· No amenazar a las personas, ni siquiera de manera implícita.
· Si alguien me amenaza, debo alejarme de la situación.
Obviamente, la de quemar cosas ya la había descartado. Mr. Monster insistía tanto y la supervisión de mi madre era tan sofocante que tenía que ceder en algo. Encender fuegos —pequeñas hogueras controladas que no iban a hacer daño a nadie— era como una válvula que dejaba salir toda la presión que se acumulaba en mi vida. Era una norma que tenía que infringir si pretendía tener la menor posibilidad de respetar el resto. Por supuesto, a mi madre no le dije lo que estaba haciendo; simplemente la dejé en la lista y siempre la pasaba por alto.
La verdad es que apreciaba la ayuda que mi madre quería prestarme, pero… se me hacía muy difícil de soportar. Escupí el dentífrico, me enjuagué la boca y salí a vestirme.
Desayuné en el salón mientras veía las noticias de la mañana y mi madre acechaba desde el pasillo, estirando del cable del rizador de pelo hasta el límite.
—¿Te espera algo interesante en el instituto? —preguntó.
—No —dije.
En las noticias tampoco había nada interesante; al menos no había muerto nadie más en el pueblo, que generalmente era lo único que me llamaba la atención.
—¿Crees que Forman quiere verme para que haga otra declaración?
Mi madre se quedó callada durante un momento, de pie detrás de mí, y yo sabía qué estaba pensando: había ciertas cosas de lo que pasó aquella noche que todavía no le habíamos contado a la policía. Una cosa es que un asesino en serie venga a por ti, pero cuando éste resulta ser un demonio que se disuelve delante de tus ojos en una pila de cenizas y una sustancia viscosa ¿cómo se supone que vas a explicar eso sin que te metan en un manicomio?
—Seguro que sólo quieren asegurarse de que tienen toda la información correcta —dijo—. Les hemos contado todo lo que hay que contar.
—Menos lo del demonio que intentó…
—De eso no vamos a hablar —dijo mi madre con seriedad.
—Pero no podemos seguir fingiendo que…
—No vamos a hablar de eso.
Mi madre odiaba hablar sobre el demonio y prácticamente nunca reconocía en voz alta que éste había existido. Yo estaba desesperado por comentar el tema con alguien, sin embargo, la única persona con quien podía compartir aquel tema se negaba siquiera a pensar en ello.
—Ya le he explicado todo lo demás veintisiete veces —dije y cambié de canal—. O sospecha algo o es idiota.
El canal nuevo era tan aburrido como el anterior.
Mi madre se quedó pensativa un instante.
—¿Estás teniendo malos pensamientos sobre él?
—Oh, mamá, ¡venga ya!
—¡Es importante!
—Puedo yo solo, mamá —dije y dejé el mando en el sofá—. Llevo haciéndolo solo mucho tiempo y no necesito que me lo estés recordando a cada momento.
—Y ahora estás teniendo malos pensamientos sobre mí, ¿no?
—Sí, empiezo a tenerlos.
—¿Y?
Entorné los ojos con impaciencia.
—Hoy estás muy guapa.
—Ni siquiera me has visto desde que has encendido el televisor.
—No hace falta que sea sincero, basta con que diga algo agradable.
—Pero la sinceridad te ayudará…
—¿Sabes qué me ayuda? —dije al tiempo que me levantaba y llevaba el bol vacío a la cocina—. Que dejes de fastidiarme todo el rato. La mitad de cosas malas que pienso son porque estás encima de mí cada segundo del día.
—Más vale que sea yo quien esté encima de ti y no otra persona —dijo desde el pasillo sin inmutarse—. Sé que me quieres demasiado como para hacer algo drástico.
—Mamá, soy un sociópata. No quiero a nadie. Por definición.
—¿Es eso una amenaza velada?
—¡Por Dios! No, no era una amenaza. Me marcho.
—¿Y?
Di un paso atrás hacia el pasillo y la miré con frustración. Volvimos a recitar a duo:
—Hoy tendré pensamientos positivos y sonreiré a todos con los que me cruce.
Cogí la mochila, abrí la puerta, me di media vuelta y la miré una última vez.
—De verdad, estás muy guapa.
—¿Por qué dices eso?
—No lo quieras saber…
DAN WELLS (Utah, 1977) fue iniciado muy pronto en el mundo de la ciencia ficción: cuando tenía sólo cuatro meses le llevaron al cine a ver La guerra de las galaxias y, cuando tenía seis, su padre le leyó El Hobbit. A los nueves años comunicó a sus padres que iba a ser escritor. Pasó la infancia leyendo, yendo casi cada día a la biblioteca. Leyó ciencia ficción, novela histórica, divulgación histórica e investigación criminal. En el instituto descubrió a los clásicos de la literatura, primero en inglés (Dickens, Austen, Twain, Conrad) y más tarde siguió con los de la literatura universal (Hugo, Dostoievski). Por su pasión por la lectura, decidió estudiar Filología Inglesa. Ha trabajado en marketing y como publicista. Fundó una página web de reseñas de videojuegos, y su juego favorito es Battlestar Gallactica. Está casado y tiene cinco hijos. No soy un Serial Killer es su primera novela, el inicio de la Trilogía de John Cleaver, a la que siguen Mr. Monster y No voy a matarte, de próxima publicación en Booket. En 2011 ha sido nominado al premio John W. Campbell al mejor autor novel de ciencia ficción, que en su momento reconoció a autores de la talla de Orson Scott Card, John Scalzi o George R. R. Martin.
[1]
Traducción de José María Valverde, Alianza, 2.ª ed., Madrid, 2006.
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[2]
En inglés, cuchillo de carnicero o cuchilla. (
N. de la t
.)
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[3]
Mascota del Servicio de Bosques del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, creada para concienciar a la gente de la lucha contra los incendios forestales. (
N. de la t
.)
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[4]
Blake, William,
Antología bilingüe
, Alianza Editorial, Madrid, 2007 (trad. Enrique Cracciolo Trejo).
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