* * *
La Senador Gallagher volvió a primeros de abril. La encontré en el aeropuerto de reactores; pero había otra mucha gente con ella y no me uní al cortejo que la acompañó hasta su casa; me las arreglé lo justo para tener una cita con ella la primera tarde que tuviese libre. Daba la impresión de estar casi completamente restablecida y me dijo que esperaba volver a Washington dentro del mes siguiente para ocupar su plaza en el Senado para el último mes de las sesiones en curso.
Mi cita quedó fijada para dos días más tarde, al anochecer y me prometió dedicarme toda la noche, de forma que tuviésemos tiempo de examinar el programa completo del Proyecto Júpiter.
* * *
—¿Un trago, Max?
—Por favor —le dije—. Enséñeme ese programa. Llevo meses esperando verlo.
Ellen sacudió la cabeza graciosamente.
—Ni los trabajos administrativos consiguen civilizarte, Max. Eres un salvaje. Y eres de los hombres que sólo siguen un camino recto en su mente.
—Así es, con exactitud —repuse honradamente—. Y en este caso, es el programa. Veámoslo.
—No hasta que hayamos tomado un trago y un mínimo de quince minutos de conversación civilizada. Has esperado durante meses, y unos minutos no van a matarte.
Preparé unas bebidas. E hice lo posible por mostrarme cortés y educado además de paciente, incluso por más tiempo del que ella había fijado. Esperé veintidós minutos antes de volver a preguntarle por el programa.
Ellen me lo enseñó, por fin. Eché un rápido vistazo a los diseños del cohete y creo que solté una exclamación de desesperación. No en voz alta, sino para mis adentros. Consideré la recapitulación del costo y deseé haberme arrancado los cabellos de raíz. Mi rostro debió mostrar, sin duda, mis íntimos sentimientos. Ellen me preguntó, alarmada:
—¿Qué hay de particular, Max?
—¡Un cohete de pisos! —exclamé—. ¡Son las sombras de un cohete de 1962! Ellen, no será con uno de estos cohetes como podrá llegarse a Júpiter. No, con poder atómico. Y el costo… ¡Trescientos diez millones de dólares! Yo puedo enviar un cohete a Júpiter de ida y vuelta por un costo de la décima parte, como mucho. Cincuenta millones como máximo. Esto es una locura…
—¿Estás seguro de lo que dices, Max? Brad era también un ingeniero especialista en cohetes… y uno de los mejores…
—Seguro que sí… espera unos instantes que yo me acabe de dar cuenta de todo esto.
Me detuve pensando profundamente y acabé encogiéndome de hombros.
—Primero —dije—. Va a utilizarse un cohete de dos plazas. ¿Por qué? Con un hombre es suficiente. Un solo hombre puede hacer todo lo necesario registrando y observando, disponiendo de tiempo para todo, incluso teniendo que dar la vuelta completa a Júpiter.
—Brad y yo hablamos de esto, Max. Brad señaló que un año entero en el espacio es demasiado para cualquiera…
—¡Al diablo con tales ideas! El primer viaje a Marte, incluyendo la llegada, la completa observación alrededor del planeta y el retorno, sin tomar contacto, lo hizo Ortman en 1965 y permaneció solitario en el espacio durante 422 días. El compartimiento en que tuvo que hacer su vida en aquel viaje tenía sólo tres pies de diámetro por seis y medio de largo, poco más que un ataúd cómodo, y algo espacioso. Y no quedó un solo cadete de la Escuela del Espacio que no le envidiase por cada minuto de aquel viaje que hizo. Mujer, este primer viaje a Júpiter es sólo la repetición de aquella hazaña y el primero en muchos años ya transcurridos de los que cualquier hombre del espacio haya podido imaginar. Un millar de hombres calificados para tal empresa lucharían por el privilegio de llevar a cabo tal viaje, sin importar cuáles sean las condiciones, ni lo duro que tenga que ser.
Volví a mirar nuevamente el proyecto.
—Un compartimiento para vivir de diez pies de diámetro, eso es lo que Brad ha señalado en este diseño. Esto aunque fuese para un viaje de dos hombres al efecto de dos plazas, que no lo es, me parece una tontería para el primer intento. Creo que con un solo hombre y un compartimiento de cuatro pies de diámetro es suficiente. Incluso un lujo. Y eso rebajaría el peso de esa parte del cohete en un 70 por ciento.
Ellen se encogió de hombros.
—Sé que odiaría la idea de pasar un año en un espacio de semejante tamaño.
—Es natural; pero tú no eres un hombre del espacio. Los hombres del espacio son duros como el hierro, mental y físicamente. Deben serlo para ingresar en la Escuela del Espacio, estudiar en ella y graduarse. Y uno de los primeros tests psíquicos para ellos, Ellen, es la claustrofobia. Si se sienten tocados de ella en lo más mínimo deben abandonarla basta estar completamente curados de tal sentimiento de horror a los espacios cerrados. Se les entrena para estar solos consigo mismos para largos períodos, si es necesario. Con el psicoanálisis, pueden realizar este viaje como si fuese el vuelo de una pluma.
E hice un gesto para continuar:
—Ellen, cuando entré en la Escuela del Espacio, el psicoanálisis no era entonces lo que hoy es. ¿Sabes cómo nos probaban para la claustrofobia, en la primera semana? Cada uno de nosotros era encerrado en un espacio cerrado de exactamente dos pies cuadrados donde permanecer, donde ni siquiera podía uno sentarse, y allí había que permanecer durante cuarenta y ocho horas y despierto, además. Existía un botón que se presionaba de hora en hora, pues se disponía de un reloj de pulsera fosforescente para conocer el tiempo, para probar que se estaba despierto y en forma. Si cualquiera de los alumnos así probados era atacado de pánico o sentía los menores síntomas de locura, podía dar tres señales rápidas en el botón y podía salir tanto de su encierro como de la Escuela, a la vez.. Aquel era uno de los ensayos físicos y mentales que había que soportar y evitar lo peor con tiempo, antes de un largo viaje espacial.
—Pero Max, Brad intentó diseñar un cohete para un solo hombre y dijo que tendría que ser así de todas formas, ya que el costo representaría algo más que una nave para dos hombres, por tanto…
—Un momento —la interrumpí—. Estoy leyendo algo más de este horrible documento. Ajá, aquí está el nudo de la cuestión. Aquí se ve por qué pensó que necesitaría un cohete de este tipo incluso para ser conducido por un hombre; se figura aquí el águila para todo el viaje, ¡un viaje de ida y vuelta!
—¿El águila?
—Sí, en nuestra jerga del espacio llamamos así al E.G.L.
[3]
esto es, la descarga de los gases líquidos. Pero Ellen, tienes que ver que con un cohete atómico no tiene que acarrear peso alguno de combustible, a menos que se cuente con la consumición interior de la micropila, lo que es una cantidad despreciable, en el mismo sentido que un viejo tipo de cohete químico tiene que llevar combustible. Pero un cohete atómico tiene que llevar tanques de cierto líquido para el calor de la pila que se convierta en gases, los gases que se escapan de las toberas de escape y empujan al cohete.
—Creo que lo comprendo. Pero, ¿por que no tiene que llevar el cohete escape de gases líquidos para la totalidad del viaje? Es un viaje circular.
Yo paseaba la estancia de un lado a otro con los papeles en la mano.
—Seguro que sí, para Júpiter ha de ser un viaje en círculo. Pero el planeta Júpiter tiene doce lunas y cualquiera de ellas puede ser accesible para tomar tierra y despegar de nuevo a causa de su baja gravedad. Al menos siete de ellas disponen de amoniaco sólido por las bajas temperaturas. Así se tiene a la mano recursos suficientes.
—Pero, ¿serviría el amoniaco?
—Cualquier líquido razonablemente inerte, sirve. El amoniaco sirve muy bien. Se ha ensayado ya en los bancos de prueba. La única dificultad en su contra, consiste en emplearlo a temperaturas ordinarias. En tales condiciones, es un gas, a menos que se guarde en los tanques a grandes presiones. Y un tanque a presión tiene que ser un tanque mucho más pesado, le que añade al peso del cohete otro adicional, rebajando la carga útil.
—Pero en tal caso, Max…
—La diferencia en el peso del cohete, sin embargo, a utilizar tanques a presión es ligera, casi despreciable, comparado a la diferencia de peso de tener que llevar consigo gas líquido para un viaje de ida y vuelta. Eso sí que es grande para establecer la diferencia entre un cohete de una fase o una de tres. Entre cincuenta y trescientos millones de dólares.
Ellen se inclinó hacia delante.
—Max, eso supone una tremenda diferencia. Si pudiera hacerse tan económicamente como tú acabas de decir… ¿estás seguro?
—Te lo demostraré y enseguida. Volveré mañana tarde a esta misma hora.
Y me levanté para marcharme.
—No te precipites…
Pero sí me precipité. A mi casa. Eché inmediatamente mano de mi regla de cálculo y tras algunas operaciones preliminares comprobé que no disponía de todos los datos precisos para calcularlo con toda precisión. Klockerman debería saberlo bien, bien en su biblioteca o en su excelente memoria de técnico de cohetes. Además, él lo haría mejor que yo, particularmente en las cifras de los costos, en cuya materia yo estaba más débilmente preparado que él.
Le llamé y se lo expliqué, diciéndole que sería mejor que lo calculáramos en su casa, porque suponía que todos los datos los tendría a la o. Llamé a un heliltaxi.
Y trabajamos toda la noche.
Lo delineamos y calculamos, aunque no con absoluta exactitud; pero con bastante aproximación; lo suficiente para demostrar que funcionaría según mis ideas y bien, además. Según aquello, incluso yo mismo había ido alto en los costos. Klockerman llegó a la conclusión de que podría hacerse con veintiséis millones de dólares, menos de la décima parte del cohete diseñado por Bradly.
Empalmamos el café que habíamos estado tomando toda la noche con el desayuno de la mañana y benzedrina que nos permitió estar despejados y seguimos trabajando.
Aquella noche ya disponía de los resultados para mostrarlos a Ellen. Ella los estudió asombrada. Especialmente la escala de los costos y su resultado final.
—¿Me dijiste que Klockerman trabajó contigo en esto?
—Sí, su trabajo ha sido más importante que el mío.
—Es bueno, ¿verdad?
—El mejor —repuse—. El mejor, es decir, fuera de algunos muchachos al servicio del Gobierno en Los Álamos y en White Sands. Y ni que decir tiene que comprobarán estas especificaciones más tarde, antes de que el cohete se empiece a construir. Pero puedo garantizarte, Ellen, que no encontrarán nada fundamentalmente equivocado. Ellos podrán hacer algunos ligeros cambios o alteraciones, puede que insistan en instalar algunos factores de seguridad; pero todo ello no supondrá más del diez por ciento, como mucho, y todo ello no llegará ni a los treinta millones de dólares.
Ella aprobó con un gesto lento de su cabeza.
—Entonces, será el cohete que se empleará. Ahora, Max, prepárame un trago y bebamos por el cohete.
Bebimos y brindamos por el futuro del Proyecto Júpiter. Primero tomamos un trago que sirvió de brindis y después preparé un par de combinados para irlos tomando sorbo a sorbo. Ellen se fue tomando el suyo, pensativa.
—Max, esto cambiará muchísimo las cosas. Y me da una idea. Voy a ir a Washington dentro de dos semanas. Ahora me encuentro bien; pero me tomaré dos semanas más para descansar un poco y hacer planes. ¿Y sabes qué es lo que voy a hacer cuando llegue al Senado?
—Seguro. Puesto que esto representa la décima parte de lo que habías pensado en solicitar, intentarás ponerlo sobre el tapete en la primera discusión. ¿Acertado?
—No, te has equivocado. Este año sería vetado sin tener en cuenta el importe, incluso aunque pudiera ir derechamente al asunto con tanta rapidez y no podría tener éxito. No, tengo una idea que llevara esto como un disparo en la próxima sesión, y en sus mismos principios. En cuanto llegue a Washington, voy a proponer un decreto de asignación basado en el cohete original diseñado por Bradly.
—¡Dios mío! —grité—. ¿Por qué?
—Calma —me recomendó con un gesto—. Sí, los trescientos millones de dólares. Pero también me aseguraré de que permanezca en el Comité y que no vaya a votación. En la próxima sesión, en su primera semana, iré al Comité para ofrecer la retirada de tal decreto en favor de otra propuesta de sustitución, que será una décima parte de la anterior. Max. ¡Haré que pase por ambas Cámaras y llegue al Presidente en un mes!
Yo no tuve entonces otro remedio que decirle:
—Senador… te quiero.
Ella se puso a reír.
—Tú amas al cohete. Al cohete y al planeta Júpiter.
Repentinamente sentí que había querido expresar sencillamente lo que había dicho. La amaba, simplemente porque era una mujer exquisita y no porque estuviese ayudando a enviar un cohete al espacio.
Me incliné sobre ella y me senté a su lado sobre el sofá, puse mi brazo alrededor de sus hombros y la besé. Volví a besarla y esta vez sus brazos me aceptaron acercándome a su cuerpo dulcemente.
—Condenado estúpido, Max… —me dijo—, ¿por qué esperaste tanto tiempo para decirme eso?
* * *
Decidí que un par de semanas dejando los libros de lado en mis estudios me harían más beneficio que daño, en aquella larga carrera que había emprendido. Me encontraba adelantado, en mi programa de estudios y me pareció bastante seguro que obtendría mi grado con tiempo suficiente y que un cierto descanso evitaría que me enranciase envejeciéndome más de lo que correspondía a mi edad.
Por tanto, empleé la mayor parte de aquellas noches con Ellen.
La mayor parte fueron los atardeceres, sólo unas cuantas noches en realidad y de forma muy discreta. Un escándalo no habría ayudado ciertamente a la carrera política de Ellen.
Un matrimonio con ella estaba definitivamente fuera de toda cuestión, si no por otras razones, porque me habría apartado del Proyecto Júpiter. El nepotismo se había convertido en una fea expresión en el Gobierno por los años 90, en los viejos tiempos los miembros del Congreso apoyaban resueltamente a sus parientes en las nóminas gubernamentales; pero ahora todo ello estaba fuera de lugar. Con Ellen patrocinando el proyecto Júpiter, le habría resultado imposible apoyar abiertamente a su esposo en un empleo de categoría en él.
Klockerman sabía lo de Ellen conmigo; pero podíamos considerarlo como un miembro de la familia a tales efectos. Tratamos con él respecto a mis reales motivos para aceptar un cargo administrativo bajo su mando y me prometió que garantizaría mi intervención como superintendente del aeropuerto cuando llegase el momento de que se hiciesen los nombramientos del proyecto, asunto que resolvería lo más pronto posible y que como mucho se llevaría unos seis meses, para dejarme en servicio activo. Asimismo, me dijo que iba a tomarse unas largas vacaciones y que recorrería diversas plazas y lugares que deseaba ver y cosas que hacer.