Por un puñado de hechizos (47 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por un puñado de hechizos
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La advertencia de Jenks se encendió en mi interior, y reprimí mi primera sensación de empatía. Sí, le han hecho daño. Sí, tiene potencial para ser peligroso. Pero, maldición, no debo permitir que eso me domine.

—¿Puedo entrar? —me preguntó después de que yo me lo hubiese quedado mirando durante un buen rato—. No quiero quedarme sentado en esa habitación de motel sabiendo que tras una puerta tan delgada está una vampira durmiendo tranquilamente.

Se me aceleró el pulso.

—Has sido tú el que la has despertado —le espeté, colocándome la mano sobre la cadera.

Sonrió, adquiriendo un aspecto encantador e inocente. Pero no lo era. Y él sabía que yo sabía que no lo era.

—Me he cansado de que me llamen cerebro de mierda. No sabía que todo el mundo se iría.

—Así que has decidido sacarla de sus casillas, esperando que Jenks y yo te sacásemos las castañas del fuego.

—Ya te he dicho que lo siento. Y no he dicho que haya sido una actitud muy inteligente por mi parte. —Levantó la taza de chocolate—. ¿Lo quieres o me largo?

La lógica superó a los sentimientos. Pensé en Ivy, consciente de que a mí tampoco me gustaría compartir habitación con un vampiro enfadado. Y no tenía mucho sentido haber ido a rescatara alguien si a las primeras de cambio ibas a permitir que tu socia lo despedazase.

—Entra —le dije, sonando como si fuese algo muy especial.

—Gracias. —Lo dijo en un susurro agradecido; su alivio era evidente. Me pasó la taza de chocolate caliente, y entró usando el lateral de la furgoneta para mantener el equilibrio y auparse. Su amuleto contra el dolor se balanceó y quedó sujeto por su camiseta mientras él se acomodaba en aquel espacio de techos bajos. En sus movimientos lentos, en sus muecas de dolor, percibía que el amuleto no borraba todo el dolor de su cuerpo. Solo me quedaba uno y después tendría que hacer más; pero no iba a darle ese hasta que no me lo pidiera.

Nick cerró la puerta para evitar que se colase el frío, y quedamos envueltos en la misma penumbra en la que yo había estado antes… pero ahora era incómoda. Con las manos alrededor de la taza, me senté en el centro del catre, con lo que le obligaba a sentarse sobre el montón de cajas que había delante de mí. Había más espacio que antes, porque Ivy había dejado todo el equipo de Marshal en la piscina del instituto, pero seguíamos estando demasiado cerca. Nick se sentó cómodamente, se bajó las mangas para esconder las marcas de las ataduras y colocó sus manos sobre el regazo. Durante un momento, solo el ruido del tráfico perturbaba el silencio.

—No quiero molestarte —dijo él, mirándome entre los mechones de su flequillo.

Demasiado tarde.

—No pasa nada —mentí, cruzando una pierna por encima de la rodilla de la otra, consciente de la presencia del libro demoníaco a mi lado, sobre la cama. Tomé un sorbito de chocolate y dejé la taza en el suelo. Era demasiado pronto para tener hambre. El silencio se hizo más tenso—. ¿Cómo va el amuleto?

Una sonrisa de alivio le dominó el rostro.

—Bien… Bien —se apresuró a contestar—. Hasta me está volviendo a crecer el pelo de los brazos. El mes que viene ya empezará… a parecer normal.

—Qué bien… Genial. —Si es que conseguimos evitara los hombres lobo y sobrevivir tanto tiempo.

Sus ojos parecían preocupados al mirar el libro que yo tenía a mi lado, ocupando su lugar.

—¿Necesitas ayuda con el latín? No me importa traducirte. —Alzó su alargado rostro—. Me gustaría hacer algo.

—Quizá más tarde —respondí precavidamente. Mis hombros se relajaron al escuchar que aceptaba su inutilidad. Ivy y Jenks intentaban que se quedase al margen de todo; yo también me hubiese sentido impotente—. Creo que he encontrado una maldición que podré usar. Pero antes tendría que hablar con Ceri…

—Rachel…

Dios, conozco ese tono… normalmente es el que uso yo. Quiere que hablemos de nosotros
.

—Si dice que el desequilibrio no será demasiado grande —me apresuré a decir— voy a trasladar la magia desde el foco a otro objeto, para que podamos destruir esa vieja estatua. No será muy complicado.

—Rachel, yo…

Con el pulso acelerado, acerqué a mí el libro demoníaco.

—Eh, ¿quieres que te enseñé la maldición? Podrías… —El se movió, y mis ojos se elevaron. No tenía un aspecto muy peligroso, tampoco muy impotente, tan solo frustrado, como si estuviese usando todo su valor para hablarme.

—No quiero hablar sobre el plan —respondió, inclinándose sobre el espacio que nos separaba—. No quiero hablar de latín ni de magia. Quiero hablar de ti y de mí.

—Nick —dije yo, con el corazón atronándome en el pecho—. Basta. —Intentó cogerme del hombro, pero yo me moví para detener su mano antes de que pudiese tocarme.

Sorprendido, él reculó.

—¡Maldita sea, Rachel! —exclamó—. ¡Pensaba que estabas muerta! ¿Por qué… por qué ni tan siquiera me permites abrazarte? Has vuelto de entre los muertos, y no me dejas tocarte. No te estoy pidiendo que nos vayamos a vivir juntos. Lo único que quiero es tocarte, demostrarme que sigues con vida.

Exhalé el aliento que había estado aguantando, y volvía respirar profundamente. Me dolía la cabeza. No hice nada mientras él se movía para sentarse a mi lado y apartaba el libro. El peso de nuestros cuerpos hizo que nos acercáramos. Yo me giré hacia él; las rodillas nos mantenían separados.

—Te he echado de menos —añadió, en voz baja, con los ojos anegados de un dolor antiguo. En esta ocasión no hice nada mientras sus brazos me rodeaban, El aroma a canela ya harina llenaba todos mis sentidos, mucho mejor que el olor a libros enmohecidos ya ozono. Sus manos eran suaves, casi como si no estuvieran allí. Sentí que se le relajaba el cuerpo, que dejaba escapar el aire como si hubiese encontrado una parte de sí mismo.

No, pensé, poniéndome tensa. Por favor, no lo digas.

—Si hubiera sabido que estabas viva, las cosas habrían sido distintas —susurró; su aliento hizo que el pelo que me caía sobre la cara se balancease—. Nunca me habría ido. Nunca le habría pedido a Jax que me acompañase. Nunca habría llevado a cabo este robo. Por Dios, Rachel, te he echado de menos. Eres la única mujer que he conocido que me comprende, a la que nunca tengo que explicarle mis motivos. Ni siquiera me dejaste cuando descubriste que había invocado demonios… Te… Te he echado mucho de menos.

Sus manos se cerraron durante un instante, su voz se quebró. Me había echado de menos. No mentía. Yo sabía lo que era estar sola y encontrar un alma gemela, aunque fuese alguien tan mal de la cabeza.

—Nick —le dije, con el corazón palpitando con fuerza.

Cerré los ojos mientras sus manos se movían, me acariciaban el pelo. Yo alcé las mías y detuve las suyas, las volvía bajar hasta su regazo. El recuerdo de cómo Nick trazaba los rasgos de mi rostro me llenó. Recordé el contacto de sus dedos, tan sensibles, que reseguían mi mandíbula, que descendían por mi cuello para rodear las curvas de mi cuerpo. Recordé su calor, sus risas, sus ojos brillantes cuando yo le daba un sentido nuevo y perverso a alguna palabra. Recordé como hacía que sintiese que me necesitaban, que me apreciaban por ser quien era, sin tener que disculparme por ello, y la alegría que sentía al compartir las cosas con él. Habíamos sido felices. Había sido genial.

Había tomado la decisión correcta.

—Nick. —Me alejé de él, abriendo los ojos mientras él me acariciaba una mejilla—. Te fuiste. Yo me he recuperado. No volveré donde estábamos.

Sus ojos se ensancharon bajo aquella luz tan tenue.

—Nunca te abandoné. De verdad que no. En mi corazón, no. Yo respiré profundamente y expulsé el aire.

—No estuviste cuando te necesité. Estabas en otro lugar. Estabas robando algo. —S u rostro se vació de expresión, y un destello de rabia me hizo apretar los labios, retándolo a que lo negase—. Me mentiste cuando me dijiste adonde ibas y lo que ibas a hacer. Y te llevaste al hijo de Jenks. Lo has convertido en un ladrón con promesas de riquezas y de diversión. ¿Cómo le has podido hacer algo así a Jenks?

Los ojos de Nick no mostraban ninguna emoción.

—Le dije que era una misión peligrosa y mal pagada.

—Para un pixie, vives como un rey —le espeté, sintiendo que el pulso se me aceleraba.

—Se ha roto el vínculo de familiar. Podemos empezar de nuevo…

—No. —Me aparté más de él; volvía a sentir su traición.
Maldito seas
—. No puedes volver a formar parte de mi vida. Eres un ladrón y un mentiroso, y no puedo amarte.

—Puedo cambiar —me prometió, pero yo gemí incrédula—. He cambiado —insistió con tanto fervor que pensé que tal vez él se lo creía—. Cuando todo esto haya terminado, volveré a Cincinnati. Conseguiré un trabajo de tarde, hasta la medianoche. Me compraré un perro. Me pondré tele por cable. Pararé de hacerlo todo por ti, Rachel.

Sus manos se alzaron y cogieron las mías. Miré mis dedos sujetos entre sus largas manos de pianista, dañadas, ásperas, pero todavía sensibles, rodeándome del mismo modo que en el pasado sus brazos me habían protegido, me habían mantenido viva mientras me estaba desangrando.

—Te quiero mucho —susurró. El corazón me golpeaba el pecho mientras él alzaba mis dedos hasta sus labios y los besaba—. Deja que lo intente. No desperdicies esta segunda oportunidad.

Parecía que me faltaba el aire.

—No —respondí con voz grave, para evitar que me temblase—. No puedo hacerlo. No cambiarás. Tal vez creas que sí, y tal vez cambies… pero dentro de un mes, de un año, encontrarás algo nuevo y me dirás: «Una vez más, Ray-Ray, y pararé para siempre». Y yo no puedo vivir de este modo. —Tenía la garganta tan tensa que no podía tragar saliva.

Clavé mis ojos en los suyos, y pude leer en su expresión sorprendida que había estado a punto de decir exactamente eso, que todavía deseaba salir de aquella situación con dinero en el bolsillo. Tal vez sí que decía en serio todas aquellas palabras, pero también estaba dispuesto a arriesgar mi vida, la de Ivy y la de Jenks por conseguir ese dinero. Seguía metido en ese maldito robo, incluso a sabiendas de que si no destruíamos la estatua mi vida estaba en peligro.

Sentí como la traición bullía en mi interior.

—Tengo una buena vida —respondí yo, sintiendo como su presa sobre mis dedos se relajaba—. Y ya no te incluye a ti.

Cerró la boca y se apartó de mí.

—Pero sí que incluye a Ivy —dijo amargamente—. Te está cazando. Quiere convertirte en su juguete. Los vampiros siempre se sienten emocionados por la caza. Eso es todo. Cuando te haya conseguido, te dejará a un lado y buscará a alguien nuevo.

—Basta ya —le detuve, con voz ronca. Aquel era mi mayor miedo, y él lo sabía. Él sonrió amargamente.

—Es una vampira. No se puede confiar en ella. Ha matado a gente. Los usa y los abandona. ¡Es la forma de actuar de los vampiros!

Yo temblaba de rabia. El brazalete de Kisten pesaba sobre mí como si fuese la señal de un propietario.

—Solo bebe sangre de gente que se la da voluntariamente. ¡Y no los abandona! —le grité, incapaz de mantener mi voz baja ha abandonado!

El rostro de Nick se endureció al sentir la acusación.

—Tal vez sea un ladrón —insistió—, pero nunca le he hecho daño a nadie que no lo mereciese. Ni por accidente.

Yo respiraba con dificultades, rápidamente. Me miró, con la cara tensa por la frustración.

—Me hiciste daño a mí —dije.

Una mirada de impotencia cruzó su rostro. Intentó agarrarme las manos, pero yo se lo impedí.

—Es una vampira —seguí yo—. ¡Y yo soy una bruja! ¿Es que estás mucho más a salvo? ¿Y tú, Nick? ¡Invocas a demonios! ¿Qué le diste a ese demonio a cambio de que te revelase el lugar en que se encontraba… esa cosa?

Se sintió golpeado por el hecho de que hubiese vuelto toda la discusión en su contra. Evidentemente incómodo, miró mi bolso, que seguía en el suelo, y se alejó.

—Nada importante.

No quería mirarme, y mis instintos predatorios se pusieron en marcha.

—¿Qué le ofreciste a ese demonio? —repetí—. Jax nos contó que le diste algo. Nick respiró rápidamente. Su mirada se cruzó con la mía.

—Rachel, creía que estabas muerta.

Un sentimiento frío de preocupación me recorrió. Jax había dicho que el demonio había aparecido con mi aspecto. ¿Conocía el demonio mi existencia o había sacado mi imagen de la mente de Nick?

—¿Qué demonio era? —le pregunté, pensando en Newt, el demonio loco que me había devuelto a la realidad el pasado solsticio—. ¿Fue Al? —dije en voz baja, furiosa por dentro.

—No, fue otro —respondió, con aspecto hosco—. Al no sabía dónde estaba.

Otro… Así que Nick conoce a más de un demonio
.

—¿Y qué le diste a cambio de la localización del foco? —pregunté de nuevo, intentando, al menos, parecer calmada.

Los ojos de Nick se encendieron, y lanzó una mirada hacia el catre.

—Nada, Rachel. Al siempre quería cosas inútiles, como saber cuál era tu color favorito o si usabas brillo de labios, mientras que este lo único que deseaba era un beso.

Se me escapó el aire de los labios, y parecía como si no pudiese obligara mis pulmones a que cogiesen más. ¿Nick le había dado información sobre mía Al a cambio de sus favores?

—¿Lo único que quería era un beso? —logré decir, todavía intentando asimilar lo que había hecho Nick. Ya me sentiría traicionada más adelante. Ahora solo me sentía enferma. Con la mano en el estómago, me di media vuelta. ¿Tenía el demonio mi aspecto cuando Nick lo había besado? Dios, no quería saberlo.

—¿Qué…? —Logré respirar—. ¿Qué demonio era? —le pregunté, consciente de que él no podía decírmelo sin arriesgar su alma.

Con seguridad, Nick se alzó, abriendo los brazos en un gesto que incitaba a la calma.

—No lo sé. Accedía él a través de Al. Ya sacó su parte por mediar en aquella consulta.

Me volví hacia él, y Nick dio un respingo al ver la furia que me hacía fruncir el ceño.

—Maldito hijo de puta —susurré—. ¿Me has estado vendiendo a los demonios? ¿Has estado comprando favores a los demonios a cambio de información sobre mí? ¿Qué les has contado?

Con los ojos muy abiertos, Nick empezó a recular.

—Rachel…

Mi aliento brotó con un siseo. Con un movimiento rápido salté hasta él y lo agarré contra la puerta, con mi brazo bajo su cuello.

—¿Qué le contaste sobre mía Al?

—¡No hay para tanto! —Sus ojos brillaban, y parecía que estaba a punto de estallar en carcajadas. ¿Pensaba que aquello era divertido? Pensaba que estaba reaccionando con demasiada violencia, pero a mí me costaba toda mi voluntad reprimirme para no aplastarle la tráquea allí mismo—. Eran solo estupideces —continuó diciendo, con voz aguda y alegre—. Tu helado favorito. El color de tus ojos tras una ducha. Cuántos años tenías cuando perdiste la virginidad. Por Dios, Rachel, no le conté nada que te pudiese perjudicar.

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