Es la tragedia de un buen hombre que es capaz de hacer lo que sea porque sus dos hijas sean felices y puedan cumplir sus caprichos. A cambio, el viejo Goriot se verá obligado a vivir alejado de ellas por deseo de sus yernos y a alojarse en la pensión de la señora Vauquer. Allí se convertirá en víctima de los falsos rumores del resto de inquilinos que lo tacharán de frívolo y «viejo verde». Tan sólo Rastignac, un joven estudiante de Derecho que pretende introducirse en la alta sociedad parisién, se apiadará de él y le prestará su apoyo al enamorarse perdidamente de una de sus hijas.
La obra de Honoré de Balzac, desmesurada e innovadora, recogió el impulso de la naciente ciencia de su siglo en un esfuerzo titánico por describir y reflejar la sociedad circundante. La serie novelística La Comedia Humana es la plasmación de este intento. Papá Goriot es una de sus obras más celebradas, novela bellísima de trama nocturna, impregnada de una tristeza omnipresente.
Honoré de Balzac
Papá Goriot
ePUB v1.0
griffin15.07.12
Título original:
Le Père Goriot
Honoré de Balzac, 1835
Traducción: Augusto Escarpizo
Introducción: Sebastián Juan Arbó
Editor original: griffin (v1.0)
ePub base v2.0
Al grande e ilustre Geoffrey Saint Hilaire,
como testimonio de admiración
por su labor y su talento.
De Balzac.
Nacido en 1799, Balzac procedía por su padre de una familia de campesinos de Tours; sin duda de aquí le vino el vigor de su naturaleza, tanto físico como moral. Formaban la familia del pequeño Honoré el padre y la madre, con otros tres hijos, dos hembras y un varón. Gozaban, al parecer, de cierta consideración y más adelante vemos al padre nombrado intendente militar, trasladándose con este motivo a París con toda la familia.
El futuro escritor aprendió las primeras letras en el colegio de «Legay»; de allí se le envió al Oratorio de Vendôme, donde estudió como interno y donde permaneció seis años.
En 1814 y a raíz del nombramiento del padre, la familia pasó a París y con ella Honoré; ingresó en el Liceo «Carlo Magno», viviendo en una pensión, bastante separado de la familia.
Ni ahora en el Liceo, ni antes en el Oratorio, se manifestó con demasiadas aptitudes para el estudio. Leía mucho a escondidas; fue su gran afición, como lo fue de todos los grandes escritores; como Cervantes, leía todo lo que le caía en las manos; su curiosidad le llevó a interesarse por las materias más diversas; lo hizo, de manera especial, por las ciencias naturales, lógica afición en quien, como él, se preocupó tanto de los misterios de la Naturaleza.
De esta afición podemos seguir el rastro, en citas o alusiones a través de su obra, y la mejor quizá de ellas «Le Père Goriot», está dedicada al primer naturalista de la época, a Geoffrey Saint-Hilaire, para el cual escribió esta dedicatoria fervorosa: «
Al ilustre, al grande, Geoffrey Saint-Hilaire, como testimonio de admiración a sus obras y a su genio
».
Pero no sólo ocupaba Balzac su tiempo en leer; también lo hacía en pasear, en fijar la atención en la vida que se desarrollaba a su alrededor, y sobre todo, en las personas.
Aquí estaba el secreto de aquel misterio que Zweig no acertaba a descifrar; es decir, su capacidad asombrosa de comprensión, su dominio en todas las materias y, sobre todo, en el conocimiento de los hombres; estaba en esta pasión por la lectura manifestada desde su primera edad, unida a un don excepcional de observador y a una memoria prodigiosa. Esto lo explicaba todo, todo, desde luego, lo que se puede explicar en materias como ésta: por el mismo motivo —siempre con esta parte de misterio que envuelve la actividad del creador— pudo crear el padre Goriot, el símbolo de la paternidad, él que se casó ya viejo y si tuvo hijos —que los tuvo— no convivió con ellos en un hogar.
Alternando con los estudios, Balzac trabajó más adelante en el despacho de un abogado, y en el de un notario; su padre estaba, en efecto, empeñado en que fuera notario, pero los sueños del joven estudiante iban por otros caminos.
Sus ilusiones, su ambición, que fue siempre grande, así como su inclinación, le llevaba, en efecto, a la literatura. El primer fruto fue una tragedia en verso,
Cromwell
, en la cual depositó grandes ilusiones, muchas más desde luego de las que podía depositar; parece éste, de paso, el principio de todos, o de la mayoría, de los grandes escritores: hacer teatro en verso y hacerlo malo.
La familia, tras la jubilación del padre, había dejado París y se había instalado en Villeparisis, no lejos de la capital. Balzac se trasladó a este pueblo y leyó su obra en el círculo de la familia, a la que fueron invitados algunos amigos más o menos aficionados a la literatura. La lectura no despertó entusiasmo; hubo, cuando menos, diversidad de opiniones; la prueba, desde luego, constituyó para él una decepción.
No obstante, no se conformó con el juicio de los suyos; Balzac acudió a un hombre competente, a su juicio, «un buen viejo» —dice Gautier, no sin ironía—, ex-profesor de la escuela Politécnica, un sabio oficial, pues, y reconocido; el juicio fue rotundo, sin apelación, y debió caer sobre él como un rayo. «
El autor de aquel engendro
—dijo—
debía dedicarse a cualquier cosa menos a la literatura
».
Cansado de luchar y pasar privaciones, un tanto decepcionado, Balzac volvió a Villeparisis con la familia; desde allí, no obstante, hacía continuas escapadas a París, donde había hecho amistades, donde, no cabe duda, pensaba siempre volver, y donde, lo más importante, había publicado ya sus primeras obras, aunque firmadas todas con seudónimo.
Su vocación, es verdad, era demasiado firme. No en vano, y como dice Gautier, «
en sus días del Oratorio, Balzac había escrito el tratado de la Voluntad
»; no en vano había conocido los días gloriosos de las guerras napoleónicas y era hijo de su siglo, de aquel siglo en el cual, como dice Musset, todas las conquistas, todas las proezas parecían posibles.
Balzac redobló su actividad en el campo del folletín, donde había hecho ya las primeras armas. Era la época. El folletín estaba, en Francia, en su auge mayor, en su plenitud; los famosos de la literatura eran entonces los grandes folletinistas; eran Dumas, Ponson du Terrail, Paul Féval, Xavier de Montepin y el formidable Eugenio Sue. Todos ellos contaban con un público fervoroso que devoraba sus producciones, un público que agotaba las ediciones de los periódicos, en los cuales, día tras día, aparecía el folletín.
Balzac, ambicioso de éxito y de fortuna, había ingresado en el gremio. Procuró imitarlos, atraer el interés del público hacia sus producciones; no lo consiguió, cuando menos en la manera ni con el éxito de aquéllos. Nos cuenta Gautier que la aparición de
Los Campesinos, «obra
—dice—
maestra
», provocó un gran número de bajas en los abonados de «La Presse», donde apareció el primer capítulo de la obra, de tal modo, que tuvo que suspenderse la publicación. «¡
Encontraban a Balzac aburrido
!».
No obstante, en esta época Balzac escribía obra tras obra, sin descanso, con escaso provecho material y muy poca fama, y siempre, y como hemos dicho, firmadas con seudónimo. En un cierto momento de su vida, cuando empezó a publicar con su nombre, confesaba que había escrito con diversos seudónimos un centenar de obras, «
para tener
, como decía,
suelta la mano
».
Debió de haber algo asimismo de herencia paterna; vemos, en efecto, que el padre en 1802, poco después del nacimiento del futuro escritor y viviendo todavía en Tours, añadió por primera vez el «de» a su apellido, «de» que adoptaría en seguida el escritor, aficionado a las grandezas nobiliarias, a los títulos heráldicos, verdaderos o imaginarios; las más veces, en efecto, tuvieron que ser de estos últimos, como las riquezas, a las que también aspiró.
En los libros que escribió en estos días, en los seudónimos que usó —y no fueron pocos— daba suelta a este afán de grandezas; todos, en efecto, los firmaba con nombres pomposos, con apariencias de nobleza; por ejemplo, Horace de Saint Aubin, Lord R'Hoone, de Villerglé, etcétera. Con ellos se desahogaba, se vengaba, sin duda, del pobre «de» de su nombre, y sobre todo, de la falta de dinero.
No tardó, en efecto, en darse cuenta de la importancia del dinero en la sociedad en que se movía, y sobre todo, en el medio en el cual aspiraba a figurar. El dinero fue pues desde el primer momento, el objeto principal de su ambición. «
El dinero, en París
, lo había dicho o lo había visto
, lo es todo
». Era nuestro «tanto tienes tanto vales», más viejo que el mundo. El descubrimiento no era, desde luego, importante, y sobre todo, no era nuevo. «
En París
—decía también—
no se cree en el talento si no va acompañado de la riqueza, o no se cree en el talento pobre
», lo cual no se daba sólo en París.
Con la idea de dinero emprendió algunos negocios, relacionados con la edición de libros; lo hizo unas veces solo, otras asociado, pero siempre sin fortuna. La primera vez se asoció con el editor Canel para la edición de la obra entera de Molière en un volumen; salió con una deuda de 1500 francos, primera carga de aquella deuda, siempre creciente, que habría de seguirle a través de la vida.
Balzac no se desanimó —sería también el signo de su vida—; con la idea de pagar aquel débito, adquirió una pequeña tipografía y fundó la sociedad «Balzac y Barbier»; no sólo no consiguió pagar la vieja, sino que las contrajo nuevas. Insistió aún; añadió un nuevo nombre a la sociedad, que se llamó «Balzac, Barbier y Laurent», y con el dinero aportado por el último, amplió el negocio.
Esta vez fue peor; el socio Barbier se retiró y exigió que se le devolviera su parte; cundió el pánico entre los acreedores y se produjo el desastre: la quiebra, a la que tuvo Balzac que hacer frente.
Afortunadamente hacía algún tiempo que el escritor había conocido —había hecho amistad— con una dama, la señora de Berny.
Reunía la señora de Berny, en su persona, las condiciones principales que reclamaba Balzac en las damas con las que tenía amistad, de las que se enamoraba, o se enamoraban de él, como en el caso presente. La señora de Berny era mayor —le llevaba 22 años—; estaba casada, y lo más importante, era rica.
Las relaciones con la señora de Berny habían empezado hacía poco y durarían hasta la muerte de la dama, ocurrida, para fortuna de él, bastante después. Con el tiempo, tendría aún ocasión de ayudar a Balzac en algunos apuros.
De momento, la señora de Berny le salvó de la quiebra adelantándole los 45.000 francos, que no era en aquel tiempo suma despreciable, si se tiene en cuenta el valor de la moneda.
Se ha hablado, a propósito de esta amistad, de la fidelidad que guardó siempre el novelista por esta señora. «
Siempre sintió Balzac
—se ha escrito—
una infinita veneración y agradecimiento por esta dama a la que guardó fidelidad hasta su muerte
». Yo no creo que hubiera en el hecho un gran mérito de parte de Balzac, ya que hasta la hora de su muerte, la señora de Berny continuó ayudándole en sus apuros —sin contar este primero— y pasó Balzac temporadas —siempre que quiso— tratado regiamente en las posesiones de la citada señora en las afueras de la capital.