Mientras tanto, finalizado su frenesí muscular, Lyla se había alzado hasta adoptar una posición sentada sin utilizar sus manos, los ojos aún muy abiertos y enfocados en la nada. Cruzó sus piernas, se volvió utilizando los dedos de sus pies contra la alfombra para moverse hacia los espectadores, y colocó sus palmas juntas delante de su rostro en un esbozo del gesto indio del
namasthi
.
Hubo una pausa. Finalmente, Ariadna dijo, habiéndole directamente a Dan en una especie de susurro pero con la cabeza lo suficientemente cerca de un micrófono de la pared co-mo para que Reedeth pudiera captar sus palabras:
—¿Debemos hacerle preguntas ahora?
—Eso es lo que hay que hacer con algunas pitonisas —respondió Dan, también en voz baja—. Pero no con Lyla. Se lo dije cuando usted la contrató: esa chica es realmente buena.
Independientemente de lo que pudiera decir ahora, Reedeth ya se había forjado una certeza respecto a una cosa. Lyla Clay debía de ser una de las personas más sorprendentes del mundo, capaz de una proeza en la que él jamás se hubiera atrevido a soñar. Si lo que el robescritorio había dicho respecto a las píldoras sibilinas era cierto, en estos momentos ella no debería ser capaz de pronunciar la menor palabra coherente. Debería estar sumida en un
delirium tremens
.
La tensión aumentó. Un momento antes de que se hiciera insostenible, Lyla dijo con una voz alta y clara, como la de un niño:
—¡La madre superiora no podría ser más melancólica! ¡La vida es opresiva y solitaria y gris! ¡La pequeña señorita Celia envidiaba a Ofelia… Hamlet la ignoraba y luego todo terminó! Rat-ta-ta-ta, rat-ta-ta-ta, rat-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta. A centavo la mirada, la palabra enmarañada, no se puede vivir la vida como en los libros es leída. Escuchad con corazones batientes lo que pronuncian mis labios sentientes… Es cierto y jamás podréis ocultaros de ellos. Puede que penséis que sabéis de dónde venís y adonde vais, pero recordad que venir e ir significan también sufrir. Y mientras yo estaba sufriendo por los arrabales encontré a un hombre con siete cerebros. Cada cerebro tenía siete vidas, cada vida tenía siete esposas, cada esposa dijo siete mentiras, ¿quién es el mayor de los mentirosos?
Vaciló. Aprovechando la oportunidad de echarle una mirada a la audiencia, Reedeth observó que aparte Dan, que parecía más bien complacido, todos los demás en la habitación exhibían un desconcertado fruncimiento de ceño.
—Cuando yo era… —prosiguió Lyla, y se corrigió—. No. Hace tiempo, en… No. Mientras estaba girando en torno a la esfera encontré a un hombre que no está aquí. Mientras estaba bajando las escaleras encontré a un hombre que está en todas partes. Hrr-hum. Allá en…
Se interrumpió una vez más, y una sombra de preocupación cruzó por el rostro de Dan. La voz de la muchacha se hizo más fuerte y como asustada.
—¡Mientras estaba sentada en el suelo encontré a un hombre que es mucho, mucho más! ¡Mientras estaba tendida en mi cama besé a un hombre que no estaba muerto! ¡Mientras estaba llorando en voz alta encontré a un hombre que no tenía el derecho! Mientras estaba…, mientras estaba…
Su boca se abrió y se cerró, sus manos se cruzaron y se descruzaron en un desnudo terror, e intentó avanzar a saltos por la suave alfombra como una rana, los ojos girando loca-mente en busca de una escapatoria de alguna inimaginable dificultad. Reedeth se medio levantó de la silla. Había que hacer algo respecto a aquello… ¡La visión del pánico de la pobre chica era intolerable!
Pero antes de que pudiera hacer nada, Dan había desconectado su grabadora con un gesto irritado, cerrado el abismo entre él y Lyla con una sola zancada, y abofeteado a la muchacha en ambas mejillas. Como si hubiera sido llamada milagrosamente desde un millón de kilómetros de distancia, ella volvió a ser de nuevo ella misma y alzó dócilmente la vista hacia él.
—¿Ha ido todo bien? —preguntó con su voz normal—. ¿Qué es lo que he dicho?
A las trece diecisiete, el ordenador que mantenía el servicio de control de noticias de Flamen durante las veinticuatro horas del día, siempre alerta para indicios de corrupción, mala administración, sobornos, chantajes u otros jugosos escándalos, registró el anuncio de que un amplio grupo de Patriotas X estaba manifestándose en el aeropuerto Kennedy contra el retraso ya de 95 minutos que estaba sufriendo Morton Lenigo en su paso por Aduanas e Inmigración. La policía estaba alerta con armamento antidisturbios, gases y lanzallamas, y los vuelos 1205, 1219 y 1300 fueron provisionalmente desviados hacia la frontera cana-diense.
A las catorce treinta, registró en todas las estaciones del Broederbond sudafricano una recomendación de que Lenigo fuera muerto a tiros inmediatamente y Detroit eliminado con una nuclear del tamaño adecuado como preliminares necesarios a la moción de censura contra el presidente Gaylord.
Echando humo, Lionel Prior cruzó la elaborada serie de barreras que protegían la entrada de su hogar. Hubiera sido mucho mejor aceptar la sugerencia de Flamen y volar al Ginsberg aquella tarde, se dijo, independientemente de lo irritado que se había sentido al ser amarga e injustificadamente acusado de venderse al directorio de la Holocosmic. Eso le hubiera ahorrado uno de los episodios más embarazosos de toda su vida.
Atraído por el ruido mientras guardaba el equipo de lucha en su armero especial, su esposa Nora apareció en la pantalla interna de la comred. Por su aspecto estaba tendida en el patio trasero de la casa tomando un poco el sol, pero tras una primera ojeada rápida Prior se volvió de espaldas a la cámara.
—¿Has hecho unos buenos ejercicios, querido? —preguntó ella, con el tono formalmen-te cortés al que había terminado acostumbrándose a lo largo de los años.
—¿Unos buenos ejercicios? —repitió Prior con voz chillona—. ¡No, fueron unos ejercicios más bien asquerosamente horribles!
Cambiando instantáneamente de modales, Nora dijo:
—¡Está bien, no necesitas arrojar tu mal humor sobre mí!
—Eso quizá te sirva de adelanto de lo que nos espera —respondió secamente Prior—.
Prepárate para ser tratada como paria durante las próximas semanas. Puedo asegurártelo.
¡Esos finos vecinos nuestros!
—¿Qué quieres decir con eso?
—Déjame prepararme algo de beber.
Metió el último elemento del equipo en su alvéolo y se dirigió a la sala de estar; ella fue cambiando de cámaras para seguirle, con expresión alarmada.
—Las cosas han ocurrido así —prosiguió él cuando hubo engullido el primer sorbo de un fuerte vodka rickey—. ¡Y todo porque me tomo en serio mis responsabilidades de defensa urbana, en comparación con algunas personas a las que podría nombrar! Hoy harás la parte de nigblanc, me dice Phil Gasby cuando aparezco… Eres bueno, dice, nos harás sudar un poco. De modo que yo digo de acuerdo. Si lo plantea de ese modo, ¿cómo puedo negar-me con todos ellos mirándome? Y entonces lo suelta. Hay un hombre del MSI esperando en la intersección de Green y Willow, dice, el capitán Lorimer. Él te dará tu programa de ataque.
Engulló salvajemente garganta abajo el resto de su bebida.
—No comprendo —dijo Nora tras una pausa.
—¿No? ¿Sabes dónde estás precisamente ahora, en la pantalla analógica? ¡Enterrada bajo un montón de humeantes escombros, ahí es donde estás! ¡El plan de defensa de Phil, del que se ha estado vanagloriando durante tanto tiempo, se deshinchó inmediatamente como un globo pinchado! Tuve que eliminarle a los tres minutos de haber empezado. Digo que tuve que eliminarle. Me contuve tanto como me fue posible, pero el idiota estaba allí a plena vista y nadie, ni blanc ni nigblanc, hubiera dejado de darse cuenta de que estaba a cargo de las operaciones por la forma en que estaba gritando y gesticulando. De modo que Tom Mesner se hizo cargo y se atrincheró en la línea de Willow Road, y Lorimer me dijo que siguiera por Orange, y eso fue el fin. Sesenta y ocho por ciento de bajas en menos de una hora, y veintidós casas incendiadas, incluida la nuestra. Así que canceló el ejercicio y nos reunió a todos y nos dijo que nos marcháramos, como… ¡como vulgares niños traviesos! Tom y Phil se merecían lo que consiguieron, por supuesto, porque hay vidas en juego en una cosa así, y no hay excusa alguna para las negligencias. Pero ¿tú sabes a quién van a echarle la culpa por haber sido regañados en público? ¡A mí, yo voy a ser el culpable!
—Pero tenía entendido que esta zona estaba bien clasificada por el MSI —dijo Nora—.
¡Esa fue una de las razones por las que decidimos mudarnos a este distrito!
—No sé cómo estaba clasificada antes de que ese estúpido de Phil Gasby se hiciera cargo —gruñó Prior—. Pero seguro que no estamos bien clasificados ahora. ¡Escucha! —Sacó un papel doblado de su bolsillo y lo abrió—. Mantenimiento de seguridad interna, informe del ejercicio número tal, grupo de defensa urbana del distrito número tal y tal… Ah, ahí está, índice para Lionel Prior, clase cuatro; índice para el grupo como una totalidad, clase seis, no considerado competente para mantener el orden en la zona asignada en caso de disturbios civiles. Observaciones: el grupo… No, no voy a leer eso. ¡Es un puro libelo!
—Al menos has obtenido un mejor índice que la media del grupo —aventuró Nora.
—¿Clase cuatro? ¡Eso es ridículo! Si no hubiera intentado favorecer a Phil hubiera obtenido al menos una clase dos, pero Lorimer me atacó también por no dispararle apenas tuve una oportunidad. ¿Y crees que él me lo va a agradecer de alguna forma? ¡No en un millón de años!
Se dejó caer en un sillón hinchable y le frunció el ceño a la gran ventana-imagen. Normalmente estaba conectada a una amplia y árida extensión esteparia con una manada de antílopes pastando en la distancia.
—¿Acaso Phil tiene ventanas-imagen? —concluyó ferozmente—. ¡Un infierno tiene!
¡Esos pobres chicos suyos serán reducidos a picadillo por los trozos de vidrio desmenuza-do!
Hubo un momento de silencio. Luego Nora dijo, con el farisaico tono de alguien que sa-le vencedor de una discusión utilizando el mismo argumento que la persona que está al otro lado:
—¿Y tú te gastaste ciento cincuenta mil en ese Lar tuyo?
Por un instante Prior estuvo a punto de estallar. Pero en vez de ello lanzó un suspiro.
—De acuerdo, me timaron. Cualquier maldita cosa que podía ir mal hoy ha ido mal. Si te has molestado en ver la emisión de Matthew…
—Empecé a hacerlo, pero la imagen se hizo imprecisa y tuve que cambiar a otro canal —dijo Nora.
—Eso es exactamente. ¡Eso es lo que intenté hacerle ver para que reaccionara de algún modo! ¡Pero parece no importarle ya en absoluto! ¿Sabes lo que hizo el idiota? ¡Prácticamente me salió con la acusación de que la Holocosmic está intentando librarse de él, y cuando intenté recoger los pedazos sugiriéndole que llamara a un experto incuestionable para estudiar el problema perdió totalmente el control y dijo que yo me había vendido! ¡Maldita sea, por supuesto que estamos siendo saboteados, pero eso no es algo que uno pueda decir al alcance de los micrófonos espía sin tener pruebas contundentes de ello! ¡Si a eso conduce el tener un Lar, entonces voy a decirle inmediatamente lo que pienso de sus servicios!
Apuró su vaso y se dirigió hacia el comred. Nora desapareció, evidentemente no deseando continuar la conversación tras haber obtenido su punto. Prior frunció el ceño ante la pantalla vacía donde un momento antes había estado su rostro.
¡Si tan sólo pudiera meterla en un asilo…, o en cualquier otro lugar fuera del alcance de su oído…!
Al adelantar la mano hacia el tablero para pulsar el código de Lares y Penates Inc, se dio cuenta de que había un piloto encendido sobre la ranura de los mensajes. Tomó el papel facs y lo leyó con desánimo.
Eugene Voigt, de la CPC, necesitaba entrar en contacto con él tan pronto como fuera posible. ¡El viejo estúpido! Pero precisamente en este momento su situación era demasiado precaria como para correr el riesgo de ofender a nadie que más tarde le pudiera ser útil. Suspirando, pulsó primero aquella llamada.
Mientras aguardaba a que respondieran, miró a su alrededor, al amplio y caro hogar que se había ido construyendo a lo largo de muchos años: espléndidamente amueblado, con auténticos cuadros pintados a mano en las paredes, alfombras hechas a mano en el suelo protegidas por una invisible película de plástico contra los desgastantes pies de los niños, adornos antiguos de hacía treinta, cuarenta e incluso cincuenta años…
—¿No se da cuenta Matthew de lo que yo voy a perder si él echa a volar su contrato?— le dijo al indiferente aire.
—¡Bien, eso fue un fiasco, sin la menor duda! —murmuró Dan a Lyla en el momento en que tuvo la oportunidad de abandonar sus buenos modales profesionales y pudo hablarle sin que nadie pudiera oírles.
Desconcertada, ella le miró. Los pacientes estaban siendo llevados en manada fuera de la habitación, bajo la supervisión de Ariadna; Matthew Flamen, habiendo filmado varios primeros planos de ellos desde cerca de la puerta para terminar su cinta, se había quitado su equipo de grabación y estaba conversando ahora con una de las últimas en salir de entre los componentes del público, una mujer singularmente agraciada que se limitaba a fruncir la boca en un enfurruñado mohín. La conversación parecía producirse en una sola dirección.
—Pero…, pero ¿por qué? —murmuró Lyla.
—La mejor oportunidad que jamás hayas podido conseguir en tu vida, Flamen grabando toda la demostración, ¿y qué es lo que nos ofreces? ¡Once minutos, eso es todo! ¿Crees que van a sentirse complacidos tras conseguir un espectáculo tan corto? Me has dejado colgado, querida, eso es todo.
Ella siguió mirándole incrédula durante otros cuantos segundos. De pronto, como si sus terminaciones nerviosas hubieran llegado en aquel momento a su cerebro, alzó los dedos y se tocó las mejillas.
—Dan, ¿me has abofeteado?
—¡Tenía que hacerlo!
—¡Pero tú sabes que eso es terriblemente peligroso! Hubieras podido…
—Pero no ha ocurrido nada, ¿verdad?
—Yo… —Tragó dificultosamente saliva y agitó la cabeza—. No, supongo que no. Me siento como siempre después de una sesión. Pero ¿por qué?