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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

No me cogeréis vivo (44 page)

BOOK: No me cogeréis vivo
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Pero lo de Fuenterrabía ya no tiene remedio, y en realidad yo quería más bien quedarme con la copla. El caso del chico acosado y sometido a vejaciones por sus compañeros, su silencio para que no lo llamasen chivato, su desesperación al no verse defendido por los compañeros o por los profesores, es viejo y se repite cada día, en numerosos centros escolares. Recuerdo bien a otro crío de doce o trece años –ahora debe de tener cincuenta y tres, más o menos– que era solitario e iba a su rollo, y en circunstancias similares pasó un tiempo ganándose con los puños el respeto de ciertos compañeros de clase. Pero eso no siempre es posible, ni aconsejable. No todo el mundo tiene la suerte de poder convertir su soledad en grito de pelea. No todos los jovencitos son duros, ni el colegio es el patio del talego. Para montárselo de autónomo hace falta mucha seguridad en uno mismo, y estar dispuesto a pagar el precio; sobre todo ahora, que esa murga del buen rollito, la integración y la pandilla guay del Paraguay sale en la tele y está de moda. Son otros tiempos, además: el estilo bajuno se impone en todas partes, y a tales padres corresponden tales hijos. Tampoco los profesores tienen medios para mantener la disciplina, y este absurdo sistema educativo en el que nos pudrimos lo pone más difícil todavía. Hasta hace poco, un viejo amigo mío, profesor, antes de encerrarse con un alumno conflictivo lo cacheaba por si llevaba navaja; y luego, cuando le pegaba dos hostias, procuraba hacerlo sin dejarle señales y sin testigos. Ahora ya ni eso vale. No hablo ya, dice, de darles una simple colleja; los miras mal y vas listo. Los pequeños cabroncetes se las saben todas. Y los padres son como el perro del hortelano: ni educan, ni dejan educar. Así que paso mucho, oye. Cada sociedad tiene lo que se gana a pulso.

Y una última reflexión. No sé ustedes, pero yo empiezo a estar harto de tanta lagrimita, tanto osito de peluche, tanta velita encendida y tanto cuento lagrimeante a toro pasado. Aquí todo lo arreglamos con póstumas mariconadas –otra metáfora, hoy estoy que las vendo–, manifestándonos cogidos de la mano muy compungidos y llorosos, haciendo unos altarcitos iluminados, floridos y primorosos que luego los turistas fotografían mientras dicen: hay que ver qué solidarios son estos españoles de mis huevos. Lo mismo después de la tragedia de un instituto, que con una mujer asesinada por su marido o con la víctima de un atentado terrorista. Perdónanos, Manolo, discúlpanos, Concha, excúsanos, Ceferino. Sabíamos y no hicimos nada, oímos y nos tapamos las orejas, vimos y nos tapamos los ojos, olimos y nos tapamos la nariz. Fuimos amigos, vecinos, profesores, jueces, concejales, alcaldes, y no quisimos complicarnos la vida. Gobernamos y fuimos incapaces de prever. Snif. Nadie es perfecto. Así que lo siento mucho: pancarta, vela encendida al canto, ego me absolvo. Amén. Las lágrimas de cocodrilo siempre fueron baratas.

El Semanal, 01 Noviembre 2004

Adiós a Humphrey Bogart

Tranquiliza mucho comprobar que no todos los tontos del haba están aquí, que el resto de Europa también goza de su correspondiente y nutrida cuota, y que ciertos ejemplares foráneos pueden llegar a serlo más que los nuestros. Cosa difícil, porque, en España, algunos tontos del haba y tontas del habo lo son hasta el punto de que, si se presentaran a un concurso de imbéciles, los descalificarían por imbéciles. Y por imbécilas. Pero también el resto de Europa está apañado, y eso consuela mucho. El último de tales consuelos se lo debo a don Markos Kyprianou, que mientras tecleo esto es futuro comisario de Sanidad del Parlamento Europeo. Y resulta que, en el contexto de una agresiva campaña contra el tabaco –que en líneas generales me parece chachi–, el señor Kyprianou quiere que se prohíba a los menores ver películas donde los protagonistas fumen. Hay que presionar a la industria cinematográfica, dice, y conseguir que las comisiones de clasificación impidan proyectar películas donde salga gente quemando tabaco.

Así que los enanos lo tienen crudo. Yo mismo, que de zagal me inflé a ver películas de guerra, policíacas y del oeste, ahora no podría comerme una bolsa de pipas viendo ni la centésima parte de las que vi; porque en ellas, como en la vida real, fumaba todo cristo. Supongo, además, que las medidas que se propone aplicar el señor Kyprianou afectarán no sólo a las películas que se rueden en el futuro, sino también al cine clásico que a veces ponen en la tele. Así que los menores, y de rebote los mayores en horario infantil y juvenil, no podrían ver, en nombre de la salud pulmonar de Europa, a Humphrey Bogart en su bar de Casablanca, a Rita Hayworth a dos dedos de Orson Welles en La dama de Shangai, a John Wayne a punto de volar el puente en Misión de audaces, a los señoritos de casino en Calle Mayor de Bardem, a los caínes mataconejos en La caza de Saura, a Lauren Bacall pidiendo fuego en Tener o no tener, a Burt Lancaster encendiendo un lampedusiano veguero en El gatopardo, a Henry Fonda listo para el OK Corral en Pasión de los fuertes, a los marqueses de La Chesnaye y sus invitados en Las reglas del juego, ni a Edward G. Robinson y Fred MacMurray en la extraordinaria escena final de Perdición. Verbigracia.

Y en cuanto a las películas con pistolas, cuchillos o donde salga alguna guerra, poco futuro les veo. Si el tabaco es poco sano, figúrense las balas, o las navajas. Descartadas las películas de toda la vida, ¿imaginan una homologada según las recomendaciones de una Europa Sana y Feliz? ¿Qué me dicen de las de vampiros que chupan sangre? ¿O las de psicópatas que se cargan al prójimo?… En cuanto al fumeteo y las películas bélicas, cualquiera que haya vivido una guerra sabe lo que el tabaco significó y significa en situaciones así, y cómo el pitillo fue siempre tan natural en el soldado como las balas y el fusil. Incluso aceptando que la gente fuma menos ahora que hace cincuenta años, si eliminar el tabaco de una película normal supone falsear la realidad de la calle, eliminarlo de una película de guerra privaría a ésta de realismo. La guerra es, sobre todo, esperar que pase algo malo. Quien vivió esperas semejantes conoce el significado de un pitillo apurado de noche con la brasa oculta en el hueco de la mano, el alivio de una calada, lo valioso del paquete que circula para matar el hambre, o los nervios. Yo mismo, en otro tiempo, conseguí reportajes difíciles de conseguir, con gente difícil de tratar, gracias a la oportuna exhibición de un paquete de cigarrillos listo para hacer la ronda de tal búnker, tal choza o tal trinchera. Hasta cuando no fumaba, mi mochila incluía siempre un cartón de tabaco. Y en Beirut, en Sarajevo, en docenas de lugares, vi utilizar los cigarrillos como moneda preferible al dinero. Pero ya ven. Tal como se están poniendo las cosas, entre antitabaquistas, ejércitos a los que ahora llaman fuerzas de paz, buen rollito y demás, una película sobre nuestra Guerra Civil consistirá, supongo, en imágenes donde no aparezcan muertos para no traumatizar a las criaturas ni crispar a los adultos, con legionarios abstemios que salvan a bebés entre las ruinas del Clínico, anarquistas que no fuman, moros de Franco que socorren a viudas y huérfanas republicanas, y falangistas y milicianos que no fusilan a nadie. Y al final conseguirán que no sólo nosotros, sino nuestros padres, abuelos y antepasados, parezcamos todos igual de gilipollas.

El Semanal, 15 Noviembre 2004

Fascismo musical de género

Es que a veces te dan el artículo hecho. Hoy, por ejemplo, me siento a darle a la tecla mientras me gotea el colmillo, glop, glop, de gusto. Porque resulta que, apenas extinguidos los ecos del escándalo de las modelos recogepelotas, o tocapelotas, o como se diga en tenis, que vendieron sus cuerpos en el campeonato del mes pasado ejerciendo una intolerable violencia sexista contra los indignados espectadores, resulta, digo, que otro nuevo escándalo podría atizar la justa cólera del pélida Aquiles. Y no me refiero a Brad Pitt, sino a los diversos organismos, instituciones, consejerías, institutos y observatorios que vigilan que la mujer sea lo que debe ser y no lo que los malvados hombres queremos que sea. Metáfora, se llama a eso. Me refiero a lo del pélida. O se llamaba.

El nuevo zipizape está servido, señoras y caballeros. Un estudio reciente, encargado por la Confederación de Consumidores y Usuarios y que anda por los despachos adecuados, denuncia que el sexismo perverso no funciona sólo en el mundo de la publicidad, la moda o el deporte, sino, oído al parche, también en el de la música. La canción, para ser más exactos. La industria discográfica. Y como resulta, además, que desde hace tiempo buena parte de los periódicos españoles, sensibles a la realidad nacional, quitan eso de las páginas de Espectáculos para meterlo en las de Cultura –Paulina Rubio, Andrés Pajares, García Márquez y un desfile de lencería en Cultura, tal cual–, el asunto tiene, aparte de la vertiente sexista, un preocupante aspecto cultural de mucha enjundia. Porque resulta, cielo santo, que las canciones más escuchadas en España trasladan a la sociedad una imagen de la mujer muy cercana «a un cuerpo capaz de hacer perder el sueño al hombre». Literal. Nuestra música es sexista que te rilas, denuncia el informe. Pero es que además, prosigue, en esas canciones sólo se habla del amor y de los besitos y demás, y en ningún momento de la capacidad, inteligencia u otros valores sociales de la mujer. Intolerable. Eso está pidiendo a gritos que el Gobierno, previa consulta con la Real Academia Española y con las feministas adecuadas, lo llame fascismo musical de género.

Tengo entendido que la secretaría general de Políticas de Igualdad del Ministerio de Asuntos Sociales, que con diligencia y vigor denunció el perverso reclamo sexual de las modelos en lo del tenis, va a tomar cartas en el asunto. De momento, mis topos y topas en los organismos oficiales pertinentes acaban de filtrarme –no todo va a ser filtrar a la prensa nombres, direcciones y fotos de testigos protegidos del 11-M, oigan– las medidas de choque, previstas en cuatro fases, o escalones. La primera y más urgente será prohibir la difusión en medios públicos nacionales y autonómicos de canciones que no resalten los valores intelectuales de la mujer. Eso irá seguido de una ley que penalice a las casas discográficas, cantantes y medios de difusión que aireen canciones cuyo objeto sea el amor físico, el cuerpo femenino, el aquí te pillo aquí te mato, mirarse a los ojos, cogerse de la manita y cosas así. Ópera y zarzuela incluidas, por supuesto. A ver si van a irse de rositas esa Traviata, esa Butterfly o esa Revoltosa sexistas. La ley contempla, después, incentivar y subvencionar con cargo al Estado la sustitución de todos esos asuntos superficiales y machistas por otros que destaquen la belleza moral e intelectual de la mujer, sus nuevos roles sociales, sus relaciones laborales, etcétera, con especial hincapié en la mujer inmigrante y la mujer de la tercera edad. Pero la cosa no quedará sólo en música. Como cuarta fase y culminación espléndida del asunto, y ya que el sexismo empieza en la infancia y en la escuela, los ministerios de Educación y Cultura retirarán de los libros escolares y de la vida pública en general todo poema, novela o texto –Garcilaso, Lope, Quevedo, Neruda y gente así– donde la mujer aparezca como objeto de deseo carnal y no como compañera laboral en un mundo asexual, asexuado y paritario. Fíjense cómo irá de seria la cosa, que han convencido a Julio Iglesias para que grabe una canción nueva que dice: No te quiero por guapa / ni porque te adhieres como una lapa / ni me atrae la costumbre / del volumen de tus ubres / Du-duá / Te quiero por inteligente / trabajadora y consecuente / Me enloquece que seas lista / funcionaria y feminista / Du-duá / Que seas militara o jueza / y te duela la cabeza / Que yo tiemble como azogue / porque posas en el Vogue /Du-duá. Etcétera. Ya verán como arrasa, oigan. Y Julio se forra.

El Semanal, 22 Noviembre 2004

Caspa y glamour exóticos

Hay tres clases de reportaje viajero de las revistas del corazón, o como se llamen ahora, que me fascinan los higadillos: los solidarios, los de convivencia exótica y los de vacaciones aventureras. Los protagoniza el famoseo de variopinto pelaje, que a su vez se parcela en dos categorías: famosos caspa y famosos pijolandios. Pero, básicamente, el patrón es el mismo: una revista, conchabada con una agencia de viajes, o viceversa, invita a un careto conocido –suelen ser tías, a veces con novio o marido–, por la patilla total, a un viaje a cualquier sitio, que incluye estilista, maquilladora, fotógrafo y demás parafernalia. Exclusiva en las paradisíacas islas Fidji. Luna de miel en la Pampa. Etcétera. A veces hay una variante humanitaria o así, que es cuando una oenegé corre con los gastos. La cantante, preocupadísima por la deforestación de la Amazonia. Todo muy conmovedor, ya saben. Conmovedor que te rilas. En cualquier caso, las fotos del viaje se publican después en forma de reportaje con mucho despliegue, según la categoría social del sujeto o sujeta –no es lo mismo una pedorra de Gran Hermano que un soplapollas emparentado con la casa real de Syldavia–, con portada, o sin. Luego uno hojea las revistas durante el desayuno, mientras se toma el colacao con crispis, y claro. Normal. Enganchan.

La primera categoría, la de los reportajes solidarios, suele reservarse a féminas: modelos, cantantes, actrices, que en las fotos alternan camisetas de la oenegé correspondiente con ropa de marca. La imagen clásica consiste en la individua arrodillada, cariacontecida, junto a niños escuálidos o mujeres harapientas, ante una choza africana o chabola sudamericana. Al titular nunca le falta un toque intelectual: «No comprendo cómo la gente puede vivir de esta manera», suele comentar la pava. A veces, las fotos nos la muestran con un niño en brazos, negro por lo general, espantándole abnegadamente las moscas o dándole un biberón. La moza –nos aclara el pie de foto– pasó cuatro o cinco horas implicada hasta las cachas. En esa clase de reportajes, mi imagen predilecta es cuando la abnegada visitante se fotografía sonriente junto a los indígenas del lugar, pasándoles los brazos sobre los hombros, con la teta izquierda situada exactamente en la mejilla del indio bajito o el joven africano de turno, que la mira como pensando: si en vez de hacerme posar así por un poco de harina me dieran un Kalashnikov AK-47, te ibas a enterar. Subnormal.

Otra modalidad interesante del viaje de papel couché es la del turismo en plan convivencia exótica con los indígenas. Ahí los famosos suelen ir con la legítima, o el legítimo, o quien esté de guardia en la garita. A convivir a tope, como su propio nombre indica. Cuando lees la letra pequeña, averiguas que la convivencia que justifica el reportaje ha consistido en un viaje chárter y día y medio para hacerse las fotos; pero los titulares, eso sí, impresionan un huevo: Zutana y Mengano conviven con los pigmeos de la selva Macabea… La torda y su novio compartieron la frugal comida de los tuareg… Tras su dolorosa separación, Fulanita se busca a sí misma conviviendo con monjes budistas en un monasterio tibetano. Estos reportajes suelen tener una secuela semanas más tarde, cuando, en otra entrevista, el individuo o la individua en cuestión afirman: «Convivir con los pastores lapones de renos cambió mi vida».

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