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Authors: Dan Simmons

Olympos (87 page)

BOOK: Olympos
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—Has aprendido mucho —dijo Próspero—, pero sigues sin comprender todo lo que tendrás que saber si...

—Sí, sí —dijo Harman—. Te prestaría más atención, Próspero, si no supiera que eres sobre todo una de esas cosas que atravesaron la puerta. Los posthumanos pasaron mil años intentando contactar con Otros Alienígenas, cambiando el trazado cuántico de todo el Sistema Solar y, a cambio, obtuvieron un cerebro con muchas manos y un cibervirus de una obra de Shakespeare.

El viejo magus sonrió al oír esto. Moira sacudió irritada la cabeza, sirvió más café en una segunda taza y bebió sin hacer ningún comentario.

—Aunque quisiéramos pasarnos a decirle hola a Setebos —dijo Próspero—, no podríamos. Cráter París no tiene ninguna torre.. no la ha tenido desde antes del virus rubicón.

—Sí —dijo Harman. Volvió a entrar, pero siguió contemplando el exterior mientras recogía su taza y bebía café—. ¿Por qué no puedo librefaxear? —preguntó bruscamente.

—¿Qué? —dijo Moira.

—¿Por qué no puedo librefaxear? Ahora sé cómo convocar la función sin los símbolos disparadores de entrenamiento, pero no funcionó cuando me levanté. Quiero volver a Ardis.

—Setebos desconectó el sistema de fax planetario —dijo Próspero—

. Eso incluye el librefaxear además de los pabellones de faxnódulos.

Harman asintió y se frotó la mejilla y la barbilla. Una semana y media de barba casi cerrada le raspó los dedos.

—¿Así que vosotros dos, y presumiblemente Ariel, podéis teletransportaros cuánticamente todavía, pero yo estoy atrapado en esta estúpida cabina hasta que lleguemos a la Brecha Atlántica? ¿De verdad esperáis que cruce caminando el suelo oceánico hasta América del Norte? Ada se habrá muerto de vieja antes de que llegue a Ardis.

—La nanotecnología que permite las funciones de tu pueblo —dijo Próspero con voz sorprendentemente triste—, no os preparó para el teletransporte cuántico.

—No, pero vosotros podéis TCearme de vuelta a casa —respondió Harman, alzándose sobre el anciano, ahora sentado en el sofá—. Tócame y TCéame. Es así de sencillo.

—No, no tan sencillo —dijo Próspero—. Y ahora eres lo bastante listo para saber que no puedes obligarnos ni a Moira ni a mí a someternos con amenazas e intimidaciones.

Harman había accedido a los relojes orbitales al despertar y sabía que había estado inconsciente casi nueve días. Tenía ganas de romper a puñetazos la cafetera, las tazas y la mesa.

—Estamos en la Ruta Once de la
eiffelbahn
—dijo—. Después de dejar el monte Everest, debemos de haber seguido la ruta Hah Xil Shan dejando atrás la Burbuja de Tarim Pendi. Podría haber encontrado sonies allí, armas, reptadores, arneses de levitación, armaduras de impacto... todo lo que Ada y nuestra gente necesita para su supervivencia.

—Tomamos... desvíos —dijo Próspero—. No habrías estado a salvo si hubieras salido de la torre para explorar la Burbuja de Tarim Pendi.

—¡A salvo! —bufó Harman—. Sí, tenemos que vivir en un mundo seguro, ¿verdad, magus y Moira?

—Eras más maduro antes del armario de cristal —dijo Moira con desprecio.

Harman no discutió. Soltó su taza, apoyó ambas manos sobre la mesa, miró a Moira a los ojos y dijo:

—Sé que los voynix fueron enviados a través del tiempo por el Califato Global para matar judíos, ¿pero por qué los posts almacenasteis los nueve mil ciento catorce y los enviasteis al espacio? ¿Por qué no los llevasteis a los Anillos con vosotros... o a algún otro lugar seguro? Quiero decir, ya habíais encontrado el Marte otradimensional y lo habíais terraformado. ¿Por qué convertir a las personas en neutrinos?

Harman esperó a que respondieran a su pregunta.

Moira soltó su taza de café. Sus ojos, iguales a los de Savi, mostraban toda la furia que sentía.

—Les dijimos a los del pueblo de Savi que iban a ser almacenados en un bucle de neutrinos durante unos cuantos miles de años mientras limpiábamos la suciedad de la Tierra —dijo en voz baja—. Ellos interpretaron que eso se refería a las creaciones ADN que quedaban por todas partes de los Tiempos Dementes, dinosaurios y aves terroríficos y bosques de coníferas... Pero también nos referíamos a otras cosas como los voynix, Setebos, la bruja en su ciudad en órbita...

—Pero no eliminasteis los voynix —interrumpió Harman—. Esas cosas fueron activadas y construyeron su Tercer Templo en la Mezquita de la Cúpula...

—No pudimos eliminarlos —dijo Moira—, pero los reprogramamos. Tu pueblo los ha conocido como sirvientes durante mil cuatrocientos años.

—Hasta que empezaron a masacrarnos —dijo Harman. Volvió la mirada hacia Próspero—. Cosa que empezó a suceder después de que nos indicaras a Daeman y a mí cómo destruir tu ciudad orbital donde Calibán y tú estabais... prisioneros. ¿Todo esto para reclamar un sólo holograma de ti mismo, Próspero?

—Más bien el equivalente de un lóbulo frontal —dijo el magus—. Y los voynix habrían sido activados aunque no hubierais destruido los elementos controladores de mi ciudad en el anillo-e.

—¿Por qué?

—Setebos. Su milenio y medio de ser negado... de ser contenido y alimentado en Tierras alternativas y el Marte terraformado, ha llegado a su fin. Cuando el de las Muchas Manos abrió el primer Agujero Brana para olisquear el aire de esta Tierra los voynix reaccionaron según lo programado.

—Lo programado hace tres mil años —dijo Harman—. Los antiguos de mi pueblo no son todos de ascendencia judía como el pueblo de Savi.

Próspero se encogió de hombros.

—Los voynix no saben eso. Todos los humanos en tiempos de Savi eran judíos, ergo... para la débil mente de todos los voynix, todos los humanos son judíos. Si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C. Si Creta es una isla e Inglaterra es una isla, entonces...

—Creta es Inglaterra —terminó Harman—. Pero el virus rubicón no procedía de un laboratorio de Israel. Eso es sólo otro maldito libelo.

—No, tienes toda la razón —dijo Próspero—. El rubicón fue en efecto la única gran contribución a la ciencia que el mundo islámico dio al resto del mundo en dos mil años de oscuridad.

—Once mil millones de muertos —dijo Harman, la voz temblorosa—. El noventa y siete por ciento de la población de la Tierra aniquilado.

Próspero se encogió de nuevo de hombros.

—Fue una guerra larga. Harman volvió a echarse a reír.

—Y el virus acabó con casi todos menos con el grupo al que tenía que matar.

—Los científicos israelíes tenían una larga historia de manipulación genética nanotécnica para entonces —dijo el magus—. Sabían que si no inoculaban el ADN de su población rápidamente, no podrían hacer nada.

—Podrían haberlo compartido —dijo Harman.

—Lo intentaron. No hubo tiempo. Pero el ADN de vuestro grupo fue... almacenado.

—Pero el Califato Global no inventó el viaje en el tiempo —dijo Harman, inseguro de si era una pregunta o una declaración.

—No —reconoció Próspero—. Un científico francés desarrolló la primera burbuja temporal...

—Henri Rees Delacourte —murmuró Harman, recordando.

—... para viajar al año 1478, investigar un extraño e interesante manuscrito adquirido por Rodolfo II, el sacro emperador romano, en 1586 — continuó Próspero sin pausa—. Parecía un viaje sencillo. Pero sabemos ahora que el manuscrito mismo (en un extraño lenguaje en código y con maravillosos dibujos de plantas no terrestres, sistemas estelares y gente desnuda) era una falsificación. Y el doctor Delacourte y su ciudad natal pagaron un precio por el viaje cuando el agujero negro que su equipo estaba usando como fuente de energía escapó a su campo de fuerza restrictor.

—Pero los franceses y la Nueva Unión Europea le dieron los diseños al Califato —dijo Harman—. ¿Por qué?

Próspero alzó su mano, vieja y moteada, casi como si estuviera dando una bendición.

—Los científicos palestinos eran sus amigos.

—Me pregunto si ese tratante de libros raros de principios del siglo XX, Wilfrid Voynich, podría haber soñado que tendría una raza de monstruos llamados como él en su honor.

—Pocos de nosotros podemos soñar cuál será nuestro verdadero legado —dijo Próspero, las manos todavía alzadas como en gesto de bendición.

Moira suspiró.

—¿Habéis terminado los dos vuestro viaje por el baúl de los recuerdos?

Harman la miró.

—Y tú, mi posible Prometeo... el pajarito te está colgando. Si esto es una competición a ver quién aguanta más la mirada, tú ganas. Yo he parpadeado primero.

Harman bajó la mirada. La túnica se le había abierto durante la charla. La cerró rápidamente.

—Cruzaremos los Pirineos dentro de una hora —dijo Moira—. Ahora que Harman tiene en el cráneo algo más que un termómetro de placer, tenemos cosas que discutir... cosas que decidir. Sugiero que Prometeo suba y se duche y se vista. El abuelo puede echarse una siesta. Yo retiraré los platos del desayuno.

65

Aquiles está considerando la posibilidad de haber cometido un error al manipular a Zeus para que lo desterrara al más profundo y oscuro pozo del mundo-infierno del Tártaro, aunque le pareciera una buena idea en su momento.

En primer lugar, Aquiles no puede respirar este aire. Aunque la singularidad cuántica de su Destino a Morir por Mano de Paris teóricamente lo protege de la muerte, no lo protege de rozarse, ahogarse y desplomarse sobre la negra piedra de lava caliente mientras que el aire lleno de metano ensucia y quema sus pulmones. Es como si estuviera intentando respirar ácido.

En segundo lugar, este Tártaro es un sitio desagradable. La terrible presión del aire (equivalente a sesenta metros bajo la superficie del mar terrestre), se ceba en cada centímetro cuadrado del dolorido cuerpo de Aquiles. El calor es terrible. Habría matado a cualquier mortal, incluso a un héroe como Diomedes u Odiseo, pero incluso el semidiós Aquiles sufre, su piel enrojece y ampollas y llagas aparecen en todas las zonas expuestas.

Al final, está ciego y casi sordo. Distingue un vago brillo rojizo, pero no suficiente para ver. La presión es tan grande, la atmósfera y las nubes tan densas, que incluso la pequeña iluminación de la roja penumbra volcánica que todo lo cubre es derrotada por la ondulante atmósfera, por los humos de las fumarolas volcánicas y por la constante caída de lluvia ácida. La densa atmósfera recalentada presiona los oídos del de los pies ligeros hasta que los sonidos que puede distinguir parecen grandes tambores enmudecidos y enormes pisadas, pesados latidos parejos al latir de su cráneo apretujado por la presión.

Aquiles busca bajo su armadura de cuero y toca la pequeña bengala mecánica que le dio Hefesto. Puede sentirla latir. Al menos no ha implotado por la terrible presión que aprieta los oídos y los ojos de Aquiles.

A veces, en la terrible penumbra, Aquiles nota el movimiento de formas alargadas, pero incluso cuando el brillo volcánico es más rojo no distingue quién o qué pasa junto a él en esta terrible noche. Siente que las formas son demasiado grandes, de hechura demasiado extraña, para ser humanas. Sean lo que sean, lo han ignorado.

Aquiles el de los pies ligeros, hijo de Peleo, líder de mirmidones y el más noble héroe de la guerra de Troya, semidiós en su terrible cólera, yace sobre un peñasco volcánico al rojo vivo, cegado y ensordecido, y usa toda su energía sólo para seguir respirando.

«Tal vez —piensa— debería haber elaborado un plan distinto para derrotar a Zeus y devolver a la vida a mi amada Pentesilea.»

Incluso el más breve pensamiento de Pentesilea le da ganas de llorar como un niño... pero no un Aquiles niño, pues el joven Aquiles no lloró nunca. Ni una sola vez. El centauro Quirón le enseñó cómo evitar responder a sus emociones (aparte de la ira, la furia, los celos, el hambre, la sed y el sexo, por supuesto, pues ésas eran importantes en la vida de un guerrero); ¿pero llorar por amor? La idea habría hecho que el noble Quirón soltara su áspera risa de centauro y luego hubiese golpeado al joven Aquiles con su enorme bastón. «El amor es sólo lujuria mal escrita», habría dicho Quirón, y habría golpeado de nuevo al niño de siete años que era Aquiles, fuerte, en la sien.

Lo que hace que Aquiles quiera llorar en este infierno irrespirable es que sabe que, en fondo de su corazón, no le importa un ardite la puta amazona muerta (lo había atacado con una puñetera lanza envenenada, por los dioses) y normalmente su único pesar sería haber tardado tanto en hacer que la zorra y su caballo murieran. Pero aquí está, sufriendo este infierno y enfrentándose al mismísimo padre Zeus sólo para que la mujer renazca... y debido a algún producto químico que ese putón de diosa Afrodita vertió sobre la apestosa amazona.

Tres enormes formas salen de la niebla. Están tan cerca que los esforzados ojos llenos de lágrimas de Aquiles distinguen que son mujeres... si las mujeres midieran sesenta metros de altura, cada una con tetas más grandes que su torso. Van desnudas pero pintadas de muchos colores, visibles incluso a través del rojo filtro de la penumbra volcánica. Sus caras son largas e increíblemente feas. Su pelo se rebulle como serpientes en el aire supercaliente o es más bien una maraña de serpientes. Sus voces se distinguen sólo porque las vibrantes sílabas son insoportablemente más fuertes que el atronador ruido de fondo.

—Hermana Ione —truena la primera forma que se alza sobre él en la penumbra—, ¿puedes decir qué es esta forma que se extiende sobre esta roca como una estrella de mar?

—Hermana Asia —responde la segunda forma enorme—, yo diría que es un hombre mortal, si los mortales pudieran venir a este lugar o sobrevivir aquí, cosa que no pueden hacer. Y si yo pudiera ver que es un hombre, que no puedo pues yace boca abajo. Tiene el pelo bonito.

—Hermanas Oceánidas —dice la tercera forma—, veamos el género de esta estrella de mar.

Una enorme mano agarra bruscamente a Aquiles y le da la vuelta. Dedos del tamaño de sus muslos le arrancan la armadura, le quitan el cinturón y le bajan el taparrabos.

—¿Es varón? —pregunta la primera forma, a la que su hermana llamó Asia.

—Si se le pude llamar así con tan poco que mostrar —dice la tercera forma.

—Sea lo que sea, yace caído y derrotado —dice la hembra gigante llamada Ione.

De repente, grandes sombras en la penumbra que Aquiles había supuesto que eran rocas se mueven, se agitan y repiten con voces inhumanas:

—¡Yace caído y derrotado!

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