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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (48 page)

BOOK: Nivel 5
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Empezó a sentirse preocupado. Tenía que encontrar a Scopes en esa representación tridimensional del ciberespacio de GeneDyne, razonar con él, explicarle la delicada situación. Pero ¿cómo? Estaba claro que ese ciberespacio era demasiado vasto para deambular por él sin directrices. Y aunque encontrara a Scopes, ¿cómo lo reconocería?

Tenía que reflexionar sobre el problema. Por vasto y complejo que fuera ese paisaje, tenía que servir para un propósito, poseer algún designio. Durante los últimos años, Scopes se había mostrado en extremo reservado sobre su proyecto de ciberespacio. Se sabía muy poco al respecto, aparte del hecho de que Scopes lo creaba para facilitar sus propios y amplios desplazamientos a través de la red informática interconectada de GeneDyne.

Sin embargo, parecía evidente que todo aquello, las superficies, las formas y hasta quizá los sonidos, tenían que representar el hardware, el software y los datos de la red de GeneDyne.

Levine tomó por una pasarela al azar y avanzó tratando de acostumbrarse a la extraña sensación de movimiento que provocaba la enorme pantalla situada ante él. Se encontraba en un puente sin barandillas, embaldosado con un complicado dibujo. El dibujo tenía que significar algo, pero ¿qué? ¿Diferentes configuraciones de bites, o secuencias de números binarios?

La pasarela serpenteaba entre varios edificios de diferentes formas y tamaños, y terminaba finalmente ante una maciza puerta plateada. Se acercó a la puerta y trató de cruzarla. La extraña música que se oía pareció aumentar de intensidad, pero no ocurrió nada. Regresó a una intersección y tomó por otra pasarela que cruzaba uno de los ríos de luz coloreada que corrían entre los edificios. Se metió en el río, que se convirtió en un torrente de códigos hexadecimales a una velocidad de vértigo. Salió rápidamente de la corriente.

Había descubierto al menos una cosa: las corrientes de luz eran operaciones de transferencia de datos.

Hasta el momento sólo había utilizado el botón giratorio y las teclas del cursor de su ordenador. Estaba seguro de que el programa del ciberespacio reconocería la pulsación de teclas de una forma u otra: órdenes mnemónicas, órdenes simples o atajos. Tecleó la frase usada universalmente por los codificadores que probaban nuevos lenguajes informáticos: «Hola, mundo.»

Al pulsar la tecla de entrada, las palabras surgieron de los altavoces cantadas en un susurro musical. Reverberaron a través de los vastos espacios, hasta que se apagaron al alejarse, por debajo del extraño cántico musical, que continuaba.

No hubo respuesta.

«¡Scopes!», tecleó. La palabra sonó y se fue apagando como un grito. Tampoco obtuvo respuesta.

Levine deseó que Mimo estuviera allí para ayudarle. Miró de nuevo su reloj; había transcurrido otra hora y se encontraba tan perdido como al principio. Apartó los ojos de la pantalla y miró alrededor, en el interior del ascensor. No disponía de tiempo ilimitado para explorar. Ya había deambulado suficiente sin rumbo fijo. Ahora tenía que pensar con rapidez.

¿Qué se podía hacer cuando uno se encontraba atrapado en una aplicación o en un juego de ordenador?

Una de las cosas que podía hacerse era pedir ayuda.

«Ayuda», tecleó.

Por delante de él, el paisaje cambió sutilmente. Algo se formó a partir de la nada y apareció en el extremo más alejado de la pasarela. Trazó un círculo y se detuvo, como si hubiera percibido la presencia de Levine. Luego empezó a moverse hacia él a gran velocidad.

Cuando tuvo la sensación de que ya había puesto suficiente distancia entre el lugar donde se encontraba y la hondonada, Carson soltó las riendas de
Roscoe
y montó en la silla. Repasó mentalmente, una y otra vez, la primera confrontación que se había producido entre él y Nye en el desierto. Recordó la risa cruel que había flotado sobre las arenas, en su dirección. Y, a su pesar, esperó volver a escucharla, ahora más cerca, y el seco sonido de una bala de rifle al ser introducida en la recámara. Para distraerse volvió sus pensamientos hacia su tío abuelo y las historias que le había contado acerca de Gato. Recordó una historia sobre su antepasado y el telégrafo. Cuando finalmente descubrió cómo funcionaba, Gato cortó los hilos, que luego volvió a atar con diminutas tiras de cuero para ocultar el corte. Según le dijo su tío abuelo, eso había vuelto loca a la caballería que le buscaba.

Gato utilizaba numerosos trucos para librarse de sus perseguidores. Cabalgaba corriente abajo y luego retrocedía; dejaba engañosas huellas de herraduras sobre rocas resbaladizas que conducían a peligrosos cañones donde podía tender emboscadas, o por encima de los riscos, utilizando para ello una herradura y una piedra.

Carson se estrujó el cerebro. ¿Qué más?

Empezaba a clarear por el este. Nye descubriría en cualquier momento que se habían marchado. Eso les daría como máximo media hora de ventaja. A menos que Nye ya hubiera descubierto el engaño. Estaba condenadamente cerca y ellos no disponían de tiempo.

Cuando hubo un poco más de luz, oteó el horizonte. Vio con alivio la pequeña figura de Susana, gris contra negro, que trotaba a unos cuatrocientos metros por delante de él. Se dirigió hacia ella, espoleando a
Roscoe
para emprender un galope lento.

El verdadero problema era que, incluso en la lava, las herraduras dejaban claras impresiones sobre las piedras. Un caballo pesaba casi quinientos kilos, y mantenía el equilibrio sobre cuatro brillantes herraduras de hierro que dejaban agudas marcas blanquecinas sobre la roca. Una vez se sabía lo que había que buscar, no se necesitaba ningún talento especial para seguir las huellas de un caballo por las rocas; resultaba más fácil, por ejemplo, que seguir el rastro de un caballo por una pradera verde. Nye ya había demostrado poseer talento más que suficiente para eso. Pero la lava haría que el avance de Nye fuera algo más lento.

Carson redujo la marcha y se adaptó al paso del caballo de Susana. La imagen de su tío abuelo regresó a su mente: el rostro del viejo Charley reía ante el resplandor del fuego, mientras se mecía adelante y atrás. Se reía de Gato, el tramposo, el endiablado hombre.

—Dios, cómo me alegro de verle —dijo Susana.

Ella le tomó brevemente de la mano, mientras cabalgaban.

El calor de su mano, el contacto con otra persona después de un viaje tan prolongado en la oscuridad, hizo surgir en su alma una oleada de renovada esperanza. Escudriñó el río de lava que se extendía ante ellos, como una línea negra y recortada contra el horizonte.

—Metámonos bien dentro de la lava —dijo—. Tengo una idea.

El objeto se detuvo directamente delante de él. Levine observó con incredulidad que parecía un pequeño perro, aparentemente un collie. Levine lo miró fijamente, maravillado ante la forma tan realista con la que el animal generado por ordenador movía la cola y se mantenía en actitud de atención. Hasta la nariz negra relucía bajo la luz del otro mundo que lo rodeaba.

«¿Quién eres?», tecleó Levine.

«
Phido
», contestó.

El animal levantó la cabeza y mostró un collar del que colgaba una pequeña placa con su nombre. Al mirar más de cerca, Levine vio las palabras grabadas: PHIDO, PROPIEDAD DE BRENTWOOD SCOPES. A pesar de sí mismo, Levine sonrió. Después de todo, los intereses de Scopes tenían muchas cosas en común con los ladrones y los supuestos empleados de la compañía telefónica.

«Estoy buscando a Brent Scopes», tecleó Levine.

«Ya veo.»

«¿Puedes ayudarme a encontrarlo?»

«No.»

«¿Por qué no?»

«No sé dónde está.»

«¿Quién eres?»

«Soy un perro.»

Levine apretó los dientes.

«¿Qué clase de programa eres?», tecleó.

«Soy el extremo avanzado de un sistema de ayuda generalizado. No obstante, el sistema de ayuda nunca se llegó a poner en práctica, así que temo no poder ofrecer ninguna ayuda.»

«Entonces, ¿cuál es tu propósito?»

«¿Le interesa conocer mi funcionalidad? Soy un programa, creado por Brent Scopes en su propia versión de C
++
que él llama C
3
. Es un lenguaje orientado hacia los objetos, con extensiones visuales. Se usa fundamentalmente para la modelación tridimensional, con ensombrecimiento Gouraud incluido, fuente lumínica y diversas herramientas de representación. También apoya directamente comunicaciones de red de ámbito amplio, mediante el uso de una variante de protocolo TCP/IP.»

Aquello no conducía a Levine a ninguna parte.

«¿Por qué no puedes ayudarme?», tecleó.

«Como ya le he dicho, el subsistema de ayuda nunca se puso en práctica. Como programa orientado hacia los objetos, me adhiero a los principios de la encapsulación, ocultamiento y herencia. Puedo acceder a ciertas clases básicas de objetos, como las subrutinas A 1 y los logaritmos de almacenamiento de datos. Pero no puedo acceder al funcionamiento interno de otros objetos, del mismo modo que ellos no pueden acceder a los míos sin el necesario código.»

Levine asintió con un gesto. No le sorprendía que el sistema de ayuda nunca hubiese sido implantado; al fin y al cabo, Brent no necesitaría buscar ayuda para manejar algo que él mismo había creado, y se suponía que nadie debía deambular por su programa del ciberespacio.

Probablemente
Phido
era uno de los primeros elementos creados por Brent en los primeros tiempos, antes de que decidiera sellar el secreto de su creación, antes de que decidiera conservar para sí solo ese mundo tan increíble.

«Entonces, ¿de qué sirves?», tecleó Levine.

«De vez en cuando le hago compañía al señor Scopes. Sin embargo, veo que usted no es el señor Scopes.»

«¿Cómo lo sabes?»

«Porque está perdido. Si fuera el señor Scopes…»

«Entiendo.»

A Levine le pareció mejor no moverse en aquella dirección. No sabía aún qué clase de mecanismos de seguridad se habían construido en el ciberespacio, si es que existía alguno.

Reflexionó un momento. Tenía a un compañero orientado hacia los objetos, con enlaces de inteligencia artificial. Era como el antiguo programa pseudoterapéutico Eliza, pero llevado a sus últimos límites.
Phido
. Aquélla era la idea que tenía Scopes de un perro del ciberespacio.

«¿No puedes hacer nada?», tecleó.

«Puedo ofrecerle citas deliciosamente cínicas para su disfrute.»

Eso tenía sentido. Scopes jamás perdería su gusto obsesivo por los aforismos.

«Por ejemplo: "Si se toma a un perro muerto de hambre y se le hace próspero, no te morderá. Esa es la principal diferencia entre un perro y un hombre." Mark Twain. O bien: "No es suficiente con alcanzar el éxito; para eso, otros tienen que fracasar." Gore…»

«Cállate, por favor.»

La impaciencia de Levine aumentaba. Estaba allí para encontrar a Scopes, no para charlar con un programa en el interminable laberinto del ciberespacio. Consultó su reloj: otra media hora desperdiciada. Siguió el camino hasta otro cruce y tomó uno de los que se bifurcaban a partir de allí, deambulando entre inmensas estructuras. El pequeño perro lo siguió en silencio, pegado a sus talones.

Entonces vio algo insólito: un edificio enorme un tanto apartado de los otros. A pesar de sus dimensiones y de su situación central, desde su tejado no brotaban bandas coloreadas de luz hacia las otras estructuras.

«¿Qué es ese edificio?», preguntó.

«No lo sé», contestó
Phido
.

Observó el edificio más atentamente. Aunque sus líneas eran demasiado perfectas, obra de un ordenador dentro de un mundo cibernético, reconoció la famosa silueta sin dificultad.

Era el edificio de la GeneDyne de Boston.

Una imagen informática del edificio. ¿Qué representaba? La respuesta se le ocurrió rápidamente: era la recreación ciberespacial del sistema informático existente en la sede central de GeneDyne. La red, las terminales de las oficinas centrales e incluso el sistema de seguridad de la misma sede central estarían dentro de aquella representación. Los edificios que lo rodeaban representaban las diversas sedes de GeneDyne en todo el mundo. Desde el techo de la sede central no surgían rayos de luz coloreada porque se habían cortado todas las comunicaciones con las demás instalaciones de la empresa. Si Mimo hubiera aprendido algo más sobre el funcionamiento del programa de Scopes, quizá habría podido situar a Levine dentro, y ahorrarle así un tiempo muy valioso.

Levine se acercó al edificio con curiosidad y tomó un camino descendente hacia la base de la estructura, para acercarse a la puerta principal. Al situarse contra ella, la extraña música se transformó en un molesto zumbido. La puerta estaba cerrada con llave. Levine miró a través del cristal hacia el vestíbulo. Allí, todo ello representado con asombroso detalle, estaba el móvil de Calder y el mostrador de seguridad. No había personas dentro, pero observó con extrañeza que las baterías de pantallas de terminales situadas detrás del mostrador de seguridad mostraban imágenes de lejanas videocámaras. Y la información que estaba viendo era indudablemente real, en directo.

«¿Cómo puedo entrar?», le preguntó a
Phido
.

«No tengo ni idea.»

Levine reflexionó un momento y repasó sus escasos conocimientos de las técnicas modernas de computación.

«
Phido
. Eres un objeto de ayuda.»

«Correcto.»

«Y afirmaste ser un frente avanzado de otros objetos y subrutinas.»

«Correcto.»

«¿Qué significa eso exactamente?»

«Soy el intermediario entre el usuario y el programa.»

«Así pues, recibes órdenes y las transmites a otros programas para la acción.»

«Sí.»

«¿En forma de pulsaciones de teclas?»

«Correcto.»

«Y la única persona que te ha utilizado es Brent Scopes.»

«Sí.»

«¿Guardas o tienes acceso a esas pulsaciones de teclas?»

«Sí.»

«¿Has estado antes en este lugar?»

«Sí.»

«Duplica todas las pulsaciones de teclas que tuvieron lugar aquí.»

«"Locura: una adaptación perfectamente racional al mundo loco." Laing.»

Los altavoces chirriaron. Luego la puerta se abrió.

Levine sonrió al darse cuenta de que los propios aforismos tenían que ser contraseñas de seguridad. No era más que otro uso de un juego que en otro tiempo habían hecho suyo. Además, aquellas citas constituían excelentes contraseñas: eran largas y complicadas, y nunca se las podría encontrar uno por casualidad o mediante el uso del diccionario. Scopes se las sabía de memoria y, por tanto, nunca tuvo necesidad de escribirlas. Era perfecto.

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