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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (73 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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Olly se acerca a Diletta.

—Yo te digo que, como cuando volvamos a Roma me encuentre con ese gilipollas de Alex, le parto la cara, mira en qué estado me la ha dejado. Ni la fregona Vileda —le dice susurrando a propósito de Niki.

—Ya. Pero nosotras no nos vamos a rendir.

—¿Nos vamos a la ducha? —grita Olly levantándose de la silla—. ¿Y a ponernos superdivinas para la noche? ¡Lo tengo todo preparado! ¡Seguid a la maestra de ceremonias! Me he estado informando. Aperitivo en Agrari, un bar de piedra que no está tan lleno y tiene unos camareros estupendos, que por cada dos consumiciones te ofrecen una tercera. Si nos lo curramos bien, ¡a lo mejor hasta nos preparan un cóctel!

—¡Dabuten!

—Después nos vamos a comer algo al puerto, a Little Venice. ¡Está lleno de bares! ¡Se come mejor que en los restaurantes! ¡Ensalada con queso feta,
pita gyros
, la versión griega del kebab con salsa tsatziki y pimentón picante! ¡Y yo pienso comer musaka, que me gusta un montón! ¡De todos modos, actividad física para mantener la línea no me falta!

—¡Dabuten! —responden las Olas a coro.

—¡Y después a bailar! ¡Primero en el Scandinavian, luego hay una fiesta en la piscina del Paradise! Y nos ahorramos quince euros por cabeza, porque conozco a los de Milán con los que hemos quedado allí. Luego nos espera el Cavo Paradise… ése está abierto toda la madrugada. Música house para exorcizar ese peñazo del Fobia y además el lugar es tope guay. Una discoteca al aire libre sobre los acantilados. ¡Cuando empieza a salir el sol, miras a tu alrededor y ves a gente hecha polvo que sigue bailando iluminada por las primeras luces del amanecer! ¡¿Qué, estáis listas?!

— ¡Sííí! —Las Olas levantan los dos brazos hacia el cielo y gritan felices. También Niki se añade. Y se van, por aquellas callejuelas llenas de gente, hacia su apartamento. Y abandona por un instante sus pensamientos. Ese recuerdo continuo. Esa marea de amor que con demasiada frecuencia y sin ningún motivo lunar la sumerge. Y se deja llevar entre sus amigas las Olas. Y las abraza y caminan todas juntas del brazo, al ritmo de lo que van cantando.

Otra semana. Una sonrisa repentina, sincera, aparece entre las arrugas oscuras, marcadas por el sol en los rostros de los ancianos que bajan por el callejón empedrado hacia la pequeña plaza. Niki le sonríe a una señora que está tejiendo un cesto, rodeada por el color de las buganvillas. Alrededor hay una luz cegadora, que rebota sobre la cal de las paredes. El cielo es azul y terso. Las Olas acaban de bajarse del autobús después de haber recorrido una carretera panorámica, llena de curvas, con Olly que no dejaba de cogerse del brazo de Diletta a cada curva. Erica ha decidido ya la primera meta, el monasterio de la Panayfa Hozoviotissa. Se tarda casi una hora en llegar hasta allí, pero merece la pena. Mil escalones excavados en el acantilado a pico sobre el mar.

—Hala, pero ¿estáis locas?

—Sí. Venga, vamos.

Erica, Niki y Diletta empiezan a subir con energía y sin demasiada fatiga. Olly, en cambio, se queda atrás y se detiene cada dos minutos con la excusa de mirar el paisaje. De vez en cuando, algunos olivos ofrecen un poco de sombra. Al final de la subida, encajado en la montaña a trescientos metros de altura, aparece. Blanco también, como todo lo demás, el monasterio parece una fortaleza. Algunos monjes anacoretas dan la bienvenida a los turistas, comprobando su indumentaria. Rápidamente, uno de ellos ofrece a las chicas unas faldas de tela floreada, sonriéndoles.

—¿Y esto qué es? ¿La última moda griega? ¡¿No tendrá también un pareo?! ¡Digamos azul!

—¡Olly! Un poco de respeto… Son para entrar. Éste es un lugar de oración y nosotras vamos casi desnudas.

Olly hace una mueca y se pone la falda. Después entran en silencio. Al final, les aguarda una sorpresa. Los monjes llegan con varios vasos en la mano.

—¿Qué es? —pregunta Olly mientras se quita la falda—. ¿Nos van a drogar?

—No —explica Erica—. Es lukumade, una bebida dulce hecha con miel. Te lo dan para que te recuperes después de la subida.

—¿Es afrodisíaco?

—Sí, para la boca.

—¿Y ahora?

—Ahora nada. Disfruta del paisaje…

El mar alrededor es un verdadero espectáculo. Niki observa en silencio.

—¿En qué piensas? —le pregunta Diletta acercándose.

—En las canciones de Antonacci.

—¿En cuál en concreto?

—«A veces miro el mar, ese eterno movimiento, pero dos ojos son pocos para esa inmensidad, y comprendo que estoy solo. Y paseo por el mundo y me doy cuenta de que dos piernas no bastan para recorrerlo todo…»

Diletta se queda callada. En su móvil suena un bip. Mira a Niki un poco cortada.

—Disculpa un momento.

Niki la observa mientras se saca el móvil del bolsillo de sus pantalones cortos, lo abre y lee. Una leve sonrisa, casi contenida, le ilumina el rostro.

—¿Es Filippo? —pregunta Niki.

—Sí, pero no es nada. Sólo dice que se va a entreno.

—No me mientas. Yo me alegro por ti. Aunque yo esté mal, puedo alegrarme de que mis amigas estén enamoradas.

—Dice que me ama y que me espera.

Niki le sonríe. Entonces se le acerca de repente y la abraza.

—Te quiero, campeona.

Olly llega y las ve.

—¡¿Puedo sumarme?!

Niki y Diletta se vuelven.

—¡Pues claro, ven!

—¡Yo también! —Erica también se acerca y ese abrazo se hace más grande, símbolo de la amistad que las une desde siempre. Las Olas unidas frente al mar.

—¿Y ahora?

—A sólo cuatro kilómetros está Katapola.

—¿Sólo? ¡Al final voy a tener que llevarme unas bombonas de oxígeno!

—Venga, vamos. ¡Está lleno de casitas colgadas sobre el mar, hay pescadores, a lo mejor hasta podemos darnos un paseo en mula! Y está la playa de Ayios Pandeleimon. Venga, puede que sea un poco cansado, pero la guía dice que hay lugares preciosos…

—¡En marcha!

Y bajan corriendo por un caminito. Y llegan hasta el mar. Y dejan las mochilas en la arena y le compran una sandía a un vendedor ambulante. La mantiene fresca en su viejo motocarro lleno de hielo. Y se desnudan y se meten en el agua. Y se salpican. Y poco después cortan la sandía en trozos grandes. Y los devoran y se los ponen en la cabeza. Y después regresan al agua así, con esos pequeños cascos dulces para quedarse conversando hasta la puesta de sol. Hermosas, simples, felices, abandonadas. Cansadas con un cansancio sano, el que se siente cuando haces lo que te gusta, cuando estás bien, cuando estás con aquellos a quienes quieres. Y unos pocos días más y alguna otra aventura para recordar. De las que se guardan para cuando sea necesario… Y después, sólo después, a casa. Roma.

Ciento veintiuno

Casi un mes después.

Los padres de Niki están parados en un semáforo. En el coche. Los dos con la boca abierta. Los dos mudos a causa de la impresión. En la plaza hay una serie de carteles gigantescos. Y en todos aparece Niki. Niki que duerme boca abajo. Niki que duerme con el culo en pompa, con un brazo por el suelo y, por fin, Niki recién despertada, con el pelo un poco revuelto y un paquete en la mano. Sonríe. « ¿Quieres soñar? Coge LaLuna.»

Roberto se vuelve estupefacto todavía hacia Simona.

—Pero ¿cuándo ha hecho Niki la publicidad de esos caramelos?

Simona intenta tranquilizar a Roberto. Sea como sea, tiene que darle a entender que Niki y ella siempre se lo cuentan todo.

—Sí, sí, algo me dijo… pero ¡no pensé que fuese algo tan importante!

El padre de Niki arranca de nuevo, pero no parece muy convencido.

—Vale, pero las fotos son extrañas… quiero decir, que no parecen de estudio, más bien parecen… robadas. Eso mismo. Como si se las hubiesen hecho en casa de alguien. Vaya, que la han estudiado bien. Parece que esté dormida de verdad, ¿te das cuenta? Y que después se acabe de despertar. Cómo te lo diría… Es la misma cara que llevo viendo desde hace dieciocho años, todos los domingos por la mañana…

Simona suspira.

—Ya. Son muy buenos.

Luego Roberto la mira un poco más convencido y feliz.

—¿Tú crees que a Niki le habrán pagado bien por este anuncio?

—Sí, creo que sí.

—Cómo que crees que sí. ¿No habéis hablado de ese tema?

—Pero, cariño, no hay que agobiarla. Si no, después no me explica nada.

—Ah, ya… Tienes razón…

Al llegar a casa les espera una sorpresa aún mayor. Alessandro está allí. Los está esperando. Simona lo reconoce e intenta preparar a su marido de alguna manera.

—Cariño…

—¿Qué ocurre, tesoro, se nos ha olvidado la leche?

—No. ¿Ves a ese chico? —Y señala a Alessandro.

—Sí. ¿Qué?

—Es el falso agente de seguros del que te hablé. Y, sobre todo, en estos momentos es la persona más importante para Niki.

—¡¿Ése?! —Roberto aparca.

—Sí, puede que te niegues a admitirlo, pero tiene su atractivo…

—Bueno, digamos que lo oculta muy bien.

—Muy gracioso. Deja que hable yo, dado que ya nos conocemos. Espérame arriba.

Roberto echa el freno de mano, apaga el motor.

—Por supuesto. Pero esto no irá a acabar como en
El graduado
, ¿no?

—¡Idiota!

Simona le da un manotazo y lo empuja fuera del coche. Roberto se baja, camina con Simona y llegan ante Alessandro. Roberto lo ignora, pasa de largo y sube a su casa. Simona, en cambio, se detiene frente a él.

—Ya lo entiendo. Lo ha pensado mejor y quiere que haga alguna otra extraña inversión…

Alessandro sonríe.

—No. Quería pedirle una cosa. Sé que Niki vuelve mañana. ¿Le podría dar esto?

Alessandro le da un sobre. Simona lo coge, lo mira y se queda un instante pensativa.

—¿Le hará daño?

Alessandro se queda en silencio. Después sonríe.

—Espero que no. Me gustaría que le hiciese sonreír.

—A mí también. Y cómo. Y aún más le gustaría a mi marido. —Y después se va sin despedirse.

Alessandro vuelve a montarse en su Mercedes y se aleja.

Simona entra en casa. Roberto se le acerca de inmediato.

—¿Y bien, qué quería?

—Me ha dado esto. —Deja el sobre cerrado encima de la mesa.

Roberto lo coge. Intenta ver algo a contraluz.

—No se lee nada. —Luego mira a su mujer—. Lo voy a abrir.

—Ni se te ocurra, Roberto.

—Venga, pon agua a hervir.

Simona lo mira sorprendida.

—¿Ya tienes hambre? ¿Quieres cenar…? Si sólo son las siete y media.

—No, quiero abrir el sobre con el vapor.

—Pero ¿tú dónde lees esas cosas?

—En
Diabolik
, desde siempre.

—Entonces, a saber la de cartas que me habrás abierto.

—Puede que una, pero no estábamos casados.

—¡Te odio! ¿Y de quién era?

—Bah, de nadie. Era una factura.

—¡Espero que por lo menos la pagases tú!

—No, era la factura de un regalo para mí…

—¡Te odio el doble!

Roberto mira de nuevo el sobre. Le da vueltas entre sus manos.

—Oye, yo lo abro.

—¡De ninguna manera! Tu hija no te lo iba a perdonar nunca. Jamás volvería a tener confianza en ti.

—Sí, pero la tendría en ti, que me lo habías prohibido. Yo le digo que tú no querías que lo abriese, que hemos discutido un montón… ¡y tú ganas aún más puntos! Podemos hacer como los policías americanos en los interrogatorios, tú de poli buena y yo soy el malo. Y así nos enteramos de qué es lo que tiene que decirle ese…

Simona le arranca a Roberto el sobre de las manos.

—No, tu hija acaba de cumplir dieciocho años, ya es mayor de edad. Salió por esa puerta y volverá a entrar todas las veces que quiera. Pero es su vida. Con sus sonrisas. Sus dolores. Sus sueños. Sus ilusiones. Sus llantos. Y sus momentos felices.

—Ya lo sé, sólo me gustaría saber si en esa carta hay algo que pueda causarle daño…

Simona coge el sobre y lo guarda en un cajón.

—Lo abrirá ella cuando vuelva, y le gustará saber que la hemos respetado. Y a lo mejor también se alegra al leerla. Al menos eso espero. Ahora me voy a preparar la cena… —Simona se va a la cocina.

Roberto se sienta en el sofá. Enciende el televisor.

—Ya lo sé —le grita desde el salón—. Es ese «al menos eso espero» tuyo lo que me preocupa.

Ciento veintidós

—Eh, pero ¿qué estás haciendo?

—He venido a buscar unas cosas. Tengo unos documentos que no quiero dejar en la oficina.

Leonardo se apoya en el escritorio y le sonríe.

—Oye, Alex, nunca me he sentido tan feliz… En Japón nos han confirmado toda la línea. ¿Sabías que ahora también tenemos peticiones de Francia y de Alemania?

—Ah, ¿sí?

Alessandro sigue sacando folios de los cajones. Los repasa. Ya no sirven. Los tira a la papelera.

—Sí. Ya han enviado todos los embalajes. Tenemos que hacer una campaña para un nuevo producto que saldrá dentro de dos meses… Un detergente al chocolate… pero ¡que huele a menta! Una cosa absurda, en mi opinión, pero estoy seguro de que encontrarás la idea adecuada para hacer que tu gran amiga la gente la acepte.

Alessandro acaba de recoger los últimos papeles y se incorpora. Hace una ligera flexión hacia atrás poniéndose la mano en la espalda. Leonardo se da cuenta. Sonríe.

—La edad, ¿eh? Pero al final acabaste derrotando al jovencito aquel. Toma, éstos son algunos detalles, el resto de la documentación te la he dejado sobre la mesa.

—Me parece que te conviene volver a llamar al jovencito de Lugano.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir? —Leonardo lo mira con los ojos muy abiertos.

—Que me voy.

—¿Qué? Te han ofrecido otro trabajo, ¡¿eh?! Otra empresa, ¿verdad? Dime quiénes son. Dime quiénes han sido. La Butch & Butch, ¿a que sí? Venga, dime quiénes han sido, que acabaré con ellos.

Alessandro lo mira tranquilo. Leonardo se calma.

—Vale, seamos razonables. —Un largo suspiro—. Nosotros podemos ofrecerte más.

Alessandro sonríe y pasa de largo.

—No lo creo.

—¿Cómo que no? ¿Quieres verlo? Dime la cifra.

Alessandro se detiene.

—¿Quieres saber la cifra?

—Sí.

Alessandro sonríe.

—Bueno, no hay cifra. Me voy de vacaciones. Mi libertad no tiene precio.

Y se dirige hacia el ascensor. Leonardo corre tras él.

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