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Authors: Dan Simmons

Olympos (105 page)

BOOK: Olympos
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—Esto no está bien —murmuró en voz alta por la línea privada.

—¿Qué no está bien?

—El submarino está cubierto de anémonas y demás vida marina, el interior rebosa de vida, pero es como si se hubiera hundido aquí hace un siglo o cosa así, no los dos milenios y medio que han pasado.

—¿Podría haber estado navegando hace un siglo o cosa así? —preguntó Orphu.

—No. No a menos que todos nuestros datos de observación estén equivocados. Los humanos antiguos llevan casi dos mil años sin tecnología. Aunque alguien hubiera encontrado este submarino y hubiera conseguido ponerlo en marcha, ¿quién lo hubiese hundido?

—¿Los posthumanos?

—No lo creo —dijo Mahnmut—. Los posts nunca habrían utilizado algo tan burdo como un torpedo o una carga de profundidad. Y no habrían dejado las cabezas nucleares de agujero negro en funcionamiento.

—Pero las cabezas están aquí —dijo Orphu—. Puedo ver su parte superior en el radar, con los campos de contención críticos en su interior. Será mejor que nos pongamos a trabajar.

—Espera —dijo Mahnmut. Había enviado vehículos remotos no más grandes que su mano al submarino cuyos datos le llegaban a través de cordones microfinos. Uno de los remotos había conectado con la IA del centro de mando y control.

Mahnmut y Orphu escucharon las últimas palabras de los veintiséis miembros de la tripulación mientras se preparaban para lanzar los misiles balísticos que destruirían su planeta.

Cuando terminaron los testamentos y el fluir de datos, los dos moravecs permanecieron en silencio un buen rato.

—Oh, qué mundo —susurró Orphu por fin—, que tenía semejante gente.

—Voy a bajar y prepararte para que pases a AEV —dijo Mahnmut, la voz monótona—. Estudiaremos este problema de cerca.

—¿Podemos hacerlo en la zona seca? —preguntó Orphu—. ¿En la

Brecha?

—No voy a acercarme. El campo de fuerza podría destruirnos: los instrumentos de
La Dama
ni siquiera pueden definir de qué está hecho el campo, y te prometo que este sumergible nuestro no es tan bueno en el aire y la tierra seca. No vamos a acercarnos a la Brecha.

—¿Has mirado las fotos aéreas de la proa de esta nave? —preguntó Orphu.

—Claro. Las tengo aquí delante, en pantalla —dijo Mahnmut—. Daños serios en la proa, pero eso no nos concierne. Podemos llegar a los misiles del fondo.

—No, me refiero a las otras cosas que hay en el terreno seco, ahí fuera —dijo Orphu—. Mis datos de radar puede que no sean tan buenos como tus imágenes ópticas, pero me parece que uno de esos bultos que hay allí tirados es un ser humano.

Mahnmut escrutó su pantalla. La nave de contacto había tomado una extensa serie de imágenes antes de marcharse, así que las repasó todas.

—Si era un ser humano —dijo—, lleva mucho tiempo muerto. Está aplastado, los miembros despatarrados, disecado. No creo que lo fuera... creo que nuestras mentes están intentando ver esa forma entre cosas aleatorias. Hay bastantes residuos por ahí.

—Muy bien —dijo Orphu, obviamente consciente de sus prioridades—. ¿Qué tengo que hacer para salir de aquí?

—Quédate donde estás —dijo Mahnmut—. Bajo por ti. Saldremos juntos.

La Dama Oscura
estaba posada sobre sus rechonchas patas a escasos diez metros de la popa del submarino naufragado. Orphu se había preguntado cómo saldría por las puertas de la bodega de carga situada en el vientre del sumergible europano con la nave asentada en el fondo del océano, pero esa cuestión se solventó cuando Mahnmut extendió las patas de aterrizaje.

Mahnmut había entrado en la bodega de carga a través de una compuerta interior y entró en contacto directo con el gran ioniano mientras el piloto del sumergible cuidadosamente llenaba la bodega con agua del océano terrestre, igualaba presiones y luego abría la puerta de la bodega de carga. Habían desconectado a Orphu de sus diversos cordones umbilicales y los dos bajaron al fondo del océano.

Por resquebrajado y viejo que fuera el caparazón de Orphu, no tenía filtraciones. Cuando mostró curiosidad por las lecturas de presión que leían su concha y otras partes corporales, Mahnmut se lo explicó.

La presión atmosférica, arriba, en una teórica playa o justo sobre la superficie de ese océano era de un kilo por centímetro cuadrado. Cada diez metros (en realidad cada 33 pies, dijo Mahnmut, usando las antiguas medidas de la Edad Perdida con las que Orphu se sentía igualmente cómodo), la presión aumentaba una atmósfera. Así, a 33 pies de profundidad, cada centímetro cuadrado de la cobertura externa del moravec soportaba 2 kilos de presión. A 66 pies, tres atmósferas, y así sucesivamente. A la profundidad del barco naufragado (más de 230 pies), el mar ejercía una presión de unas ocho atmósferas por cada centímetro cuadrado sobre el casco de
La Dama Oscura
y los cuerpos de los moravecs.

Estaban construidos para soportar presiones mucho más grandes, aunque Orphu estaba acostumbrado a diferenciales de presión negativa mientras trabajaba en el espacio lleno de radiación y azufre alrededor de la luna Io.

Y radiación allí mismo había un montón. Ambos la registraron y la
Dama
la calculó y transmitió sus lecturas. No era peligrosa para moravecs de su diseño, pero la sensación de los rayos gamma y de neutrones derramándose sobre ellos les llamó la atención.

Mahnmut explicó que, bajo esta presión, si hubieran sido seres humanos y hubieran estado respirando aire estándar de la tierra embotellado (una mezcla del veintiuno por ciento de oxígeno con setenta y nueve por ciento de hidrógeno) las burbujas de nitrógeno que se expandirían y multiplicarían bajo ocho atmósferas los estarían volviendo locos, provocándoles narcosis de nitrógeno, distorsionando sus juicios y emociones, y no permitiéndoles llegar a la superficie con horas de lenta descompresión a profundidades diferentes. Pero los moravecs estaban respirando O-dos puro con sus sistemas de re-respiración compensando la presión añadida.

—¿Le echamos un vistazo a nuestros adversarios? —preguntó Orphu de Io.

Mahnmut abrió la marcha. Por mucho cuidado que tuviera al subir por el casco curvo del submarino hundido, el cieno se alzaba alrededor de ellos como una tormenta de polvo terrestre.

—¿Puedes ver todavía con el radar fino? —preguntó Mahnmut—. Esta mierda me está cegando en las frecuencias visuales. He leído al respecto en las antiguas historias de buzos terrestres. El primer buzo en un naufragio en el fondo o dentro del navío puede ver... todos los otros tienen visión cero, al menos hasta que la tierra y el cieno se asienten.

—Visión cero, ¿eh? —dijo Orphu—. Bueno, bienvenido al club, amigo. El radar detallado que uso en el vacío de azufre cerca de Io sirve para sondear a través de estas nubes de cieno. Veo el casco, el bulto del compartimento de misiles, el comosellame (la vela rota) treinta metros por delante. Si necesitas ayuda, pregunta y te llevaré de la manita.

Mahnmut gruñó y cambió su visión principal a frecuencias termales y de radar.

Se acercaron al compartimento de misiles, a cinco metros por encima de las cabezas nucleares, ambos usando sus impulsores, cuidando de no lanzar ningún chorro de impulsión en la dirección de las cabezas volcadas.

Y volcadas estaban. Había cuarenta y ocho tubos de misiles y cuarenta y ocho compuertas abiertas.

Esas compuertas parecen pesadas
, dijo Mahnmut por tensorrayo. Todo lo que decían y veían, naturalmente, incluido el tensorrayo, estaba siendo trasmitido a la
Reina Mab
y la nave de contacto a través de una boya de relé de radio que Mahnmut había desplegado desde
La Dama Oscura
.

Orphu, que estaba agarrando una de las enormes compuertas (su diámetro era casi tan grande como el ioniano), dijo:

—Siete toneladas.

Incluso después de que la tripulación ordenara a la IA del submarino que abriera las cuarenta y ocho compuertas de los misiles, éstos seguían cubiertos de cúpulas azules de fibra de vidrio que contenían el mar. Mahnmut vio que los misiles (impulsados hacia la superficie por enormes cargas de gas nitrógeno, sus motores listos para entrar en ignición sólo después de que cada misil llegara al aire) se abrirían paso fácilmente a través de las coberturas de fibra de vidrio.

Pero los misiles no habían surgido de sus tubos impelidos por borboteantes burbujas de nitrógeno, ni los motores habían entrado en ignición. Las coberturas-cúpulas de fibra de vidrio se habían gastado hacía tiempo: sólo quedaban frágiles fragmentos azules.

—Qué caos —dijo Orphu.

Mahnmut asintió. Fuera lo que fuese que había golpeado la popa de
La espada de Alá
, rompiendo su espalda justo por encima de la sala de máquinas, cortando sus jets propulsores y permitiendo al océano entrar por todo el cascarón junto con la onda de choque, había quebrado los diversos compartimentos de misiles y había derribado los misiles mismos. Parecía un montón de antigua paja. En algunos casos las cabezas nucleares aún señalaban ligeramente hacia arriba, pero en otros los corroídos motores de los cohetes y su combustible sólido estaban a la vista y las cabezas enterradas en el limo.

Olvida esas seis mil novecientas doce horas de trabajo
, tensorrayó Orphu.
Tardaremos ese tiempo sólo en llegar a algunas de las cabezas nucleares. Y hay probabilidades abrumadoras de que algún corte con el soplete o el movimiento de una haga detonar otra.


, dijo Mahnmut. Ya no había limo que lo cegara y contempló el destrozo principalmente con sus frecuencias ópticas.

—¿Tiene alguno de vosotros alguna sugerencia? —preguntó el Integrante Primero Asteague/Che.

Mahnmut casi dio un salto. Sabía que todos en la
Mab
los estaban siguiendo, pero estaba tan absorto estudiando el naufragio que la conexión casi se le había ido de la cabeza.

—Sí —dijo Orphu de Io, pasando a la banda común—. Esto es lo que vamos a hacer.

Describió el procedimiento de manera tan sucinta y poco técnica como pudo. En vez de intentar desarmar cada cabeza siguiendo el largo protocolo que los Integrantes Primeros habían descargado, el ioniano planeaba que Mahnmut y él lo hicieran de forma rápida y sucia. Mahnmut colocaría
La Dama Oscura
sobre el submarino naufragado y extendería sus patas de aterrizaje al máximo hasta quedar sobre el cascarón como una madre gallina sobre su nido. Luego usarían los reflectores de la panza de la nave para iluminar su trabajo. Orphu y Mahnmut usarían por separado los sopletes para separar cada cabeza de su misil, usando una simple cadena y un sistema de poleas para izar los morros cónicos hasta la bodega de carga de
La Dama Oscura
y colocarlos en los huecos de carga como los huevos de un cartón.

—¿No hay muchas posibilidades de que los agujeros negros se vuelvan críticos durante este burdo proceso? —preguntó Cho Li desde el puente de la
Reina Mab
.

—Sí —bramó Orphu por el comunicador—, pero tenemos un cien por cien de probabilidades de que uno de los agujeros negros se active si nos pasamos un año o más manipulándolos. Vamos a hacerlo de esta forma.

Mahnmut tocó uno de los manipuladores del ioniano y asintió, seguro de que el gesto sería detectado por el radar inmediato de Orphu.

La severa voz de Suma IV sonó por el intercomunicador.

—¿Y qué pensáis hacer con las cuarenta y ocho cabezas nucleares con sus setecientos sesenta y ocho agujeros negros cuando las hayáis cargado en vuestro sumergible?

—Tú nos recogerás —dijo Mahnmut—. La nave de contacto llevará a
La Dama Oscura
y su cargamento de muerte al espacio exterior y nos desharemos de los agujeros.

—La nave de contacto no está preparada para volar más allá de los anillos —replicó Suma IV—. Y los robots-leucocitos de ataque de los anillos e y p sin duda nos atacarán por el camino.

—Ése es tu problema —rugió Orphu—. Nosotros vamos a ponernos a trabajar ahora mismo. Tardaremos de diez a doce horas en soltar estas cabezas y cargarlas en
La Dama Oscura
. Cuando salgamos a la superficie, será mejor que tengas un plan. Sabemos que hay otras naves aparte de la
Mab
en esta misión... ocultas, invisibles más allá de los anillos, lo que sea. Será mejor que haya una preparada para encontrarse con la nave de contacto en la órbita baja de la Tierra y nos quite este jaleo de las manos. No estaría bien haber venido hasta la Tierra sólo para destruirla.

—Transmisión recibida —dijo Asteague/Che—. Por favor, comprended que tenemos un visitante aquí arriba. Una nave pequeña... un sonie, creo, está en ruta de encuentro con la isla orbital de Sycórax mientras hablo.

80

No hubo ceremonias que acompañaran la partida de Nadie. En un momento estaba en el sonie charlando con Daeman, Hannah y Tom, y al segundo siguiente el sonie se había alzado casi verticalmente, su campo de fuerza presionando a Nadie contra la colchoneta, y luego se disparó hacia el cielo como una flecha y desapareció entre las bajas nubes grises en cuestión de segundos.

Ada se sentía estafada. Hubiese querido tener unas últimas palabras con el amigo que había conocido antaño como Odiseo.

La votación para permitir que Nadie se llevara el sonie se decidió por un solo voto. Ese último voto lo dio un hombre llamado Elian, el calvo líder de los seis refugiados de Hughes Town que había venido con Hannah y Nadie en la balsa aérea, ni siquiera fue de uno de los supervivientes de Ardis.

La gente de Ardis que había votado en contra de perder el sonie estaba furiosa. Exigió que se volviera a votar. Incluso hubo rifles de flechitas levantados, voces y gritos.

Ada se plantó en medio del grupo y anunció con voz fuerte y serena que el asunto estaba zanjado. Se permitiría a Nadie llevarse el sonie pero regresaría lo más pronto posible. Mientras tanto, ellos tendrían la balsa aérea que Nadie y Hannah habían montado en la Puerta Dorada de Machu Picchu: el sonie sólo podía llevar a seis personas, mientras que la balsa podía llevar a catorce en cada viaje si tenían que huir hacia la isla. No había más que hablar.

Los rifles de flechitas dejaron de apuntar, pero los gruñidos continuaron. Viejos amigos de Ada se negaron a mirarla a los ojos en las horas siguientes y ella supo que había usado su último capital como líder de los supervivientes de Ardis.

Nadie y el sonie se habían marchado y Ada no se había sentido más sola jamás en su vida. Se acarició el abultado vientre y pensó:
Personita, hijo o hija de Harman, si esto ha sido un error que te pone en peligro, lo lamentaré hasta el último segundo de mi vida.

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