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Authors: Cristina Fallarás

Tags: #Intriga, Policíaco

No acaba la noche

BOOK: No acaba la noche
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«De todas las personas que se encontraban la mañana del pasado 30 de abril en el
after-hours
Paradís, sólo una de ellas me era totalmente desconocida. La que apretó el gatillo.»

Tres mujeres asesinadas en un
after
de Barcelona. No se conocían, no han llegado juntas. ¿Qué las lleva hasta allí? ¿Qué tienen en común? ¿Por qué las matan? ¿Quién paga al sicario? En una ciudad acelerada por la cocaína, un periodista en las últimas se empeña en no dejar morir la noticia. La búsqueda de respuestas lo llevará a descubrir la peor cara de su profesión, del poder, de las élites urbanas e incluso de las ONG. Ni siquiera los taxistas son lo que parecen. Un perdedor cada vez más rabioso enfrentado a su propia inocencia.

Cristina Fallarás

No acaba la noche

ePUB v1.0

Enylu
07.07.12

Título original:
No acaba la noche

Cristina Fallarás, 2006.

Nº Páginas: 236

Editor original: Enylu (v1.0)

ePub base v2.0

Prólogo

De todas las personas que se encontraban la mañana del pasado 30 de abril en el
after-hours
Paradís, sólo una de ellas me era totalmente desconocida. La que apretó el gatillo. Es la que centra y desencadena todos los datos que se han conocido después, pero a mí no me importan demasiado él ni su automática. Slovo Ras es irrelevante, en la medida en que puede serlo alguien que dispara a bocajarro contra tres personas y las liquida. Ras mató porque mataba bien. Pero fue una muerte azarosa. Ahora ya sé que esto no puedo probarlo. ¿Quiero? Ni siquiera sé si he querido alguna vez.

Es igual, de eso hace ya tiempo, y lo cierto es que me siento a escribir estas líneas sólo para dar consuelo a todo el material que acumulé aquellos días pensando en un largo reportaje que nunca se publicó. A los periódicos no les gustan los asesinatos, sino desentrañar y destripar sus causas para servirlas en bandeja y convertirlas en ficción. Lo que quieren es saber qué relación existe entre el señor X que aprieta el gatillo o golpea la cabeza hasta la muerte y el propietario del miembro golpeado, del cuerpo con agujero. Si las causas no existen o si no les parecen lo suficientemente convincentes o si sencillamente no les parecen, buf, se acabó lo que se daba y todo el material termina en la papelera. No fue ése el destino de mis pesquisas. Yo nunca llegué a redactar los descubrimientos que durante las dos semanas siguientes al asesinato de las tres mujeres me mantuvieron con la boca abierta. En seguida me di cuenta de que era un esfuerzo inútil, laboralmente inútil. En cuanto empecé a hablar con las muertas, a meterme en sus vidas, a odiar a todos aquellos que las habían llevado de la mano hacia las balas, supe que jamás amortizaría todo el tiempo empleado.

En fin, lo importante es que aquel tipo, Ras, apareció en el Paradís hacia las siete horas y cincuenta minutos del pasado 30 de abril, viernes. Da la casualidad de que, a causa de mi profesión, es la única de todas las personas que a esa hora estaban allí, las muertas y las vivas, a la que yo no conocía. Ahora, después de su certera intervención, he ampliado mucho el campo de mis conocidos. Por desgracia. El paso de Ras y su automática por el local me ha dado, por así decirlo, mucho mundo, si es que a la
jet-shit
—el término es de Álex Ayerdi— de una Barcelona aburrida de mirarse en el espejo de sus propios cronistas se la puede considerar un mundo.

Y es que ésta es una ciudad muy pequeña. Aunque se las dé de gran metrópolis y presuma de cosmopolita, los que vivimos aquí sabemos sus dimensiones reales. De los diez distritos en los que está dividida, nos podemos ahorrar siete, en los que, a efectos de lo que nos interesa, no pasa nada de nada. Vive gente, sí, se relacionan, tienen sus pequeñas historias, pero nadie se desplaza hasta allí para participar a menos que sea imprescindible. Fuera con ellos. Con esta simple operación hemos eliminado de un plumazo a más de un millón de habitantes, que son los que ocupan esos barrios. Si tenemos en cuenta que Barcelona es una ciudad de millón y medio de vecinos (según las últimas estadísticas) que conviven en una superficie de cien kilómetros cuadrados justitos, ¿qué resulta tras la eliminación? Una población que no llega al medio millón de personas que se mueven por el área que ocupan Ciutat Vella, el Eixample y la zona de Sarrià, que sin ser altísima, la podríamos calificar de bienviviente, o sea, una discreta capital de provincias con ínfulas internacionales aferrada a Gaudí, santo patrón de los japoneses.

Creo que ellos son los protagonistas de esta historia, los pobladores de esa mini Barcelona central de gloriosa memoria y presente pacato. Forman una elite lo suficientemente numerosa como para llamarla ciudadanía, pero la verdad es que se conocen todos, más o menos; digamos que se han oído nombrar y se tienen en cuenta. No es extraño. Acaban encontrándose una y otra vez, y aunque sólo sea por el roce, a la fuerza se recuerdan. Comen en los mismos restaurantes (cuatro), van a las mismas terrazas, gimnasios y locales de copas, paren en las mismas clínicas (dos), y compran en las mismas tiendas. En las grandes fiestas de la ciudad, en las recepciones de postín o en inauguraciones varias, se cruzan personas que creen no conocerse, pero si se pararan y cada una dijera su nombre, la otra le contestaría «Hombre, claro, si yo a ti te conozco». Este grupo de pululantes está formado sobre todo por: artistas y creadores de todas las disciplinas, periodistas y gentes del «mundo de la comunicación», políticos y altos técnicos de la administración, empresarios, cocineros, gente que sale en la televisión sin profesión conocida, algún deportista, ex modelos, algún alcalde del cinturón, arquitectos, editores, escritores y diseñadores, tanto gráficos como de objetos.

Como en estos grupos suele consumirse con frecuencia algún tipo de estupefaciente, generalmente cocaína, el negocio del menudeo florece en sectores nuevos. Es normal. Los consumidores han crecido, han salido del barrio, tienen un estatus y no es cosa de acercarse a las casas baratas, Sant Roc o La Mina a pillar algo. Barcelona es una ciudad con un nivel de vida tan alto y estable, de tal calidad, que vive un fenómeno relativamente «natural», lógico: manejan el mercadeo aquellos que se mueven constantemente por la ciudad, a quienes tienes acceso en mitad de cualquier calle de la forma más normal y que transportan su propia área de intimidad consigo. O sea, los taxistas. Ojo, tampoco todos los taxistas trapichean, ni siquiera creo que lo haga un número significativo, pero como ya he dicho que aquí somos cuatro y el de la guitarra, acabas conociéndolos. Sus horarios, eso sí, son inflexibles: los que comienzan antes lo hacen a las cuatro de la tarde, y los que acaban más tarde, sobre las dos de la madrugada. Diez horas de oferta a domicilio que, sin embargo, resultan insuficientes. Y aquí entra el Paradís, el lugar en el que un sicario rumano gastó tres balas; sólo tres, para conseguir otros tantos agujeros, fueron suficientes, y les robó la vida a tres mujeres a las que ya nunca, por más que viva, olvidaré.

Cuando la noche se encanalla hacia el amanecer, los
after-hours
relevan a los sacrificados profesionales del volante, y ahí se junta lo mejor de cada casa.

De entre todos los
after
de la ciudad, que suelen ser una docena que va abriendo, cerrando, cambiando de nombre y de dueño y eludiendo con más o menos garbo su ilegalidad, el Paradís es un pequeño rincón oscuro que ha permanecido invariable durante la última década y que por eso ha acabado teniendo una clientela fija más o menos «elegante» que le permite negar el acceso a quien no ofrezca ciertas garantías de saber estar. Todo, claro, teniendo en cuenta cómo se está y hasta qué punto sobrevive la elegancia cuando a las siete de la mañana el cuerpo te pide más. Hay quien asegura que la permanencia tranquila del Paradís, sin redadas ni molestias de ningún tipo, no se debe a la discreción del local, que le obliga a enfrentarte a una mirilla para demostrar que eres persona grata, sino a ciertos contactos de Enrique, el dueño, con las fuerzas de seguridad, pero esto yo no me atrevería a asegurarlo. Enrique es un tipo achulado que vivía de vender cocaína con poca cocaína y mucho aditivo a los últimos de Filipinas, esos que llegan tan ciegos y necesitados que se meterían por la nariz la cal de la pared con tal de continuar la noche que ha terminado. Se involucraba poco, nunca se comportaba con amabilidad, y mantenía su cuartel general en un pequeño almacén construido a modo de altillo sobre el local. Hacía falta mucho tiempo de trato y buena conducta para acceder al lugar. Eso, o ser una jovencita ávida y sin un duro dispuesta a ofrecer otro tipo de pago por un par de rayas. Imagino que ahora, desde su celda en Can Brians, debe de dedicarles más de un pensamiento, no todos necesariamente lascivos.

Pero, en fin, toda esta perorata es sólo una excusa, la justificación para lo que me propongo hacer: explicar las pequeñas circunstancias que llevaron al Paradís a todos los clientes la madrugada del pasado 29 de abril, o, si se prefiere, la mañana del 30. Como he dicho, conozco o conocía a todos los asistentes. Si no personalmente, los había oído nombrar, cosa común por aquí.

Capítulo I

S
E IGNORA EL MÓVIL DEL CRIMEN

U
N DESCONOCIDO ACRIBILLA A TRES MUJERES EN UN CLUB NOCTURNO CLANDESTINO DE BARCELONA

L
A POLICÍA ENCUENTRA EN EL INTERIOR DROGAS Y DOS PISTOLAS PERTENECIENTES AL PROPIETARIO.

J
OSÉ
O
RTEGA.
— A las ocho de la mañana de ayer, según informan fuentes policiales, un desconocido irrumpió en el club Paradís, un after-hours situado junto al barcelonés parque de la Ciutadella, y disparó contra tres mujeres. El arma utilizada fue una automática de fabricación polaca. Dos de ellas murieron en el acto y una tercera falleció en la ambulancia que la trasladaba al hospital del Mar de la capital catalana.

Por el momento se desconocen tanto las causas del crimen como la relación entre las tres mujeres, aunque sí se sabe que acudieron al lugar por separado. La policía no descarta que se trate de un ajuste de cuentas relacionado con drogas, dado que en el interior del local se encontraron numerosas dosis de cocaína, así como pastillas de éxtasis y un par de armas de fuego. Todo indica que tanto unas como otras pertenecían al propietario, E. L, que ha pasado a disposición judicial.

Las fallecidas son A. P., de 39 años, E. S. de 33 y S.L. de 20. Según la narración de los hechos facilitada por las fuerzas de seguridad, las tres se encontraban trasnochando en el local cuando las sorprendió la muerte. El asesino, todo parece indicar que perteneciente a alguna banda organizada, entró, disparó y volvió a salir sin que ninguno de los presentes acertara a reaccionar. Cuando lo hicieron, ya era demasiado tarde, y las mujeres yacían en el suelo en medio de un charco de sangre. La policía admite que las declaraciones de los presentes no aportan muchos datos. Se trata de «un hombre blanco, moreno, de estatura media y complexión normal», según varios testigos.

El lugar de los hechos, Paradís, forma parte del negocio clandestino de los after-hours, locales que abren sus puertas de madrugada, cuando el resto de los establecimientos de ocio las cierra.

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