Plataforma (15 page)

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Authors: Michel Houellebecq

BOOK: Plataforma
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—Debes de tener un buen sueldo.

—Cuarenta mil francos al mes. Bueno, ahora hay que contar en euros. Un poco más de seis mil euros.

Miré a Valérie con asombro.

—No me esperaba eso… —dije.

—Porque nunca me has visto con traje de chaqueta.

—¿Te pones traje?

—No sirve de mucho, prácticamente sólo trabajo por teléfono. Pero si hace falta, sí, me pongo un traje. Tengo hasta un liguero. Me lo puedo poner un día, si quieres.

Y entonces me di cuenta, con dulce incredulidad, de que iba a volver a ver a Valérie, y de que probablemente íbamos a ser felices. Era una alegría demasiado inesperada, tenía ganas de llorar; se hacía imprescindible cambiar de tema.

—¿Cómo es Jean-Yves?

—Normal. Casado, con dos hijos. Trabaja muchísimo, los fines de semana se lleva informes a casa. En fin, un joven directivo normal, bastante inteligente, bastante ambicioso; pero es simpático, no es nada neurótico. Me llevo bien con él.

—No sé por qué, pero me alegro de que seas rica. No tiene ninguna importancia, pero me agrada.

—Es verdad que he conseguido ganar un buen sueldo; pero pago el cuarenta por ciento en impuestos, y un alquiler de diez mil francos al mes. No estoy segura de habérmelas arreglado tan bien: si mis resultados empeoran, me echarán a la calle sin dudarlo; ya les ha pasado a otros. Si hubiera tenido acciones sí que me habría hecho rica. Al principio, Nouvelles Frontières era sobre todo una agencia que ofrecía vuelos de tarifa reducida. Se han convertido en el primer tour operador francés gracias a la concepción y a la relación calidad/precio de sus circuitos; en gran parte gracias a nuestro trabajo, el que hacemos Jean-Yves y yo. En diez años el valor de la empresa se ha multiplicado por veinte, y como Jacques Maillot sigue teniendo el treinta por cierto de las acciones, puedo decir que ha hecho fortuna gracias a mí.

—¿Lo conoces?

—Nos hemos visto varias veces; no me gusta. Por fuera es un católico demagogo enrollado y ridículo, con sus corbatas multicolores y sus motos, pero por dentro es un cabrón hipócrita y despiadado. Antes de Navidad, un cazatalentos se puso en contacto con Jean-Yves; supongo que le habrá visto estos días, ya sabrá algo más; quedé en llamarle en cuanto volviera.

—Entonces llámale, es importante.

—Sí… —Parecía un poco dubitativa, el recuerdo de Jacques Maillot la había ensombrecido—. Y mi vida también es importante. De hecho, tengo ganas de hacer el amor otra vez.

—No sé si se me va a poner dura ahora mismo.

—Entonces cómeme el coño. Me sentará bien.

Se levantó, se quitó las bragas y se tumbó cómodamente en el sofá. Me arrodillé delante de ella, le separé los labios y empecé a lamerle suavemente el clítoris.

—Más fuerte… —murmuró. Le metí un dedo en el culo, acerqué la boca y besé el botón, masajeándolo con los labios—. Oh, sí… —dijo ella. La besé con más fuerza. Se corrió de repente, sin que yo me lo esperase, con un intenso estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo.

—Ven a mi lado… —Yo me senté en el sofá. Ella se acurrucó contra mí y apoyó la cabeza en mis muslos—. Cuando te pregunté qué tenían las tailandesas que no tuviéramos nosotras, no me contestaste de verdad; sólo me enseñaste una entrevista con el director de una agencia matrimonial.

—Tenía razón en lo que decía: hay muchos hombres que tienen miedo de las mujeres modernas, porque sólo quieren una dulce esposa que les lleve la casa y cuide a los niños. No es que eso haya desaparecido, pero en Occidente se ha vuelto imposible confesar esa clase de deseos, y por eso se casan con asiáticas.

—De acuerdo… —Pensó un instante—. Pero tú no eres así; es evidente que no te molesta lo más mínimo que yo tenga un puesto de responsabilidad, un salario elevado; no tengo la impresión de que eso te dé miedo. Y sin embargo fuiste a los salones de masaje y no intentaste nada conmigo. Eso es lo que no entiendo. ¿Qué tienen aquellas chicas? ¿De verdad hacen el amor mejor que nosotras?

Su voz se había alterado ligeramente durante las últimas palabras; yo estaba bastante conmovido, y tardé un poco antes de ser capaz de contestarle.

—Valérie, nunca he encontrado a nadie que me haga el amor mejor que tú; lo que he sentido desde ayer por la noche es casi increíble. — Me quedé callado un momento, y luego añadí—: Tú no puedes saberlo, pero eres una excepción.

Se ha vuelto muy raro encontrar mujeres que sientan placer y tengan ganas de darlo. Seducir a una mujer que uno no conoce y follar con ella se ha convertido, sobre todo, en una fuente de humillaciones y de problemas. Cuando uno considera las fastidiosas conversaciones que hay que soportar para llevarse a una tía a la cama, que en la mayoría de los casos resultará ser una amante decepcionante, que te joderá con sus problemas, que te hablará de los tíos con los que ha follado antes (dándote, de paso, la impresión de que tú no acabas de estar a la altura), y encima habrá que pasar con ella por cojones el resto de la noche, se entiende que los hombres quieran ahorrarse problemas a cambio de una pequeña suma. En cuanto tienen cierta edad y un poco de experiencia, prefieren evitar el amor; les parece más sencillo ir de putas. Bueno, no las putas de Occidente, no vale la pena, son verdaderos deshechos humanos, y de todas formas durante el año los hombres no tienen tiempo, trabajan demasiado. Así que la mayoría no hace nada; y algunos, de vez en cuando, se dan el lujo de un poco de turismo sexual. Y eso en el mejor de los casos:

irse con una puta sigue siendo mantener un pequeño contacto humano. También están los que creen que es más sencillo masturbarse conectados a Internet, o viendo vídeos porno.

En cuanto la polla escupe su chorrito, nos quedamos muy tranquilos.

—Ya… —dijo ella, tras un largo silencio—. Entiendo lo que quieres decir. ¿Y no crees que los hombres o las mujeres puedan cambiar?

—No creo que las cosas puedan ir hacia atrás, no. Probablemente, lo que pasará es que las mujeres se parecerán cada vez más a los hombres; de momento siguen muy apegadas a la seducción; mientras que a los hombres, en el fondo, lo de seducir se la suda, lo que quieren sobre todo es follar. La seducción sólo les interesa a algunos tíos que no tienen ni una vida profesional excitante ni ninguna otra fuente de interés en la vida. A medida que las mujeres presten más atención a su vida profesional, a sus proyectos personales, a ellas también les parecerá más sencillo pagar por follar; y se dedicarán al turismo sexual. Las mujeres pueden adaptarse a los valores masculinos; a veces les cuesta, pero pueden hacerlo; la historia lo ha demostrado.

—Así que las cosas no van demasiado bien.

—Nada bien… —confirmé con una sombría satisfacción.

—Entonces hemos tenido suerte al encontrarnos.

—Yo he tenido suerte, sí.

—Yo también… —dijo ella, mirándome a los ojos—. Yo también he tenido suerte. Los hombres que conozco son un desastre, no queda ninguno que crea en las relaciones amorosas; y se traen todo un teatro con la
amistad
, la complicidad, todas esas cosas que no comprometen a nada. He llegado a un punto en que ya ni siquiera soporto la palabra amistad, me pone directamente enferma. O bien tenemos a los que se casan, se colocan lo antes posible y ya sólo piensan en su carrera. Obviamente no era tu caso, pero también supe enseguida que no me hablarías nunca de amistad, que no serías vulgar hasta ese punto. Desde el primer momento tuve la esperanza de que nos acostáramos y que pasara algo fuerte; pero también podía no pasar nada, de hecho era lo más probable. — Se interrumpió, suspiró con irritación—. Bueno, voy a llamar a Jean-Yves.

Me vestí en el dormitorio mientras hablaba. «Sí, unas vacaciones estupendas…», oí; un poco más tarde exclamó:

«¿Cuánto?» Cuando volví al salón seguía con el teléfono en la mano, y parecía pensativa; no se había vuelto a vestir.

—Jean-Yves ha visto al tipo de personal —dijo—. Le ofrecen ciento veinte mil francos al mes. Están dispuestos a contratarme a mí también; según él, pueden llegar hasta noventa mil. Le han dado cita mañana para hablar del puesto.

—¿Dónde es el trabajo?

—En la división de ocio del grupo Aurore.

—¿Es una empresa importante?

—Bastante; es el primer grupo hotelero mundial.

2

Entender el comportamiento del consumidor para poder proponerle el producto adecuado en el momento adecuado, pero sobre todo convencerlo de que el producto propuesto se adapta a sus necesidades: ése es el sueño de cualquier empresa.

JEAN-LOUIS BARMA,

Con qué sueñan las empresas?

Jean-Yves se despertó a las cinco de la madrugada y le echó una ojeada a su mujer, que seguía durmiendo. Habían pasado un fin de semana asqueroso en casa de sus padres; su mujer no soportaba el campo. Nicolás, su hijo de diez años, también aborrecía el Loiret, porque allí no podía llevarse el ordenador; y no le gustaban sus abuelos, le parecía que olían mal. Cierto que su padre iba cuesta abajo, que se descuidaba cada vez más, y ya no le interesaba casi nada salvo sus conejos. El único elemento soportable de esos fines de semana era su hija, Angélique: con tres años, todavía era capaz de extasiarse delante de las vacas y las gallinas; pero ahora estaba enferma, se había pasado la mayor parte de las noches llorando y gimiendo. Al llegar a casa, después de tres horas de atasco, Audrey había decidido salir con unos amigos. Él había cenado un plato preparado mientras veía una mediocre película norteamericana que contaba la historia de un
serial killer
autista; por lo visto, el guión se inspiraba en un hecho real, el hombre había sido el primer enfermo mental ejecutado en Nebraska después de más de sesenta años. Su hijo no había querido cenar, se había puesto a jugar una partida de Total Annihilation, o quizás era Mortal Kombat II, él los confundía. De vez en cuando entraba en la habitación de su hija para intentar que dejara de gritar. La niña se había quedado dormida a eso de la una; Audrey no había llegado todavía.

Al final había vuelto, pensó mientras se preparaba un café en la pequeña cafetera exprés; esta vez, por lo menos.

Libération
y
Le Monde
se contaban entre los clientes del bufete de abogados para el que ella trabajaba; ahora frecuentaba un medio de periodistas, presentadores de televisión, políticos. Salía mucho, y a veces iba a sitios bastante raros; una vez, hojeando uno de sus libros, Jean-Yves encontró la tarjeta de un bar fetichista. Sospechaba que ella debía de acostarse con alguien de cuando en cuando; en cualquier caso, ellos ya no se tocaban. Lo extraño era que él, por su parte, no tenía aventuras. Y sin embargo sabía que era guapo, de ese tipo rubio con los ojos azules que es más corriente entre los norteamericanos; pero la verdad es que no le apetecía aprovechar las ocasiones que se presentaban; con poca frecuencia, eso sí, porque trabajaba entre doce y catorce horas al día, y a su nivel de responsabilidad no solía haber muchas mujeres. Claro, estaba Valérie; pero nunca se le había ocurrido considerarla otra cosa que una compañera de trabajo. Por otra parte, era bastante curioso mirar las cosas desde ese nuevo ángulo; pero sabía que era una fantasía sin consecuencias; hacía cinco años que trabajaba con ella, y en ese campo las cosas pasan enseguida, o no pasan nunca. Sentía un gran aprecio por Valérie, por su asombrosa capacidad de organización, por su magnífica memoria; sabía que sin ella no habría llegado a ese nivel, o no tan deprisa. Y puede que ese mismo día subiera un escalón decisivo. Se cepilló los dientes, se afeitó con cuidado y eligió un traje bastante estricto. Luego empujó la puerta de la habitación de su hija, que estaba dormida; era tan rubia como él, y llevaba un pijama con polluelos estampados.

Fue andando al gimnasio République, que abría a las siete; vivían en rue Faubourg-du-Temple, un barrio bastante enrollado que él aborrecía. Su cita en la sede del grupo Aurore no era hasta las diez. Por una vez, Audrey tendría que encargarse de vestir a los niños y llevarlos al colegio. Sabía que aquella tarde, al volver a casa, tendría que soportar media hora de reproches; pero mientras andaba por la acera húmeda, entre cajas vacías y restos de fruta, se dio cuenta de que eso se la traía floja. También se dio cuenta, por primera vez con tanta claridad, de que su matrimonio había sido un error. Por término medio, esta conciencia precede al divorcio unos dos o tres años; nunca es una decisión fácil.

El enorme negro de la recepción lo saludó con un «¿A ponerse en forma, jefe?» no muy convincente. Le tendió el carnet y cogió una toalla, asintiendo con la cabeza. Cuando conoció a Audrey sólo tenía veintitrés años. Dos años después estaban casados, en parte —pero sólo en parte— porque ella estaba embarazada. Era guapa, elegante, se vestía bien; y sabía ser sexy cuando la ocasión lo requería. Además, tenía ideas. El desarrollo, en Francia, de ciertos procedimientos jurídicos al estilo norteamericano no le parecía una regresión, sino al contrario, un progreso hacia una mayor protección de los ciudadanos y más libertades individuales. Era capaz de argumentar este tema durante mucho rato, acababa de volver de un
stage
en Estados Unidos. En resumen, que le había metido un buen gol. Se dijo que no dejaba de ser curiosa esa necesidad suya de que las mujeres le impresionaran intelectualmente.

Primero hizo media hora de Stairmaster a diferentes niveles, y luego veinte largos en la piscina. En la sauna, desierta a esas horas, empezó a relajarse; y aprovechó para pasar revista a lo que sabía del grupo Aurore. A finales de 1966, Gérard Pélisson y Paul Dubrule —un empollón y un autodidacta— fundaron la sociedad Novotel-SIEH gracias a un capital que habían pedido prestado a la familia y a los amigos. En agosto de 1967, abrió sus puertas en Lille el primer Novotel, con las características que iban a forjar la identidad de la cadena: estandarización de las habitaciones; situación en la periferia de la ciudad, más concretamente a la altura de la última salida de la autopista antes de la aglomeración; alto nivel de comodidad y servicios para la época, porque Novotel fue una de las primeras cadenas que instaló sistemáticamente los cuartos de baño.

El éxito en el mundo de los negocios fue inmediato: en 1972, la cadena ya tenía treinta y cinco hoteles. Luego vino la creación de Ibis en 1973, en 1975 la adquisición de Mercure, en 1981 de Sofitel. Al mismo tiempo, el grupo se abría camino prudentemente en la restauración —compra de la cadena Courtepaille y del grupo Jacques Borel International, muy bien implantado en la restauración colectiva y el sector del bono restaurante. En 1983, la sociedad cambió de nombre para transformarse en grupo Aurore. Luego, en 1985, crearon los Formules 1, los primeros hoteles sin personal, y uno de los mayores éxitos en la historia de la hostelería. Ya bien implantada en África y en Oriente Medio, la sociedad se introdujo en Asia y creó su propio centro de formación, la academia Aurore. En 1990, la adquisición de Motel 6, con sus seiscientos cincuenta establecimientos repartidos por el territorio norteamericano, llevó al grupo al primer puesto mundial; fue seguida, en 1991, de una lograda OPA contra el grupo Wagons Lits. Estas adquisiciones le costaron caras al grupo Aurore, que en 1993 atravesó una crisis: los accionistas consideraron que la deuda era muy elevada y la compra de la cadena Méridien fracasó. Gracias a la cesión de algunos activos y a la recuperación de Europcar, Lenôtre y la Societé de Casinos Lucien Barrière, la situación se equilibró en el ejercicio de 1995. En enero de 1997, Paul Dubrule y Gérard Pélisson abandonaron la presidencia del grupo, que dejaron en manos de Jean-Luc Espitalier, un graduado en la Escuela de Gestión Pública que las revistas económicas calificaban de «atípico». Sin embargo, ambos ex presidentes siguieron siendo miembros del consejo de administración. La transición fue bien, y a finales del 2000 el grupo había reforzado su estatus de líder mundial, consolidando aún más la ventaja sobre Mariott y Hyatt, que eran los números dos y tres, respectivamente. Entre las diez primeras cadenas hoteleras del mundo había nueve cadenas norteamericanas y una francesa: el grupo Aurore.

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