Panteón (100 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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El shek contempló cómo, entre todos, movían el altar de ofrendas, un pesado bloque con forma hexagonal, para colocarlo a un lado del camino. Cuando Jack se incorporó para secarse el sudor de la frente, Christian clavó en él su mirada de hielo.

Jack no tardó en sentir un escalofrío y en mirar a su alrededor, visiblemente inquieto. Por fortuna, los demás estaban ocupados con el altar de ofrendas y no repararon en el gesto.

«Quieto», le dijo Christian telepáticamente. «No seas tan obvio, vas a llamar la atención de alguien».

Jack dio un pequeño respingo.

«¿Christian?», pensó. «¿Dónde estás?»

«Oculto, por el momento. Tengo que hablar contigo».

«¿De qué?»

«Te lo diré en persona, si tienes un rato y podemos hablar a solas. Tiene que ver con Victoria».

Jack dudó un momento. Alzó la cabeza y clavó la mirada en el lugar exacto donde se ocultaba Christian, señal inequívoca de que ya lo había detectado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Shail, inquieto.

Jack volvió a la realidad.

—Sí, yo... estoy un poco mareado. Demasiadas emociones y demasiado trabajo, supongo. Creo que, si no me necesitáis aquí, iré a dar una vuelta: necesito despejarme. No tardaré.

Shail asintió. Jack dio media vuelta y se alejó por el sendero, sin mirar atrás.

Si lo hubiese hecho, habría visto que Alsan se aproximaba por entre los árboles. Llegó junto a Shail cuando Jack ya se perdía por un recodo.

—Me han dicho que había problemas con el altar de las ofrendas —dijo—. ¿Qué ha pasado?

—Nada que no hayamos podido solucionar nosotros —lo tranquilizó Shail—. Relájate, ¿quieres? El futuro rey de Vanissar no tendría que salir corriendo de su castillo por un altar mal puesto.

Alsan apenas lo escuchaba.

—¿A dónde va Jack? —preguntó, con curiosidad.

El mago se encogió de hombros.

—Ha dicho que necesitaba despejarse.

Alsan frunció el ceño, pero no dijo nada.

Desde la maleza, Christian también lo había visto a él. Se había percatado del cambio en su expresión y en el color de su pelo. Se preguntó si habría usado un tinte para hacer desaparecer de su cabello el color gris que tan poco congeniaba con sus facciones juveniles, pero desechó la idea: no era el estilo de Alsan, o Alexander o como quiera que se llamase.

¿Sería cierto, entonces, que había logrado dominar a la bestia que había en él? La rápida mente de Christian ya estaba estableciendo conexiones. Si existía algo, o alguien, capaz de someter un espíritu tan lleno de rabia y de furia como el que latía en el interior de Alsan... ¿podría ese algo o alguien subyugar el odio innato de sheks y dragones?

La presencia de Jack lo distrajo de aquellos pensamientos. Sacudió la cabeza y se deslizó por entre la maleza para acudir a su encuentro.

Se reunieron un poco más lejos, en un claro del bosquecillo que rodeaba la explanada.

—¿Qué has venido a hacer aquí? —le preguntó Jack, con cierta brusquedad.

—Traigo malas noticias.

—¿Y cuándo no traes malas noticias?

—No seas tan agresivo, ¿de acuerdo? Traigo malas noticias porque las cosas se están poniendo muy feas ahí fuera, aunque en esta ciudad, en este castillo, os empeñéis en pensar que todo marcha bien.

Jack trató de calmarse.

—Está bien. ¿De qué se trata esta vez?

—Sé que estáis preparando un ataque contra la base de Gerde en los Picos de Fuego.

—¿Y?

—Suspendedlo.

Jack se quedó con la boca abierta.

—¿Cómo has dicho?

—Ya me has oído.

Jack respiró hondo, varias veces, para no responderle una barbaridad. Después, logró decir:

—¿Por alguna razón en especial?

Christian lo miró un momento. Parecía que estaba buscando las palabras adecuadas, y aquello no era propio de él.

—Porque lo dice Gerde. Si no cumplís sus exigencias... si no la dejáis en paz... Victoria morirá.

Jack se quedó sin habla un momento.

—¿Y lo dices tan tranquilo? —le reprochó.

—¡No estoy tranquilo! —estalló de pronto Christian; se dominó, a duras penas—. Se trata de una situación muy delicada. Gerde es muy poderosa, Jack, por si no te habías dado cuenta. Si quiere matar a Victoria, lo hará. Si quiere matarte a ti, lo hará. Si quiere matarme a mí, le bastará con chasquear los dedos...

—¿Y por eso te has convertido en su esclavo?

—No —repuso el shek; había recuperado su gélida calma—. Estoy con ella por otros motivos, que no espero que comprendas. Pero tu último encuentro con Gerde ya debería haberte enseñado que no eres rival para ella. No es como en los tiempos de Ashran. No hay profecía, Jack, y eso significa que los dioses no os protegen.

Jack sacudió la cabeza.

—No te creo —dijo—. Si pudiera matar a Victoria, lo habría hecho ya.

Christian tardó un poco en responder.

—Ya sabes que está interesada en su bebé —dijo a media voz—. Aguardará a que nazca el niño, pero si se ve importunada por los sangrecaliente...

—Espera —cortó Jack—. Entonces, ¿el interés de Gerde por el bebé de Victoria es
real?
¿No estamos hablando de especulaciones? ¿Significa eso que de verdad piensa que el alma de ese niño le pertenece? Eso querría decir...

No terminó la frase. Miró a Christian, pálido, y con los ojos muy abiertos, pero el shek no contestó a su pregunta.

—Tenemos entre cinco y seis meses más, calculo yo —dijo—. No es mucho, pero es mejor que nada. Por el bien de Victoria, no molestéis a Gerde. Se enfada con mucha facilidad.

Jack estaba temblando, pero logró decir:

—No pienso ceder a su chantaje.

—¿Arriesgarías la vida de Victoria y de su hijo... por una cuestión de orgullo?

Jack alzó la cabeza.

—¿Qué tienes que ver tú con ese niño? —exigió saber—. ¿Cómo te atreves a venir aquí, cuando en todo este tiempo no has sido capaz de acercarte a ella, aunque solo fuera para ver cómo estaba? ¿Cómo... cómo te atreves a volver, después de haber pasado todo este tiempo con Gerde? ¿Quién te crees que eres?

Había alzado la voz, y Christian lo fulminó con la mirada. Jack se controló a duras penas.

—No tienes derecho a venir a decirme lo que he de hacer —concluyó—, y mucho menos, con la excusa de que es por el bien de Victoria. Porque soy yo quien está cuidando de ella, soy yo el que se preocupa por ella y por su bebé. ¿Dónde has estado tú todo este tiempo?

Christian no respondió. Jack sacudió la cabeza.

—No puedes volver ahora e insinuar... que, al fin y al cabo...

No pudo continuar.

—¿Que, al fin y al cabo, qué? —preguntó Christian, con suavidad—. ¿Acaso te atormenta la posibilidad de que el bebé de Victoria no sea hijo tuyo?

Jack entornó los ojos y lo miró con odio.

—Van a bendecir nuestra unión —le espetó—. Será una ceremonia pública.

—Me alegro por vosotros —repuso Christian, con calma—. Pero será mejor que se lo digas a Victoria primero.

Jack se llevó la mano al pomo de la espada, furioso, pero se contuvo y, a duras penas, abrió el puño.

—A veces, me cuesta trabajo creer que es cierto que la quieres —dijo a media voz—. No puedo dejar de preguntarme qué ha visto ella en ti. No la mereces.

Christian no dijo nada. Jack movió la cabeza, agotado.

—No sé si creerte cuando vienes y me pides que no levante la mano contra Gerde. Si realmente es tan poderosa como dices, no se molestaría en exigir que no la ataquemos. Si lo hace, es porque nos teme.

—No lo creo —respondió Christian—. Simplemente, se limita a ordenarme que cierre la ventana para que no entren bichos molestos.

Jack entornó los ojos.

—Ya, pues, ¿sabes una cosa? Que se moleste en cerrarla ella misma.

Christian le dirigió una larga mirada.

—También a mí me cuesta creer a veces que sientas algo por Victoria —comentó—. Algo que no sea solamente el deseo de obtenerla como si fuera una medalla, claro está.

No hablaron más. Jack no respondió a la acusación de Christian, que se despidió con una leve inclinación de cabeza y desapareció, como una sombra, entre los árboles.

Cuando Jack regresó a la explanada, Alsan y Shail todavía estaban allí.

Regresaron juntos al castillo, pero Jack no les habló de su encuentro con Christian. No obstante, ambos se dieron cuenta de que estaba arisco y poco hablador. Shail lo atribuyó a que había dormido poco. Alsan, por su parte, no hizo ningún comentario..., pero le dirigió una extraña mirada.

Victoria estaba terminando de prepararse para la ceremonia. Las doncellas del castillo habían elegido para ella una túnica blanca de mangas anchas, con un amplio cinturón azul..., un cinturón que se ajustaba a su talle más de lo que ella habría deseado. Su embarazo no era ya ningún secreto entre sus amigos, pero tampoco era un asunto de dominio público... todavía. Estaba decidiendo si ponerse o no el cinturón, cuando sintió un leve cosquilleo en un dedo, y dio un respingo. Alzó la mano derecha; sí, allí estaba: Shiskatchegg emitía suaves destellos de color rojo.

Se sentó en el borde de la cama, cerró los ojos y se llevó la piedra del anillo a los labios.

«¿Christian?», pensó, casi con timidez.

La voz telepática de él sonó en algún rincón de su mente.

«Hola, Victoria».

El corazón de ella latió más deprisa. Tragó saliva. Lo había echado muchísimo de menos todo aquel tiempo. No obstante, su sensatez se impuso a sus emociones.

«No deberías haber venido», le dijo. Sabía que, para poder contactar con ella con tanta facilidad, Christian debía estar relativamente cerca. «Corres peligro».

«También tú», replicó él. «Y sé que no debería contactar contigo, pero...»

Victoria aguardó, anhelante, a que él terminara aquella frase, a que dijera algo parecido a «te echaba de menos», «necesitaba oírte otra vez»...

«... Esto es importante», añadió Christian, y Victoria nunca llegó a saber si era el final de la frase anterior o el principio de la siguiente. «Sé que Alsan está preparando un ejército, Victoria. Un ejército para luchar contra Gerde. Ella...»

Se interrumpió de pronto. Victoria captó pensamientos confusos, como si el shek tratara de poner en orden sus ideas, establecer una lista de prioridades. Aquello no era propio de él.

«No», dijo de pronto Christian, con brusquedad. «No era eso lo que quería decirte».

Hubo un breve silencio, cargado de expectación.

«¿Cómo estás?», preguntó él, de pronto. «¿Y el bebé?»

Victoria respiró hondo.

«Bien», pensó. «Todo bien».

Nuevo silencio.

«Me alegro», dijo Christian entonces. Pareció dudar antes de añadir: «He pensado mucho en ti».

Ella tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta.

«Lo sé, Christian», lo tranquilizó. «Haz lo que tengas que hacer pero, por lo que más quieras, sé prudente».

Casi pudo sentir que él sonreía, estuviera donde estuviese.

De nuevo, pareció que él permanecía en silencio. Y, de pronto, algo inundó la mente de Victoria, una sensación intensa como una descarga eléctrica, pero infinitamente más agradable, y la presencia de Christian llenó todos sus sentidos, como si él estuviese allí mismo, junto a ella. Se le escapó una exclamación ahogada.

Sabía lo que había sido aquello. No era la primera vez que experimentaba algo así, aunque, desde luego, nunca lo había hecho de aquella manera.

Christian la había besado sin tocarla, en la distancia, rozando en su mente los puntos necesarios para despertar los recuerdos de besos pasados. Era extraño y hermoso, distante y a la vez mucho más íntimo que cualquier contacto corpóreo. Durante unos instantes, la mente de Victoria quedó en blanco, mientras todo su cuerpo se estremecía en un agradable escalofrío.

«Esto es todo lo que puedo darte, por el momento», dijo él. «Pero no es, ni mucho menos, todo lo que quiero darte».

Victoria no fue capaz de pensar nada coherente. Con suavidad, la mente de Christian abandonó la suya. La joven alzó la mano para besar el anillo, y la otra la deslizó hasta su vientre.

Y así la encontró Jack, cuando entró en la habitación, apenas unos segundos después. Victoria alzó la cabeza, sobresaltada. Tenía los ojos húmedos.

Jack tardó unos momentos en decir:

—¿Estás bien?

Victoria sacudió la cabeza.

—Sí. Es solo que...

—Christian ha contactado contigo por fin... después de tres meses sin dar señales de vida.

Victoria no le preguntó cómo lo sabía. Se encogió de hombros y sonrió.

—Se hace tarde —dijo—. Supongo que ya nos estarán esperando.

Momentos después, la comitiva salía del castillo. Abrían la marcha seis caballeros de la Orden de Nurgon, entre los cuales estaba Covan. Los seguía Alsan, caminando con pie sereno y enérgico. Tras él iban Ha-Din y Gaedalu, con sus respectivos cortejos. Detrás caminaban Jack y Victoria, seguidos por toda la realeza de Nandelt. Y por último, cerrando la marcha, Qaydar y los magos.

Recorrieron toda la ciudad, en medio de los vítores de los vanissardos. Parecía, por fin, que Alsan iba a ser coronado nuevo rey de Vanissar. Tal vez aún hubiese gente que albergara dudas acerca de si Alsan era o no la persona adecuada para ocupar el trono; pero el hecho de que lo respaldasen tantas personas importantes, y el alivio porque, por fin, el futuro de Vanissar parecía aclararse un poco, ayudaron a despejar aquellas dudas de sus corazones.

La comitiva franqueó las puertas de la ciudad y se dirigió hacia la explanada, que ya estaba a rebosar de gente. Sobre ellos, varios dragones artificiales surcaban los cielos.

Pero, por una vez, Jack no alzó la cabeza para contemplarlos y sentir el deseo de volar con ellos.

Enfilaron por el camino que conducía hacia el claro y pasaron junto al altar hexagonal.

Las ofrendas que se depositaban en él eran puramente simbólicas, una expresión de los deseos de buena voluntad de los ciudadanos. Así, a los pies del altar, se amontonaban flores, plumas de ave, cuencos de agua y pequeñas bandejitas con alimentos sencillos.

Victoria se detuvo para dejar sus ofrendas: un frasquito de agua, una flor y un pastelillo.

—¿Y la pluma? —preguntó Jack.

Victoria negó con la cabeza, pero no dio más explicaciones.

La flor simbolizaba el amor y la fertilidad. Aquellos que dejaban flores deseaban al futuro rey o reina que encontrase una pareja con la que formar una familia.

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