Némesis (5 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Némesis
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«Winston Lodge, Alton», repitió miss Marple, escribiendo la dirección. «En realidad, no está muy lejos de aquí. No, no lo está. No sé cuál será el mejor método para ir hasta allí. Posiblemente en uno de los taxis de Inch. Un tanto extravagante, pero si consigo algo positivo, lo podría cargar en la cuenta de gastos con todo derecho. ¿Qué hago? ¿Le envío una carta o lo dejo al azar? Creo que lo mejor será dejarlo al azar. Pobre Esther. No creo que me recuerde con demasiado afecto o placer.»

Miss Marple se perdió en sus pensamientos. Era muy posible que sus acciones en el Caribe salvaran a Esther Walters de ser asesinada en un plazo más o menos breve. Por lo menos, eso creía miss Marple, pero probablemente Esther Walters no era de la misma opinión. «Una mujer agradable —pensó la anciana en voz alta—, una mujer muy agradable. De esas que se casan con los pillos más redomados. De hecho, de esas mujeres que se casarían con un asesino a la primera oportunidad.»

«Sin embargo —prosiguió miss Marple con un tono pensativo—, es probable que le salvara la vida. Mejor dicho, estoy casi segura de haberlo hecho, aunque no creo que ella comparta mi punto de vista. Es probable que me deteste, cosa que complica su utilidad como fuente de información. En cualquier caso, habrá que intentarlo. Es mejor que estar sentada aquí esperando, esperando y esperando.»

¿Había estado Mr. Rafiel divirtiéndose a su costa cuando había escrito aquella carta? No había sido un hombre especialmente amable y podían importarle muy poco los sentimientos ajenos.

«En cualquier caso —se dijo miss Marple, que echó una ojeada al reloj y decidió irse a la cama temprano—, cuando una piensa las cosas justo antes de quedarse dormida, a menudo aparecen las soluciones. Bien pudiera funcionar así en este caso.»

—¿Ha dormido bien? —le preguntó Cherry cuando fue a servirle el primer té de la mañana.

—He tenido un sueño curioso.

—¿Una pesadilla?

—No, no, nada por el estilo. Hablaba con alguien, una persona a la que no conocía muy bien. Sólo hablaba. Entonces, cuando miré, vi que no era la persona con la que hablaba. Era otra persona. Muy curioso.

—Una confusión de personajes —comentó Cherry siempre dispuesta a ayudar.

—Me recordó una cosa —añadió miss Marple—, o mejor dicho a alguien que conocí una vez. Por favor, llame a Inch. Que esté aquí alrededor de las once y media.

Inch formaba parte del pasado de miss Marple. Mr. Inch había sido el propietario del único taxi del pueblo hacía muchos años atrás y, a su fallecimiento, le había sucedido su hijo, el «joven Inch», que entonces tenía cuarenta y cuatro años. El heredero había convertido el negocio familiar en un garaje y había comprado otros dos coches viejos. Cuando murió, el garaje pasó a manos de un nuevo propietario. Desde entonces había sido Pip's Cars, Jame's Taxis y Coches de Alquiler Arthur’s, pero los más ancianos seguían hablando de Inch.

—No pensará ir a Londres, ¿verdad?

—No, no voy a Londres. Creo que iré a comer a Haslemere.

—¿Qué se trae entre manos? —preguntó Cherry, mirándola con suspicacia.

—Pretendo encontrar a alguien y conseguir que parezca algo totalmente casual. No es muy sencillo, pero espero poder conseguirlo.

El taxi se presentó a las once y media. Miss Marple le dio instrucciones a Cherry.

—Llame a este número. Pregunte si Mrs. Anderson está en casa. Si responde Mrs. Anderson o si se pone al teléfono, dígale que Mr. Broadribb quiere hablar con ella. Usted es la secretaria de Mr. Broadribb. Si no está, averigüe a qué hora regresará.

—Si hablo con ella ¿qué le digo?

—Pregúntele qué día de la semana que viene le va bien para entrevistarse con Mr. Broadribb en su despacho. Si le dice un día, tome nota y cuelgue.

—¡Las cosas que se le ocurren! ¿A qué viene todo esto? ¿Por qué quiere que lo haga?

—La memoria es algo curioso —respondió la anciana—. Algunas veces se recuerdan las voces aunque haga más de un año que no las oyes.

—No creo que esa señora como-se-llame haya oído nunca mi voz.

—No. Por eso es usted quien debe hacer la llamada.

Cherry cumplió con el encargo. Le informaron que Mrs. Anderson había salido de compras, pero que regresaría a la hora de comer y que pasaría toda la tarde en casa.

—Bueno, eso simplifica las cosas —opinó miss Marple—. ¿Inch está aquí? Ah, sí. Buenos días, Edward —saludó al actual chofer de los taxis de Arthur's, cuyo verdadero nombre era George—. Ésta es la dirección a la que quiero ir. No creo que tardemos más de hora y media.

La expedición se puso en marcha.

Capítulo IV
 
-
Esther Walters

Esther Anderson salió del supermercado y caminó hacia donde tenía aparcado el coche. Cada día resultaba más difícil encontrar un sitio donde aparcar. Tropezó con alguien, una mujer mayor que cojeaba un poco y que venía en su dirección. Se disculpó, pero la otra mujer soltó una exclamación de sorpresa.

—¡Vaya, pero si es Mrs. Walters! Usted es Esther Walters, ¿no es así? Supongo que usted no me recuerda. Jane Marple. Nos conocimos en el hotel de St. Honoré de esto hace ya mucho tiempo. Un año y medio.

—¿Miss Marple? Ahora sí, por supuesto. ¡Qué casualidad encontrarnos aquí!

—Es una sorpresa muy agradable. Tengo que ir a comer con unas amigas que viven aquí cerca, pero después volveré a pasar por Alton. ¿Estará usted en su casa esta tarde? Me gustaría tanto charlar un rato. Siempre es grato volver a ver a una vieja amiga.

—Sí, por supuesto. Cuando usted quiera a partir de las tres.

Esther le dio la dirección y se despidieron hasta más tarde.

«La vieja Jane Marple», pensó Esther, sonriendo para sus adentros. «Es curioso. Creía que había muerto hace tiempo.»

Miss Marple se presentó en Winslow Lodge a las tres y media. Esther le abrió la puerta y la invitó a entrar.

La anciana se sentó en la silla que le ofrecía, comportándose con la agitación que era habitual en ella cuando se sentía nerviosa. En realidad, estaba exagerando porque las cosas habían resultado tal como ella quería que resultaran.

—Es tan agradable volver a verla —le dijo a Esther—. Muy agradable. A veces las cosas ocurren de la manera más extraña. Esperas encontrar a una persona y estás segura de que la encontraras. Entonces pasa el tiempo y de pronto vas y te la encuentras.

—Bueno, ya sabe usted lo que dicen: el mundo es un pañuelo.

—Sí, y creo que a veces tienen razón. Quiero decir que el mundo nos parece enorme y que las Antillas están muy lejos de Inglaterra. Por supuesto que nos podríamos haber encontrado en cualquier otra parte. En Londres, en Harrods, en una estación de tren o en el autobús. Hay tantas posibilidades.

—Sí, hay muchísimas posibilidades. Desde luego no esperaba encontrármela aquí, porque no creo que éste sea un lugar que usted visite con frecuencia.

—No, no lo es, aunque la verdad es que tampoco está muy lejos de St. Mary Mead. Yo diría que no hay más de veinticinco millas. Claro que veinticinco millas en el campo, cuando no tienes coche, y por supuesto no puedo permitirme tener uno, y tampoco podría conducirlo si lo tuviera, así que no tiene mucho sentido, y la única manera de ver a los vecinos es encontrándotelos en el autobús o cuando tomas un taxi.

—Tiene usted un aspecto maravilloso.

—Lo mismo iba a decir de usted, querida. No tenía idea de que viviera por aquí.

—Llevo aquí sólo unos meses. Desde que me casé.

—Oh, no lo sabía. Qué interesante. Supongo que lo habré pasado por alto. Siempre leo los anuncios de matrimonios.

—Llevo casada cuatro o cinco meses. Ahora me apellido Anderson.

—Mrs. Anderson. Sí, procuraré no olvidarlo. ¿Y su marido?

Hubiera sido poco natural, se dijo miss Marple, no preguntar por el marido. Ya se sabía que las ancianas eran muy curiosas.

—Es ingeniero. Trabaja en una empresa de automoción. Es... —Esther vaciló— un poco más joven que yo.

—Mucho mejor —afirmó miss Marple en el acto—. Oh, muchísimo mejor. En estos tiempos los hombres envejecen muchísimo más rápidamente que las mujeres. Sé que antes no era así, pero en la actualidad es muy cierto. Les pasan muchas más cosas. Yo creo que es por las preocupaciones y el exceso de trabajo. Tienen problemas de tensión arterial, cuando no es el corazón. También son propensos a padecer úlceras de estómago. Nosotras no nos preocupamos tanto. En mi opinión, el sexo fuerte somos nosotras.

—Quizá tenga usted razón.

Le sonrió a la anciana y miss Marple se sintió más tranquila. La última vez que había visto a Esther, ella parecía odiarla y probablemente todavía la odiaba, pero ahora quizá le estuviera agradecida. Tal vez había comprendido que ahora podría estar sepultada debajo de una lápida en algún cementerio, en lugar de vivir felizmente casada con Mr. Anderson.

—La veo muy bien y muy alegre.

—Usted también, miss Marple.

—Gracias, pero, por supuesto, ahora ya soy un tanto mayor y una tiene tantos males. No quiero decir que sean graves, ni nada por el estilo, pero siempre tienes un poco de reuma, o te duele esto o aquello. Los pies ya no los tienes como antes y, cuando no te duele la espalda o el hombro, entonces te duelen las manos. Pero ya está bien de lamentarse. Qué casa tan bonita.

—Sí, no llevamos aquí mucho tiempo. Vinimos hace cuatro meses.

Miss Marple echó una ojeada. Ya había supuesto que la habían ocupado hacía poco y que lo habían hecho a lo grande. El mobiliario era caro, cómodo y casi lujoso. Cortinas y tapizados de calidad, pero no de muy buen gusto. Claro que tampoco lo había esperado. Creía saber las razones de esta apariencia de prosperidad. Pensó en la cuantía del legado del difunto Mr. Rafiel. Le alegraba saber que Mr. Rafiel no había cambiado de opinión.

—Supongo que habrá usted leído la noticia de la muerte de Mr. Rafiel —dijo Esther como si hubiera leído los pensamientos de la anciana.

—Sí, sí, desde luego. Fue hace cosa de un mes, ¿no es así? Lo lamenté tanto. Me apenó mucho, aunque supongo que él ya lo sabía. Él mismo lo había admitido. Insinuó varias veces que no le quedaba mucho tiempo. Creo que se comportó con mucha valentía.

—Sí, era un hombre muy valiente y también muy bueno. Cuando comencé a trabajar para él, me dijo que me pagaría un buen sueldo, pero que tendría que ahorrar porque no debía esperar nada más de su parte. Desde luego, no esperaba recibir nada. Era un hombre de palabra. Sin embargo, aparentemente cambió de opinión.

—Sí. Me alegro mucho de que lo hiciera. Creí que quizá... por supuesto no me comentó nada pero no me extraña.

—Me dejó un legado bastante considerable. Una cantidad de dinero considerable. Me quedé pasmada. Al principio no podía creérmelo.

—Creo que deseaba que fuera una sorpresa. Creo que era de esa clase de hombres —manifestó miss Marple—. Por cierto, ¿le dejó algo a... cómo se llamaba... a aquel hombre que le atendía, el masajista?

—Oh, ¿se refiere usted a Jackson? No, no le dejó nada, pero creo que le hizo varios regalos importantes en el último año.

—¿Ha vuelto a saber algo de Jackson?

—No. No le volví a ver desde que estuvimos en las Antillas. No continuó trabajando para Mr. Rafiel cuando regresaron a Inglaterra. Creo que se marchó para trabajar con algún lord que vive en Jersey o Guernesey.

—Me hubiera gustado ver a Mr. Rafiel. Resulta extraño después de haber pasado por todo aquello. Él, usted, yo y varios más. Después, más tarde, cuando regresé a casa, al cabo de unos seis meses, un día se me ocurrió lo muy unidos que habíamos estado en aquellos momentos de gran tensión y lo poco que sabía realmente de Mr. Rafiel. Lo volví a pensar el otro día, después de ver la noticia de su fallecimiento. Lamenté no haberlo conocido mejor. Su lugar de nacimiento, quiénes eran sus padres, cómo eran, si tenía hijos, sobrinos, primos o algún familiar. Son cosas que me hubiera gustado saber.

Esther Anderson esbozó una sonrisa. Miró a miss Marple y su expresión parecía decir: «Sí, estoy segura de que usted siempre quiere saber todas esas cosas de cualquier persona que conoce», pero se limitó a responder:

—No. Sólo había una cosa que todo el mundo sabía de Mr. Rafiel...

—Que era muy rico —afirmó miss Marple inmediatamente—. Se refiere usted a eso, ¿no es así? Cuando conoces a alguien que es muy rico, ya no preguntas nada más. Me refiero a que no quieres saber nada más. Dices: «Es muy rico» o «Es multimillonario», y lo dices en voz baja porque es impresionante cuando conoces a alguien que es inmensamente rico.

Esther se rió al oír el comentario de miss Marple.

—No estaba casado, ¿verdad? Nunca mencionó a una esposa.

—Perdió a su mujer a los pocos años de casarse. Creo que ella era mucho más joven. Murió víctima de un cáncer. Algo muy triste.

—¿Tuvieron hijos?

—Oh sí, dos hijas y un hijo. Una hija está casada y vive en Estados Unidos. La otra hija falleció joven. Conocí a la que vive en Estados Unidos. No se parecía en nada a su padre. Una joven callada y de aspecto deprimido. Mr. Rafiel nunca hablaba de su hijo. Creo que había tenido problemas con él. Un escándalo o algo así. Me parece que murió hace algunos años. Su padre nunca lo mencionaba.

—Vaya. Eso es muy triste.

—Creo que eso pasó hace mucho tiempo. Se marchó a algún lugar en el extranjero y no regresó. Al parecer, fue allí donde murió.

—¿Mr. Rafiel se mostró muy afectado?

—Eso es algo imposible de saber —respondió Esther—. Era de esos hombres que siempre deciden cortar por lo sano. Si el hijo no respondió a sus expectativas, si se convirtió en una carga en lugar de una bendición, creo que sencillamente se lo quitó de encima. Supongo que se ocupó de pasarle una pensión, pero nunca más volvió a pensar en el muchacho.

—¿Nunca más habló de él o hizo algún comentario?

—No sé si usted lo recuerda, pero era un hombre que nunca hablaba de sus sentimientos o de su vida privada.

—No, no, por supuesto que no. Pero creía que tal vez, como usted fue su secretaria durante tantos años, quizá le hubiera confiado algunos de sus problemas.

—No era hombre que explicara sus problemas a nadie, si es que tenía alguno, cosa que dudo. Vivía única y exclusivamente para sus negocios. Se habían convertido en sus hijos. Disfrutaba con las inversiones, ganando dinero.

—No digas que un hombre es feliz hasta que está muerto —murmuró miss Marple, repitiendo las palabras como quien dice un lema, cosa que así era aparentemente en estos días o al menos eso creía—. ¿Así que no había nada que le preocupara antes de su muerte?

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