—Me da lo mismo que me lo digan en francés —dice Rick—: son cuatro bultos, se llamen «maleta», «neceser», o
«je t'aime mon amour»
, ¿está claro?
—Un momento, por favor —dice el policía. Su compañero, sin moverse de la silla desde la que controla el escáner, sigue la trifulca sin poder evitar desatender la pantalla.
—De acuerdo —dice Rick—, venga usted a verlo, o llame a un inspector: eso es, quiero que venga un inspector; son cuatro bultos, cuatro...
El policía hace un gesto a su compañero para que pulse el botón de llamada al inspector de sección. Entretanto, Rick ha traspasado ya netamente el límite de seguridad marcado en rojo en el suelo sin que la alarma del arco se active. Desde ese más allá, hace amago de tomarle el codo al policía para que lo siga hacia las puertas de embarque.
—Haga el favor de esperar un momento, por favor —dice el policía tensando el cuerpo para no dejarse mangonear—, no pueden pasar sin tarjeta de embarque...
Rick retrocede sólo un poco:
—Hemos entrado antes por el arco 3, aquel de allí, tengo las tarjetas de embarque en el transbordador. Está todo el equipaje cargado, se lo estoy diciendo: exijo que me acompañe un policía y lo compruebe, o un inspector, me da igual, son cuatro maletas, nada de tres: cuatro maletas...
—No pienso pagar un extra por una maleta que no existe —dice BB, que también ha superado ya la línea roja seguida de Marcuse y Mam'zelle.
La cola de viajeros, desatendida, empieza a inquietarse. Desde el interior de la terminal, ya en zona interestacionaria, dos policías con emisor de multas y el inspector de paisano se aproximan. El agente del arco de seguridad les hace gesto de que se acerquen aún más, pero Rick acorta camino hacia ellos seguido de los tres chicos. El agente del arco, encantado de desentenderse del asunto, se queda en su puesto tratando de poner un poco de orden en la cola de viajeros remojados e impacientes por subir a sus transbordadores.
Antes de hablarle al inspector, Rick se asegura de que el agente del arco no puede ya oírlo:
—Inspector, le decía al agente si no podría usted indicarnos la puerta de embarque 11PT, creo que nos hemos perdido.
—¿Perdón? —dice el inspector.
—Verá, estábamos a punto de embarcar y este pasajero se ha indispuesto —señala a Marcuse, que en ese momento se le antoja el más verosímilmente indispuesto—. Venimos de la enfermería —señala a la enfermería—. No ha sido nada, le han dado un antihistamínico y nos han dicho que podemos zarpar. Pero ahora no encontramos el embarque 11PT.
El inspector se vuelve para señalar:
—Está en la última sección: transporte privado, amarre 11. Sigan los carteles azules, no tiene pérdida.
—Muchas gracias —dice Rick dedicándole al inspector una amplia sonrisa de agradecimiento. Luego se dirige a los chicos—. Ya lo habéis oído, sección de transporte privado, al fondo...
Los cuatro caminan alejándose de los policías con prisa razonable. Rick empieza a silbar y, una vez llegados a la sección azul de transporte privado, no puede evitar volverse un momento hacia BB:
—Supongo que no os enseñan nada de esto en la facultad, ¿no?
—Hay que ser mucho más listo sólo para que no te retiren la beca a mitad de curso —contesta BB.
—Ya... Veo que lo que no os enseñan es a valorar los méritos ajenos. Y hablando de todo, ¿tenéis nombre de pila o tengo que llamaros simplemente Sus Altezas los Estudiantes Listísimos?
Sin dejar de caminar, los chicos se presentan: «Marcuse», «Mam'zelle», «BB»...
—Yo suelo usar nombre falso, pero podéis llamarme por el auténtico. Me llamo Rick: Rick Blaine.
—Vaya, qué casualidad: como Humphrey Bogard en
Casablanca
—dice BB en tono de inocencia impostada.
—Exacto. Y tú debes de ser BB como Brigitte Bardot la de las focas, ¿no?
—No, como BB King el de las guitarras —BB sonríe.
Cuando llegan al amarre 11PT, los chicos se quedan mirando la vela de plasma del transbordador, cuya red de hilillos de cobre forma una enorme caperuza roja y reluciente. Menos confianza inspira el cuerpo discoidal unido a ella por largas varillas de titanio, como si fuera la carga de un extraño paracaídas apaisado. Allí está escrito el nombre de la nave en letras que parecen fugar a gran velocidad: Robin Redbreast II.
Rick considera la estampa de su propio vehículo mientras inicia los protocolos de zarpe en el ordenador del amarre:
—Bonito, ¿eh?... La vela es nueva, pero el casco es todo un Northrop Grumman de las primeras Orbiter Series. Ya no se fabrican cascos como éste... Ah: perdonad si no huele muy bien adentro, se me derramó una botella de leche el otro día.
—Sólo por curiosidad —dice Mam'zelle mirando a Rick, ¿cómo era el Robin Redbreast I?
Mientras el tesorero y el jefe de seguridad siguen la concentración de estudiantes desde la ventana, la rectora Deckard se ha sentado a su mesa de despacho para manipular el screener.
Abre una ficha. Ya la consultó fugazmente hace unas semanas, cuando hubo de aprobar el último cambio de delegados, pero esta vez quiere repasarla con más detenimiento. Leroy Torres. Nacido en Earth en febrero de 2051. Escuela primaria elemental en Earth. Traslado de su madre —soldadora de fibra óptica— a Yellow Grass, una pequeña estación agrícola y de segunda residencia. Antes de cumplir los 19 termina la Primaria Avanzada con excelentes notas y se traslada a la Estación Académica Warhol, becado para cursar el bachillerato en Artes. A los 26 años, siempre con máximas calificaciones, obtiene el Bachiller Superior en Artes Plásticas Precomputacionales e ingresa en Oxford 7 para estudiar Pintura Plana en el Corona Australis. Obtiene la licenciatura básica a los 32 y, desde entonces, se especializa en Vanguardias Europeas del Siglo 20. Sus asignaturas optativas tienden a ser teóricas: Cubismo Hermético, Análisis del Color en Marc Chagall, Destrucción Expresionista del Espacio Tridimensional...
Siempre ese gusto por el anacronismo vigésimico, piensa la rectora Deckard.
Aparta la ficha de Torres a un lado del screener y abre a la derecha la de Karl Marsalis, delegado de los profesores. La repasa con igual detenimiento. Es extraterrestre, nacido en Diotronik, una estación privada del Silicon Ring. Bachiller Técnico en Instrumentos de Cuerda, Licenciatura Superior en Guitarra Precomputacional, Doctorado en Afinaciones Abiertas... Desde hace un año está agregado a la cátedra de Heavy Metal del Corona Australis como profesor de prácticas instrumentales. Al igual que tantos jóvenes profesores aspirantes al superdoctorado, se ha matriculado a su vez en varias asignaturas muy especializadas que alterna con la actividad docente. La rectora las consulta arrastrando el dedo índice sobre el screener: intensivo de Heterofonía y Polifonía Aparente, Modos Griegos en el Slide Guitar, monográfico sobre Joe Satriani... La única asignatura cuyo nombre le dice algo a la rectora es Cinematografía Precomputacional Básica, una troncal de primer ciclo de Historia Audiovisual. En realidad llama la atención. Es la única asignatura anual, genérica, y no relacionada con el instrumento que toca Marsalis, ni siquiera con la música.
La rectora vuelve a la ficha de Torres y consulta de nuevo su lista de asignaturas opcionales en el último trimestre. Allí está también, en penúltimo lugar: Cinematografía Precomputacional Básica.
Deckard alza la vista del screener y se detiene a pensar dos segundos. Puede ser casualidad, desde luego. Un teórico de las artes plásticas y un especialista en Heavy Metal interesados en los rudimentos de la cinematografía... No parece aportar gran cosa a sus currículum, pero después de todo se corresponde con la moda de estudiar arte vigésimico, y escuchar jazz, y encender esas velas de fuego auténtico que se han convertido en...
Se hace una luz en su cabeza.
Vuelve a mover los dedos agilísimos sobre la superficie del screener. Consulta la lista de profesores asociados a cada asignatura. Busca Cinematografía Precomputacional Básica y lee lo que en realidad ya sabe: profesor titular, Sirhan Palaiopoulos.
—Así que todavía no se ha dado por vencido —dice la rectora, en voz alta.
Tanto el jefe de seguridad como el tesorero se vuelven hacia ella.
—¿Quién? —pregunta el tesorero.
—El viejo Palaiopoulos. Me temo que Torres y Marsalis no sean más que hombres de paja suyos. Debe de haber convertido esa cátedra de cine del Corona Australis en su cuartel general.
—Es imposible —dice el jefe de seguridad—: tiene problemas con su corazón artificial, y además lo tenemos controlado ocaso y día desde que fue destituido como miembro de la junta...
—¿Quiere decir que ha infiltrado a un agente en sus clases? —pregunta Deckard.
El policía no contesta. La Ley de Conservación de la Libertad Docente prohíbe la presencia policial permanente en dependencias en las que tenga lugar alguna actividad lectiva bajo tutela profesoral.
Deckard junta las yemas de los dedos. Sirhan Palaiopoulos. Ya se ha enfrentado antes a él. Un caso de soberbia, sin duda. La única pasión humana que no admite corrección, puesto que a nadie reconoce el soberbio autoridad moral para reprenderlo. ¿Cuál será la última batalla que puede haber planeado el viejo? En realidad se alegra de que esté detrás de todo aquel asunto. Resulta mucho más estimulante que enfrentarse a una panda de mocosos refractarios a la disciplina.
—Capitán —dice—, ¿habría inconveniente en usar su clave para ubicar la localización exacta del profesor Palaiopoulos en este mismo momento?
—Bueno, en rigor necesitaríamos una orden judicial...
—Pero el profesor tiene un corazón artificial en mal estado, ¿no es así? ¿No se prevé la posibilidad de consultas semejantes por motivos de urgencia médica?
—Sí, naturalmente, pero en ese caso necesitaríamos la conformidad de un ingeniero sanitario, o al menos de la compañía aseguradora del sujeto a localizar.
—Estoy segura de que nuestro director médico nos proporcionará esa conformidad. —La rectora se levanta de su asiento y señala el screener de su mesa—. ¿Sería usted tan amable de introducir su clave y buscarlo en el sistema, capitán?
—Bueno, si usted personalmente puede garantizarme que el director médico...
—Capitán: ¿cómo podría yo no garantizarle eso personalmente?, ¿acaso puedo garantizarle algo impersonalmente?
El policía no entiende la pregunta, pero algo en el tono de la rectora Deckard lo decide a no poner más impedimentos. Se sienta donde le dicen y palpa aquí y allá sobre el screener.
—El profesor está en el Eje Terciario código V9 827, Zona Residencial Norte —dice—. La dirección coincide con la de su apartamento.
La rectora inclina la cabeza para ver sobre la pantalla el puntito verde intermitente situado en el plano. Está rodeado de otros tres puntos verdes fijos. A la derecha, bajo una emulación tridimensional del profesor Palaiopoulos cincuenta años más joven, unos números marcan sus constantes vitales enviadas por el chip subcutáneo. Pulso: 92, tensión arterial: 90-130. El resto de cifras vienen bajo siglas destinadas a los ojos expertos de un ingeniero sanitario.
—¿Podemos consultar desde aquí sus últimas telecomunicaciones? Sólo para asegurarnos de que se encuentra bien de salud, naturalmente...
—Sólo si se trata de comunicaciones clasificadas como públicas, de lo contrario necesitaríamos también una autorización judicial...
—Claro, claro, sólo si son públicas... ¿Sería tan amable de consultarlo?
El policía activa la pestaña correspondiente.
—En las últimas ocho horas hay sólo una llamada a Food & Style. De hace... aproximadamente media hora.
—¿Podemos oírla, por favor?
Al policía no se le ocurre objeción. Pulsa el icono correspondiente y empieza a sonar el registro:
«Food & Style en Oxford 7, le atiende Operadora 5, en qué podemos servirle...»
La rectora escucha atentamente, con los ojos cerrados. Cuando termina se queda unos segundos en silencio y después pide al capitán que vuelva a pasar el audio:
«Somos cuatro personas y estamos celebrando una pequeña reunión de amigos, ¿tienen algún menú de degustación para cuatro?».
La rectora alza dos dedos.
«Espere, se me ha ocurrido una idea. Como somos cuatro podría enviarnos los primeros ocho platos más solicitados y así probamos un poco de todo.»
La rectora levanta un tercer dedo.
«Sí: pónganos tres Speedy Ragweed y una Coca-Cola. Tres y uno.»
La rectora levanta otros dos dedos y extiende la palma completa:
—Cinco veces —dice mirando al tesorero. ¿Por qué alguien menciona que quiere comida para cuatro personas nada menos que cinco veces, y aún una sexta indirecta cuando pide ocho platos?
El tesorero no parece muy sorprendido:
—Bueno, a veces se equivocan con las bebidas... El otro día precisamente llamé a Burger King y...
—No es eso... Está forzado: «Somos cuatro personas y estamos celebrando una pequeña reunión de amigos». No sólo es demasiado explicativo, también es... redundante.
—Pero realmente lo acompañan tres personas —el jefe de seguridad señala los puntos verdes fijos rodeando al punto verde intermitente.
—Eso parece... ¿Podríamos consultar quiénes son? —dice la rectora.
El jefe de seguridad vuelve a titubear:
—Pues... En realidad necesitaría otras tres autorizaciones diferentes para...
—Ya... —La rectora señala en el screener—. Dígame, ¿no le parece extraordinariamente alto ese nivel de VVM en sangre que presenta el profesor?
—En realidad no sé lo que significa VVM...
—Bueno, sin duda es una cifra considerablemente alta. ¿No nos quedaríamos más tranquilos si comparamos ese nivel con el de cualquier otra persona sana, por ejemplo con el de alguno de esos otros tres puntos que aparecen ahí? De forma completamente anónima, por supuesto...
El jefe de policía vuelve a buscar algún apoyo a la oposición en los ojos del tesorero, que, una vez más, decide abandonarlo a su propia suerte.
—Naturalmente informaremos de nuestra pequeña incorrección al director médico —dice la rectora para terminar de vencer la resistencia.
El policía termina por señalar uno cualquiera de los puntos verdes. Éste empieza a parpadear sustituyendo al del profesor y la información en el lado derecho del screener cambia completamente. Ahora muestra la foto de una joven de unos treinta y tantos, con el pelo planchado al estilo japonés, teñido de rojo oscuro. La rectora mira el nombre y la información básica que viene debajo: Gloria Nitouche, Alumna, Corona Australis College, Facultad de Ingeniería Sexual.