La inspección de la fosa séptica confirmó la sospecha de Margie de que el incremento de pobladores de la casa había excedido su capacidad. Todd consultó con el resto del grupo las opciones que tenían. Surgieron dos propuestas: o bien bombear regularmente el contenido de la fosa séptica, o bien construir un excusado exterior que sirviese como suplemento de toda la instalación. La primera de las dos posibilidades era irrealizable, ya que no tenían a su disposición ninguna bomba para vaciar la fosa. Así que se decidieron por el retrete exterior.
Lo construyeron a treinta metros de la casa, más abajo del depósito de agua y apartado del curso natural por donde bajaba el agua de lluvia. Mike comentó que una vez, en un campamento de caza, había visto una forma muy sencilla de construir un retrete. El diseño que propuso fue el que terminó por llevarse a cabo. Bastaba con enterrar las dos terceras partes de un bidón de doscientos litros de capacidad. Luego con un soplete se le hacía en la parte superior un agujero ovalado. A continuación, se cortaba también toda la parte inferior. Tras pulir las partes más irregulares se colocaba un váter y se pasaban los tornillos a través de la parte superior del bidón. Para que fuese un auténtico excusado, construyeron un cobertizo móvil hecho de madera.
El nuevo retrete contaba con varias ventajas. La primera de todas, que servía para desahogar el sistema de desagüe del baño que había en la casa. La segunda, que el jardín de flores iba a recibir una buena cantidad de fertilizante que antes se perdía. Todd no tardó en instaurar una norma que estipulaba que todos los habitantes de la casa utilizarían exclusivamente el excusado exterior, a no ser que estuviesen enfermos o que fuera soplase una tormenta de nieve. La norma no resultaba muy popular, pero era acatada.
A excepción de Rose, todos los miembros del grupo gozaron de buena salud durante el primer invierno en el refugio. Algunos cogieron algún resfriado durante las primeras semanas, pero aquel invierno no hubo ningún caso de gripe ni de ninguna otra enfermedad. Mary supuso que el hecho de estar aislados del resto de la gente los mantenía a salvo de las enfermedades infecciosas que eran transmitidas a causa del contacto. Todos los integrantes del grupo original se habían vacunado de neumonía ante la posibilidad de que tuviesen que acabar viviendo amontonados en compañía de mucha otra gente.
Incluso en los meses de invierno, la actividad del grupo no decaía. Como el único calentador que había en la casa era eléctrico, y por lo tanto había dejado de funcionar, todos los días les tocaba calentar en las cocinas de leña el agua necesaria para lavar los platos, hacer la colada o darse un baño. El agua para bañarse era transportada en teteras desde la cocina hasta el lavabo. Por suerte, estaban a tan solo unos cuantos pasos de distancia. La colada se hacía dos veces por semana en una lavadora a mano de marca James y después se escurría con un rodillo. Mary había sido previsora y había encargado por correo la lavadora del catálogo Lehman's de productos amish. Kevin Lendel se hizo con el rodillo para escurrir la ropa en una subasta en una granja en Clarkia, el verano anterior al gran colapso. Los días que no se hacía la colada era el turno de las parejas para bañarse. Los solteros se bañaban los sábados. Ante lo laborioso que resultaba el proceso de calentar agua y transportarla, Todd se arrepintió de no haber instalado unos serpentines para calentar agua en el sistema de calefacción de toda la casa.
La mayoría de los integrantes del grupo mantuvieron el buen ánimo con la llegada del invierno. A diferencia de millones de compatriotas, ellos estaban a cubierto y no pasaban ni hambre ni frío. Cada noche, antes de la cena, los miembros del grupo bendecían la mesa por turnos. Para que nadie corriese el riesgo de perderlo de vista, allí se enumeraban todas las cosas por las que debían estar agradecidos. Solo dos personas tuvieron algunas dificultades para ajustarse a la nueva situación. Una era Rose, quien a menudo se deprimía pensando en su familia o en la situación en general.
La otra era Lisa, que aproximadamente una vez al mes discutía con alguien o tenía un berrinche con alguna cosa que le molestaba. La mayoría de las veces se iba enfadada a su habitación y lloraba allí durante un rato. A la mañana siguiente aparecía, pedía disculpas y seguía como si nada hubiese pasado.
T. K. asesoraba a cualquiera que mostrase signos de irritabilidad o de depresión. Ambas cosas se daban con más frecuencia durante el invierno, cuando todo el mundo se veía obligado a vivir en un espacio más reducido. Sus sesiones de asesoramiento solían consistir en media hora de oración, preguntas y respuestas, algunos consejos y, normalmente, un buen rato de llorar. La actitud positiva e incombustible de T. K., junto con su sentido del humor, contribuyó a mantener elevada la moral. Era algo que se contagiaba.
Una noche, cuando todos estaban sentados a la cena, callados y cabizbajos, absortos en sus propios pensamientos, T. K. gritó «¡Guerra de comida!», y empezó a lanzar guisantes deshidratados a diestro y siniestro. La situación fue de caos total durante al menos un minuto en el que no pararon de volar por el aire más guisantes y el puré de patatas recién preparado. Cuando cesó el combate y las risas se extinguieron, T. K. se encargó de limpiarlo todo y de ponerlo en el cuenco de las sobras para Shona. En media hora estaba todo limpio. Tal y como le explicó después a Todd, era un esfuerzo que valía la pena a cambio de escuchar reír a todo el mundo.
Las guardias en el puesto de mando y observación eran extremadamente aburridas. Aparte de ver salir y ponerse el sol, y de volver a familiarizarse con las constelaciones, no había mucho que hacer. La lectura estaba prohibida durante las guardias, por si en algún momento de descuido algún intruso consiguiera colarse. Al principio se produjeron algunas falsas alarmas, la mayoría causadas por ciervos, puercoespines y osos. Aunque con el tiempo, todos se familiarizaron con los ruidos y movimientos habituales de los animales de los alrededores.
Por la noche, los que hacían la guardia estaban atentos a cualquier ruido que pudiese provocar alguna persona o motor. También vigilaban las veinte bengalas que estaban colocadas a lo largo del perímetro del refugio. Estas bengalas M49A1 estaban atadas a algunos árboles y postes y se activaban mecánicamente cuando alguien tropezaba con los cables que había dispuestos en el suelo. Durante las primeras semanas, algunas fueron activadas por error por diferentes miembros del grupo que habían olvidado dónde estaban colocadas. También algunos ciervos y Shona tropezaron con alguno de los cables y activaron algunas más. Esto último fue solucionado colocando los cables a una altura más elevada. Durante el día y a la hora del crepúsculo, los que estaban de guardia observaban con los prismáticos las laderas y las dos direcciones de la carretera. Pasaban días y más días y nada sucedía. Nunca se veía a nadie en la carretera. Kevin Lendel describió acertadamente las guardias en el puesto de observación y escucha como las del tedio ad náuseam.
El día en que sucedió algo que rompió por fin la monotonía, Lisa estaba de guardia en el POE, de pie, abrigada bajo una parka militar N-3 B contra el frío extremo, dando golpes contra el suelo de tanto en tanto con los pies mientras observaba la tenue y grisácea luz del amanecer. Lisa estaba contemplando la hilera de árboles de la parte trasera de la propiedad cuando oyó que Shona empezaba a ladrar. Al darse la vuelta, vio cuatro camionetas acercándose por el camino de grava, a muy poca distancia las unas de las otras, y con los faros apagados.
En cuanto descubrió los vehículos, Lisa descolgó el teléfono de campaña TA-1 y pulsó la palanca que había en uno de los lados. Le contestó Mary, que estaba de guardia en el mando del cuartel.
—Cuatro camionetas vienen desde el lado oeste. Un momento... Están frenando. Se han detenido ante la puerta principal. Levanta a todo el mundo ahora mismo. Venga, date prisa. —Mary pulsó el botón de alarma. Por toda la casa, las sirenas de marca Mallory se activaron y emitieron unos sonidos muy agudos y penetrantes.
Todo sucedió muy deprisa. Un hombre con una cizalla de unos noventa centímetros de longitud salió del asiento del acompañante del primero de los vehículos y fue corriendo hasta la puerta. Lisa giró el mando de su CAR-15 y levantó la tapa de la mira telescópica.
—Maldita sea, no hay bastante luz —se lamentó. Más o menos al mismo tiempo, la puerta se abrió y la primera de las camionetas hizo rugir el motor. El vehículo no se detuvo a recoger al tipo de la puerta, que se había echado al suelo y permanecía ahora oculto entre las hierbas y los cardos.
Lisa apuntó a la ventanilla del acompañante de la segunda camioneta, que estaba decelerando para poder hacer la maniobra a unos ciento cincuenta metros de su hoyo para atrincherarse. Disparó dos ráfagas, pero falló; las balas pasaron por encima de la cabina de la camioneta. Luego recordó para sí:
Más despacio, respira, relájate, apunta, relaja el dedo y aprieta. Si no, fallarás todos los disparos.
Tras hacer fuego dos veces más, la ventanilla del acompañante de la tercera camioneta saltó por los aires. El primer vehículo estaba a menos de cien metros de la casa. Lisa continuó disparando, a mucha más velocidad, principalmente a la parte trasera de los vehículos.
En el interior de la casa se produjo un enorme alboroto.
—¡Vienen cuatro camionetas por la parte de delante! —gritó Mary.
Todd fue el primero en abrir fuego desde la casa; con cada detonación, el HK91 se sacudió contra su hombro. Al mismo tiempo que los demás alcanzaban las posiciones que tenían asignadas tras las planchas de acero encajadas detrás de las ventanas, tres de los cuatro vehículos desaparecieron detrás del granero después de hacer una rápida maniobra. El cuarto aceleró en dirección a la alambrada que rodeaba la casa.
Detrás del destruido parabrisas no se podía ver al conductor. La camioneta impactó contra la alambrada, que cedió sin esfuerzo aparente; el vehículo derrapó después hacia un lado y a punto estuvo de volcar antes de quedarse parado a menos de cuarenta metros de la casa. Sobre uno de los lados del vehículo comenzaron a impactar las balas de forma cada vez más intensa e ininterrumpida. A esas alturas, el conductor o cualquiera que estuviese en la caja detrás estarían más que liquidados.
Treinta segundos después los disparos se detuvieron. Y no por una cuestión de contención, sino porque todas las armas apostadas en el lado sur de la casa se quedaron sin munición. Todas excepto la de Todd, quien tras gastar un cargador de veinte cartuchos, lo había reemplazado por el único que tenía de treinta, y continuaba apuntando en busca de objetivos.
—Volved a cargar y disparad solo a objetivos muy claros —gritó Todd. A continuación, escuchó como todos los rifles eran recargados.
—¿Pero qué está pasando? —preguntó Della desde el dormitorio de atrás.
—Calla y vigila tu zona de fuego —le gritó Todd como respuesta.
Por una de las esquinas del granero se asomó un momento un hombre y disparó tres veces hacia la casa con una carabina SKS. Las tres balas rebotaron contra las placas de acero sin producir ningún daño. Desde las ventanas, se produjeron varias descargas como respuesta a los disparos, con lo que el intruso volvió a esconderse a toda prisa detrás del granero. Luego asomó el SKS y disparó a ciegas hasta vaciar el cargador. Solo dos de estos disparos impactaron en la casa. Otra andanada de disparos de respuesta acabó por hacer pedazos la esquina del granero metálico.
—¿Y ahora qué? —se preguntó Todd sin perder la calma. Lo que pasaba detrás del granero quedaba demasiado a la derecha, fuera de su campo de visión. Lo único que podía hacer era esperar.
La única que veía, aunque solo en parte, a los atacantes, era Lisa, quien seguía en el puesto de observación y escucha, a ciento treinta y cinco metros de distancia. Desde allí, tan solo podía ver a dos hombres armados con escopetas correderas en la parte trasera de una de las camionetas.
—Vamos a hacer las cosas bien —se dijo a sí misma, esforzándose por controlar el ritmo de su respiración. Se agachó donde estaba su mochila Alice y sacó el bípode de su CAR-15, lo enganchó en el cañón e intentó colocar la intersección de la cruz del punto de mira sobre uno de los atacantes. Tenía que disparar a un objetivo que estaba a menor altura que ella y las patas del bípode no tenían la longitud apropiada. Hasta que no cambió de posición y apoyó las rodillas sobre la silla, no pudo apuntar correctamente.
Hizo dos disparos; el primero impactó entre los omoplatos de uno de los dos hombres. No tuvo tiempo para comprobar el efecto del segundo, ya que se movió velozmente para apuntar al segundo hombre, quien trataba de ponerse a cubierto echándose al suelo. Esta vez, cuando apretó el gatillo, no sintió ningún retroceso ni escuchó ningún ruido. En un primer momento pensó que su CAR-15 se había encasquillado, pero enseguida se dio cuenta de que la guía del cerrojo estaba echada hacia atrás y de que el cargador estaba vacío.
Sin poder evitar enfadarse consigo misma, se dejó caer en el fondo de su agujero y cambió el cargador por uno de los cargadores de treinta cartuchos de calibre.50 que había en uno de los lados del agujero, y que hacía las funciones de estante.
—¿Cómo es posible que haya disparado treinta balas tan rápido? —se preguntó en voz alta.
Cuando volvió a salir de nuevo, el otro hombre había desaparecido. Aunque no se movía, Lisa disparó para asegurarse tres veces más contra el saqueador que había derribado. A continuación, reventó las dos ruedas traseras de la camioneta, disparó una docena de balas en la capota y acabó de vaciar el cargador agujereando el depósito de gasolina. Después, volvió a deslizarse hasta el fondo del hoyo y se quedó pensando qué debía hacer a continuación. La respuesta le llegó al agacharse para recargar hacia el estante donde estaban los cargadores y ver una etiqueta Dymo que había adherida en la parte inferior de uno de ellos, donde se podía leer la palabra «Trazadoras».
—Parece que Lisa sí los tiene a tiro —dijo Mary al escuchar las detonaciones que provenían del puesto de observación y escucha. A continuación, se produjo una prolongada pausa y luego se escucharon dos disparos, seguidos de una fuerte explosión. De detrás del granero surgió una enorme llamarada. A Mary aquello le pareció una versión en miniatura de la idea que tenía ella de cómo debía de ser una explosión nuclear.