Niki se acerca a Alessandro.
—Ok, no he dicho nada…
—Eso.
—¿Tienes un parte en el coche o no?
—Claro que tengo, pero he fingido que no por tu espléndida historia de los amantes.
—Entonces cógelo…
—Pero ya está llamando a los urbanos.
—Será mejor que lo saques… ¡Fíate de mí!
—Pero ¡se van a dar cuenta de que íbamos de farol!
—Alex… no tengo permiso de prácticas y tengo diecisiete años.
—Pero me dijiste que… aaah, contigo renuncio.
Alessandro se tira dentro del coche y sale un segundo después con un folio en la mano.
—¡Gianfranco, mire! ¡He encontrado un parte! ¡Qué suerte, ¿eh?!
Habitación añil. Ella. Es difícil. Parece que te falte el suelo bajo los pies. El camino que conocías, las palabras que sabías, los olores y los sabores que hacían que te sintieses protegida… decidir acabar con todo. Sentir que, de no hacerlo, no irás a ninguna parte y te quedarás allí, fingiendo vivir. Pero ¿un amor que acaba así era de verdad amor? Esto no me gusta. No quiero que sufra. No se lo merece. Siempre ha sido bueno conmigo. Me quiere. Se preocupa. Aunque sea un poco celoso. Ayer, cuando estaba a punto de decírselo, me sentí morir. Me estaba hablando de su día, de su nuevo trabajo, de las vacaciones que quería que hiciésemos juntos en agosto, para celebrar mi Selectividad. Enciende el portátil. Abre la carpeta amarilla. Elige un documento al azar.
«Se vio con los ojos de la fantasía mientras conversaba con aquella dulce y hermosísima muchacha sentada a su lado, en una habitación llena de libros, cuadros, gusto e inteligencia, inundada por una luz clara y una atmósfera cálida y brillante…»
Deja de leer. Y de repente se siente esa muchacha. Y ve esa habitación llena de libros. Y observa los cuadros. Y siente esa luz clara que la ilumina y la vuelve hermosa. Y él, ese él, no tiene los rasgos de su chico, sino de otro nuevo, aún por imaginar. Alguien capaz de escribir esas palabras que la hacen soñar. Cuán cierto es que necesitamos tener un sueño.
Un poco más tarde, en el coche. Alessandro murmura algo entre dientes. Niki se da cuenta.
—¿Qué haces, rezas?
—No, estaba calculando cuánto he gastado… Veamos, entre la bonificación que perderé del seguro, la multa del coche, la multa del autobús, la grúa, el accidente… Es como si te hubiese comprado un ciclomotor nuevo.
—Sí, pero ¿dónde metes el valor afectivo de Mila?
—¿Puedo no responder?
Niki se vuelve hacia la ventanilla.
—¡Grosero!
Alessandro sigue conduciendo y la mira de vez en cuando. Niki sigue vuelta de lado. Repiquetea con los dedos sobre el salpicadero, al ritmo de la música que sale del CD de Damien Rice. Alessandro se da cuenta y lo apaga. Niki se vuelve de inmediato hacia él. Después se acerca a la ventanilla y le echa el aliento. Escribe algo con el dedo índice. Alessandro aprieta un botón, el techo se abre, entra aire y seca el vapor, borrándose lo escrito por Niki. Ella resopla.
—Madre mía, qué antipático eres.
—Y tú resultas insoportable cuando te comportas como una niña.
—Ya te lo he dicho antes… ¡soy una niña! Y cuando haces eso tú pareces, qué digo, tú eres más pequeño que yo.
En ese momento, se oye el sonido de una sirena que se acerca. Un coche de policía pasa a toda velocidad en dirección opuesta. Niki se pone de pie y saca la cabeza por el techo. Levanta los brazos y empieza a gritar como una loca.
—¡Id más despacio, anormales!
Se cruzan con el coche de la policía. Alessandro tira de ella cogiéndola por la camiseta, la hace caer en el asiento.
—Estáte quieta. ¿Por qué tienes que gritarles nada?
Alessandro oye un chirrido. Mira por el retrovisor. El coche de la policía ha frenado de golpe, ha dado la vuelta derrapando y ha vuelto a arrancar a toda velocidad para perseguirlos.
—Mira qué bien, lo sabía. Felicidades, ¿estás contenta ahora? ¡Ponte el cinturón, haz algo útil!
—Sí, pero ¿ves como yo tenía razón? Si tienen tiempo para perseguirnos, eso quiere decir que no iban a ninguna parte.
—Mira, Niki, te lo pido por favor: estáte callada. ¡Ahora quédate callada!
El coche de la policía se coloca a su lado y le hacen señas para que se detenga. Alessandro asiente con la cabeza y, despacio, se acerca al arcén. Los policías bajan del coche. Alessandro baja la ventanilla.
—Buenas tardes, agente.
—Buenas tardes, el carnet de conducir y los papeles del coche, por favor.
Alessandro se inclina y abre la guantera. Coge la carpeta donde guarda los documentos del coche y se la da. Mientras tanto, el otro policía le da la vuelta al capó y comprueba que lleve el sello del seguro. Entonces se percata del faro roto y del lateral abollado.
—Todo en orden, al parecer —dice el primero. Pero no le devuelve los documentos.
—¿Qué estaba gritando su amiga? La hemos visto desgañitarse.
—Ah, nada.
—Disculpe, querría oírselo decir a ella.
Alessandro se vuelve hacia Niki. Ella lo mira.
—Nada. Sólo gritaba que yo también quisiera ser policía. No vais a detenernos por eso, ¿verdad?
—Veo que no está al día, señorita.
Justo en ese momento, el otro policía se acerca a la ventanilla de Alessandro. Se miran. Y se reconocen. Alessandro cae en la cuenta. Carretti y Serra, los dos policías que fueron a su casa la noche anterior.
—¡Buenas tardes! Usted de nuevo… ¿esta chica también es rusa?
—No, ésta es italiana, y le gustaría entrar en el cuerpo. Los tiene en alta estima.
Alfonso Serra ni siquiera la mira.
—Aquí tiene sus documentos. Y usted no vuelva a asomarse por el techo. Es peligroso y distrae a los que circulan en sentido contrario.
—Por supuesto, gracias.
—Y dé gracias de que nos acaban de avisar de un robo, que si no usted… —y vuelve a mirar a Alessandro—, entre la historia de las rusas de anoche y ahora esta muchachita, esto no se iba a quedar aquí.
Sin siquiera darle tiempo a responder, los dos policías se montan en el Alfa 156 y se marchan derrapando a toda velocidad. Alessandro arranca y se pone en marcha en silencio.
—Me gustaría llevarte a casa… y yo llegar sano y salvo a la mía.
—Donde te esperan las rusas…
—¿Qué?
—Sí, he oído lo que ha dicho el policía, ¿qué te crees? No soy sorda… Por otro lado, ¿qué podía esperarse de uno como tú? El clásico al que le gustan las extranjeras. Les prometes trabajo, salir en un anuncio, «oye, voy a convertirte en una estrella», y demás… para llevártelas a la cama con tus amigos. Bravo. Das pena. Venga sí, llévame a casa…
—Oye no era más que una simple fiesta en mi casa. Lo que pasa es que el capullo de mi vecino llamó a la policía diciendo que estábamos armando mucho jaleo, y no era cierto.
—Claro, claro, ¿cómo no? Tú mismo lo has dicho… El que gana lo celebra, el que pierde, lo explica. Y tú te estás explicando.
—¿Y qué tiene que ver esto con lo que he dicho? Yo me refería al futbito.
—Precisamente…
—Y además no tengo por qué darte explicaciones.
—Por supuesto…
—Oye, en serio, no tengo nada que esconder y además no tengo por qué rendirte cuentas a ti.
—Sí, sí. Gira aquí a la derecha y sigue recto. Claro, porque de no haber sido por ese policía, tú me hubieses explicado tu noche con las rusas, ¿verdad?
—Eres la hostia. ¿Por qué hubiese tenido que contarte nada? Y, además, ya te he dicho que no hay nada que explicar.
—Al fondo de la calle a la izquierda. De todos modos no me lo hubieses contado.
—Pero ¿quién te crees que eres? ¿Mi novia? Pues no, así que, ¿qué te tengo yo que explicar? ¿Por qué me tengo que justificar? ¿Acaso somos pareja?
—No, en absoluto. Hemos llegado. Número treinta y cinco. Allí, ése es mi portal.
De repente, Niki se abalanza sobre él y desaparece bajo el salpicadero.
—¡Mierda!
—Eh, ¿qué pasa ahora?
—Chissst, son mis padres, que están saliendo.
—¿Y qué?
—¿Cómo que y qué? Si me ven, vas a tener problemas.
—Pero si tú misma acabas de decir que no somos una pareja.
—Igualmente tendrás problemas.
Alessandro mira a Niki, que está tirada sobre sus piernas.
—Si te pillan así, sí que voy a tener problemas, y en serio. Ya me dirás cómo iba a explicar que simplemente te estabas escondiendo y nada más.
Niki lo mira desde abajo.
—Estás obsesionado, ¿eh? Claro, estás acostumbrado a tus rusas.
—¡Y dale! Lo siento por ti, pero no pienso prestarme a estos jueguecitos tuyos de celos.
—Yo no soy celosa. Dime qué están haciendo mis padres.
—Nada. Bueno, tu madre…, ¿te he dicho ya que es una mujer muy guapa?, está delante de un coche, mirando a su alrededor. Está buscando algo.
—¡Me está buscando a mí!
—Puede ser… Realmente es una mujer elegante… ¡ay! ¿Por qué me muerdes? —Alessandro se frota el muslo.
—Ya te he dicho que no hables de ella… ¡Y da gracias que era la pierna!
Y lo vuelve a morder.
—¡Ayy!
Alessandro vuelve a frotarse.
—Dime qué está haciendo ahora mi madre.
—Ha sacado un móvil y está marcando un número.
Un segundo después suena el Nokia de Niki. Lo coge.
—¿Sí?
—Niki, ¿se puede saber dónde estás?
—De camino, mamá.
—¿Por qué hablas así?
—¿Cómo, mamá? Es mi voz…
—No sé… Parece como si estuvieses agachada.
—Bueno, me duele un poco el estómago. —Niki sonríe a Alessandro—. Desde luego, a ti no se te escapa nada, ¿eh?
—¡No, exceptuándote a ti! Escucha, nosotros vamos a salir; nos vamos al cine con los Maggiore. Tu hermano está solo. Quiero que, como mucho, en un cuarto de hora estés en casa. De modo que cuando llegues me llamas del fijo y me pasas a tu hermano.
—Allí estaré.
—Quiero que me llames antes de que empiece la película.
—Pierde cuidado, mamá… Es como si ya estuviese a la puerta de casa.
La madre cuelga. Niki oye arrancar a un coche. Entonces se levanta despacio y examina la calle. Ve marchar a sus padres en un coche a lo lejos.
—Menos mal, se han ido. —Niki se arregla un poco—. Bueno, todo ha salido bien.
—Claro, si tú lo dices…
Se quedan un rato en silencio. Niki sonríe.
—Estos momentos siempre son raros, ¿verdad?
Alessandro la mira. Piensa en el tiempo que hacía que no salía con una chica que no fuese Elena. Mucho. ¿Y ahora con quién sale? Con una menor de edad. Bueno, no está mal. Si uno quiere cambiar de vida, lo mejor es no andarse con chiquitas. Pero la realidad es otra. Él no quería cambiar de vida. Él estaba bien con Elena. Muy bien. Y, sobre todo, no está saliendo con esta Niki.
—¿En qué estás pensando?
—¿Yo?
—¿Quién si no?
—En nada.
—Es imposible no pensar en nada.
—No, en serio, no estaba pensando en nada.
—Ah ¿sí? Intenta hacerlo.
Se quedan un segundo en silencio.
—¿Lo ves? Es del todo imposible. De todos modos, si no me lo quieres decir, es asunto tuyo…
—Si tú no me quieres creer, no sé qué puedo hacer…
Niki lo mira una última vez y después le sonríe.
—Bueno, será mejor que me vaya.
—Yo también bajo, y así te acompaño hasta la puerta…
Ambos se bajan del coche y caminan en silencio hasta el portal de la casa de Niki.
Alessandro se queda parado delante de ella, con las manos en los bolsillos.
—Bueno, aquí estamos… Un día intenso, ¿eh?
—Ya.
—Nos llamamos.
—Sí, claro. Aún tenemos que arreglar lo del accidente.
Niki levanta la barbilla y señala con ella hacia el Mercedes.
—Siento habértelo abollado también por delante.
—No te preocupes, ya estoy acostumbrado.
—Podríamos fingir que sucedió todo a la vez. Seguramente mis daños serán menores que los tuyos.
—¡Ninguna compañía de seguros se creería que un ciclomotor me ha dejado el coche en ese estado! ¡A no ser que me lo hubieses lanzado desde un balcón!
Niki se echa a reír.
—¿Por qué no? Podría ser. Lo hicieron en el estadio.
—Vale, vale, no he dicho nada.
—De todos modos, tú quédate tranquilo, no me hagas sentir más culpable de lo debido. Ahora lo pensaré y de algún modo hallaré la solución. —Se aparta y le da un beso en la mejilla. Después se va corriendo.
Alessandro sonríe y se dirige a su coche. Le da la vuelta para comprobar los daños. Después de eso sonríe un poco menos. Se sienta al volante. Está a punto de arrancar cuando recibe un mensaje. Vuelve a sonreír. Debe de ser Niki. Después le viene repentinamente a la memoria
El principito
, y se preocupa un poco. Diantre. ¿Estoy haciendo como el zorro? ¿Me estaré domesticando? ¿Cómo era aquel pasaje? «Al principio te sentarás un poco lejos de mí, en la hierba. Yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca… Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres ya empezaré a ser feliz. A medida que avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me angustiaré y me sentiré inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Tiene que haber ritos.» Ya. Tiene que haber ritos. ¿Y yo esperaba ya un sms suyo? Alessandro lee el mensaje. No. Es Enrico. El zorro se levanta y se va, saliendo de la escena de sus pensamientos.
«Estamos todos en el Sicilia, al principio de via Flaminia. Vamos a comer un poco de buen pescado. ¿Qué hacéis? ¿Venís? Decidme algo.»
«En seguida estoy ahí —responde Alessandro veloz—. Pero estoy solo.» Mensaje enviado. Arranca y se va. Poco después le suena el móvil. Número privado. No soporto que oculten el número. ¿Quién podrá ser? Demasiadas hipótesis. Se acaba antes respondiendo.
—¿Sí?
—Soy yo.
—¿Y quién es yo?
—Yo, Niki. ¿Ya me has olvidado?
No, piensa Alessandro. Cómo podría, aunque sólo sea por los destrozos del coche. Pero no se lo dice. Se da cuenta de que superaría de nuevo a la Bernardi y quizá también a la madre de Niki en la clasificación. El zorro vuelve a entrar en escena y se tumba tranquilo a escuchar.