Read Por sendas estrelladas Online

Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Por sendas estrelladas (12 page)

BOOK: Por sendas estrelladas
9.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Lo supe a su debido tiempo, por supuesto, y aunque el hecho despertó una cierta irritación entre la gente, nunca podía suponer que se llevase ante el Senado con semejante furor político. ¡Como si fuésemos culpables del fallo del tráfico rodado por haberse descarrilado un tren de superficie, sin importar el costo ni las víctimas de la catástrofe!

Así, pues, gracias a Dios, el decreto pasará, aunque hemos estado asustados, lo que nos ha demostrado cuánta excesiva confianza habíamos puesto en su éxito. Además, nos ha enseñado que antes de que el decreto sea informado por el Comité y votado en la Cámara de Representantes, hemos de proceder con precaución y mucho cuidado. Será preciso repetir el cambio de caballo a gran escala.

Y ahora tendremos que esperar, en cualquier caso, al menos hasta después del receso y posiblemente un mes o algo más aún, hasta que esa catástrofe del cohete marciano se vaya olvidando de la mente de los Representantes y sus constituyentes. Si —que Dios no lo quiera—, se produce otra catástrofe de este tipo con otro cohete dentro del próximo par de meses venideros, no habrá otro remedio que mantener el decreto en el Comité hasta que podamos tratar de empujarlo hasta el día de la clausura de la sesión. Y será preciso realizar un verdadero juego malabar en el asunto.

Por tanto, si Klocky no ha hecho arreglos irrevocables para comenzar su ausencia a primeros de marzo, sería mucho mejor que esperase todavía un mes y lo hiciese a principios de abril. Te ruego que se lo digas así, teniendo además una razón egoísta para desear que la cosa ocurra de esa forma. El receso de la sesión en este año, será el segundo y por dos semanas en marzo, desde el seis hasta el veintiuno. Si Klocky sale el primero de marzo, tú tendrás que hacerte cargo de su trabajo y sé que no estarías en condiciones de aguantar esas dos semanas. Pero si permanece durante todo el mes, ¿podrías posiblemente —aunque me parece aún así demasiado largo—, repetir la semana que pasamos en México?

Todavía continúo sufriendo este horrible dolor de cabeza constante, aunque no me impida escribirte, cosa que de todos modos, he de realizar con un gran esfuerzo. Ahora que ha pasado la excitación respecto al decreto, que temporalmente podemos considerar como cosa concluida, creo que iré a visitar a un buen médico; confío que se trate de un caso de jaqueca persistente. Ahora que gracias a Dios se dispone de tantas nuevas técnicas, creo que no es cosa de preocuparse demasiado sobre el particular.

Escríbeme pronto y cuéntame muchas cosas respecto a estas semanas transcurridas, así podremos hacer planes para cuando estés libre.

Hablé con Klockerman y todo estuvo de acuerdo, preparó las cosas para salir de vacaciones a primeros de marzo; pero no era del todo demasiado tarde para cambiarlas. Telefoneé a Ellen aquella noche y sostuvimos una larga conversación. Elegimos ir a La Habana, en Cuba y dispusimos las cosas para reunimos allá el día seis de marzo.

El estrecho margen de votos del Senado y la necesaria demora producida antes de que el decreto llegase a la Cámara de Representantes, no me preocuparon seriamente. En cualquier caso, creí sentirme más bien optimista. Las cosas habían ido produciéndose lentamente y con suavidad, demasiado fáciles tal vez, según yo creía verlas. Ahora que me parecía verlo todo despejado en nuestro camino, creía sentirme mucho mejor en todos los aspectos.

* * *

Tomé el almuerzo un domingo con M’bassi; carne de conejo para él y de vaca para mí. Después y teniendo a la vista un cálido y agradable día de febrero, razonablemente templado en Los Ángeles, nos fuimos a una playa de nudistas para bronceamos al sol los dos. Me encantaba la idea de quemarme un poco la piel a la luz del sol. M’bassi porque adoraba el Sol y su calor, ya que bien sabía Dios que su cuerpo no necesitaba ennegrecerse para nada.

Hablamos de leones. M’bassi tomó la palabra.

—Ayer por la tarde —me dijo—, hice una cosa que nunca había hecho antes. Fui a un parque zoológico. Fui con la sola idea de ver un león. No había visto uno desde hacía treinta años. Y vi uno.

—¿Y qué tal te pareció?

—Pues a un león. Se parecía mucho realmente a un león. Pero durante un buen rato sospeché que no lo era. Tenía un aspecto tan diferente y totalmente distinto, de los leones que yo había visto en África que me pareció irreal, sobre todo de aquel que estuvo a punto de matarme y que me dejó con vida al fallar en su zarpazo. Entonces comprobé, que la diferencia no radicaba en la bestia, sino en mi perspectiva respecto al animal. Fue una experiencia singular. Me alegro de haber ido.

—La diferencia en la perspectiva —le dije yo—, pudo haber sido debida a una de dos cosas. La diferencia entre un león libre y otro enjaulado o a la diferencia entre el punto de vista de un niño y la de un hombre. ¿Cuál era, M’bassi?

—No fue ninguna de esas dos cosas, Max. Era la diferencia, entre el punto de vista de un salvaje —ya que a los once años yo era un salvaje— y la de un hombre civilizado. Era algo más que la diferencia entre los puntos de vista de un niño a un hombre; porque de haber permanecido como un salvaje, y seguido la vida de la tribu, el punto de vista no hubiese cambiado.

—¿Cómo definirías ese punto de vista? El del salvaje, quiero decir.

—Admiración, respeto y el deseo de matar. La necesidad de conquistar mi derecho a la hombría contra el león en un combate, para probarme a mí mismo que no tenía miedo de él.

—Pero yo creía siempre que los Masai eran tan bravos que nunca tuvieron miedo a los leones…

—Por supuesto que eran gente valiente y brava. Y desde luego, tenían miedo, ya que de no tenerlo, no hubiese existido ninguna bravura en su caza del león. Donde no existe el temor, no hay bravura.

—¿Y tu actitud hacia el león, como hombre civilizado?

—Admiración, respeto y compasión.

—Es fácil sentir compasión por un león enjaulado. ¿Qué habría pasado si te hubiera atacado en las selvas de África?

M’bassi suspiró.

—Habría tenido que defenderme, de no haber tenido otro remedio, pero lamentándolo. La filosofía Hsin no es fanática, reconoce que aunque la vida, toda la vida, es importante, la vida de un ser humano es mucho más importante que la de cualquier animal.

—Entonces, no habría sido un pecado matar a un león atacante. Pero, ¿lo habría sido el cazarlo?

—Bajo ciertas circunstancias, también hubiera sido necesario. Si, por ejemplo, un león se ha convertido en un asesino de seres humanos, ¿qué habría de malo en cazarlo o matarlo por placer? Alegrarse con la muerte de una criatura viviente.

Criaturas vivientes, tales como las gaviotas que volaban graciosamente sobre nuestras cabezas. Criaturas vivientes, como un grupo de muchachas, correteando por la playa, saltando y riendo. Y con todo aquello, el perezoso ritmo de las olas, el calor del sol y el azul maravilloso del cielo.

Hice un gesto hacia todo aquello.

—Todo esto, M’bassi. Todo esto y también las estrellas. ¿No es suficiente sin tener que inventar una religión y un Dios?

Podría ser, Max, si pudiésemos tener todo esto y también las estrellas sin religión. Tú tienes la ciencia. Yo la religión. Tú montas sobre el caballo que te conducirá seguramente hacia las estrellas, yo montaré el mío.

No pude ni siquiera soñar, entonces, lo que quería decir con aquello.

* * *

Me creí ser rico y tomé el cohete que, partiendo de Miami me llevó hasta La Habana. El reactor de Ellen, aterrizó dos horas más tarde y ya había preparado una suite en un hotel para nosotros, en el momento adecuado.

Ellen había visitado a un especialista respecto a sus constantes y fuertes dolores de cabeza; se los curó y se hallaba entonces perfectamente. Pero daba la impresión de hallarse fatigada los primeros días.

—Mujer, has trabajado demasiado duramente. Creo que has dado más de ti de cuanto te pertenecía en este endiablado Proyecto Júpiter. Dejemos que los enamorados de las estrellas lo lleven felizmente a través de la Cámara de Representantes.

—He tenido que hacerlo, Max. Y me encontraré perfectamente, ya descansada del todo, para cuando llegue el momento de que haya de volver. Y mi fatiga no depende en todo de mis preocupaciones por empujar hacia el Proyecto Júpiter. Ese condenado decreto de Buckley… tendré que enfrentarme con él en California o no tendré ni una sombra de posibilidades para ser reelegida.

—¿Y por qué ese deseo de ser reelegida? Ellen, fuiste tú quien me llevaste a un trabajo administrativo; pero tengo que admitir que estoy llevando ese puesto en contra de mi gusto, aunque me lo paguen bien. Lo bastante bueno como para permitirme el lujo de tener conmigo a todo un Senador de los Estados Unidos. ¿Por qué no nos casamos tan pronto como se firme mi nombramiento?

—Hablaremos de todo eso, querido.

—Lo haremos pues. Y podemos hacerlo ahora. No hay que pagar por hablar Ellen querida. Ellen, ¿estás en la política porque de veras lo deseas y porque realmente deseas tener una carrera propia? ¿O sólo para tener un medio de vida?

—Yo… Max, honradamente, no lo sé. Es probablemente que haya algo de ambas cosas; pero en este preciso momento me siento demasiado confusa para analizar mis sentimientos, acerca de la política o de casarme. En cualquier caso, no quisiera casarme hasta que haya finalizado mi período electoral para el que fui elegida… y eso significa otros dos años. Es mucho tiempo.

—Claro que es demasiado tiempo, cariño. Y nosotros no somos ya tan jóvenes.

—No, pero no echamos de menos eso ni tú ni yo, ¿no es cierto? Estamos juntos, casi como si estuviéramos realmente casados, Max. Incluso si nos hubiéramos casado hace dos años no dimitiría de mi puesto en el Senado. Así tendré que permanecer en Washington seis o siete meses de cada año.

—Al menos no tendrías que ponerte esa máscara cuando estás en público.

—No me importa. Además, piensa qué deliciosa resulta quitársela cuando estamos en privado. ¿Quieres preparar un trago?

Se tomó el suyo a pequeños sorbos y después se dejó caer sobre las mullidas almohadas, cerrando los ojos.

—Háblame, cariño.

—¿De qué? ¿De lo mucho que te quiero? —Y fruncí el ceño—. Maldita sea, cariño, ¿sabías que ésta es la primera vez en mis cincuenta y ocho años que pido a una mujer que se case conmigo? Y no puedo obtener una respuesta concreta a mi petición…

—Te quiero, Max. Soy tuya. ¿No es suficiente? Además sabes que formas parte de mi vida. ¿Qué significan unas palabras y un trozo de papel?

—No son las palabras ni el trozo de papel. Es… oh, ¡diablos! Supongo que es algo egoísta por mi parte, cuando haces que analice mis propios sentimientos. Probablemente se debe a que deseo mostrarte a todo el mundo como mi esposa, no tener que mantenerlo siempre en secreto.

—Secreto, excepto para las pocas personas que te importan de veras. Klocky, los Bursteder, tu hermano y tu cuñada, M’bassi y algunos otros…

—Está bien —repuse, pensando en esgrimir otra nueva razón, alguna que tuviese un más sólido fundamento.

Pero Ellen me ganó la partida, como siempre. Se sentó y alargó la mano en busca de su bebida a medio tomar.

—Max, déjame explicarte. Creo que jamás has pedido a otra mujer que se case contigo; pero no me digas que crea que jamás hayas amado a otra mujer. Tienes que haberlo hecho, más de una vez, y al menos tanto como ahora me quieres a mí. Es preciso que lo admitas.

—Pues sí, es cierto. He amado a otras mujeres. Pero nunca tanto como a ti, en eso estás equivocada. Esto es diferente.

—Querido Max, voy a decirte en qué consiste la diferencia. Tú eres un loco del espacio y lo has sido siempre, desde que fuiste lo suficiente hombre para saber lo que era el amor. Cuando llegó ese momento, las estrellas fueron lo primero para ti, las mujeres ocuparon en tu corazón y en tu mente un segundo lugar. El matrimonio te habría ligado demasiado a un hogar y te habría dificultado hacer las cosas que has deseado hacer o ir a donde quieres ir. Ahora y por primera vez, tienes ambas cosas en el mismo paquete, una mujer que te quiere y la oportunidad de ayudar a construir un cohete que llegará más lejos en el espacio cósmico de cuanto se haya conseguido antes.

Tuve que reconocer para mi interior, que aquello era una verdad impresionante.

—Si lo pones en duda —continuó Ellen— puedo demostrártelo. Supongamos que aceptas ahora mismo el matrimonio, aquí en La Habana; pero sólo con la condición de que dejases de mirar a las estrellas y dejar de soñar con ellas.

—Tú no me pedirías una cosa semejante. No lo harías. No serías tú si lo hicieras.

—Por supuesto que no. Pero comprendes mi punto de vista, así y todo. Oh, Max, dejemos de hablar de matrimonio por esta noche. No hablemos de nada respecto a cualquier determinado sujeto. Háblame de lo que quieras y déjame escucharte.

—Está bien, cariño. ¿De qué podría hablarte que te gustase?

—De la única cosa que te gusta, de las estrellas. ¿Crees realmente que llegaremos algún día a alcanzarlas?

—Me pones siempre el cebo, querida. Tú sabes perfectamente bien que creo que se llegará a las estrellas, y que lo deseamos con todo nuestro corazón. Es sólo cuestión de tiempo. No puede darse crédito al género humano simplemente porque se diga como tópico que no hay nada que pueda hacerse nunca en tal sentido. Las estrellas están en el Cosmos esperando a que el hombre vaya a su encuentro. Algún día, y tal vez más pronto de lo que podamos figurarnos, el Hombre hará una incursión en los profundos espacios de igual forma que irrumpió en el sistema solar por los años 60. Esperemos que esta vez no tenga que esperar hasta que llegue a sentir el terror de intentarlo.

—¿Aterrarse por qué?

—Sí, como los alemanes y los japoneses nos asustaron cuando comenzaron a desarrollar las bombas atómicas. Como los comunistas nos asustaron irrumpiendo en el espacio en su carrera hacia la Luna. A veces, parece como si fuese preciso que nos saquen de quicio, antes de que deseemos intentar algo grande, en gran escala, algo que necesite muchos miles de millones de dólares para llevarlo a cabo.

«Los nazis y los japoneses allá por 1940 —antes de que tú nacieras al mundo— lo hicieron. ¿Y sabes por qué desarrollaron la bomba atómica? Para ahorrar dinero. A los nazis pudimos vencerlos sin ella, de hecho lo hicimos, porque no estaba todavía a punto. Pero por lo que respecta a los japoneses, tú sabes que se prepararon para una guerra larguísima en su propio país donde hubiera sido preciso ir a matarles uno a uno, isla por isla. Aquello hubiera costado muchos más centenares de millones de dólares que la bomba atómica, al haber tenido que derrotarles con armas de menor potencia. Y creo que incluso habiéndolo hecho con ella. Cuando comenzamos a desarrollar el ingenio nuclear, nosotros no pensábamos realmente en el ahorro del dinero, sino en la forma de poner a salvo nuestras vidas, llegamos a sentir tanto miedo que el dinero no importó.»

BOOK: Por sendas estrelladas
9.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hidden Embers by Adams, Tessa
Don't Cry for Me by Sharon Sala
Legacy by Steve White
One Wrong Move by Angela Smith
Anita Blake 22.5 - Dancing by Laurell K. Hamilton
Stealing Promises by Brina Courtney
Claimed by Three by Rebecca Airies