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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (18 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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E
ran las cuatro de la tarde. El calor propio del verano por fin había llegado, y de verdad. Tenían veintiocho grados y el viento estaba en calma. Su Merca estaba aparcado en su recuadro habitual fuera de las dependencias policiales, y Knutas advirtió con indignación que le estaba dando el sol de lleno. Cuando abrió la puerta del coche fue como entrar en un horno. Lanzó la chaqueta a la parte trasera y se quemó en el asiento cuando se sentó. El coche no tenía aire acondicionado. Bajó la ventanilla. Eso fue un alivio. Pero los vaqueros se le pegaban a las piernas. «Tenía que haberme puesto pantalones cortos», pensó. El calor le irritaba y le impedía pensar con claridad. Torció hacia arriba por la calle Norra Hansegatan y unos minutos después se encontraba ya fuera de la ciudad. En dirección norte hacia Brissund, a diez kilómetros de Visby.

Cuando llegó a la dirección de Kristian Nordström, quedó impresionado por la maravillosa vista.

La moderna casa de madera se elevaba sola y majestuosa sobre una roca alta con vistas sobre el mar y al antiguo pueblo pesquero de Brissund. La casa estaba construida en forma de semicírculo siguiendo la forma de la roca, y era como si la construcción trepase por la pared de la roca. Unos enormes ventanales se abrían en toda la fachada, y una amplísima terraza de madera miraba al mar. Un jeep Cherokee de color verde oscuro estaba aparcado fuera. Knutas estaba sudando. Salió del coche, buscó la pipa y se la puso en la boca sin encenderla. Se dirigió hacia la puerta, pintada de azul. «Como en Grecia», pensó, y llamó al timbre. Hacía mucho tiempo que no salía al extranjero. Oyó el sonido del timbre en el interior de la casa. Esperó. Nada. Volvió a llamar. Esperó. Chupó la pipa. Decidió dar una vuelta alrededor de la casa. El mar estaba en calma. El sol abrasaba. El aire zumbaba. Entornó los ojos hacia el sol haciendo visera con la mano. Miles de puntos muy concentrados caían desde el cielo como un enjambre gigante. Era casi insoportable. Miró hacia abajo, al suelo, y se dio cuenta de que eran mariquitas. Los diminutos insectos rojos con sus puntitos negros brillaban en el césped de delante de la casa. En cada brizna de hierba había una mariquita. Qué curioso. Volvió a mirar hacia el sol. Parecía como un remolino de nieve en invierno. Sí, eso era. Un remolino de mariquitas. Subió a la terraza por la parte trasera. La casa parecía vacía y deshabitada. Echó una ojeada al interior a través de uno de los ventanales que llegaba hasta el suelo.

—¿Puedo ayudar en algo?

Estuvo a punto de dejar caer la pipa sobre las tablas recién enlucidas de la terraza. Kristian Nordström apareció detrás de una esquina.

—Hola —saludó Knutas tendiéndole la mano—. Me gustaría charlar un poco contigo.

—Claro. ¿Vamos dentro?

Knutas siguió al apuesto joven hasta el interior de la casa. En el vestíbulo hacía fresco.

—¿Quieres beber algo? —le preguntó Kristian Nordström.

—Un vaso de agua me sentaría bien. Hace un calor tremendo ahí fuera.

—Yo necesito algo más fuerte.

Se sirvió una cerveza Carlsberg para él y llenó un gran vaso de agua con hielo para el comisario. Se sentaron cada uno en uno de los dos sillones de piel que había dispuestos junto a una de las ventanas panorámicas. Knutas sacó su viejo bloc de notas, gastado por el uso, y un bolígrafo.

—Ya sé que lo has contado antes, pero ¿conocías bien a Helena Hillerström?

—Sí. Nos conocíamos desde la adolescencia. A mí Helena siempre me cayó bien.

—¿Teníais mucho trato?

—En el instituto formábamos una pandilla y siempre íbamos juntos. Tanto dentro como fuera de la escuela. Muchos de los que estábamos en la fiesta de Pentecostés formábamos parte de esa pandilla. Estudiábamos juntos, íbamos al cine, nos veíamos después de las clases y por las tardes los fines de semana. Sí, nos relacionamos mucho durante aquellos años.

—¿Hubo entre Helena y tú algo más que simple amistad?

La respuesta llegó muy rápida. «Tal vez demasiado rápida», pensó el comisario.

—No. Como ya he dicho, me parecía guapa, pero nunca hubo nada entre nosotros. Cuando yo estaba libre, ella salía con algún chico y al revés. No estuvimos nunca libres al mismo tiempo.

—¿Qué sentías por ella?

Kristian le miró directamente a los ojos cuando contestó. Con cierta irritación en el tono de voz, contestó:

—Eso ya te lo he explicado. Me parecía una chica divertida y atractiva, pero no significaba nada especial para mí.

Knutas optó por cambiar de tercio.

—¿Qué sabes de sus antiguos novios?

—Bueno, tuvo un buen número de ellos con los años. Casi siempre estaba con alguien. Por lo general, no duraba más de un par de meses, o tres. Eran chicos del instituto y otros que encontraba fuera. Chicos de la Península que venían a pasar las vacaciones, y con quienes mantenía una relación de unas semanas antes de liarse con el siguiente. En general era ella la que se cansaba. Seguro que rompió bastantes corazones.

Knutas pudo adivinar una pizca de amargura en su voz.

—Luego está ese profesor con el que se veía a escondidas.

Knutas arrugó la frente.

—¿Quién era?

—Era profesor de gimnasia en el instituto. ¿Cómo se llamaba…? Hagman. Göran. No, Jan. Jan Hagman. Estaba casado, así que hubo muchas habladurías.

—¿Cuándo fue eso?

Kristian trataba de recordar.

—Tuvo que ser el año que estábamos en segundo, porque en primero tuvimos a otro profesor que luego se jubiló. Helena y yo íbamos juntos a la misma clase, en el instituto también. En la línea de ciencias sociales.

—¿Cuánto tiempo duró esa relación?

—No lo sé con seguridad. Pero creo que bastante. Tuvo que durar más de medio año, sin duda. Creo que había empezado antes de Navidad, porque Helena le dijo a Emma que lo vería durante las vacaciones de Navidad. Emma me lo contó a mí en una fiesta, cuando estaba un poco bebida. Lo más probable es que no tuviera intención de contarlo. Pero, al mismo tiempo, seguro que estaba preocupada por Helena, porque eran muy amigas. Al fin y al cabo, él estaba casado, tenía hijos y era mucho mayor que ella. Recuerdo que estuvieron juntos en un viaje del instituto que hicimos a Estocolmo, antes de que empezaran las vacaciones de verano. Hagman era uno de los profesores que venían con nosotros. Alguien los vio entrar en la habitación de ella por la noche, y eso llegó a oídos de los otros profesores que iban con nosotros. Cuando volvimos del viaje circularon un montón de comentarios al respecto. Luego, llegó el verano y todo el mundo se largó de vacaciones. Después, no volví a oír nada sobre el tema. En otoño, él ya no estaba en el instituto.

—¿Hablaste con Helena de su relación con el profesor?

—No, la verdad es que no. Todos nosotros nos dimos cuenta de que la había afectado bastante. Recuerdo que no se dejó ver en todo el verano. Cuando empezó el nuevo curso después de las vacaciones, había adelgazado mucho, diría que más de diez kilos. Parecía pálida y ojerosa, cuando todas las demás estaban estupendas y bronceadas. Seguro que la mayoría lo recuerda, porque no era propio de ella.

—¿Por qué no has dicho nada de esto antes?

—No sé. No pensé en ello. Ha pasado ya tanto tiempo… Más de quince años.

—¿Tienes alguna idea de quién pudo haberla matado? ¿Algo que se te haya ocurrido desde la última vez que hablamos?

—No. No tengo la menor idea.

Kristian Nordström acompañó a Knutas hasta la puerta. Notaron el calor cuando salieron a la escalera desde la frescura del interior. En el exterior, la naturaleza estaba en plena floración, propia de principios de verano.

A Knutas se le arremolinaban los pensamientos en la cabeza, mientras conducía bajo el sol de la tarde de vuelta a Visby. ¿Qué significaba la historia con el profesor? ¿Por qué no la había mencionado nadie, ni siquiera Emma, su mejor amiga?

«Fue hace mucho tiempo, pero de todos modos…».

C
uando llegó a la comisaría, se dio cuenta del apetito que tenía. Ir a cenar a casa parecía impensable. Después de conocer aquellos nuevos detalles, quería convocar una reunión inmediatamente. Marcó el número de teléfono de su casa e informó de que iba a llegar tarde.

Su esposa, ya acostumbrada, recibió la noticia con tranquilidad. Hacía ya muchos años que se había despedido de las cenas diarias en familia. «Quizá sea por eso por lo que nuestro matrimonio funciona —se decía Knutas mientras subía la escalera hasta la sección de lo judicial—. El hecho de que cada uno de nosotros se sienta seguro en su plataforma vital, sin tener como objetivo el estar siempre juntos. Eso, desde luego, hace la vida en común más llevadera».

Los compañeros de la policía judicial que se encontraban allí hicieron un pedido en común a su pizzería habitual. Entre bocado y bocado, el comisario resumió su encuentro con Kristian Nordström y lo que éste le había contado de la relación amorosa de Helena Hillerström con el profesor de gimnasia Jan Hagman.

—¿Has dicho que se apellidaba Hagman? —interrumpió Karin—. No hace mucho estuve con él. Estuvimos en su casa, en Grötlingbo —dijo, y se volvió hacia Thomas Wittberg—. ¿Te acuerdas? Su mujer se había suicidado.

—Sí, es verdad. Hace sólo unos meses. Se ahorcó. Era un tipo bastante raro. Muy reservado; resultaba difícil hablar con él. ¿Recuerdas que pensamos que era raro que no pareciera triste en absoluto, ni siquiera sorprendido, de que su mujer se hubiera suicidado? —dijo Wittberg.

—Hicimos una investigación, claro está —dijo Karin—. Pero todo apuntaba a un suicidio y cuando llegó el informe de la autopsia quedamos convencidos. Se colgó en un granero que había en la finca.

—A ése tenemos que controlarle —masculló Knutas.

—Pero ¿por qué iba a tener Hagman algo que ver con esta muerte? —preguntó Wittberg—. Hace veinte años que mantuvieron una relación. No entiendo por qué vamos a dedicarle tiempo a una historia tan vieja. Un lío con un profesor en el instituto. Diablos, que tenía treinta y cinco años cuando se la cargaron.

—Yo también opino que parece un poco exagerado —dijo Norrby.

—Tal vez, pero de todas formas puede que valga la pena hablar con Hagman —insistió Knutas—. ¿Qué dices tú, Karin?

—Pues claro, puesto que no tenemos ninguna pista concreta que seguir. Aunque parece extraño que en todos los interrogatorios que hemos hecho, nadie haya nombrado a ese profesor de gimnasia. ¿Y por qué lo suelta Kristian Norström precisamente ahora?

—Me dijo que no había pensado en ello —contestó Knutas—. Que hada tanto tiempo que… De hecho, tampoco lo ha mencionado nadie.

Retiró el cartón de la pizza.

—Si nos concentramos en el presente, ¿hay algo nuevo que contar de las víctimas? —preguntó Karin.

—Sí, el grupo que trabaja en la investigación de sus vidas está en ello. Kihlgård de la policía nacional viene de camino. Estaba durmiendo cuando lo llamé —dijo Knutas—. Una cabezadita después de la comida, lo llamó él.

Norrby enarcó las cejas.

—Sí, a mí también me gustaría hacerla. Algunos tienen tiempo para reponerse.

El murmullo que se produjo quedó interrumpido cuando se abrió la puerta y en el vano apareció el imponente cuerpo de Kihlgård.

—Hola. Siento llegar tarde —miró con avidez los cartones de las pizzas—. ¿Ha sobrado algún trozo para mí?

—Sí, toma el mío. No puedo con todo —ofreció Karin, y le pasó su cartón.

—Muchas gracias —gruñó Kihlgård y enrolló con la mano lo que quedaba de la pizza y le hincó el diente.

—¡Qué buena está! —exclamaba entre bocado y bocado. Los demás dejaron la conversación para mirarlo fascinados. Por un momento olvidaron por qué se encontraban allí.

—¿Pero no acababas de comer? —le preguntó Knutas.

—Sí, pero un poco de pizza siempre cabe —farfulló Kihlgård y dio otro bocado—. ¿Dónde estabais? A ver, repite esa historia del profesor.

Knutas volvió a contar otra vez la conversación que había mantenido con Kristian Nordström.

—Bueno. Nosotros estamos investigando la vida de esas mujeres y hasta ahora no hemos oído nada de eso —manifestó Kihlgård—. Cierto que tuvo un montón de relaciones, pero ninguna con un profesor, que yo sepa. Así pues, eso tuvo que ocurrir hace aún más tiempo, en el instituto, supongo.

—Sí. Por lo visto, iniciaron una relación amorosa en otoño, cuando Helena cursaba segundo. Quedaron en verse durante las Navidades, según Kristian Nordström. Luego, la cosa debió de continuar durante toda la primavera, pero se rompió en algún momento de aquel verano. El profesor, Jan Hagman, estaba casado y tenía hijos, y evidentemente, optó por quedarse con su esposa. Cuando llegó el otoño, él había pedido el traslado a otro instituto.

—¿Sabéis si el profesor sigue viviendo en la isla? — preguntó Kihlgård mientras con la mirada buscaba en el montón de cartones de pizza que había sobre la mesa por si quedaba algún pedacito todavía.

—Sí, vive en el sur de Gotland. Jacobsson y Wittberg estuvieron allí hace unos meses. Su mujer se suicidó.

—¡No me digas! —Kihlgård enarcó las cejas—. Entonces, el tipo es viudo. ¿Cuántos años tiene?

—Debía de tener unos cuarenta años cuando mantuvieron la relación, lo cual significa que le doblaba la edad a Helena. Ahora debe de andar por los sesenta.

E
l sol vespertino entraba a raudales sobre los bancos de la cocina y el pelo de los niños brillaba con su resplandor. Emma se inclinó sobre Filip y aspiró su olor con satisfacción. Sus cabellos suaves y rubios le hicieron cosquillas en la nariz.

—Mmm, qué bien hueles, cariño mío —comentó con ternura, y siguió hasta la cabeza siguiente. El pelo de Sara era más recio y más oscuro, como el de ella. Volvió a aspirar profundamente. El mismo cosquilleo en la nariz—. Mmm —repitió—, tú también hueles de maravilla, mi niña. — Besó a su hija en la cabeza—. Vosotros sois mis angelitos.

Se sentó junto a ellos en la isleta, en el centro de la amplia cocina abierta. La cocina era la parte de la casa de la que más satisfecha se sentía. Olle y ella la habían montado juntos. Una parte, en la que ahora estaban sentados, era la zona de trabajo. Baldosas de gres, azulejos de cerámica sobre la encimera y una gran isleta para cocinar, con la campana extractora colgando libremente encima de la placa de la cocina. Le gustaba estar cocinando y disfrutar al mismo tiempo de la vista del jardín, a través de la ventana. También disponían de espacio para comer cuatro personas, perfecto para los desayunos rápidos o para tomar el aperitivo antes de una comida con buenos amigos. Un par de peldaños más abajo estaba el comedor con el suelo de madera de pino tratado, vigas en el techo y una mesa grande de estilo rústico. Las ventanas, que daban hacia todos los lados, hacían que las plantas que tenía en la cocina se sintieran tan a gusto como ella.

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