Paseo surreal (y otros delirios menos breves) (3 page)

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Authors: Nico Rotstein

Tags: #Fiction & Literature

BOOK: Paseo surreal (y otros delirios menos breves)
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Pasemos a otros aspectos. Mujeres. Cuantificar el contacto de Juampi con el sexo opuesto habla por sí solo: cinco charlas con tres (3) chicas, dos (2) risas y ningún (0) chiste. La variedad de temas se extendió desde “¿tenés un mapa físico-político que te sobre?” hasta “tenés la farmacia de turno”. Tal vez, si no se le durmieran los pies en esas situaciones podría pensar con más (+) claridad. O con los pies. Su contacto más (+) significativo fue, sin dudas, el que tuvo en aquella pérdida de colectivo con superávit (») de contacto con el asfalto.

Su vida era como un payaso comiéndose un choripán: una imagen grotesca de algo que cumple su finalidad con honores, pero que, mal conjugado, sólo despierta otro tipo de risas. Qué sé yo, no siempre era todo así. Por ejemplo, se pasaba la mayoría de las tardes diseñando juegos de tablero sin importarle que, tal vez, nadie nunca los jugará. Su soporte de vida mientras la alienación creadora eran el chocolate (miam) y el café (slurp). Memorable es aquella tarde en la que bebió seis (6) litros y tercio (1/3) de café acompañados de novecientos noventa y seis (996) gramos de chocolate semi-amargo (demi-amarg).

Juampi, según los demás, “no molesta”, “es buen pibe”, “¿¡¿quién?!?”, “las tres (3) y cuarto (1/4)”, “no juega mal al fútbol” y “disculpá, me tengo que ir...”. Si tuviésemos que describir su personalidad estaríamos en un problema de tipo ecológico, ya que llenaríamos páginas de espacios en blanco ( ). No lo vamos a hacer, Ud. no quiere y yo tampoco.

Por supuesto, y tal como se desprende de este relato, la cornisa lo llamaba a gritos (¡!) y también (después) la vereda, en complot con 9 (nueve) de los doce (12) pisos que separaban al juámpico protagonista de la vereda. El resto de los pisos se abstuvieron. Espectacular (guau). Caída libre: tiro vertical rebobinado con cierta impronta de desesperación y mucha inevitabilidad. Nunca digas “nunca” y, si lo decís, que nadie te escuche, porque no te van a creer

El Secreto de
las Montañas

Nota del autor: este escrito fue manufacturado contemporáneamente a la película cuyo título en español la deja homónima a este relato, con mucho mutuo desconocimiento.

El secreto (motivo) y nada de mutilaciones

Y así descubrí el secreto de las montañas. Casi por casualidad. Si no hubiese ido hasta esa cabaña en la base de esa montaña en busca de cantidades menores de frío y viento, tal vez nunca habrían surgido, siquiera, la duda ni la sospecha de su existencia. Sin embargo, una vez que estuvo allí la posibilidad (aún con su buen grado de minimalidad), fue imposible resistir la tentación de saberlo; tal como suele suceder con las tentaciones. El Viejo me dijo que había un secreto, que él nunca lo había podido descubrir, y que me iba a dar una pista (la dueña de lo de la minimalidad). Le dio forma a la pista con una precisión digna de un corredor de Fórmula Uno; él no podía consecutarla simplemente porque era El Viejo, y lo estaba, y mucho.

La montaña en cuestión, y su cueva en su cima, eran difíciles de dominar. Más la montaña que la cueva: a las cuevas uno entra y listo. La dificultad yace, sin embargo, en el interior de las cuevas. En la de la cima, por ejemplo, su interior rebalsaba de una cierta cantidad de los que se podrían llamar vericuetos (palabra que no me gusta). Cosas que escalar; cosas que descender; tal cantidad de lagunas que es de sospechar que mantener una conversación con la cueva sería una tarea tediosa; pequeñas lagunas en las que sumergirse para luego emerger en otro sector; descubrir que algunos de esos sectores sinsalían; dragones; mentiras (como ser los dragones) y alimañas por doquier. Y sin cesar. Como no se entrometían...

Si me hubiera cruzado con un dragón con dotes de escritor, tal vez me habría contado algo de sus sensaciones al escribir. De cómo la cadencia de los teclazos se corresponde con el tono de lo escrito, y que cada palabra es un dragonzuelo con un período de gestación de entre 1 segundo y 2 horas; “hay cierto hermafroditismo en esto de escribir” —me confesaría. ¡Y la satisfacción que provoca terminar una frase! Toda una generación de estos dragonzuelos. Y que hay generaciones mejores que otras, pero que el responsable es siempre el mismo. Y el texto terminado... sí, el texto terminado... un ejército de dragones (muy experientes los del principio, más noveles los del final) listo para atacar poblados y poblados de lectores. Una masacre literaria que ha de dar gusto y una verdadera lástima no haberme encontrado con un dragón así.

La ascensión de la montaña habría podido considerarse imposible si sólo hubiese constado de esos tres puntos difíciles en secuencia. Pero entre medio hubo paseo y amenidades, y fueron sólo esos tres puntos difíciles los que respondieron a tal calidad.

Punto difícil número uno

Río de unos siete metros de ancho imprescindibilísimo de cruzar en el camino hacia la cima, hacia la cueva. Caminé siete metros río-a-derecha para, habiendo alineado mis orejas con el correr del río
{1}
, encontrarme con la siguiente configuración lítica (de piedras): desde la orilla podía ver una piedra a dos metros de distancia; dos metros y medio más allá de esa piedra, y un metro y medio a la derecha, otra piedra, no muy estable en apariencia, pero pétrea al fin; finalmente, otros dos metros y medio más allá de esta última piedra, y un metro y medio a la izquierda, otra piedra, pero ubicada en la orilla, así que no había necesidad de pasar por sobre ella.

La idea original, el plagio, la precuela, el homenaje y los rumores al respecto, así como el primer y último intento (que fueron el mismo), era tomar impulso y saltar de una piedra a la otra, empezando y terminando en orillas distintas del mismo río. Pero del dicho al hecho, querido lector (así como del piso al techo), hay mucho trecho. Déjeme ser el relator: la primera piedra resultó ser una especie muy rara de tortuga, de caparazón grisáceo y tendencia a moverse cuando pisada. Eso se factificó, mi equilibrio se desmoronó, alcancé a pisar un tronco que, haciendo la plancha, le seguía la corriente al río, al verse bajo de mí se semi-hundió (no le gusté) y resurgió en forma de cocodrilo (lo que fue todo el tiempo) cuyo corcovear (otra palabra fea) me hizo alcanzar la piedra siguiente en un tiempo que fue mucho mayor a lo que tardé en asustarme… Esta piedra sí era un objeto inanimado, pero ese reptíleo animal me quitó todo ánimo de animarlo. El último salto fue poco elegante, poco literario, poco épico, y muy eficaz: llegué a la otra orilla. Esta descripción del último salto fue hecha mentalmente una vez concluido el acto y el salto se sintió injuriado. Le dije que no se lo tome a mal, que no era nada en contra de él, que lo único que hice fue ser realista y que “cómo es eso de la telepatía”. Recibí un insulto inescribible como respuesta, a modo de factor común. Entonces lo increpé con lo de la efimereidad de un salto, que “pocos son recordados” y cosas por el estilo. Me respondió con un poco más de altura (cual colega suyo impulsado por garrocha) diciéndome que lo mismo pasa con los humanos. No supe cómo discutírselo. Escuché una risa y el irse de un salto. ¿Cómo luce un salto?, es un arco de aire. Y el irse de un salto es como el irse tuyo o como el mío… el salto se va.

La lista

Desde ese punto difícil hasta el siguiente fui haciendo una lista mental de todas las cosas que nunca iba a poder hacer y/o aprender. Nunca iba a poder hacer malabares, a lo sumo aprendería un idioma más (y sólo en caso de necesidad y urgencia), tampoco era probable que trabaje de proyectista en un cine, y mucho menos que actúe en una película. Ser chofer de
limousine
ya estaba tachado y pedir limosna, lamentablemente no. Pintar un mural me es tan posible como escalar el Everest, y en ambas tareas probablemente muera en el intento. Pero nada de esto se relaciona con esta historia. Retomemos el hilo. Puntos difíciles. Y no se preocupen, nunca seré capaz de escribir nada, excepto esta historia.

Punto difícil número dos

En el segundo punto difícil me encontré con tres enanos. Uno de ellos podía hablar mi idioma, los otros nunca supe. Ese enano me explicó, con toda claridad, que, debido a su aburrimiento, no iban a permitirme el paso a menos que logre entender el diálogo que mantenían los otros dos individuos. Y así descubrí el secreto de las montañas. No. Perdón. Esa es la primera línea del presente texto. Mis noches de croupier nunca van a terminar, ya que jamás comenzarán. No. Perdón. Otro anhelo de la lista. Sigamos con la historia.

No sabía, siquiera, cómo empezar con la traducción. Empecé intentando descubrir el significado de palabras sueltas a partir de los gestos y la entonación de los interlocutores. No lograba darme cuenta del todo; quiero decir, no lograba darme cuenta de nada. La doble negación complica, hay que dejarse llevar.

Una noche perteneciente a la semana cuatro intenté escabullirme mientras los dos enanos seguían en su charla sin fin. Pero el encargado de relaciones públicas estaba agazapado esperando justamente ese momento y me rebanó un dedo del pie de un hachazo limpio. Parte de lo malo de usar sandalias: son tentadoras. Bueno fue que, a continuación, pócima mediante, la herida se curó. Esa pócima… merece un tomo de enciclopedia en sí misma, pero, siguiendo mi estilo, nunca me detengo en detalles inútiles; sigamos con la historia. La parte anterior al punto y coma de la última oración debe leerse con ironía. Sigamos con la historia.

Iba ya por la semana doce cuando me encontré en la posición ridícula de armar frases inventadas sólo para ver la reacción facial del enano intermediario. Cara de nada siempre, así que esa conclusión siempre obtenía.

Día y noche los dos enanos continuaban dialogando circularmente. Cuando terminaban, volvían a empezar. Recuerden que “toda buena conversación es circular”; esto ocurre cuando el tema de inicio coincide con el del final. Los enanos comían, hacían sus necesidades, se higienizaban, se pasaban una pelota con tres asas y anotaban una puntuación… todo, absolutamente todo, sin dejar de conversar. Me quedo sin aliento de solo escribirlo.

El juego con la pelota ocupó mi atención durante el último par de semanas. Parecía estar coreografiado, siempre hacían la misma secuencia de movimientos. Muchas semanas observé específicamente ese juego, cuya pintoresquez revoleaba mi atención para con las demás cosas por el aire. Fácilmente me di cuenta de que cada pase se daba cada vez que uno de los enanos pronunciaba una palabra. Como si fuese un juego infantil. Entonces supuse que cada forma de agarrar la pelota estaba ligada a la palabra que se pronunciaba en ese momento. Era algo lindo de ver: una vez la pelota era tomada con ambas manos de las asas de los extremos, otra con un pie en el asa del medio, así en un
et cætera
que constaba de muchas combinaciones.

Le pregunté al intermediario qué pasaba si solamente lograba dilucidar la parte del diálogo que se correspondía con el juego. Me dijo que, si lo lograba, perdiendo un dedo (a elección) de cada mano podría continuar mi camino. Además, me hizo notar que mi tardanza no hacía aumentar su estado de diversión entregándome un papiro símil diccionario. El papiro apareaba imágenes con formas de tomar la pelota; así, una boca se correspondía con tomar el asa del medio con el pie izquierdo y el asa derecha con la mano derecha, y otras más... y
et cætera
.

Anoté todas las posiciones que se daban en la secuencia y traduje cada una con su imagen correspondiente. Luego, reemplacé cada imagen por el sustantivo de lo que parecía representar. El resultado de este proceso es éste:

enano – boca – pingüino – pájaro – mar – punto – abeja – pico y pala – oso – punto – enano – boca – oso – dos enanos – pingüino

Ahora sólo restaba darle sentido a esa secuencia, en apariencia incohesa, perder un dedo de cada mano y proseguir mi camino. El primer problema es que es imposible que una oración tan larga esté compuesta sólo por sustantivos. Pensé que, tal vez, haya que deducir los verbos y lo que los conecta con los sustantivos. A ver, suponiendo que los puntos se corresponden con lo gramaticalmente obvio, veamos la primera oración:

enano – boca – pingüino – pájaro – mar

“La boca del enano…”, mmmhhh… no. Inventar los verbos intermedios era una tarea hercúlea; y el fuerte de Hércules era la fuerza y no las palabras (con toda la redundancia que esta frase encierra). Se me ocurrió que algunos sustantivos deberían ser verbalizados. “El enano le dice al pingüino que es un pájaro (o ave) de mar (o agua)”. O “El enano dice que el/los pingüino/s vuela/n en el mar (o agua)”. Claro, el agua es un fluido. Me quedé con esa. La oración que sigue:

abeja – pico y pala – oso

Respuesta: “Las abejas hacen trabajar a los osos”. No, al revés, “Las abejas trabajan para los osos”. Qué pavada. No importa. La última:

enano – boca – oso – dos enanos – pingüino

Como el comienzo es igual al de la primera oración: “El enano dice que el oso…”, dos enanos…, ¿…? Son iguales… como gemelos… o hermanos, nomás, ¿amigos? ¿”El enano dice que el oso y el pingüino son amigos”? El diálogo parecía ser de alto vuelo ecológico, y no precisamente por la presencia de un pingüino.

Al final perdí los dos dedos y un dedo más en mi mano menos hábil. Todo porque enano debía leerse como “yo”. Me prometí a mí mismo descifrar el diálogo entero a la vuelta. Por lo pronto, las veintiún semanas de decodificación fallida eran como cuarenta y dos puntadas en la sien. Plus: cuatro dedos y el 90% de mi orgullo se quedaron con los enanos. Y ni siquiera tengo la mitad de la fuerza de Hércules. No muy lejos de allí encontreme con una cueva y una duda: ¿estaré llegando a la cima?

La cueva y un amague

La entrada de la cueva era lo suficientemente grande como para encajar con el calificativo “grande” que le imprimió El Viejo cuando me charló del secreto de las montañas. En la cueva había millones de puertas por las cuales empezar a explorar. En millones de ellas mi cuerpo no pasaba; pero en dos sí. Una de ellas conducía a una habitación cerrada (excepto por esa entrada) y la otra tiene como virtud el obligarme a renunciar a las descripciones inconducentes.

Antes de pasar a los párrafos que no voy a escribir relatando los obstáculos que se me presentaron dentro de la cueva (ya que fueron, en general, comentados al empezar esta narración) me pregunto si, cuando uno quiere que un enano se detenga, le puede decir “alto”. Seguramente hay enanos más petisos que otros.

Volviendo al tema de la cueva, cabe mencionar que su dificultad no lo fue tanto y sólo me tomó una semana dejarla atrás. Sin embargo, antes de continuar, sospecho que Uds. se preguntarán cómo manejé la cuestión alimenticia durante la búsqueda del secreto de las montañas. Sólo tengo una cosa para decirles al respecto: nunca bebo antes de terminar de masticar ni superpongo bocados.

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