Las condiciones a las que me refiero consisten en una estrecha alianza de trabajo entre dos miembros de mi equipo y yo. Gracias a la experimentación y la práctica hemos descubierto cómo estimular nuestras mentes (mediante la aplicación del principio utilizado en relación con los
consejeros invisibles
descritos en el capítulo siguiente), de tal modo que, mediante un proceso de fusión de nuestras tres mentes en una sola, podemos encontrar la solución a una gran variedad de problemas personales presentados por mis clientes.
El procedimiento es muy sencillo. Nos sentamos ante una mesa de conferencias, exponemos con claridad la naturaleza del problema que hemos de considerar, y, a continuación, empezamos a hablar de él. Cada uno de nosotros contribuye con aquello que se le ocurre. Lo más extraño de este método de estimulación mental es que sitúa a cada uno de los participantes en comunicación con fuentes de conocimiento desconocidas claramente situadas al margen de nuestra propia experiencia.
Si usted comprende el principio descrito en el capítulo sobre el
equipo de trabajo
, reconocerá, sin lugar a dudas, el procedimiento de mesa redonda descrito aquí como una aplicación práctica del
trabajo en equipo
.
Este método de estimulación mental, a través de una discusión armoniosa de temas concretos, efectuada entre tres personas, ilustra el empleo más sencillo y práctico de lo que es el
trabajo de equipo
.
Al adoptar y seguir un plan similar, cualquier estudiante de esta filosofía puede entrar en posesión de la famosa fórmula Carnegie, brevemente descrita en la introducción. Si eso no significó nada para usted en el momento de leerla, marque esta página para continuar luego la lectura, y vuelva a leer la introducción en cuanto haya terminado este capítulo.
14: El sexto sentidoLa escalera del éxito nunca esta abarrotada en lo más alto.
El decimotercer paso hacia la riqueza
El decimotercer principio es conocido como el sexto sentido. A través de él, la Inteligencia Infinita puede comunicarse a voluntad con el individuo, sin ningún esfuerzo ni exigencia por parte de éste.
Este principio constituye la cumbre de la filosofía. Sólo puede ser asimilado, comprendido y aplicado una vez que se hayan dominado los otros doce principios.
El sexto sentido es esa porción de la mente subconsciente a la que nos hemos referido denominándola imaginación creativa. También nos hemos referido a ella como
aparato receptor
, a través del cual las ideas, los planes y los pensamientos surgen en la mente.
A veces, estos destellos son denominados presentimiento, intuición o inspiración.
El sexto sentido desafía toda descripción. Es imposible describírselo a una persona que no haya dominado los otros principios de esta filosofía, porque esa persona no posee conocimientos ni experiencia con los que comparar el sexto sentido. La comprensión de lo que el sexto sentido es sólo se logra por medio de la meditación y del desarrollo mental desde dentro.
Después de que usted haya dominado los principios descritos en este libro, estará preparado para aceptar como verdad una afirmación que, de otro modo, le resultaría increíble. Nos referimos a que, con la ayuda del sexto sentido, usted será advertido de todo peligro inminente con bastante tiempo para evitarlo, y se le notificarán las oportunidades con la suficiente antelación para que las aproveche.
El sexto sentido acude en su ayuda y, si usted sabe desarrollarlo y aprovecharlo, siempre tendrá a su lado un
ángel guardián
que le abrirá la puerta de entrada al templo de la sabiduría en todo momento.
El autor no es ni un creyente ni un defensor de los
milagros
, debido a que posee una comprensión suficiente de la naturaleza como para saber que ésta nunca se desvía de sus leyes establecidas. Algunas de esas leyes son tan incomprensibles que producen lo que parecen ser
milagros
. El sexto sentido es lo más cercano a un milagro que yo haya experimentado nunca.
Esto es lo que el autor sabe: que existe un poder, o Primera Causa, o Inteligencia, que impregna cada átomo de la materia, y abarca toda unidad de energía perceptible para el hombre; que esa Inteligencia Infinita convierte la semilla en roble, hace que el agua fluya colina abajo en respuesta a la ley de la gravedad; que el día siga a la noche, y el invierno al verano, cada uno de ellos manteniendo su adecuado lugar y relación con el otro. A través de los principios de esta filosofía podemos inducir a esa Inteligencia a que nos ayude en la transmutación de los deseos en formas concretas o materiales. El autor posee este conocimiento porque ha llevado a cabo experimentos con él, y ha sido experimentado por él mismo.
Paso a paso, a lo largo de los capítulos precedentes, se le ha conducido a usted hasta este último principio. Si ha dominado cada uno de los principios precedentes, ahora estará preparado para aceptar, sin escepticismo, las grandiosas afirmaciones que aquí se han hecho. Si no ha logrado dominar los otros principios, debe hacerlo antes de poder determinar, definitivamente, si las afirmaciones hechas en este capítulo son hechos o sólo ficción.
Cuando pasé por el período de
adoración del héroe
, me encontré intentando imitar a aquellos a quienes más admiraba. Es más, descubrí que el elemento de la fe con el que me dotaba para imitar a mis ídolos me proporcionaba una gran capacidad para hacerlo con éxito.
Nunca me he despojado por completo de este hábito de adorar a los héroes. Mi experiencia me ha enseñado que lo mejor que se puede hacer para ser en verdad grande es emular a los grandes, en sentimientos y acciones.
Mucho antes de que hubiera escrito una sola línea para ser publicada, o que me hubiera dedicado a pronunciar un discurso en público, adquirí el hábito de reconfigurar mi propio carácter tratando de imitar a los nueve hombres cuyas vida y obra me parecieron más impresionantes. Esos nueve hombres fueron: Emerson, Paine, Edison, Darwin, Lincoln, Burbank, Napoleón, Ford y Carnegie. Cada noche, y durante un largo período de años, sostenía una conferencia imaginaria con ese grupo al que yo denominaba mis
consejeros invisibles
.
El procedimiento que seguía era el siguiente. Por la noche, poco antes de quedarme dormido, cerraba los ojos y, en mi imaginación, veía a este grupo de hombres, sentados conmigo alrededor de mi mesa de conferencias. Allí no sólo tenía la oportunidad de sentarme entre quienes yo consideraba como los más grandes, sino que, en realidad, dominaba el grupo, y actuaba entre ellos como su presidente.
Yo tenía un propósito concreto al permitir a mi imaginación asistir a esas reuniones nocturnas. Ese propósito consistía en reconstruir mi propio carácter de tal modo que representara un compendio de los caracteres de mis consejeros imaginarios. Al darme cuenta, como me sucedió a edad muy temprana, que debería superar el obstáculo de haber nacido en un medio ambiente de ignorancia y superstición, me asigné la deliberada tarea de renacer voluntariamente a través del método que acabo de describir.
Yo sabía, desde luego, que todos los hombres han llegado a ser lo que son gracias a sus pensamientos y a sus deseos dominantes. Sabía que todo deseo profundamente asentado le induce a uno a buscar una expresión exterior a través de la cual ese mismo deseo pueda transmutarse en una realidad. Sabía que la autosugestión es un factor poderoso en la formación del carácter y que es, de hecho, el único principio a través del cual se forma el carácter.
Dotado de este conocimiento acerca de los principios que rigen el funcionamiento de la mente, me sentí bastante bien armado con el equipo necesario para reconfigurar mi carácter. En esas reuniones imaginarias, yo convocaba a los miembros de mi gabinete para que me transmitieran el conocimiento que deseaba adquirir, dirigiéndome a cada uno de ellos con palabras audibles, del siguiente modo:
Mi método de dirigirme a los miembros de mi gabinete imaginario variaban, de acuerdo con los rasgos de carácter que yo estaba más interesado en adquirir en aquellos momentos. Estudié todo lo que se sabía de sus vidas, y lo hice con minucioso cuidado.
Después de algunos meses de haber empleado este procedimiento nocturno, me sentí asombrado al descubrir que estas figuras imaginarias se convertían en aparentemente reales.
Cada uno de estos nueve hombres desarrolló características individuales que me sorprendían. Por ejemplo, Lincoln tenía la costumbre de llegar siempre tarde, para luego entrar de una forma solemne donde era esperado. Siempre llevaba una expresión de seriedad en el rostro. Raras veces le veían sonreír.
Eso no era cierto en lo que se refería a los demás. Burbank y Paine se enfrascaban a menudo en conversaciones burlonas que a veces parecían conmocionar a los otros miembros del gabinete. En cierta ocasión, Burbank llegó tarde. Al hacer su entrada, apareció lleno de entusiasmo y explicó que se había retrasado debido a un experimento que estaba realizando, y con el que confiaba poder hacer crecer manzanas de cualquier clase de árbol. Paine se burló de él, recordándole que fue precisamente una manzana la que dio lugar a todos los problemas existentes entre el hombre y la mujer. Darwin intervino cordial, y sugirió a Paine que se dedicara a vigilar a las serpientes pequeñas cuando acudiera al bosque en busca de manzanas, puesto que aquéllas tenían la costumbre de desarrollarse hasta convertirse en serpientes grandes. Emerson observó:
Si no hay serpientes, no hay manzanas
, a lo que Napoleón afirmó:
¡Sin manzanas, no hay Estado!
.
Estas reuniones se hicieron tan realistas que incluso llegué a temer sus consecuencias, y, durante varios meses, dejé de convocarlas con tanta frecuencia. Las experiencias eran tan extrañas que temía que, de continuar así, pudiera perder de vista el hecho de que tales reuniones no eran más que puras experiencias de mi imaginación.
Esta es la primera vez que he tenido el valor de mencionar mis reuniones. Desde entonces me he mantenido en silencio con respecto al tema, porque sabía, a partir de mi propia actitud con respecto a estas cuestiones, que sería malinterpretado si describiera mi experiencia insólita. Me he visto obligado ahora a verterla en la página impresa porque me preocupa menos el
qué dirán
de lo que me sucedía en los años que han transcurrido desde entonces.
Para no ser mal interpretado, quisiera afirmar aquí, del modo más categórico posible, que sigo considerando las reuniones de mi gabinete como puramente imaginarias; pero que me siento con derecho a sugerir que, aun cuando los miembros de mi gabinete sean ficticios, y esas reuniones existan sólo en mi propia imaginación, me han conducido por gloriosos caminos de aventura, y han configurado en mí un aprecio por la verdadera grandeza, han estimulado mi comportamiento creativo y han sido siempre la expresión de un pensamiento honesto.
En alguna parte de la estructura celular del cerebro se halla localizado un órgano que recibe las vibraciones del pensamiento habitualmente denominadas
presentimientos
.
Por el momento, la ciencia no ha podido descubrir dónde se encuentra este órgano del sexto sentido, pero eso no es importante. Sigue existiendo el hecho de que los seres humanos reciben un conocimiento exacto a través de fuentes que son distintas a los sentidos físicos. En general, tal conocimiento se recibe cuando la mente se halla bajo la influencia de un estímulo extraordinario. Cualquier emergencia que despierte las emociones y haga que el corazón empiece a latir con mayor rapidez de lo normal puede poner el sexto sentido en acción, y así sucede en general. Cualquiera que haya experimentado una situación muy próxima al accidente mientras conducía, sabe que, en tales ocasiones, el sexto sentido suele acudir al rescate, y ayuda a evitar el accidente por décimas de segundo.