Paciente cero (44 page)

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Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

BOOK: Paciente cero
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—No es necesario, doctor. Esto es solo una visita, no una inspección.

El rugido del helicóptero hacía difícil mantener una conversación, cosa que agradecía. El presumido doctor tenía que gritar para que le escuchasen. Gault se sentó enfrente de él y fingió estar dormido, pero Toys lo conocía bien.

El doctor asintió.

—Entiendo. Y supongo que anunciarla por anticipado es perjudicial para la seguridad.

—Así es.

—Bien pensado, señor —dijo el doctor.

Y tanto que estaba bien pensado, reflexionó para sí Toys, enigmáticamente. Lo último que necesitaban era que Amirah supiese que estaban de camino. La única gente que esperaba su llegada en Afganistán era un equipo de primera de mercenarios de Global Security dirigidos por uno de los favoritos de Toys, el sudafricano implacable, el capitán Zeller. Toys lo había llamado para prepararlo todo y para explicarle lo que pretendían. Zeller ni pestañeó cuando Toys le dijo que esto iba a ser un trabajo sucio. Este tipo de trabajos era su especialidad y le encantaban las primas que le había prometido.

El helicóptero se dirigía hacia el hospital de sangre de la Cruz Roja. Gault se había calmado durante el trayecto al helipuerto, pero Toys actuaba con cautela. En los asuntos del corazón nunca se puede estar seguro. Se alegraba de no tener ninguno.

84

Crisfield, Maryland / Jueves, 2 de julio: 8.30 p. m.

—Ahí está el problema —dije—. De una forma o de otra llevo dos días diciendo que no me tragaba el escenario que nos habían puesto: que son un grupo de terroristas que tienen la inteligencia, los fondos y la tecnología suficientes como para crear varias enfermedades nuevas, para ser pioneros en nuevos campos de la ciencia, para así manipular y usar como arma esas enfermedades, para localizar y retener como rehenes a las familias de científicos clave y para manejar a esos científicos mediante el uso de no solo una, sino dos enfermedades de control. ¿Y todo eso sin que las principales agencias de inteligencia del mundo se enteren?

—Dicho así… —dijo Dietrich revolviéndose, visiblemente incómodo.

—Desde el principio: lo de una enfermedad de control tan sofisticada. ¿Quiénes de los presentes piensan que un puñado de terroristas podría haber ideado eso? Que levanten la mano.

Al ver que nadie levantaba la mano, Dietrich dijo:

—Pero sabemos que eso es así.

En lugar de responder, dije:

—Lo siguiente en lo que tenemos que pensar es en la planta de cangrejo en sí. Como señaló Jerry, era una trampa desde el principio, de eso no cabe duda. El personal que había dentro, a efectos prácticos, eran guerreros suicidas. Todos sabían que no saldrían de allí con vida, o eso, o bien les hicieron creer que su papel era mucho más importante del que realmente era.

—Dudo que los científicos estuviesen implicados —dijo Grace.

—Al menos uno lo estaba —dije, y les recordé al científico que tenía el detonador—. Dijo que ya era demasiado tarde. No estoy seguro de lo que quería decir con eso, aunque está bastante claro que si el patógeno Seif al Din hubiese sido liberado entre la población lo sabríamos.

—Seguimos buscando otras células —dijo Church—. Está claro que esto no ha terminado y justo después de esta reunión tendré una conferencia con el Centro de Control de Enfermedades y con la Casa Blanca.

—Bien. Volviendo a mi teoría, no soy ninguna lumbrera de las ciencias, pero por lo que Rudy y Hu han dicho, todo lo que hemos visto es de última generación, cosas que serían de ciencia ficción si no las hubiésemos visto con nuestros propios ojos.

—¿Adónde quiere llegar? —preguntó Dietrich—. Ya sabemos que esos cabrones son muy listos.

Sacudí la cabeza.

—Sí, bueno, «listos» es un término muy relativo. Hay verdaderos genios que a veces se comportan como idiotas. —Intenté no mirar a Hu al decir esto, pero vi cómo cambiaba de postura por el rabillo del ojo—. Verá, estos tíos han hecho cosas que son innecesariamente sofisticadas, como las enfermedades de control o los modernos explosivos. Quienquiera que esté detrás de esto parece creer que los juguetes caros funcionan mejor, pero lo único que hacen es enviar señales de peligro. Está llamando la atención sobre sus propios intentos de ser ingenioso. Doctor —le dije a Hu—, corríjame si me equivoco, pero el componente que recuperamos en el almacén, una vez se le extrae su recubrimiento de aspirina, se podía disolver en suero normal, ¿correcto?

—Sí —asintió—. Tiene muy poca cantidad de material, unos cuantos productos químicos solubles en agua o suero. Apenas enturbiaba el fluido.

—¿Qué probabilidades tendría de ser detectado?

—¿Quiere decir en la comida? Probablemente ninguna. La mayoría tiene una base vegetal, cosas orgánicas. Ninguno de sus componentes afectaría significativamente el sabor o el olor de la mayoría de las comidas.

—Entonces podría haber sido disuelto en algo que tuviese un sabor fuerte, digamos en zumo de naranja, sin que nadie se enterase.

—Supongo que sí.

—Entonces, ¿por qué no lo han hecho?

Los otros se quedaron mirando fijamente y pude ver que se iban dando cuenta, uno a uno.

—Hijo de puta —soltó Dietrich.

Grace dijo:

—Tienes razón. Al ocultarlo en la aspirina se pasaron de listos. Es un paso impresionante, pero innecesario. —Ahora estaba siguiéndome, paso a paso.

—Eso por un lado —dije—. Lo segundo es su intención. Podemos suponer que sabían que estaban siendo vigilados durante todo este tiempo, lo que significa que podrían haber liberado a los caminantes, tomarse la pastilla del suicidio y volar en pedazos la planta. ¿Por qué esperar a que nosotros entrásemos?

Rudy chasqueó los dedos.

—Querían que encontraseis un laboratorio en funcionamiento y que libraseis una batalla heroica. Querían que creyeseis que luchabais para obtener esas pruebas, aunque estuviesen dañadas y no estuviesen completas.

—Correcto —dije—. Nuestro villano quería montar un teatro bien grande y aterrador para hacer que nos muriésemos de miedo.

—Y joder si lo consiguieron —dijo Grace con amargura.

—Después de la muerte de Aldin, parecía bastante claro que los terroristas estaban intentando asustarnos ante la posibilidad de una epidemia. Que podría ser la nueva amenaza, un nuevo tipo de guerra que obligaría a Estados Unidos a utilizar sus fondos para tanques y misiles en medicina preventiva. Eso probablemente va a ocurrir, al menos en parte, porque sabemos que esta enfermedad existe realmente y que los terroristas la tienen. Pero… antes de que decidamos que sabemos qué forma tiene todo esto, déjenme que les haga una pregunta: si empezamos a buscar nuevos tratamientos y curas, ¿quién se beneficia?

—¡Dios mío!* Mucha gente se hará rica —dijo Rudy—. Compañías farmacéuticas, farmacias, organizaciones sanitarias, hospitales… prácticamente toda la industria médica.

Me recosté y lo miré fijamente, y luego a todos los que estaban sentados a aquella mesa.

—Entonces… ¿por qué estamos tan seguros de que los terroristas son los únicos que están detrás de todo esto?

85

Amirah / El búnker / Jueves, 2 de julio

—Sebastian Gault ha sido visto por nuestro hombre del puesto avanzado en la Cruz Roja.

Amirah apartó la vista de la pantalla de su ordenador para mirar a la joven yemení, que estaba delante de su mesa.

—¿Cuándo llegará aquí?

—Pasado mañana como muy tarde.

Amirah se mordió el labio con aire pensativo.

—¿Quieres que Abdul…? —dijo Anah, dejando la frase a medias.

Pero Amirah dijo que no con la cabeza.

—No, dejad que venga. Seguro que será una experiencia reveladora para él. —Le sonrió a Anah, que se estremeció antes de devolverle la sonrisa. Anah se giró y salió de la sala en silencio recitando una oración. Por un breve instante, el rostro de Amirah había adoptado el de un demonio del desierto, un djinn. Anah se alegraba de alejarse de aquella maldad y de aquella sonrisa carente de toda alegría.

86

Crisfield, Maryland / Jueves, 2 de julio; 8.44 p. m.

—Ha conseguido que me pierda —admitió Dietrich—. Pensé que estaba diciendo que esto se trataba de hacer que Estados Unidos desviase el presupuesto para guerra hacia investigación. Entonces… ¿estamos hablando de un eje del mal formado por Walgreens y CVS?

—Piense más a lo grande.

—¿Médicos, hospitales? ¿Farmacéuticas?

—¡Bingo! —dije—. Esas empresas son las que ganarían más dinero si se filtra una sola palabra de todo esto.

—Entonces, ¿todo esto es una especie de maldita campaña de publicidad? —preguntó Dietrich.

—En cierto modo —dije—. Nos enseñan al coco, demuestran que los terroristas son capaces de liberarlo y entonces nos dejan detener la primera oleada para que sintamos que hemos ganado. Pero al mismo tiempo, nos asustan diciendo que puede que el coco siga por ahí, en manos de los terroristas, para que tengamos que pelearnos por encontrar tratamientos. Todo lo que ha ocurrido apoya esa teoría. Nos dieron los primeros pasos del desarrollo del tratamiento, eso sí, pero hasta Hu ha dicho que harían falta miles de millones para investigarlo hasta el fondo y quizá billones para distribuir la cura.

—Entonces, ¿quién es el malo? —preguntó Dietrich.

—Esa es una buena pregunta, ¿verdad? —dijo Grace—. Estoy segura de que quienquiera que esté detrás de esto se asegurará de que su empresa, entre otras muchas, saque una fortuna de todo esto. No serán tan temerarios como para resaltar o intentar sacar al mercado el único tratamiento.

—Estoy totalmente de acuerdo —dije.

Church frunció los labios y esperó. Finalmente asintió.

—Creo que ha dado en el clavo, capitán. Excelente trabajo.

—¿Me he ganado una galleta?

—Pero sigue siendo un listillo.

Hice una reverencia como asentimiento.

—Entonces, ¿dónde nos deja eso? —preguntó Rudy—. ¿Sabe cuántas compañías farmacéuticas existen?

—Demasiadas —dijo Church—. Pero no todas podrían haber financiado algo así.

—Tenemos que encontrar una compañía con unas arcas lo suficientemente grandes como para ocultar el tipo de gasto necesario para la investigación y el desarrollo de este tipo de enfermedad. O enfermedades —dije, corrigiéndome—. O un grupo de ellas que hayan aunado sus recursos.

—Seguramente haya algún modo de reducir esa lista aún más —añadió Rudy—. No todas las empresas farmacéuticas se ocupan de patógenos de enfermedades. Ni tampoco todas trabajan en medicina preventiva.

—¿Importa eso? —preguntó Dietrich.

—Claro —respondió Rudy—. Si no están preparadas para investigar o producir en masa los tratamientos no recibirían la primera ola de dinero. La gran ola de dinero. Sus fábricas no estarían preparadas para ello. Pero incluso descartando esas, todavía quedan muchas empresas.

—Es posible que sea mucho más complicado que todo eso —dijo Grace—, porque muchas empresas grandes son multinacionales con divisiones esparcidas libremente por todo el mundo. Dudo que ninguna de ellas sea tan tonta como para orquestar esto dentro de las fronteras de cualquier superpotencia. Los reglamentos gubernamentales sobre materiales y dinero serían demasiado arriesgados. Apostaría a que esos malditos bastardos tienen un laboratorio de I+D en algún país del tercer mundo. ¿Cómo podemos saber por dónde empezar a buscar?

—El MindReader —dijo Church—. Aunque tendremos que hacer muchas suposiciones en cuanto a los argumentos de búsqueda que vamos a utilizar; y todo esto siguen siendo especulaciones, con lo cual es posible que tropecemos con nuestras propias suposiciones. Sin embargo, esto tiene sus propias complicaciones. Aunque consigamos descubrir al culpable que está detrás de todo esto, todavía tendremos que llevarlo ante el presidente y, luego, pedir ayuda a las compañías farmacéuticas para que se preparen por si la enfermedad llega a liberarse, ya sea deliberadamente o bien por accidente.

—Joder —dijo Dietrich—, eso significa que probablemente vamos a hacer muy rico a nuestro malo.

—Solo hasta que le metamos una bala entre ceja y ceja —dijo Grace. No bromeaba, y nadie se lo tomó como tal.

—Mientras tanto —dije—, tampoco podemos descartar la posibilidad de que estén implicados en esto terroristas de verdad. Yo creo que nuestra empresa farmacéutica fantasma ha estado financiando a los terroristas para animarlos a cooperar.

—Tiene sentido —dijo Church—. Los terroristas se benefician del desvío de recursos de las superpotencias, lo que les da una victoria real a ojos del mundo. Saben que tomar rehenes no funcionó. Secuestrar aviones y hacerlos chocar contra edificios no funcionó. Hacer volar el metro no funcionó. Puede que hiciesen mucho daño, pero en el esquema general global su índice de bateo es muy bajo. Pero con esto entrarían en la categoría de ganadores.

Dietrich reflexionó un poco sobre todo aquello.

—Entonces, son algo así como asesinos a sueldo de la farmacéutica que está detrás de todo esto.

—Algo así —dije—, pero si hay algo que sabemos de los terroristas es que no se rinden fácilmente y que raras veces están satisfechos con una victoria sutil. No saben jugar en equipo, les molesta ser los lacayos de otros y las reglas se las pasan por el forro.

—¿Y eso significa…?

—Eso significa —dije—, que solo por el hecho de que nuestro villano les haya pagado para hacer una serie de demostraciones de esta enfermedad, no significa que vayan a desmontar la tienda e irse a casa una vez el plan haya funcionado. Durante el proceso ha muerto mucha de su gente. Si El Mujahid está metido en esto, entonces quizá dañar la economía estadounidense no sea suficiente para satisfacer sus necesidades.

—¿Qué necesidades? —preguntó Rudy.

—Necesidades religiosas —dije.

—¡Mierda! —dijo Dietrich en voz baja.

87

Sebastian Gault / Afganistán / Jueves, 2 de julio

—¿Línea? —preguntó el Estadounidense.

—Despejada —dijo Gault. Toys estaba a su lado, escuchando la llamada.

—Tengo malas noticias. El Boxeador ha esquivado el puñetazo.

Gault oyó hablar entre dientes a Toys, en silencio.

—¿Cómo? —preguntó Gault.

—Noqueó a los otros boxeadores. Creo que tenía a alguien en el rincón. La policía encontró el vehículo en un área de descanso en el peaje de Jersey Turnpike. Ni rastro del Boxeador. Al parecer ya estaba en marcha otro combate y la orden de noquearlo les llegó demasiado tarde.

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