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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (16 page)

BOOK: Niebla roja
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—Está obligado por ley a darte todo lo que pueda ser exculpatorio —agrego.

—Él no ofreció nada.

—No tiene que ofrecerte nada.

—Cree que estoy buscando a alguien para apoyar una teoría alternativa.

—Es muy probable que lo crea porque es exactamente lo que estás haciendo —señalo—. Estás haciendo lo mismo que hace cualquier buen abogado defensor. Lo que no me han dicho es cómo o por qué estás involucrada. Dejaste la oficina del fiscal de distrito y de repente estás en el campo opuesto, representando a Lola Daggette. ¿Y cuál es tu interés en Barrie Lou Rivers?

—Un castigo cruel e inusual. —Jaime sirve el vino—. Barrie Lou estaba tan aterrorizada mientras esperaba su ejecución en una celda que murió de un ataque al corazón. ¿De quién fue la idea de servirle una última cena que era idéntica a aquellas con las que ella envenenó a sus víctimas? ¿Fue de ella? Si es así, ¿por qué? ¿Para mostrar remordimiento o su desprecio?

—No hay ningún análisis forense que pueda responder a la pregunta —contesto.

—Tengo serias dudas de que escogiese el menú —afirma Jaime—. Sospecho que el objetivo era burlarse de ella con lo que le esperaba cuando la atasen a la camilla, aterrorizarla con lo que el escuadrón de la muerte le tenía reservado, y lo mucho que esperaban ver cómo recibía lo que merecía. Vale, Barrie Lou tuvo un ataque de pánico. Tenía un susto de muerte.

—No sé si es verdad que la atormentaron, y no creo que puedas llegar a saberlo a menos que alguien que haya participado lo admita. Tengo curiosidad por saber por qué de repente estás tan interesada —le digo con toda sinceridad—. Me siento perpleja porque no entiendo por qué de pronto estás metida hasta el cuello en la defensa de la misma clase de gente que tú solías encerrar y tirar la llave.

—No es de repente. He tenido discusiones desde hace tiempo. Mis problemas con Farbman y he acabado harta... Bueno, esto se remonta a más allá de lo que piensas. Alerté a Joe a finales del año pasado de que estaba buscando otras perspectivas, que estaba interesada en las condenas erróneas.

—El viejo Joe Crucifícalos Nale —interviene Marino mientras pasa la página de otro informe—. Me hubiese gustado ser una mosca en la pared cuando se lo dijiste —le dice a Jaime.

Joseph Nale es el fiscal de distrito del condado de Manhattan, antiguo jefe de Jaime, y no es del tipo que ve con buenos ojos a cualquier persona u organización que se dedica a exonerar a las personas convictas. La mayoría de los fiscales, si son sinceros, no tienen el menor aprecio por los abogados que convierten su misión en luchar contra las injusticias causadas por otros abogados y los que reclutan en calidad de expertos.

—Le informé también de que había estado hablando con algunos abogados que conozco que trabajan con el proyecto Inocencia —continúa Jaime.

—¿El que está aquí en Georgia? —pregunto.

La organización nacional está en Nueva York. Pero conozco a Carter Roberts y le pedí un favor.

—Para que Leonard Brazzo no supiese quién estaba detrás de la invitación a un encuentro con Kathleen Lawler. Para que yo no lo supiese —deduzco.

—Estoy teniendo contactos con las firmas en el proceso de restringir la búsqueda —dice Jamie como si no me hubiese oído—. En buena medida depende del lugar donde quiero vivir.

—Estoy segura de que lo que ocurra en el caso de Lola Daggette tendrá que ver con la firma de abogados que elijas —digo sin mucha sutileza.

—Como es obvio, será una grande que tenga también oficinas en el sur y suroeste —responde mientras me da la copa de vino y una CocaCola light a Marino—. Los estados rojos son aficionados a las ejecuciones, aunque no tengo la intención de tener mi base en Alabama o Texas. Pero para responder a tu pregunta sobre cómo llegué a involucrarme en la condena errónea de Lola Daggette, ella escribió varias cartas al proyecto Inocencia y hay muchos grupos y abogados que se encargan de casos como el suyo pro bono. Déjame decir que las cartas estaban muy mal escritas, y permanecieron archivadas hasta el pasado noviembre, cuando la suspensión de emergencia de la ejecución negada por el Tribunal Supremo de Georgia inspiró una revisión legal por parte de varias organizaciones políticas públicas. Luego, a principios de este año, hubo una ejecución fallida aquí, en Georgia, que ha causado una gran preocupación por la posibilidad de que fuese una crueldad intencionada.

—Me preguntaron si me interesaba el caso de Lola Daggette, y añadieron que podría ser útil la participación de una mujer. Lola no sabe cooperar con los hombres y, de hecho, es incapaz de confiar en un hombre debido a los tremendos abusos que sufrió cuando era pequeña a manos de su padrastro. Respondí que echaría un vistazo. En aquel momento no había ninguna razón para pensar que podría tener algún vínculo contigo. Empecé a revisar el caso de Lola, antes de que Dawn Kincaid te atacase.

—No veo ningún vínculo con Lola Daggette, más allá de estar en la misma prisión que la madre biológica de Dawn Kincaid —afirmo—. Aunque si hemos de creer a Kathleen Lawler, la madre de Dawn, Lola parece tener algún tipo de conexión con Kathleen. Una conexión adversa.

—La mayoría de los casos revisados por las organizaciones de políticas públicas y litigios nacionales corresponden a personas encarceladas en Georgia, Virginia, Florida, los estados rojos. —Jaime hace caso omiso de lo que acabo de decir—. Muchas de estas personas están condenadas a cadena perpetua o a muerte por fallos forenses, los errores de identificación, las confesiones forzadas.

No hay muchas mujeres en el corredor de la muerte. En la actualidad, Lola es la única mujer en el corredor de la muerte de Georgia, solo una de las cincuenta y seis a nivel nacional. Y no hay abogadas con mi grado de experiencia y trayectoria que se ocupen de estos casos.

—No es una respuesta a mi pregunta. —No voy a dejar que se libre con su retórica de servicio—. Lo que hace es explicar más tu interés en tener una presencia en ciertos lugares y por qué podría ser aconsejable aceptar un trabajo en una firma importante con oficinas en todas partes.

—Como ya te has dado cuenta no tengo mesa de comedor, así que vamos a ponernos cómodos en la sala de estar. Quédate donde estás y te sirvo. —Jaime trae nuestra comida, y sus ojos de un azul profundo se encuentran con los míos—. Me alegra ver que has llegado aquí sana y salva, Kay. Lamento cualquier inconveniente o confusión.

Lo que quiere decir es que lamenta las mentiras. Lamenta considerar necesario manipularme para que me presente aquí y la ayude en un caso que le dará un nombre como abogada criminalista, si tiene éxito en conseguir que liberen a la asesina más notoria de Georgia, que resulta ser la única mujer en el estado en el corredor de la muerte. No quiero pensar que no hay ni pizca de altruismo, pero estoy segura de que huelo la ambición y otros factores que la motivan. Esto no va solo de que Jaime quiera enmendar un error, tal vez ni siquiera sea su mayor interés. Quiere el poder. Quiere resurgir de las cenizas después de haber sido forzada a salir de su trabajo en Nueva York, y quiere tener la influencia suficiente para aplastar a enemigos como Farbman y probablemente una larga lista de otras personas.

—No debería beber CocaCola light —dice Marino, que empieza a comer—. Lo creáis o no, los edulcorantes artificiales engordan.

—Estaba decidida a hacerte ver dos cosas —me dice Jaime que se sienta en el sofá con su plato de sushi—. Es mejor que tengas cuidado, porque tú y yo sabemos que todo esto guarda relación con el caso. Nunca es algo exclusivo sobre la justicia cuando los policías y el FBI clavan los dientes en algo. Es el caso.

Primero, último y siempre. Las cuotas, los titulares y las promociones.

Coge su copa de vino.

—Aprecio la advertencia —digo—. Pero no necesito tu ayuda.

—La necesitas. Y yo necesito la tuya.

—Azúcar blanco y azúcar falso. —Marino me mira sin dejar de comer, la cuchara golpea con fuerza en el lado de la taza—. Me mantengo alejado.

—Tengo la sensación de que has cabreado a Colin —le manifiesto lo obvio a Jaime—. Puede ser terco, pero es muy bueno en lo que hace. Es muy respetado por sus colegas, por las fuerzas de la ley. También es un caballero sureño y también irlandés de cabo a rabo. Tienes que saber cómo trabajar con personas como él.

—No estoy acostumbrada a ser una paria. —Utiliza los palillos con soltura—. De hecho, se podría decir que me he malcriado. Nada más bienvenido en el despacho de un forense o en una sala de detectives que un fiscal. Es toda una sacudida encontrar de repente que me he convertido en el enemigo.

Mastica un trozo de rollito de jengibre encurtido y atún.

—No te has convertido en el enemigo. Te has convertido en un abogado defensor y no creo que sea razonable suponer que los que estamos comprometidos en buscar la verdad solo estamos en el lado de la fiscalía.

—Colin se siente ofendido porque intento sacar a Lola fuera del corredor de la muerte y de la cárcel. Él no tiene ningún interés en mi opinión de que Barrie Lou Rivers es un argumento convincente acerca de que la GPFW hace todo lo posible para que las ejecuciones sean muy crueles. Para infligir dolor y sufrimiento, y es lo que le harán a Lola, que apenas tenía la edad legal cuando la encerraron en aquel lugar. Todavía es más bárbaro y atroz, porque ella es inocente. Colin cree que le estoy cuestionando.

—Lo haces. Pero estamos acostumbrados a ser cuestionados.

—A él no le gusta.

—Quizá no le gusta la forma en que lo haces.

—Me vendría bien un buen entrenador.

Sonríe, pero sus ojos no lo hacen.

—Te agradezco que te sintieras obligada moralmente a decirme que alguien podría estar difundiendo mentiras sobre mí, y tratar de meterme en problemas con los federales —declaro con mordacidad—. Sin embargo, esto no es el quid pro quo.

—Supongo que no tendrás una cerveza sin alcohol escondida en alguna parte —le dice Marino a Jaime.

Ya ha devorado su sopa de gambas y la mitad de sus patatas fritas, concentrado en su cena como si no hubiese comido nada durante todo el día.

Jaime moja otro rollo en wasabi y le responde:

—Debería haber pensado en comprar algo sin alcohol, lo siento. —Luego me dice—: Estaba decidida a decirte exactamente lo que está ocurriendo antes de que tú te enterases; actúan de manera ilegal y profesionalmente a su favor, y la forma más segura de comunicarme contigo era hablar entre bambalinas en el transcurso de otras cosas que están pasando.

—Le dijiste a una reclusa que me pasara tu número de móvil y que yo debía llamar desde un teléfono público. No estoy segura de que ninguna de estas cosas que están pasando hasta ahora sea normal.

Pruebo una de las vieiras.

—Sí, se lo pedí a Kathleen.

—¿Y si ella se lo dice a alguien?

—¿A quién se lo iba a decir?

—A uno de los guardias. Otra reclusa. Su abogado. Las reclusas no hacen más que hablar, si se les da la oportunidad.

—No sé a quién le importaría una mierda. —Marino está comiendo las gambas asadas, la servilleta de papel hace un sonido rasposo cuando se limpia la boca—. No es de las personas de las que debas preocuparte —me dice mientras abre otro sobre de kétchup—. Te tienes que cuidar del FBI. No sería nada bueno si se enteran de que Jaime te informó de todo lo que están haciendo, con lo cual habrán perdido el factor sorpresa para el momento en que por fin se presenten para interrogarte. Tengo que hacer algo con mi camioneta. Quizá comprar de paso una caja de seis latas de cerveza Sharp’s.

Marino tiene razón al decir que al FBI no les gustaría saber que he sido advertida. Pero ya es demasiado tarde. El factor sorpresa ha desaparecido para siempre, aunque no tengo muy claro de qué se me acusa, pero el escenario más probable es que Dawn Kincaid y sus asesores legales estén construyendo algún tipo de caso falso contra mí, lo que es por lo menos remotamente creíble.

No es la primera vez y no será la última que soy acusada, sin fundamento, de fechorías y violaciones y cualquier clase de actos vergonzosos ya sea de la falsificación de actas de defunción, resultados de laboratorio o pruebas mal etiquetadas. En mi trabajo, siempre hay alguien que se lleva la peor parte. Se trata de una probabilidad estadística del cincuenta por ciento de que un lado u otro acabe muy cabreado.

—Recuérdamelo la próxima vez —le dice Jaime a Marino—. Me ocuparé de comprar la que sea tu preferida, Sharp’s, Buckler, Beck’s. Hay un supermercado en Drayton, no muy lejos de aquí.

Deben de tener cerveza sin alcohol. Siento no haberlo pensado antes.

—Nadie bebe esa mierda aguada, así que ¿por qué nadie pensará en ello? —Se levanta, y el cuero cruje de nuevo como si el gran sillón estuviese tapizado en pergamino—. ¿Me das el tique del aparcamiento de la camioneta? —me pide—. Cuanto más lo pienso, más me digo que podría ser el alternador que falla. La cosa es encontrar un mecánico a esta hora. —Consulta su reloj, y luego mira a Jaime—. Será mejor que me vaya.

Saco el tique de mi bolso y se lo doy. Marino va a la puerta y la abre, y la alarma emite un pitido agudo, como una alarma de humo con el aviso de batería baja. Pienso de nuevo en la casa de los Jordan, y me pregunto si es cierto que aquella noche no tenían conectada la alarma contra robos, y si es así, ¿por qué no? ¿Es que eran displicentes y confiados? Me pregunto si es posible que el asesino supiese que la alarma no iba a ser un problema o fue solo una cuestión de suerte.

—Si me dices cuándo estarás lista para salir, vendré a buscarte —me dice Marino—. Ya sea en la camioneta, si funciona bien, o tomaré un taxi. Yo también pasaré la noche en el Hyatt. Estamos en la misma planta.

No tiene sentido preguntar cómo sabe en qué piso estoy.

—Tengo una bolsa de emergencia para ti —añade—. Algunas prendas de campo y otras cosas que cogí porque sabía que no pensabas quedarte más de un día o dos. ¿Te va bien que te la deje en tu habitación?

—¿Por qué no? —contesto.

—Si tienes otra llave, sería más fácil.

Me levanto de nuevo y se la doy. Luego se marcha, y nos deja solas, y sospecho que es la intención y no la urgencia de necesitar una caja de seis latas de cerveza sin alcohol, o conseguir que reparen su camioneta fuera de hora, cuando es probable que todos los talleres mecánicos estén cerrados. Quizá Jaime le había dicho que se marchase después de cenar o tal vez le hizo alguna señal que me perdí, y solo puedo suponer que, fuese lo que fuese, Marino abandonó el área de Boston para sus supuestas vacaciones, y llevaba una bolsa de emergencia para mí. No puede haber ninguna duda de que mi presencia en el apartamento de Jaime en este momento es algo planeado con mucho esmero.

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