Orestíada (4 page)

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Authors: Esquilo

BOOK: Orestíada
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CLITEMNESTRA. Ciudadanos, honra y prez de la argólida ciudad, no me voy a avergonzar de dar, en vuestra presencia, muestras del amor que siento; que, con el tiempo declina en el mortal el pudor. Y sin haberlo aprendido de terceros, contaré la vida que yo he llevado durante el tiempo en que estuvo mi esposo al pie de Ilión. Primero, para una esposa es ya un tormento sin par estarse en casa sentada sola y sin la compañía del marido, toda suerte de desalmados rumores escuchando; que uno viene a traer malas noticias, y después, otro, con nuevas peores y, así, van todos anunciando mil desgracias para la casa. Y si tantas heridas él recibiera cual, por diversos conductos, traían hasta mi casa los rumores, bien podríais decir que más agujeros tiene que una red. Si hubiera muerto tantas veces cuantas lo anunciaban los rumores bien podría presumir, cual Gerión revivido, de que posee tres cuerpos, y de que una triple capa ha recibido de tierra, por cada cuerpo abatido una vez. Por tan horribles referencias, más de un nudo que en el techo había colgado, manos extrañas tuvieron que deshacer por la fuerza y que ahogaba mi garganta.

(A
AGAMENÓN).

Por ello no está aquí, ahora, a mi lado, cual debía, Orestes, tu hijo, la prenda de mi propia fe y la tuya. Y por ello no te extrañes; que lo cría, con afecto, un huésped de guerra, Estrofio, el de Fócide, aduciendo que era doble su peligro: los riesgos que tú corrías al pie del muro de Troya, y la posibilidad de que algún motín del pueblo el consejo derribara. Que es muy propio de los hombres con el que cae ensañarse. Y esta explicación que digo no lleva engaño ninguno. En cuanto a mí, la verdad, es que la fuente del llanto se ha secado, y que no queda ni una gota. Ya llagados tengo los ojos, porque velaban hasta altas horas de la noche, lamentando el que nunca se encendiera la llama de tu regreso. Me despertaba del sueño el más ligero rumor de un mosquito, una vez que veía en mis pesadillas más desgracias contra ti de lo que me permitía la duración de mi sueño. Y, tras estos sufrimientos, con el alma liberada, por fin, de su angustia ya, a este hombre muy bien puedo saludar, diciendo que es perro guardián del rebaño, cable que asegura el barco, firme columna del techo, hijo único de un padre, y agua de manantial para el sediento viajero, tierra avistada a lo lejos por los marineros contra toda esperanza, la luz hermosa tras la tormenta; que siempre es dulce escapar de la miseria presente.

(Pausa y con majestad).

Lo considero digno de estos nombres y ¡que la envidia no los acompañe! Bastante ha sido el mal que hemos sufrido. Y ahora, amado esposo, de tu carro desciende ya, mas sin hollar el suelo con tus plantas, ¡oh destructor de Troya!

(Extiende ante él una alfombra de púrpura).

Mas, ¿por qué os retrasáis, esclavas mías, que tenéis la misión de desplegar una alfombra a sus pies? Salga un sendero de púrpura a su paso, y que Justicia lo conduzca a un lugar que no esperaba. Lo demás, un empuje no vencido por el sueño lo hará, si Dios me ayuda, cuando llegue el momento, y en la forma en que quiere el destino que se cumpla.

AGAMENÓN. Hija de Leda, guardia de mi casa conformes con mi ausencia tus palabras han sido: porque mucho te extendiste. Mas debe proceder de otras personas el elogio adecuado. Y no me trates en forma delicada y femenina ni me acojas a la manera bárbara, rodilla en tierra y el halago presto. Tampoco extiendas ante mí ninguna alfombra, pues que la envidia mis pasos podría acompañar. Es a los dioses a quien hay que rendir este homenaje. Un hombre soy: me causa escalofríos caminar sobre estos ricos bordados. Quiero decir que me honres como a un hombre. Sin bordados y alfombras, por sí sola, habla mi gloria ya; y el ser sensato es el don más precioso de los dioses. Hay que llamar feliz y venturoso al que acaba su vida en la bonanza. Ya te lo he dicho, no me atrevo a hacer esta acción que tú acabas de indicarme.

CLITEMNESTRA. Respóndeme, no ocultes lo que piensas.

AGAMENÓN. No pienso falsear mi pensamiento.

CLITEMNESTRA. En caso de temor, ¿es que no habrías ofrecido a los dioses tal promesa?

AGAMENÓN. Sí, de advertirme una persona sabia.

CLITEMNESTRA. Y si Príamo hubiese conseguido una victoria tal, ¿qué hubiera hecho?

AGAMENÓN. Marchar sobre bordados, me parece.

CLITEMNESTRA. Pues no temas, tampoco, los reproches.

AGAMENÓN. SÍ; mas la voz de un pueblo puede mucho.

CLITEMNESTRA. Nadie envidia al que no despierta celos.

AGAMENÓN. No es propio de mujer buscar la lucha.

CLITEMNESTRA. También es bueno que el dichoso ceda.

AGAMENÓN. ¿Tanto estimas vencer en esta pugna?

CLITEMNESTRA. Aunque eres vencedor, cede a mis ruegos.

AGAMENÓN. Si así lo quieres, que desaten presto esclavas de mis pies estas sandalias Y que al hollar mis plantas esa púrpura no me alcance, de lejos, la envidiosa mirada de los dioses; me da miedo arruinar con mis pies este palacio pisando esta riqueza, esos bordados comprados a alto precio. Y, ¡basta de eso!

(Señalando a
CASANDRA).

Acoge con afecto a esta extranjera, que, al que sabe mandar benignamente, los dioses lo contemplan complacientes. Es escogida flor de entre tesoros, don de la hueste a mi persona, y que ha venido conmigo. Y pues conviene atender tus palabras, voy a entrar a palacio esta púrpura pisando.

CLITEMNESTRA. Existe el mar —¿quién podría agotarlo?— el que nutre la savia siempre nueva de la abundante púrpura, valiosa como la plata, y con la que se tiñen los tejidos. Y, gracias a los dioses, en esta casa existe en abundancia. Esta casa no sabe de pobrezas: yo habría prometido muchas veces muchas prendas pisar, si me lo hubiera el profético templo aconsejado cuando buscaba el modo de salvarte. Si la raíz del árbol sigue viva el follaje se extiende hasta la casa, y ofrece protección a la canícula. Tu regreso al hogar, de igual manera significa el calor en pleno invierno, y cuando Zeus el vino va cociendo en las agraces uvas, la llegada del esposo querido es aire fresco.

(AGAMENÓN
entra en palacio).

¡Oh tú, Zeus cumplidor, cumple mis ansias! ¡No tardes en hacer lo que has dispuesto!

(Entra en palacio
CLITEMNESTRA).

CORO.

ESTROFA 1.ª
¿Por qué, obstinado, brota el temor en mi pecho de profeta, y en torno a él revolea? ¿Por qué, ahora, mi canto vaticina, sin recibir la orden, sin cobrar su soldada? ¿Por qué no me es posible ahora escupir, como ocurre ante absurdas pesadillas, sin que una persuasiva confianza se aposente en tomo de mi alma? ¡Cuánto tiempo desde el momento aquel en que, al soltar amarras, la arena iba volando cuando zarpó hacia Troya la expedición naval!

ANTÍSTROFA 1.ª
El regreso contemplo con mis ojos, —sí, soy testigo de ello— y, con todo, en mi pecho, espontáneo, el corazón entona sin acentos de lira, la lúgubre canción de las Erinias, sin conservar intacto aquel valor que la esperanza otorga. Pero no en vano me urgen las entrañas: danza dentro del pecho, amante de Justicia, mi corazón, envuelto en vórtices que anuncian cumplimientos.

ESTROFA 2.ª
De una salud suprema no es alcanzable el límite más alto. Que la
amenaza siempre, vecina, pared contra pared, la enfermedad, y un humano destino que avanza viento en popa, choca en oculto escollo. Si sabia precaución echa en las olas parte de las riquezas adquiridas, con honda mesurada, no se hundirá del todo la casa repleta con exceso, ni al fondo de la mar se va el navio.
El don de Zeus, profuso, la cosecha de un año, aleja el morbo del hambre.

ANTÍSTROFA 2.ª
Pero la negra sangre en la tierra vertida por un asesinato, ¿quién con salmodias recoger consigue? ¿Y no detuvo Zeus, en beneficio nuestro, al que sabía resucitar un muerto?. Si el destino marcado por los dioses no me impidiera gozar de una ventaja, que no debo tener, mi alma, en este instante, incluso anticipándose a mis labios, dejaría brotar sus sentimientos. Pero ahora murmura solamente, dolorida, en la noche, sin esperanza de que pueda brotar útil consejo de este mi corazón enardecido.

CLITEMNESTRA. Entra, también, Casandra; y, pues que Zeus, benévolo ha dispuesto que compartas de pie, el agua lustral de esta morada, con los demás esclavos, cabe el ara de Zeus, el protector de las riquezas, desciende de este carro, y no te empeñes en mostrar tu desprecio. También, cuentan, el vástago de Alcmena fue vendido, y tuvo que probar el pan esclavo. Si, pues, el hado el fiel de la balanza inclina hacia este lado, es gran ventaja tener un dueño rico desde siempre. En cambio aquel que ha recogido rica cosecha no esperada siempre es duro y sin moderación con sus esclavos. Ya conoces el trato de esta casa.

CORIFEO. Con palabras muy claras te lo ha dicho. Y, pues te encuentras en la red del hado, si has de asentir, asiente. Pero acaso no quieras asentir.

CLITEMNESTRA. Si no es su lengua bárbara e ignota, cual de golondrina, espero persuadirla con palabras que llegarán al fondo de su mente.

CORIFEO. Síguela, sí. En el caso en que te encuentras, te ha dicho lo mejor. Baja del carro.

CLITEMNESTRA. NO puedo perder tiempo con la extraña. Junto al hogar, en medio del palacio está ya preparado el holocausto. [Nunca pude esperar tanta alegría.] Si al fin has de entender, no te retrases. Si no obedeces porque no me entiendes, no hables, y mueve tu extranjera mano.

CORIFEO. Creo que necesita un buen intérprete. Su aspecto es el de fiera acorralada.

CLITEMNESTRA. Está fuera de sí, sin duda alguna. Solo atiende a su loco desvarío; llega de una ciudad recién tomada y no resiste el freno sin echar sanguinolenta espuma por la boca. Yo no voy a gastar más mis palabras para verme afrentada de este modo.

(Se va
CLITEMNESTRA).

CORIFEO. Me inspira compasión, que no despecho.

(A
CASANDRA).

Ven aquí, desgraciada, deja el carro cede ante tu destino, acepta el yugo.

ESTROFA 1.ª

CASANDRA.
¡Ay, ay! ¡Dioses! ¡Horror! ¡Apolo, Apolo!

CORIFEO. ¿Por qué invocas a Apolo en tus lamentos? No es un dios al que placen los gemidos.

ANTÍSTROFA 1.ª

CASANDRA.
¡Ay, ay! ¡Dioses! ¡Horror! ¡Apolo, Apolo!

CORIFEO. De nuevo, contra el rito has invocado al dios que nunca acude donde hay llantos.

ESTROFA 2.ª

CASANDRA.
¡Apolo! ¡Conductor, destructor mío! ¿A dónde me has llevado? ¿A qué morada?

CORIFEO. A la de los Atridas. Si lo ignoras te lo diré y podrás ver que no miento.

ANTÍSTROFA 2.ª

KASANDRA.
¡Apolo, conductor, destructor mío! ¡De nuevo me has perdido sin remedio!

CORIFEO. Augurará, imagino, su infortunio; Dios persiste en su pecho aunque es esclava.

ESTROFA 3.ª

CASANDRA.
¡Ay, ay! A una casa odiada por los dioses, y cómplice de un crimen fratricida, de cabezas cortadas... A un matadero humano, cuyo suelo de sangre está empapado!

CORIFEO. ¡Buen olfato posee la extranjera, como una perra! Ya las huellas sigue de una muerte que al fin ya descubrió.

ANTÍSTROFA 3.ª

CASANDRA.
En estos testimonios yo me apoyo: estos niños que lloran su propio asesinato; han asado sus carnes y han sido devorados por sus padres.

CORIFEO. Conocía tu fama de adivina: pero ahora a un profeta no queremos.

ESTROFA 4.ª

CASANDRA.
¡Dioses! ¿Qué crimen se prepara? ¿Qué es este nuevo daño, horrendo crimen insoportable para los amigos, difícil de evitar, que en el palacio se trama? ¡Mas la ayuda está muy lejos!

CORIFEO. No entiendo tus augurios, pero el resto lo sé: la ciudad toda lo pregona.

ANTÍSTROFA 4.ª

CASANDRA.
¿En verdad vas a hacerlo, desgraciada? ¿A tu propio marido, al que comparte contigo el lecho, lavas en el baño, para después... ¿cómo diré el final?... Al punto va a ocurrir: que ella ya avanza a su encuentro, los brazos extendidos.

CORIFEO. Nada comprendo aún. Tras este enigma, no sé qué hacer ante este oscuro oráculo.

ESTROFA 5.ª

CASANDRA.
¡Ay, ay, horror!, ¿qué es lo que veo? ¿No es una red del Hades? ¡Y la trampa es la esposa! La discordia implacable de esta casa lance el grito ritual por este sacrificio tan infame.

CORIFEO. ¿Qué Erinia vengadora tú me invitas a evocar? ¡Tus voces no me aclaran! Gotas de bilis fluyen en mi pecho como a aquel que sucumbe ante la pica cuando el rayo postrer de una existencia se agosta y sobreviene el desenlace.

ANTÍSTROFA 5.ª

CASANDRA.
¡Ay! ¡Mira! ¡Aparta el toro de la vaca! Lo ha envuelto entre los pliegues de su manto, lo abate con su negra cornamenta, y cae en la bañera. La tragedia de bañera sangrienta te relato.

CORIFEO. De entender vaticinios no presumo; mas sus palabras me sugieren males. ¿Resultó nunca un bien para los hombres un vaticinio? Las parleras artes condujeron al hombre, en su desgracia, hacia el temor que inspiran los oráculos.

ESTROFA 6.ª

CASANDRA.
¡Ay mísera de mí! ¡Destino infausto, el mío, sí! Proclamo mi tragedia. ¿Para qué a este palacio, triste de mí, me has conducido? ¿A qué sino a mi propia muerte?

(A partir de aquí el canto lírico lo interpretan a dúo
CASANDRA
y el
CORO).

CORO.
Divino frenesí te ha enajenado y entonas un lamento por tu suerte, cual pardo ruiseñor insaciable de llanto que, en su mísero pecho, «Itis, Itis», grita, mientras lamenta una existencia pródiga en desgracias.

ANTÍSTROFA 6.ª

CASANDRA.
¡Hado feliz del ruiseñor canoro!
Cuerpo alado los dioses le otorgaron y una dulce existencia, exenta de
lamentos; a mí, en cambio un cuchillo me aguarda de dos filos que segará mi cuerpo.

CORO.
¿Quién te ha inspirado esas angustias vanas, ese furor divino? ¿Por qué entonas con tu lúgubre voz tales horrores en estridentes notas?¿Quién te dictó los tétricos mojones que señalan la ruta de tu canto profético?

ESTROFA 7.ª

CASANDRA.
¡Ay bodas, sí, bodas de Paris, ruina de los suyos! ¡Aguas del Escamandro que abrevas a mi patria! En tiempos, infeliz, crecí cabe su orilla, mas pronto voy a hacer mis vaticinios junto al Cocito, y cabe las corrientes de Aqueronte.

CORO.
¡Qué palabras tan claras pronunciaste! Incluso un niño podría comprenderlas. Cual por una asesina mordedura, me siento herido ante tu infausta suerte cuando pregonas tu doliente sino que lacera mi pecho al escucharlo.

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