a otro para estar juntas…

—Por eso lo hago —puntualiza Sara—. Además, ya estoy un poco cansada de Barcelona y me apetece cambiar de aires…

Y porque Ruth no se iría a Barcelona ni atada, piensas para tus adentros.

—En fin, chicas —dice Ruth poniéndose en pie—. Que esto sólo era la visita del médico y ahora hemos quedado con Juan y Diego…

—¿Ellos ya lo saben? —pregunta David.

—No. Supongo que también se lo contaremos. A ver qué cara me pone Juan… —dice Ruth con comicidad—. ¿Salís esta noche?

Tú meneas la cabeza.

—No creo. Aún queda mucho por hacer y lo más seguro es que a la noche los dos estemos muy cansados…

—Bueno, de todas formas, si os animáis, me dais un toque al móvil…

—Vale, tranquila —le dices acompañando a ambas la puerta.

—Adiós, David —se despide Sara.

—Adiós —le responde él alzando la mano.

Tú también te despides de ellas y cierras la puerta.

—Vaya, vaya, vaya… Así que Sara se viene a Madrid… —piensas en voz alta.

—Antes de que te lo esperes esas dos están viviendo juntas —apunta David.

—¿Ruth? Mira que lo dudo…

La puerta del piso vuelve a abrirse. Tus compañeras entran riéndose de un modo exagerado.

—¿Qué os pasa? —les preguntas extrañada.

—¡Qué fuerte, tía! Nos hemos cruzado en el portal con dos tías que iban de la mano dándose besitos… —te explica Marta sin ser capaz de sofocar su risa.

—Sí, eran unas amigas mías que han venido a ver el piso. Ya las conoceréis —les dices con tremenda seriedad. Las risas de las dos cesan súbitamente.

—Ah… —dice María azorada.

—Pues ya las conoceremos, ¿no? —añade Marta fingiendo desenvoltura.

Las dos tardan poco en escabullirse a sus habitaciones. David y tú os miráis y os reís. Le das un beso y ambos volvéis a tu habitación para continuar colocando cosas. Son más de las diez de la noche cuando los dos decidís que no vais a hacer más. La ropa está en el armario y la cama está hecha con sábanas limpias. Los libros ordenados en la estantería. Sobre tu escritorio se apilan un montón de cosas inclasificables y los pósters aún enrollados. Ya los colgarás mañana. Te dejas caer en la cama suspirando de cansancio. David se recuesta a tu lado y te coloca un mechón de cabello antes de besarte.

—Estás cansada, ¿verdad?

Asientes con la cabeza cerrando los ojos. El móvil de David suena anunciando un mensaje. Se levanta a cogerlo y se echa a reír.

—¿Qué pasa? —preguntas.

—Es mi primo. El nuevo compañero ya ha llegado —lee David— y está buenísisisimo. Dile a Ali que tiene muy buen ojo.

—Te dije que les gustaría…

—Bueno, pues todos contentos con los cambios… —dice volviendo a tumbarse junto a ti.

—¿Todos? ¿De verdad? ¿Tú también? —le preguntas mirándole inquisitivamente a los ojos. Él frunce los labios y menea la cabeza con exageración.

—Bueno… —se encoge de hombros—. Supongo que al fin y al cabo es lo mejor para todos…

Lo atraes hacia ti y lo besas con ternura.

—Nada va a cambiar, no te preocupes —le aseguras—. Por cierto…

—¿Qué?

—Te quedarás a dormir, ¿verdad? —le dices con una sonrisa.

David cambia el semblante y también sonríe. Te abraza y te besa con ganas.

—¿En qué momento lo habías dudado? —te pregunta antes de volverte a besar.

INTERLUDIO

—Sabía que acabaría ocurriendo esto…

—¿Que ocurriría el qué?

—Que Sara se viene a vivir a Madrid.

—¿Con Ruth?

—Con Ruth de momento hasta que encuentre algo.

—¿No van a vivir juntas?

—No.

—Cariño, empiezo a pensar que tus amigas tienen un serio problema con la convivencia…

—Pero nena, estamos hablando de Ruth, para que ella vuelva a vivir con una tía tendría que ocurrir un milagro. Si lo que me sorprende es que vaya a aguantar teniendo a Sara en casa hasta que tú y yo nos casemos. Esta mañana han estado viendo mi habitación y conociendo a mis compañeras y a Sara le ha gustado el piso…

—Pero si ellas llevan juntas el mismo tiempo que nosotras…

—Un mes menos pero da igual, te digo yo que Ruth no se va a liar la manta a la cabeza de esa forma. Míralo por el lado bueno, antes ninguna tía le duraba más de un mes y en nada va a hacer un año que está con Sara…

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