Con estas diez órdenes, explotando la pauta de caza del perro, el pastor puede hacer que su perro realice todos los sutiles y al parecer complejos movimientos que precisa de él. Transmite las consignas a través de una mezcla de silbidos, gritos guturales y señales visuales con el brazo.
Resulta interesante que la maniobra más difícil que debe enseñar a sus perros es hacer que se aparte del rebaño para que éste avance, porque eso va contra la conducta de caza del lobo, ya que el lobo dominante, en este caso el pastor, nunca desearía que sus subordinados alejaran la presa de él, si se tratara de un encuentro en el medio ambiente natural. Pero incluso esto es posible con los perros pastor, porque brindan una obediencia total a sus amos humanos.
De vez en cuando, un perro pastor ineficiente se precipitará hacia el rebaño y comenzará a morder las patas de las ovejas, como si comenzara un ataque de la manada contra ellas; pero esto es algo raro. La cría selectiva parece haber desarrollado un tipo de perro, de los que los collies rayados son los más famosos, que poseen una reluctancia innata a continuar sus preliminares acciones de persecución hasta las siguientes fases de la caza: el ataque y la muerte.
El pointer es una raza especializada de perro de caza que localiza a las presas por el olor. Una vez ha detectado una presa oculta, se detiene sobre sus pasos y adopta una curiosa postura «de apuntar». Baja la cabeza y coloca el cuello hacia delante, en tanto que su cola se queda rígida en posición horizontal. Una de sus patas delanteras se alza a media altura como si fuese a dar un paso. Completamente inmóvil, cual una estatua canina, el animal conservaría esta posición durante horas. Sólo un pequeño temblor o estremecimiento, especialmente en la cola, revela la gran excitación y tensión de ese momento.
Se dice que, en una ocasión, un pointer permaneció de esta manera durante muchas horas; pero en una caza normal, los compañeros humanos del perro muy pronto rompen el encanto al disparar a la presa, cuando ésta huye en busca de una cobertura, lo cual libera al perro de su tensión y lo deja libre para que el rastreo por el olor pueda continuar.
A veces se emplean dos pointers formando equipo. Uno de ellos puede mostrar la dirección de la presa oculta por el ángulo de su señal, pero no le es posible indicar la distancia. Dos pointers, que se fijen en la misma presa desde direcciones diferentes, proporcionan las coordenadas a los cazadores humanos, diciéndoles tanto la dirección como la distancia, y localizando a la infortunada victima en el sitio exacto.
La conducta de un pointer en una caza parece en extremo artificial, pero no lo es. Cuando los lobos localizan una presa por el olor, los miembros de la manada que van delante se inmovilizan sobre sus pasos y señalan rígidos la dirección del olor. Los demás miembros les siguen, tratando de captar el olor por sí mismos. A continuación se produce una pausa, hasta que todos han determinado la procedencia del olor. Luego, comienzan la segunda fase de su operación de caza. Lo que el pointer está realizando es la pausa del lobo. Lo único extraño en el ejemplo del perro es la forma en que amplía el «momento de inmovilidad». Es esta prolongación de la acción lo que constituye la especialización de esta raza, no el señalar en sí.
Los setters actúan de la misma forma que los pointers; la única diferencia es que, cuando huelen a la presa escondida, se sientan y siguen señalando hacia ella desde su posición sentada. Este nombre inglés del perro setter no es más que una forma anticuada de decir sitter, es decir, sentado.
La acción del setter parece haber tomado prestadas más cosas de las tácticas de emboscada de los lobos que el acto de señalar. Existen fases de la caza en que un lobo en particular correrá en círculo y luego se esconderá tumbado, aguardando a que la presa eche a andar en su dirección. El setter, al parecer, ha «ampliado» este elemento de la caza lobuna y lo ha convertido en la especialidad de su raza.
Los perros cobradores que se precipitan tras la presa abatida y que se la traen a sus compañeros humanos, están tomando prestado otro elemento de la caza lupina. Los lobos salvajes regresan a la guarida para ofrecer alimentos a las lobas recién paridas, o a los cachorros que son aún demasiado jóvenes para tomar parte en la cacería. Esta útil tendencia a compartir los alimentos es lo que se ha explotado por generaciones de criadores para lograr los desinteresados perros cobradores de las modernas razas de este tipo.
La misma acción de regresar a la guarida con comida es también la base del popular juego de arrojar un palo o una pelota.
Aunque son carnívoros, tanto gatos como perros, ocasionalmente, salen al jardín y mastican tallos de hierba. Por lo general tragan muy poco y parecen más interesados en el jugo de los tallos que en la materia sólida de la planta. En el caso de los gatos, la explicación más reciente de esta conducta es que los animales buscan un importante suplemento vitamínico a su dieta de carne, en la forma de ácido fólico, el cual, como el nombre sugiere, se encuentra en las hojas. Esto es probable que les suceda también a los perros; pero existe otra posible explicación.
Algunos dueños de perros se percatan de que, cuando sus chuchos salen al césped a masticar un poco de hierba, lo hacen tras cierto tiempo de trastornos estomacales, cuando la digestión del animal no ha funcionado correctamente. Después de comer la hierba, suelen regresar a la casa y vomitan los tallos que acaban de ingerir. Alguien ha dicho que esto indica que necesitan más forraje en la dieta, y que es esta carencia de alimentos vegetales lo que les originó los problemas digestivos. Alegan que, al elegir una hierba inadecuada, empeoran las cosas y ello les origina los vómitos.
Otro punto de vista es que, en realidad, lo que quieren hacer es vomitar e, instintivamente, emplean hierba, que no pueden digerir, como emético. Esto parece más improbable, puesto que los perros vomitan con gran facilidad.
Los perros tienen buena vista, pero difiere de la nuestra en varios aspectos. Durante muchos años se ha creído que carecían de la visión en color y vivían en un mundo por completo en blanco y negro. Pero ahora se sabe que no es así, aunque el color no sea particularmente importante para ellos. Su proporción de bastoncillos y conos en la retina del ojo favorece mucho más a los bastoncillos que en nuestro caso. Los bastoncillos son útiles para la visión en blanco y negro con poca luz; los conos se emplean para la visión en color. Los ojos «ricos en bastoncillos» de los perros, por lo tanto, están perfectamente adaptados al ciclo diario que favorece el alba y el atardecer como los períodos de mayor actividad. A esto se le llama ritmo crepuscular, y es la forma típica para la mayoría de los mamíferos. Los humanos son desacostumbradamente diurnos, y por ende no son mamíferos típicos en lo que a la visión se refiere.
El pequeño número de conos en los ojos de los perros revela que, aunque no sean tan sensibles al cromatismo como los humanos, son capaces de ver, por lo menos, cierto grado de coloración en su paisaje canino. El gran experto en visión Gordon Walls ha expresado esto elocuentemente: «Para cualquier animal seminocturno y rico en bastoncillos (como el perro), lo más rico de la luz espectral puede, en el mejor de los casos, aparecer sólo como unos delicados tintes al pastel de cierta identidad». Tal vez sea así, pero los matices al pastel son mejor que nada, y resulta agradable pensar que nuestros compañeros caninos pueden compartir con nosotros, por lo menos en cierto grado, la apreciación de los colores mientras paseamos juntos por el campo.
En la luz crepuscular, los perros tienen una gran ventaja sobre nosotros. Poseen una capa de reflexión de la luz denominada
tapetum lucidum
en la parte posterior de sus ojos, que actúa como un mecanismo ampliador de la imagen, y les capacita para hacer mejor uso de la pequeña iluminación que haya en un momento dado. Al igual que en los gatos, que poseen el mismo mecanismo, esto tiene como consecuencia que los ojos les brillen en la oscuridad.
Otra diferencia entre nuestros ojos y los suyos es que son más sensibles al movimiento, aunque menos a los detalles. Si algo permanece erguido e inmóvil a una buena distancia, se convierte en invisible para ellos. Ésta es la razón de que muchas especies de presa se «inmovilicen» y eliminen cualquier movimiento cuando cunde en ellos la alarma, en vez de tratar de huir. Algunas pruebas han demostrado que, si el dueño de un perro se queda inmóvil a una distancia de trescientos metros, el animal no lo detecta. Por otra parte, un pastor que se encuentre a un kilómetro y medio de distancia, al hacer vigorosas señales con las manos es divisado con claridad por su perro pastor. Naturalmente esta sensibilidad al movimiento es de gran importancia cuando los perros salvajes realizan cacerías. Una vez la presa escapa, los ojos del perro se encuentran en su máximo funcionamiento.
Una ayuda adicional para el perro de caza es su mayor campo de visión. Una raza de cabeza estrecha, como el galgo, tiene un ámbito visual de doscientos setenta grados. Un perro más corriente lo tiene de doscientos cincuenta. El de los perros de cabeza aplastada es un poco menor. Pero siempre es superior al de los seres humanos, que no tiene más que ciento ochenta grados. Aunque esto significa que los perros pueden detectar pequeños movimientos sobre una faja mucha más amplia del paisaje, han de pagarlo con mayor estrechez de la visión binocular, un ámbito que no llega a la mitad del nuestro. Por lo tanto, nosotros juzgamos mejor las distancias que ellos.
Con los sonidos de tono bajo, los oídos de los perros tienen más o menos la misma agudeza que los nuestros. No obstante, en los tonos altos el perro nos aventaja con mucho. Nuestro ámbito superior, cuando somos muy jóvenes, es de unos 30.000 ciclos por segundo. Pero desciende a 20.000 cuando somos unos jóvenes adultos y alcanza sólo los 12.000 al llegar a la edad de la jubilación. Los perros poseen un límite superior de 35.000 a 40.000 ciclos por segundo o, según una reciente investigación rusa, llegan incluso a los 100.000.
Esto proporciona al perro la capacidad de oír cierto número de sonidos que para nosotros son ultrasónicos. Si un perro alza de repente las orejas y se pone en estado de alerta, puede que haya detectado el chillido de tono muy elevado de los roedores o de los murciélagos, que es completamente inaudible para nosotros. La evolución de esa audición mucho más sensible se halla con claridad relacionada con las necesidades venatorias de los antepasados de nuestros perros domésticos, que les capacitan para detectar la presencia y movimiento de las ratas, ratones y otras pequeñas presas.
Como consecuencia de este refinamiento de cazador, los perros domésticos pueden hoy reaccionar a pequeñas pistas que hacen que su conducta parezca casi telepática. Los ejemplos más conocidos se refieren a su capacidad para percibir que su amo está a punto de llegar a casa. Mucho antes de que los humanos de la casa puedan escuchar nada, el perro está en pie y alerta, aguardando con ansia en la puerta para saludarle. Si regresa a casa a pie, el perro es capaz de captar su estilo particular de andar y distinguirlo de todas las demás pisadas que se producen en la calle. Si su amo llega a casa en coche, el perro distingue el sonido del automóvil familiar de cualquier otro que pase por la carretera.
Si esas acciones parecen difíciles de creer, debe señalarse que, en estado salvaje, los lobos pueden escuchar un aullido a una distancia de hasta seis kilómetros.
En el mundo de los olores y las fragancias el ser humano es una especie inferior. Cualquier perro detecta una variedad interminable de olores con una sutileza y una sensibilidad que está mucho más allá de nuestra comprensión, lo mismo que las matemáticas superiores lo están del perro. No resulta fácil explicar su superioridad de una manera sencilla. Algunas autoridades han dicho que los perros son cien veces mejores que nosotros para la percepción e identificación de olores; otros han llevado esa cifra incluso a un millón de veces; y los hay que han alegado muy seriamente que se encuentra próxima a los cien millones. La verdad es que la comparación sólo puede realizarse respecto a una sustancia química particular. Con cierta clase de olores, los perros lo hacen sólo un poco mejor que nosotros, porque los olores en cuestión carecen de significado para ellos; por ejemplo, la fragancia de las flores. Pero con otras sustancias, como el ácido butírico presente en el sudor, algunas pruebas han demostrado, más allá de cualquier duda, que los perros tienen una capacidad de respuesta, increíble, por lo menos un millón de veces superior a la nuestra.
Los ejemplos de la facultad de los perros para identificar un sudor resultan impresionantes. Existe la prueba del guijarro. Seis hombres cogen y lanzan cada uno un guijarro lo más lejos que pueden. Entonces se deja que un perro huela la mano de uno de los hombres, después de lo cual encuentra la piedra que ha lanzado y regresa con ella. Sólo en el tiempo de asir la piedra para arrojarla, el hombre ha depositado el suficiente sudor como para que la nariz del perro la pueda localizar. Resulta aún más desconcertante la prueba del portaobjetos. De una serie de portaobjetos uno de ellos es tocado brevemente por la yema de un dedo humano. A continuación se alejan de allí con cuidado los portaobjetos durante un período de seis semanas. Cuando se traen de nuevo para el experimento, el perro sometido a la prueba es capaz de identificar el portaobjetos que fue rozado.