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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (23 page)

BOOK: Niebla roja
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Marino viste prendas de campo, pero fue inteligente en lo que eligió para sí mismo, el uniforme de verano del CFC de pantalones cargo color caqui y polo color beige en una mezcla de algodón, y calza unas zapatillas tácticas de malla de nailon y gamuza en lugar de botas. Una gorra de béisbol protege su cabeza calva y la punta de la nariz quemada por el sol, lleva gafas de sol y se ha puesto un protector solar que es de color blanco acuoso en las profundas arrugas de su cuello bañado en sudor.

—Te agradezco mucho que te ocupases de hacerme el equipaje con mi ropa de campo. Me pregunto cuándo lo hiciste.

—Antes de irme.

—Eso lo he deducido por mi cuenta.

—Tendría que haberte traído las prendas de verano. Debes estar pasando un calor de mil demonios. No sé en qué estaba pensando.

—Sin duda, cogiste lo primero que encontraste cuando rebuscabas, y estaba haciendo bastante fresco en Massachusetts para usar los uniformes de verano dado que tuvimos una primavera excepcionalmente fría. Mi uniforme de verano está en un armario de mi casa. Si se lo hubieses pedido a Bryce...

—Sí, lo sé. Pero no quería involucrarlo. Cuanto más se involucra, más difícil le resulta mantener la boca cerrada y monta un escándalo con lo que sea. Habría convertido hacer una maleta en un desfile de moda y me hubiese enviado aquí con un baúl.

—Preparaste mi bolsa antes de salir —repito—. ¿Pero cuándo fue exactamente?

—Recogí algunas cosas la última vez que estuve en la oficina. No sé, el catorce o el quince, no es que supiese a ciencia cierta lo que sucedería cuando llegase aquí.

Toma la US17 en dirección sur y el aire que sopla a través de las ventanillas bajadas es caliente como un horno.

—Creo que sabías a ciencia cierta lo que iba a ocurrir —le corrijo—. ¿Por qué no me dices la verdad y acabamos de una vez?

Abro la guantera para coger más servilletas y las despliego en mi regazo antes de sacar el desayuno de la bolsa entre los asientos.

—Sería útil si admitieses que cuando decidiste tomarte unas vacaciones de última hora, sabías que venías aquí para ayudar a Jaime —añado—. También sabías que no tardaría en seguirte sin el beneficio de la verdadera razón y que llegaría con poco más que la ropa puesta. —Intenté hacerte entender por qué no podías saberlo de antemano.

—Sí, lo intentaste y estoy segura de que estás convencido de tu razonamiento, incluso aunque yo no lo esté. De hecho, no debería decir que es tu razonamiento. Es el razonamiento de Jaime.

—No sé por qué no te importa que el FBI te esté espiando.

—No me lo creo. Y si lo hacen, deben de estar aburridos. ¿Cuál de estos abro para ti?

Miro los bocadillos calientes en envoltorios de color amarillo pringosos por la mantequilla.

—Son todos iguales, excepto el tuyo.

—Vale, creo que puedo deducir cuál es el mío porque pesa la mitad de los otros. —Abro más servilletas y las pongo sobre el muslo de Marino—. Me gustaría un poco de claridad. Y no sobre el FBI, sino sobre ti.

—No te cabrees de nuevo.

—Estoy pidiendo claridad, no un desacuerdo o una pelea. ¿Ya habías alquilado tu apartamento en Charleston antes de que Jaime llamase al CFC hace dos meses y que tú tomaras el tren a Nueva York para una reunión secreta con ella?

—Estuve pensando en hacerlo.

—No es lo que he preguntado.

Desenvuelvo un bocadillo de filete de pollo frito, huevo y queso, y él lo coge con su mano enorme y un tercio desaparece de un solo bocado, las migas mantecosas caen como la nieve sobre las servilletas que cubren su regazo.

—Estuve buscando —dice mientras mastica—. Busqué un apartamento de alquiler en el área de Charleston por un tiempo, en realidad poco más que un sueño hasta que hablé con Jaime.

Me habló de su trabajo en el caso de Lola Daggette y que podía utilizar mi ayuda, y pensé que esto era algo increíble, algo así como un golpe del destino. Es la misma parte del mundo donde estaba buscando algo para alquilar. Pero tiene sentido cuando te das cuenta de que la mayoría de los lugares con buena pesca y donde puedes ir en moto tienen también pena de muerte. De todos modos, decidí que tenía razón. Podía ser inteligente convertirse en un contratista privado.

—Su sugerencia. Por supuesto.

—Es más inteligente que el diablo y lo que me proponía tenía sentido. Ya sabes, puedo elegir mi horario un poco mejor, elegir dónde quiero estar, quizá ganar un poco más de dinero. —Toma un bocado de su bocadillo—. Me dije a mí mismo «ahora o nunca».

Esta es tu oportunidad. Si no intentas conseguir que las cosas salgan como quieres en este momento, cuando tienes la oportunidad delante de los morros, es probable que nunca te lo pregunten de nuevo.

—¿Jaime entró en detalles sobre lo que le pasó en Nueva York? ¿De por qué renunció?

—Supongo que te dijo lo que hizo Lucy.

—Creía que habías dicho que no te había mencionado a Lucy.

Abro el paquete con mi bocadillo de tortilla francesa y, aunque por lo general no como comida rápida y, desde luego, no comparto la adicción de Marino a todas las cosas fritas, de pronto descubro que estoy muerta de hambre.

—No exactamente —afirma Marino. Ahora estamos en Veterans Parkway y circulamos muy rápido a través de grandes extensiones de bosques, el cielo inmenso y un azul blanquecino, que augura un día abrasador—. Todo lo que se mencionó fue el Real Time Crime Center, que su seguridad se había visto comprometida y que en líneas generales le atribuyeron la culpa a ella. Nadie hizo una acusación oficial, pero ella mencionó que se hacían comentarios sobre la curiosa coincidencia de que ella proclamaba que el Departamento de Policía de Nueva York estaba falseando las estadísticas criminales en el mismo momento en que alguien entraba en su sistema informático y se daba la casualidad de que ella mantenía una relación con una bien conocida pirata informática.

—No es la historia que cuenta Lucy. Ella dice que no entró en el Real Time Crime Center. Entró en el ordenador de una comisaría donde apuntaban los delitos graves a faltas menores, robos, y de los robos a las quejas de conducta criminal.

—Esto suena bastante mal.

—No sé a ciencia cierta dónde se metió ni cómo, pero sí que es bastante malo. Y lo siento si así es como describen a Lucy, como una conocida pirata informática. Si es lo que la gente piensa de ella.

—Mierda, Doc, es algo que siempre hará —afirma Marino—. Si ella puede entrar en algo, entrará, y no hay mucho donde no pueda entrar. Sé que tú ya lo sabes a estas alturas. Así que por qué pretender que alguna vez cambiará. Quizá yo haría lo mismo si fuese como ella, hacer lo que sea necesario para conseguir lo que deseas porque puedes. Lo legal no es más que un obstáculo en una pista negra. Algo que saltas o esquivas, y cuantos más hay y más difíciles son, más le gustan a Lucy.

Miro por la ventanilla bajada las marismas leonadas y los estuarios y arroyos serpenteantes; el aire caliente sopla cargado con el hedor a huevo podrido del fango.

—A Lucy le importa una mierda lo que piensen de ella.

El papel cruje cuando hace una bola con el envoltorio del bocadillo.

—Estoy segura de que le gustaría que tú creyeses que no le importa una mierda. Le importan un montón de cosas más de lo que tú crees. Incluida Jaime. —Como un trozo de mi bocadillo—. Sé que voy a lamentarlo, pero está muy bueno.

—Será mejor comer otro por si acaso nos saltamos la comida.

—Parece que has perdido peso y no sé cómo.

—Solo como cuando mi cuerpo tiene hambre y no cuando yo la tengo. Me llevó la mitad de mi vida averiguarlo. Es como si esperase a tener hambre a un nivel celular, no sé si me explico.

—No tengo ni idea.

Le paso otro bocadillo.

—Funciona de verdad. No es coña. El objetivo no es pensar.

Cuando necesitas comida, tus células te lo dicen, y entonces te ocupas de ellas. Ya no pienso más en las comidas. —Habla con la boca llena—. No pienso en comer esto o siento que debo comer a una hora determinada del día. Dejo que mis células me lo digan y lo hago. He perdido casi ocho kilos en cinco semanas y estoy dándole vueltas a la idea de escribir un libro sobre el tema. No crea que está gordo, solo coma. Un juego de palabras. En realidad, no estoy diciendo a las personas que no piensen que están gordas.

Les digo que no piensen en ello en absoluto. Creo que a la gente le gustará. Podría dictarlo y hacer que alguien lo mecanografiara.

—Me preocupa que estés fumando de nuevo.

—No sé por qué diablos sigues diciendo eso.

—Alguien ha estado fumando en tu camioneta.

—Creo que huele bastante bien aquí dentro.

—Ayer no olía bastante bien.

—Un par de compañeros de pesca. Algo sobre conducir con las ventanillas bajadas cuando hace un calor infernal. La gente siente ganas de encender un cigarrillo.

—Quizá podrías ser un poco menos evasivo —le señalo.

—¿Qué es toda esta mierda sobre los cigarrillos? Como si de repente fueses la brigada antitabaco.

—¿Recuerdas lo que sufrió Rose?

Le recuerdo la desgraciada muerte de mi secretaria, Rose, por un cáncer de pulmón.

—Rose no fumaba, ni siquiera una vez durante toda su vida.

No tenía malos hábitos y así y todo pilló el cáncer y quizá fue por eso. He decidido que si lo intentas demasiado, todo se vuelve peor. Por lo tanto, ¿qué sentido tiene privarte para que puedas morir prematuramente con buena salud? Desearía que ella todavía estuviese. No es lo mismo. Maldita sea, detesto echar de menos a las personas. Cada vez que entro en tu despacho creo que ella estará allí con aquella vieja máquina de escribir IBM y su actitud. Algunas personas no tendrían que desaparecer nunca y quedarse con nosotros para siempre.

—Hace poco te diagnosticaron un carcinoma de células basales y te extirparon varias lesiones. Lo último que necesitas es volver a fumar.

—Fumar no provoca cáncer de piel.

—Triplica tus posibilidades.

—Vale. De vez en cuando mango un cigarrillo cuando alguien enciende uno. No es para tanto.

—Ya no fumo cigarrillos. Solo los mango. Quizás es otro libro que puedes escribir. Puede que la gente también lo compre.

—La mierda que preocupa a Lucy nunca se probará. —Vuelve a aquello porque no quiere ser sermoneado—. No han acusado a nadie ni lo harán. Jaime se ha marchado de la oficina del fiscal de distrito y eso es lo que querían las personas como Farbman, así de simple. Él debe creer que le ha tocado la lotería.

—Jaime sin duda no se siente de esa manera a pesar de sus protestas en sentido contrario.

—Parece bastante feliz con lo que está haciendo ahora.

—Yo no lo creo.

—No le gusta cómo sucedió porque la forzaron. ¿Cómo te sentirías si alguien te echara de tu carrera después de todo lo que hiciste para llegar hasta allí?

—Me gustaría creer que no tentaría a alguien a quien supuestamente amo a hacer algo destructivo, porque quiero acabar con la relación —le respondo.

—Sí, pero romper con Lucy no tiene nada que ver con que a Jaime la echasen de la oficina del fiscal de distrito.

—Claro que tiene que ver. Jaime tuvo que deconstruirse a sí misma —afirmo—. No le gustaba lo que veía y lo rompió, lo destruyó para poder empezar de nuevo. Pero no funciona. Nunca lo hace. No puedes reconstruirte sobre la base de una mentira. Tú la ayudaste en el sistema de seguridad y las cámaras. ¿También lleva ahora un arma?

—Le di un par de clases de tiro en un polígono de por aquí.

—¿De quién fue la idea?

—De ella.

—La mayoría de los neoyorquinos no llevan armas. No forma parte de su cultura. No es algo por defecto. ¿Por qué crees que de repente necesita un arma?

—Quizá por estar aquí, un lugar al que no pertenece realmente, y, seamos sinceros, todo lo relacionado con Dawn Kincaid da miedo. Creo que lo que está haciendo ahora la asusta, y se acostumbró a las armas por Lucy, que siempre va armada. Es muy capaz de cargar con la Glock hasta cuando se ducha. Tal vez Jaime se acostumbró a las armas porque vivía con ellas.

—¿Como se acostumbró a tener una LLC llamada Anna Copper, que comenzó como una broma un tanto rencorosa porque Lucy estaba herida? Sí, Groucho Marx, que era un gran inversionista de Anaconda Copper, una empresa minera que se derrumbó durante la Gran Depresión y fue acusada de contaminar el medio ambiente. No ves lo que está pasando aquí, ¿verdad?

—No sé. Quizá sí.

—Inviertes en algo que parece muy valioso, pero es tóxico y lo pierdes todo. Casi te liquida.

—¿Alguna vez escuchaste sus viejos programas de radio?

Apuesta tu vida. Ya sabes, ¿de qué color es la Casa Blanca o quién está enterrado en la tumba de Grant, ese tipo de cosas? Era muy divertido. No tienes que preocuparte por la mierda de Jaime.

—Debo preocuparme de su mierda y tú también. Una cosa es ofrecer una ayuda objetiva en un caso, y otra ser arrastrado a una agenda, en especial una vengativa, una muy personal, una disfuncional. Jaime tiene todos los incentivos imaginables para hacer algo importante, para recrearse a sí misma con ahínco. Hay más factores. Creo que sabes a lo que me refiero.

Marino hace mucho ruido cuando rebusca en la bolsa de Bojangle para sacar más servilletas mientras atravesamos el puente sobre el río Little Ogeechee.

—Solo confío en que vayas con cuidado —continúo, y le sermoneo de nuevo—. No voy a interferir si decides consultar con otras personas, si escoges cambiar tu situación profesional con el CFC, pero tienes que ser muy cauteloso cuando se trata de Jaime. ¿Entiendes por qué podría ser difícil para ti estar completamente lúcido en lo que se refiere a ella?

Se limpia la boca y los dedos cuando cruzamos el río Forest, en el que están amarrados los barcos camaroneros y las gaviotas se congregan en el muelle de madera.

—Es peligroso cuando las personas se sienten impulsadas por motivaciones poderosas de las que no son conscientes.

Es todo lo que necesito decir. No espero que lo entienda o se convenza.

Jaime alimenta su ego de una manera que yo no hago, porque me niego a manipularle. No le encanto y halago para que haga lo que quiero. Soy directa y sincera y la mayoría de las veces le molesta.

—Escucha —dice—. No soy estúpido. Sé que ella tiene otras cosas en marcha y Lucy lo complica todo. Ella es tan condenadamente abierta y recuerdo que una vez entró en la oficina del fiscal comportándose como si lo que había entre ellas no solo no fuese un secreto, sino algo de lo que presumir.

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