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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (46 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Pues yo en cambio creo que papá es quien se lo iba a tomar mejor. Siempre lo infravaloras.

—¿Tú crees? Puede ser…

—Bueno, me despido. —Claudia le da un sonoro beso en las mejillas y hace ademán de irse.

—Claudia…

—¿Sí?

—Gracias, ¿eh?

—¿Por qué?

—Por la alcachofa que ya no te apetecía.

Claudia baja una mano en su dirección.

—¡Bah! No es nada. Pero otra noche como ésta y tendrás que invitarme directamente al Mességué.

—Lo haré con mucho gusto. Comer, en lugar de tomar decisiones extrañas.

—¡Idiota! O, mejor dicho, avísame cuando te decidas a dar la otra noticia bomba… ¡Me pondré a dieta dos días antes!

Sesenta y cinco

Días de lento discurrir. Cuando se está triste. Otros que pasan demasiado veloces. Cuando se es feliz. Días en suspenso mientras falta poco para la respuesta de los japoneses. De paseo en coche con el CD de Battisti. Enrico ha elegido una banda sonora perfecta para ellos. Niki tiene un ataque repentino de felicidad.

—Alex, se me acaba de ocurrir una idea superguay.

Alessandro mira preocupado a Niki.

—Socorro. Dime.

—¿Quieres que intentemos hacer todo lo que diga la próxima canción?

—Vale, pero todo todo, ¿eh?

—Pues claro, yo no soy de las que se echan atrás.

—De acuerdo. Entonces elijo yo la canción.

—No, así no vale… Pon reproducción aleatoria y que salga lo que sea.

Alessandro aprieta una tecla del lector. Los dos esperan curiosos y divertidos escuchar cuál será su próximo destino.

«En un gran supermercado una vez al mes, empujar un carro lleno contigo del brazo…»

—No me lo puedo creer… ¡Ésta es pesadísima!

—Ya lo hemos dicho y tenemos que hacerlo. Venga, vamos.

Poco después, aparcan frente al supermercado del Villaggio Olímpico y se bajan corriendo del coche. Un euro para un carro. Deciden llenar el frigo de casa para otras mil cenas más.

—A lo mejor un día podemos invitar a todos nuestros amigos, ¿no? ¿Qué te parece?

—¡Por supuesto!

Alessandro imagina a Pietro, Enrico, Flavio y, sobre todo, a sus esposas respectivas con Niki, Olly, Diletta, Erica y compañía. Sería una cena perfecta. Lo único difícil sería dar con temas de conversación adecuados para todo el mundo.

«Y comentar lo caros que están los congelados, hacer la cola contigo apoyada en mí.»

Verla sonreír mientras recorre las varias secciones. Perderse detrás de una ensalada que le están pesando y de los melocotones que tanto le gustan. Y volverse niño. Mientras, continúa la canción. Y las pruebas se vuelven más difíciles.

—Pero ¿estás segura? ¿Y si te pillan tus padres?

—Está todo controlado… Dije que me iba al instituto y luego a dormir a casa de Olly. Ella me cubre… ¡Venga! ¡Virgen santa, mira que llegas a ser cobardica! Después de todo, soy yo la que se arriesga…

—Como quieras.

«Prepararse para salir con los esquís y las botas, despertarse antes de las seis…»

Alessandro pasa a recogerla muy temprano, aparca un poco lejos del portal y la ve salir corriendo, somnolienta, tibia aún de la cama. Y parten veloces. Al poco rato, Niki se vuelve a quedar dormida con el anorak puesto. Él la mira mientras conduce y sonríe. Y ella parece eso tan hermoso para lo cual no se encuentran palabras.

«Y entrar en un bar a comer un bocadillo…»

Eso es más fácil. Los dos tienen hambre. Piden un bocadillo grande, bien lleno, recién hecho, que rebosa por todos lados. Y se ríen mientras comen.

—¿Cuánto falta? ¿Está lejos? ¡Llevamos un montón de rato en el coche!

—Ya estamos llegando. Y, perdona, Niki, pero eras tú la que quería nieve, ¿no? Pues para eso hay que ir hasta el Brennero.

—¡Caray! ¡Sí que está lejos ese Brennero!

—¡Está donde le corresponde! ¡Y quita los pies del salpicadero, tesoro!

En la recepción del hotel la emoción de entregar la documentación por primera vez. Pero el recepcionista no le presta atención a nada. Ni siquiera a la edad.

«Y quedarse dos días en la cama y no salir ya más…»

Tampoco hay problemas sobre este punto. Es entonces cuando empiezan.

—Alex, ¿puedo llamar a mis padres? Si no se preocupan.

—Pues claro. ¿Por qué me lo preguntas? Tienes tu móvil, ¿no?

—Chissst, calla, da tono. ¿Mamá? Todo ok.

—Pero Niki, ¿dónde estás? Me ha salido un prefijo extraño, cero cero cuarenta y tres Austria…

Alessandro, que ha aparecido en la puerta de la habitación, abre los ojos como platos y mueve la cabeza. Le dice por lo bajo.

—Pero ¿estás loca? ¿Y ahora qué le vas a decir?

Pero Niki se ríe. Segura, tranquila.

—Ya lo sé, mamá, queríamos probar las tablas de snowboard y nos hemos ido. Sí, dormiremos en casa de la prima de Olly y volveremos mañana por la noche, tarde.

—Pero, Niki, ¿por qué no me lo has dicho, pero te das cuenta?

—Porque te ibas a preocupar, como de costumbre, y no me hubieses dejado venir… ¿Mamá?

Silencio.

—Mamá, hemos venido en tren. Y hoy por la tarde, después de esquiar, estudiaremos.

—Vale, Niki. Pero llámame más tarde…

—Desde luego, mamá. Recuerdos a papá. —Y cuelga. Suelta un suspiro—. ¡Demonios, ya no me acordaba! Hace poco cambiaron el teléfono del salón, ¡y pusieron uno con identificador de llamada!

Alessandro se echa las manos a la cabeza. Se va a la otra habitación.

—No me lo puedo creer… En qué lío me he metido.

Niki se asoma a la puerta.

—¡El único lío es que te pienso obligar a probar la tabla de snow!

Y más tarde, en las pistas, caídas e intentos vanos y revolcones en la nieve. Y Niki que enseña a ese novato atrevido que torpemente se lanza y se cae. Pero Alessandro no tiene miedo. Ha vuelto a encontrar el deseo de intentarlo, de caer, de volver a levantarse… Y quién sabe, a lo mejor hasta también de amar.

Después, en el vestíbulo del hotel, una partida de billar extravagante, en la que son más bien los tacos los que se cuelan por los agujeros. A continuación, la sauna y un poco de televisión. Y luego la habitación. Una llamada a mamá.

—Sí, he estado estudiando hasta ahora.

Una mentira que no le hace daño a nadie. Pero la llamada dura sólo un momento. Niki en seguida le salta encima y Alessandro y ella se miran a los ojos. «Y perseguirte sabiendo lo que quieres de mí…» Y no hay nada mejor que fundirse el uno con el otro.

Y marcharse con calma al día siguiente, conduciendo sin prisa, sabiendo que tienes cerca lo que buscas. Tocar de vez en cuando su pierna para asegurarse de que todo es verdad. Y la carretera que corre por debajo. Y la música que te acompaña. Y el mundo que sigue adelante. Pero que no molesta. No hace ruido. Alessandro baja un poco el volumen. La mira dormir. Allí, en el asiento de al lado. Ligeramente bronceada. Entonces Alessandro sonríe. Tiene los pies en el salpicadero, como es natural. Y llegar por fin a Roma, que con ella parece otra ciudad. «Pedir unos folletos turísticos de mi ciudad y pasar el día contigo, visitando museos, monumentos e iglesias, hablando en inglés, y regresar andando a casa tratándote de usted.»

—Oye, dentro de poco tengo que hacer la Selectividad. Me ayudarás, ¿verdad?

—Por supuesto, faltaría más. Tú me has ayudado muchísimo a mí con LaLuna…

—Pero no tienes que hacerlo porque te sientas en deuda conmigo… Tiene que ser porque te apetezca.

—No, lo decía en el sentido de que cómo no iba a ayudarte. Siempre que podamos, tenemos que echarnos una mano.

—Tampoco es así. Por más vueltas que le des, sigue siendo una manera de pagar la deuda.

—Caray, cómo te gusta decir siempre la última palabra. ¡Pues ya no ayudo!

—¿Lo ves? Vamos mejorando. Lo que pasa es que, en el fondo, no me quieres ayudar. ¿Tú tuviste que presentarte a Selectividad?

—Saqué un nueve.

—¡Viejo! —Un instante de silencio—. ¡Viejo! —Y Niki se echa a reír de nuevo—. ¡A un punto de la perfección! ¡Qué recochineo!

—¡Ya veremos si tú lo haces mejor!

—Pues claro. —Niki sonríe y se apoya en él.

—¿Y por qué no? ¿Por qué no?

Y después la pregunta más difícil.

—Disculpe, ¿usted me ama o no?

Y la respuesta más simple.

—¡No lo sé, pero estoy en ello!

Sesenta y seis

Varios días después. Las Olas y las demás chicas están entrenando a voleibol para mantenerse en forma.

—¿Estás lista?

Y suena una especie de trueno. Bajos profundos y cálidos salen de los dos bafles del equipo estéreo que está en el suelo. La música invade el enorme gimnasio de la escuela. Cerca, dos conocidas zapatillas All Stars rojas y blancas llevan el ritmo. Conocen bien esa música. Una mano marca el ritmo en el cristal de la ventana. Niki deja de jugar. Se da la vuelta y se dirige hacia él con los brazos en jarras.

—Veo que insistes. ¿Por qué quieres fastidiar todo lo bello que hubo entre nosotros?

Pero Niki no tiene tiempo de acabar, pues del lector arranca con otra canción. Fabio tiene una expresión burlona. Y empieza a cantar en playback su propia música.

—«No fue casualidad que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama… No lo habíamos buscado, lo sé. Dulces promesas y jóvenes mentiras. ¿Por qué escapas ahora? Te hace daño el pasado. Recuerda que no fue casualidad… que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»

Niki lo mira. Tiene los ojos encendidos.

—Eres un gilipollas, Fabio. Un gilipollas de los pies a la cabeza, Fabio Fobia, o como cojones te llames. —Y se va corriendo, antes de permitirle verla llorar. Él no merece sus lágrimas. Fabio Fobia no aprieta el «stop». Deja que la canción continúe un poco más. Se sienta en el suelo. Con las piernas cruzadas. Enciende un cigarrillo.

—Qué pollas estáis mirando, seguid jugando…

Y sube la música.

«Recuerda que no fue casualidad… que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»

Una chica pasa la pelota a la que tiene que rematarla. Pero Diletta bloquea el balón y lo bota en el suelo. Después va hasta el equipo y lo apaga.

—Este ruido molesta. —Y se marcha a los vestuarios.

—Sí, sí, haceos las remilgadas. ¡De todos modos, tenéis que pasar por nosotros si queréis gozar!

Fabio se levanta y le da una patada a la pequeña cristalera que hay debajo de la ventana, rompiéndola. Después sale por la ventana y sigue fumando.

—Oye, así sólo te ganas enemigos.

Fabio se da la vuelta. Olly está de pie, a la puerta del gimnasio.

—¿Por qué te comportas así, quién te has creído que eres? Puede que tus canciones sean bonitas, pero hay demasiada mala hostia en ellas… y en ti también. Y con la mala hostia no se llega muy lejos.

Fabio Fobia da dos caladas rápidas y tira el cigarrillo al suelo. Lo pisa. Aprieta con fuerza la punta del pie, apagándolo. Luego pasa junto a Olly, a un milímetro. La obliga casi a apretarse contra la pared. Y le canta a la cara.

—«Recuerda que no fue casualidad… que aquella noche, joven estrella, cayeses en mi cama.»

Fabio Fobia recoge su equipo de música, se lo echa al hombro y vuelve a pasar por delante de Olly. Y, sin dignarse siquiera mirarla, se aleja por el patio de la escuela. Ella se queda quieta a la puerta del gimnasio. Lo mira mientras se aleja, con un pensamiento distraído y algún otro bastante más preciso.

Sesenta y siete

Alessandro está sentado en el sillón de su despacho. Tiene las manos detrás de la cabeza, está apoyado en el respaldo de piel. Mira divertido las diversas propuestas de publicidad de LaLuna, dispuestas ordenadamente encima de su enorme escritorio. Del equipo estéreo que hay a un lado sale una música. Mark Isham. Relajante en su justo punto.

—Con permiso…

—Adelante. —Alessandro recompone la postura. Es Andrea Soldini—. Pasa, Andrea, siéntate. ¿Alguna novedad? No necesitamos ningún atajo, ¿verdad?

Andrea Soldini sonríe mientras toma asiento frente a él.

—No, seguimos esperando el veredicto. Pero no me parece que haya dudas al respecto, ¿no crees?

Alessandro se pone en pie.

—No, no lo parece. Pero es mejor no cantar victoria hasta que sepamos qué es lo que acaban decidiendo esos benditos japoneses. —Se acerca a la máquina—. ¿Café?

—Sí, con mucho gusto.

Andrea lo observa mientras Alessandro lo prepara. Coge un paquete, lo abre, saca dos cápsulas, las mete en la máquina y aprieta un botón.

—¿Sabes?, Alex, cuando te veía en mi oficina, cuando venías a sacar a mi jefa, a Elena, bueno, no pensaba que fueses así.

—Así, ¿cómo?

—Tan diferente. Seguro, tranquilo, agradable. Eso mismo, eres muy agradable.

Alessandro regresa a la mesa con los dos cafés, dos bolsitas de azúcar y dos palitos de plástico.

—Nunca sabemos cómo es alguien hasta que lo conocemos personalmente, fuera de los contextos habituales.

Andrea abre el azúcar, lo echa en el café y empieza a revolverlo.

—Ya. A veces no nos llegamos a conocer ni aunque vivamos juntos.

—¿Qué quieres decir?

—¿Yo? Nada —contesta Andrea—. A veces me da por hablar así. —Y se toma su café.

Alessandro hace otro tanto. Luego lo mira fijamente.

—Hay veces que de veras no lo entiendo. ¿Por qué siempre te infravaloras y hablas así de ti mismo?

—Eso mismo me he preguntado yo siempre; el problema es que no encuentro la respuesta.

—Pero si tú no crees en ti mismo…

—… Sí, ya lo sé, ¿cómo van a creer los demás?

—A lo mejor a las rusas les parecías simpatiquísimo la noche aquella sin que para ello tuvieses que ponerte tan mal.

Andrea termina su café.

—Ni me lo recuerdes… Vuelvo a sentirme mal sólo con pensar en aquella noche.

—Por favor, ahórrame otra ambulancia.

Andrea sonríe.

—Jefe… es un placer trabajar contigo.

—También para mí tenerte en el equipo. Tú no consigues verte desde fuera. Pero te aseguro que das una buenísima impresión.

—¡Bien! —Andrea se pone en pie—. Gracias por el café. Vuelvo a mi sitio. —Se dirige a la salida, pero se detiene un instante—. Aquella chica… Niki…

—¿Sí?

—No sé si los japoneses sabrán apreciarlo, pero yo creo que ha hecho un gran trabajo.

—Ah, sí, también yo. Estos dibujos son verdaderamente nuevos y sorprendentes.

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