Northwest Smith (23 page)

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Authors: Catherine Moore

Tags: #Ciencia ficción,Fantasía

BOOK: Northwest Smith
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Su exultante voz se interrumpió bruscamente por el momento de negrura que cayó sobre ella y que partió en dos su discurso con la nitidez de una cuchillada. Sólo duró un instante, y cuando la voz volvió de nuevo, un extraño tono de luminosidad rosada se difundió por la habitación y se desvaneció al momento, como si hubiera pasado por ella una oleada de color. Nyusa suspiró.

—Huía de eso —confesó—. Ahora no me asusta, pero no me gusta. Mejor harías yéndote… No, porque Dolf aún guarda la entrada de la puerta. Aguarda… Déjame pensar.

Durante un momento se hizo el silencio, mientras el último tono rosado se desvanecía del aire y era seguido por otro nuevo espasmo de color que se desvaneció a su vez. En tres ocasiones, Smith vio la marea rojiza ondear por la habitación y morir antes de que la mano de Nyusa cayese sobre su brazo y su voz murmurase desde el vacío:

—Ven. Tengo que ocultarte en algún lugar mientras realizo mi ritual. Ese color es la señal de que los ritos van a comenzar: la llamada de los Nov exigiendo mi presencia. No tienes escapatoria a menos que ahora llamen a Dolf, pues no podría guiarte hasta una puerta sin que él sintiera mi presencia y me siguiera. No, debes ocultarte…, ocultarte y mirar cómo bailo. ¿Te gustaría? ¡Será un espectáculo que ningún ojo completamente humano habrá visto hasta ahora! ¡Ven!

Unas manos invisibles empujaron la puerta de la pared opuesta y le condujeron a través de ella. Titubeando un poco por la novedad de ser guiado por una criatura que no veía, Smith avanzó a lo largo de un corredor en medio de oleadas de luz rosada que iban y venían. El camino doblaba muchas veces, pero ninguna puerta se abría en él; tampoco se encontraron con nadie en los cinco minutos aproximados que duró su trayecto por el corredor a través del aire lleno del pulsante color.

Al final, una gran puerta llena de barrotes les bloqueó el paso. Nyusa le soltó durante un instante, y él oyó el susurro de sus pies sobre el suelo y el roce de sus manos invisibles contra algo metálico. Después, una sección del suelo cedió. Se encontró ante un profundo pozo recorrido por una estrecha escalera de caracol de muchos peldaños. No era la primera vez que bajaba por una escalera de caracol con un propósito extraño. Preguntándose qué estaría aguardándole abajo, cedió a las solícitas manos de la joven y bajó lentamente, agarrándose a la barandilla.

Ya había recorrido un largo trayecto cuando aquellas menudas manos invisibles tiraron de su brazo y le condujeron a lo largo de una abertura en la roca donde había sido excavado el pozo. Un breve corredor conducía a las tinieblas. Al llegar a su extremo se detuvieron, mientras Smith parpadeaba en la extraña palidez de la tiniebla que velaba la gran caverna que se encontraba ante ellos.

—Aguarda aquí —susurró Nyusa—. Creo que estarás a salvo en la oscuridad. Yo soy la única que usa este pasadizo. Volveré después de la ceremonia.

Sus manos rozaron levemente las suyas y se fue. Smith se aplastó contra la pared y desenfundó su pistola, quitando el seguro para que el arma estuviera preparada cuando la necesitase. Después se dispuso a observar.

Ante él se extendía una amplia cámara abovedada. Sólo podía divisar un poco de ella en la extraña penumbra mortecina del lugar. El suelo relucía con el profundo lustre del mármol, tan negro como un tranquilo lago subterráneo. Mientras pasaban los minutos, fue consciente de movimiento y vida en la mortecina penumbra. Había murmullos de voces, suaves sonidos de pies, formas que se movían en la distancia. Los Nov estaban ocupando sus lugares para la ceremonia. Podía divisar los imprecisos contornos de su masa, lejos en la penumbra.

Instantes después, un cántico profundo y sonoro comenzó en todas partes, hinchándose y llenando la caverna, suscitando ecos en el cupuliforme techo, que reverberaron de manera monótona. Había otros sonidos cuya naturaleza no pudo sondear, extraños silbidos aflautados similares a la voz con que Nyusa había hablado a Dolf, pero investidos de una solemnidad que los convertía en profundos y poderosos. Podía sentir cómo el fervor iba creciendo bajo la bóveda, el fervor extraño, salvaje y extático del culto desconocido a un dios sin nombre. Su mano se crispó sobre la pistola y aguardó.

En aquel momento, lejana y muy imprecisa, fue formándose una luminiscencia en el centro de la bóveda. Se hizo más intensa y profunda y comenzó a derramarse hacia el oscuro suelo reluciente en largos hilos, formando como una telaraña de luz tangible. El espejeante suelo, los reflejos brumosos, réplicas de aquella luz, parecían subir hacia lo alto. Era un espectáculo de tanta fantasmagoría y encantadora belleza que Smith contuvo el aliento mientras miraba. Entonces el color verde comenzó a difundirse entre aquellas hilas, un verde extraño y difuminado, como la luz que el Nov había hecho oscilar sobre las calles de los muelles, mientras perseguía a Nyusa. Al reconocerlo, no se sorprendió cuando una forma comenzó a surgir de la bruma formada por la luz que caía. La forma de una joven medio transparente, esbelta, hermosa e irreal.

En la mortecina penumbra de la caverna, bajo la luminosidad verde de la luz que la rodeaba, alzó los brazos en un movimiento de recogimiento, pausado y largo, más ligera que el humo, y se movió con mucha delicadeza sobre la punta de los pies. La luz rieló y ella comenzó a bailar. Smith se inclinó hacia delante, conteniendo la respiración y olvidando que llevaba una pistola en la mano, para contemplar su danza. Era tan hermosa que después de aquello jamás estuvo seguro de si no lo habría soñado.

Era tan nebulosa en la flotante radiación de aquella luz, tan absolutamente irreal, tan frágil, tan exquisitamente coloreada de los matices más extraños de violeta, azul y plata escarchado, y tan mágicamente traslúcida que parecía una piedra lunar. Era más irreal que cuando era visible, mucho más que todo lo que antes le hubiera parecido a él. Entonces sus manos le habían hablado de su firme y esbelta redondez… Pero en el momento presente era un espectro, tan transparente como un sueño, mientras bailaba sin ruido en una lluvia de color de luna.

Al bailar, tejía magia en cada uno de los movimientos de su cuerpo y su baile era más intrincado, simbólico y sinuoso que lo que cualquier ser humano jamás hubiera podido realizar. Apenas tocaba el suelo mientras le desplazaba sobre su propio reflejo en la piedra pulimentada, como un hermosísimo fantasma de luz de luna que flotase en medio de la oscuridad mientras el verde fuego lunar se derramaba a su alrededor.

A duras penas, Smith apartó su mirada de la criatura brumosa que pisaba su propio reflejo al bailar. Comenzó a buscar el origen de las voces que había oído y, bajo la verde luz reveladora, lo encontró en las paredes de la caverna. Los Nov eran muchos más de lo que había imaginado, y estaban cautivados como un solo hombre por la rutilante silueta que surgía ante ellos. Se sintió profundamente contento de no poder verlos más claramente. Recordó las palabras de Nyusa: “Los Nov tampoco son humanos del todo”. Velados como estaban por la brumosa luminosidad y la mortecina penumbra, observó lo que eran. Lo había visto, sin ser consciente de ello, en el rostro del rastreador rechoncho con el que se había cruzado en la calle.

Todos estaban abotagados, no tenían forma y vestían de oscuro, con rostros igual de blancos que el color de una babosa. Sus rasgos informes, fijos y desprovistos de emociones, poseían una cualidad blanda e inestable que, indudablemente, los colocaba entre los seres no humanos. No miró demasiado tiempo a ninguno de aquellos rostros, por miedo a distinguir demasiado bien su falta de contornos o a comprender el portento de aquella inconsistencia de rasgos, repugnantemente blanca.

La danza de Nyusa terminó en un remolino largo y flotante de inhumana ligereza. Se arqueó hasta el suelo, en una profunda obediencia, y se postró sobre su propio reflejo. De la primera fila de los Nov allí congregados, una figura oscura dio unos pasos con los brazos alzados. Obediente, Nyusa se levantó. Del rostro sin rasgos, como de babosa, de aquella forma oscura, brotó una voz atiplada, y la voz de Nyusa repitió los sonidos de un modo infalible, mezclando su voz con la otra en un cántico sin palabras.

Smith estaba tan absorto en aquel espectáculo que no fue consciente del leve ruido de algo arrastrándose en la oscuridad que había a su espalda, hasta que el jadeo de una respiración cansina sonó prácticamente encima de su cuello. La cosa estuvo encima de él casi antes de que el sexto sentido que, con tanta frecuencia le había salvado en otras ocasiones, diese un chillido de alarma y él se girase con un juramento estrangulado de sorpresa, alzando su pistola y enfrentándose a una inmensidad difusa e informe de la que salía un resplandor apagado de luz verdosa que se dirigía hacia él. Su pistola disparó una llama azul, y de la cosa imponderable brotó un silbido tembloroso que suscitó ecos en toda la caverna e interrumpió en seco el cántico sin palabras entre el Nov y la joven.

Después, el oscuro bulto de Dolf vaciló y cayó hacia delante, ahogando a Smith. Le aprisionó contra el suelo bajo un peso abrumador, que no correspondía totalmente a una masa real, pero que su olfato encontró sumamente denso. Le parecía estar respirando la substancia de Dolf, como si fuese una bruma espesa. Cegado y ahogándose, luchó contra la cosa curiosamente nebulosa que le estaba ahogando, a sabiendas de que debía liberarse en pocos segundos, ya que el grito de Dolf no tardaría en llevar hasta él a los Nov. Pero a pesar de todos sus esfuerzos no pudo conseguirlo, pues algo indescriptible y nauseabundo comenzó a moverse sobre su cuello. Cuando sintió aquella búsqueda a ciegas, redobló sus esfuerzos de manera convulsiva y, después de un momento de frenesí, consiguió liberarse y respirar a bocanadas el aire puro, sin dejar de mirar en la oscuridad con ojos muy abiertos, mientras intentaba descubrir con qué tipo de horror se había encontrado. Sólo consiguió ver un resplandor apagado, como el de un único ojo que reluciera sobre él desde un bulto imponderable que se mezclaba con la oscuridad.

Dolf volvía a la carga de nuevo. Oyó el ruido de grandes pies arrastrándose y el resoplido de la respiración se acentuó. A su espalda comenzó a percibir los gritos de los Nov, y el ruido de la gente que corría, pero, por encima de todo ello, la penetrante y nítida llamada de Nyusa, que gritaba algo en una lengua sin palabras. Dolf estaba encima de él. Aquel miembro nauseabundo que no había conseguido ver siguió buscando su garganta. Rechazó con todas sus fuerzas aquella masa flexible, y su pistola rugió nuevamente en la oscuridad, que acertó de lleno en la inestable negrura de Dolf.

Sintió cómo la masa del monstruo apenas vislumbrado se agitaba convulsivamente. Un estridente grito aflautado, agudo y agónico se elevó de la cosa, mientras el órgano succionador se apartaba de su garganta. El resplandor tenue se fue debilitando en el brumoso cuerpo. Vaciló y se apagó. Hubo como un bufido de negrura que se disolvió a su alrededor en una nada brumosa, y la forma oscura que había sido Dolf desaparecido. Medio elemental, al morir había regresado a la nada.

Smith respiró profundamente y giró en redondo para enfrentarse al primero de los Nov que llegaban. Estaban prácticamente encima de él, y su número era abrumador, pero su pistola llameante trazó su largo arco de destrucción mientras le rodeaban y, al menos, una docena de las rechonchas figuras oscuras cayeron ante aquella mortal guadaña antes de que él se doblegara bajo su peso. Unos dedos blandos y gruesos arrancaron la pistola de sus manos, y él apenas intentó luchar para conservarla, pues se acordaba del pequeño lanzallamas de cañón corto que llevaba en la sobaquera, y no deseaba que lo descubrieran en otra pelea cuerpo a cuerpo.

Entonces se levantaron sin contemplaciones y le obligaron a caminar hacia la pálida luminosidad que aún mantenía a Nyusa en su interior, como si fuese una prisionera traslúcida en una jaula de luz. Un poco aturdido por la rapidez de los acontecimientos, Smith avanzó titubeando entre la bruma. Les sacaba la cabeza y los hombros. Apartó sus ojos de ellos e hizo esfuerzos para no estremecerse ante las manos suaves y blancas como de pescado que le obligaban a avanzar, y para no mirar demasiado de cerca los rostros de aquellas cosas rechonchas. No eran humanos. De ello estuvo más seguro que nunca al mirar de cerca aquellos rostros hinchados, sin rasgos, que le rodeaban.

Al llegar a la luz que caía sobre Nyusa, el Nov que había cantado se hizo a un lado para observar impasible cómo aquel prisionero alto avanzaba rodeado de sus captores. Había autoridad en aquel Nov, cierto aire de realeza y de aplomo, y era blanco como la muerte, luminoso como un cadáver bajo los lunares reflejos de la luz.

Obligaron a Smith a detenerse ante él. Después de un vistazo a aquel rostro inmóvil y desprovisto de rasgos, pálido como una babosa, el terrestre no volvió a mirarlo. Sus ojos se dirigieron hacia Nyusa, que se encontraba a espaldas del Nov, y lo que vio suscitó una vez más su esperanza. No había ni rastro de miedo en su actitud. Se mantenía erguida y tranquila, a la expectativa, y presintió que reservaba sus cuantiosas fuerzas. Aparecía como la hija del dios que era, de pie bajo la luminosidad que se derramaba sobre ella, traslúcida como una inmortal.

Con rostro inalterado y voz que procedía de algún profundo lugar de sus entrañas, el jefe de los Nov preguntó:

—¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Yo lo traje —la voz de Nyusa sonó muy tranquila a través del espacio que la separaba de las dos figuras.

El Nov se volvió en redondo, con la estupefacción reflejándose en su rechoncha figura.

—¡Tú! —exclamó—. ¿Tú trajiste a un extranjero para que presenciara el culto del dios a quien sirvo? ¿Cómo te atreviste?

—Traje a quien me había demostrado su amistad para que presenciara la danza que ofrezco a mi padre —dijo Nyusa en un tono tan ominosamente dulce que el Nov tardó unos momentos en comprender el significado de sus palabras. Con voz estrangulada, farfulló una blasfemia venusiana.

—¡Morirás! —exclamó con un profundo aullido—. ¡Los dos moriréis presa de tales tormentos…!

—¡S-s-s-s-zt!

El aflautado siseo de Nyusa sólo fue un silbido para Smith, pero cortó en seco el furioso caudal de improperios del Nov. Se quedó callado como un muerto, y a Smith le pareció que una palidez aún más malsana recorría el rostro de babosa cuando se volvió hacia Nyusa.

—¿Lo has olvidado? —preguntó ella, con voz suave—. ¿Has olvidado que mi padre es aquel a quien adoras? ¿Te atreves a levantar la voz para amenazar a su hija? ¿Te atreves, pequeña sabandija?

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