Enrabiada, apreté su cuello, pero enseguida di dos pasos atrás.
—¿Cómo me has podido hacer esto? —farfullé.
Nick se frotó la garganta y se volvió hacia la puerta; intentaba esconder que le había hecho daño.
—No sé por qué te afecta tanto —dijo sombríamente—. Ni te creerías la información que recibía cambio. No le conté nada importante sobre ti hasta que no creí que habías muerto.
Mis ojos se ensancharon todavía más, y me apoyé en el lateral de la furgoneta para no desplomarme al suelo.
—¿Ya lo hacías antes de que rompiésemos?
Con la mano todavía en la garganta, Nick me miró; su propia furia iba creciendo.
—No soy idiota. No le conté nada importante. Nunca. ¿Qué es lo que te afecta tanto?
Con un esfuerzo, separé mis mandíbulas.
—Dime una cosa, Nick… ¿el demonio tenía mi aspecto cuando le besaste? ¿Eso fue parte del trato? ¿Te imaginaste que era yo?
No dijo nada.
Mi dedo empezó a temblar mientras señalaba la puerta.
—Sal de aquí. La única razón de que no te entregue a los hombres lobo es que quieren matarte y por ahora ese papel me lo reservo a mí misma. Si le cuentas a alguien algo más sobre mí… te haré algo muy malo, Nick. Que Dios me ayude… cometeré actos malvados.
Furiosa, abrí la pesada puerta lateral. El sonido del metal al abrirse me sorprendió. ¡Dios! Había estado comprando favores y magia demoníaca con información sobre mí. Durante meses. Incluso cuando estábamos juntos.
—Rachel…
—Sal.
Mi voz sonaba grave y amenazante; no me gustaba aquel tono. Cuando sus pies tocaron el asfalto, volvía cerrar la puerta. Conteniendo el aliento, rodeé mi cuerpo con mis propios brazos y me quedé allí, de pie. Me dolía la cabeza tanto; las lágrimas pugnaban por brotar… pero no lloraría.
Maldito seas
. ¡
Maldito seas
!
Abatida, decidí no abandonar la furgoneta, temiendo que si veía a Ivy o a Jenks me derrumbaría y les contaría lo que había hecho Nick. Parte de esta reticencia radicaba en que necesitaba que él acabase la misión, y si ellos lo atacaban, tal vez escapase. Parte era vergüenza por haber confiado en él. Bueno, la mayor parte de mi reticencia era vergüenza. Nick me había traicionado a muchos niveles, y nunca comprendía por qué aquello me afectaba tanto. No estaba preparada para eso. ¡Dios, qué gilipollas!
—Debería devolvérselo a los hombres lobo —susurré, pero tenían que verle morir junto con el foco. No tenía ninguna garantía de que dejaría de contarle a Al dónde tenía cosquillas, o que a veces escondía el mando a distancia para sacarle a Ivy algo a cambio, o cualquier otra del centenar de cosas que había compartido con él cuando creía que le amaba. No debería haber confiado en él. Pero deseaba confiar, maldición… Debería poder confiar en alguien—. Cabrón —musité, secándome los ojos—. Puto cabrón hijo de perra.
La cháchara de las mujeres de la limpieza y los traqueteos de su carro mientras avanzaban por la acera irregular ayudaban a calmarme. Ya había pasado el mediodía, y el motel estaba vacío; solo quedábamos nosotros. Como era miércoles, seguramente seguiría siendo así.
Me quedé hecha un ovillo en el camastro, con la cabeza sobre el olor a limpio de la almohada del motel que había tomado prestada, y los hombros cubiertos por una delgada manta de coche. No estaba llorando. Me caían las lágrimas mientras esperaba que aquellos horribles sentimientos desaparecieran, pero no estaba llorando, maldición.
Sorbiendo por la nariz con mucho ruido, me reafirmé en la idea de que no lloraba. Me dolía la cabeza y el pecho, y era consciente de que si sacaba las manos de debajo de la manta que me llegaba hasta la barbilla las vería temblando. Así que me quedé allí, regodeándome en mi autocompasión, quedándome amodorrada mientras el sol calentaba la furgoneta. Casi ni oía Jenks ya Jax volviendo a la habitación del motel, pero el grito que surgió por debajo de la puerta me despertó completamente.
—Pensaba que estaba con vosotros —gritaba Ivy—. ¿Dónde está?
No pude oír la respuesta de Jenks, pero me levanté cuando empecé a oír los porrazos contra la puerta de la furgoneta. Puse los pies calzados con calcetines en el suelo, sintiéndome vacía de emociones.
—¡Nick! —gritó Ivy—. ¡Saca tu culo de aquí dentro!
Entumecida, me levanté, abrí la puerta deslizante con un chirrido metálico y miré a Ivy con mis ojos vacíos, legañosos.
La furia de Ivy se congeló cuando con sus ojos casi completamente negros comprobó el interior de la furgoneta y me vio encorvada bajo mi manta. La niebla se había levantado y una brisa fría jugueteaba con sus mechones de pelo, negros como el pecado, brillantes bajo la luz del sol. Detrás de ella, Jenks salía por la puerta del motel, con Jax al hombro y seis bolsas con logos coloridos cogidas en la mano y una mirada interrogante.
—No está aquí —aclaré yo, manteniendo la voz grave, pero evitando que sonase ronca.
—Dios —susurró Ivy—, has estado llorando. ¿Dónde está? ¿Qué te ha hecho?
El tono protector de su voz me afectó bastante. Sintiéndome una desgraciada, me di la vuelta, agarrándome el torso con los brazos. Me siguió al interior, pero la furgoneta no se movió cuando entró en ella.
—Me encuentro bien —afirmé, sintiéndome como una estúpida—. Él… —Respiré profundamente y me miré las manos, perfectas, sin marcas. Tenía el alma manchada, pero mi cuerpo estaba impoluto—. Le ha estado contando cosas sobre mía Al a cambio de favores.
—¿Que qué?
Jenks se colocó detrás de ella.
—Jax, ¿sabías algo de todo esto? —preguntó firmemente; la profundidad del enfado no encajaba con sus rasgos juveniles.
—No, papá —respondió el pixie pequeño—. Solo lo vi una vez.
El rostro de Ivy estaba pálido.
—Le mataré. ¿Dónde está? Voy a matarle.
Volvía respirar; me sentía más agradecida de lo que realmente debería porque me estuviesen defendiendo de aquel modo. Quizás había estado confiando en la gente equivocada.
—No lo harás —le espeté yo mientras Jenks movía nerviosamente las piernas, decidido a protestar—. No le ha contado a Al nada demasiado…
—¡Rache! —exclamó Jenks—. No puedes defenderle… ¡Te ha vendido!
Levanté la cabeza bruscamente.
—No le estoy defendiendo —repliqué—, pero lo necesitamos vivo, necesitamos que coopere con nosotros. Los hombres lobo tienen que verle morir con esa… con esa cosa. —Señalé con el pie mi bolso—. Después ya reflexionaré sobre la posibilidad de reducirlo a una masa sanguinolenta. —Miré el rostro inexpresivo de Ivy—. Primero voy a aprovecharme de él; después le dejaré a un lado. Y si vuelve a hacerme algo parecido…
No necesitaba concluir la frase. Jenks seguía pasando su peso de un pie al otro; era evidente que quería ocuparse de aquel asunto con sus propias manos.
—¿Dónde está? —preguntó, con rostro serio. Respiré profundamente y dejé salir el aire.
—No lo sé. Le dije que se fuera.
—¡Que se fuera! —exclamó Ivy, lo que me obligó a torcer el gesto.
—Que se fuera de la furgoneta… pero volverá. La estatua la tengo yo. —Deprimida, miré al suelo.
Jenks salió de un salto de la furgoneta y la luz que venía del exterior se intensificó.
—Lo encontraré. Traeré su culo hasta aquí. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que hemos… hablado.
—Jenks —dije a modo de advertencia, pero él levantó una mano para hacerme callar.
—Me comportaré —me prometió, recorriendo con la mirada todo el aparcamiento hasta el bar cercano, con un rostro aterradoramente endurecido—. Ni siquiera le diré que nos has contado lo que te hizo. Hasta alquilaré una peli cuando vuelva con él, y nos podremos sentar todos juntos a verla, como una panda de amigos.
—Gracias —dije en un susurro.
Bajé la cabeza y no escuché como se iba, alcé la vista cuando oí el chasquido del aleteo de Jax y vi que los dos se habían ido. Ivy me observaba, y cuando tirité, ella cerró la puerta para dejar fuera el aire frío. El sonido del metal chirriando sobre el metal me sobresaltó, y me tuve que esforzar para demostrar un poco de control. Ivy vaciló; deseaba consolarme pero tenía miedo de que me lo tomase mal. Y también estaba todo el tema de la sangre. Solo había pasado un día desde que se había saciado, pero había sido un día muy estresante. Y parecía que el de hoy no sería mucho más sencillo.
Clavé en la vista en la alfombrilla del suelo, mientras me preguntaba qué clase de persona era, siempre temerosa de abrazara mis amigos y dispuesta a acostarme con gente que se aprovechaba de mí.
—Estaré bien —le prometí al suelo.
—Rachel, lo siento.
Me dolía la garganta. Apoyé los codos sobre las rodillas, reposé la cabeza sobre la mano abierta y cerré los ojos.
—No lo sé… Tal vez haya sido culpa mía por haber confiado en él. Ni en mis peores pesadillas podía imaginar que pudiese llegar a hacer algo parecido —dije sorbiendo ruidosamente—. ¿Qué me pasa, Ivy?
Estaba asqueada conmigo misma, una emoción que iba convirtiéndose poco a poco en autocompasión y que me hizo mirar sorprendida a Ivy cuando esta me respondió con un susurro:
—No te pasa nada.
—¿Ah, no? —le disparé. Ella volvió junto al diminuto fregadero de la furgoneta y enchufó la tetera eléctrica—. Echémosle un vistazo a mi historial. Vivo en una iglesia con una vampira que es la sucesora de un señor de los vampiros que preferiría verme muerta.
Ivy no dijo nada, solo sacó un sobre de cacao tan viejo que estaba tieso de la humedad.
»Salgo con su antiguo novio —continué con tono amargo—, que era el sucesor del susodicho señor de los vampiros; mi ex novio es un ladrón profesional que invoca demonios y ofrece información sobre mía cambio de consejos para robar artefactos que pueden hacer estallar una lucha de poder en el inframundo. Algo tiene que pasarme cuando me dedico a confiar en personas que pueden hacerme tanto daño.
—No es para tanto. —Ivy se volvió con la taza desportillada en la mano y con la cabeza agachada deshizo los grumos del cacao contra el lado de la taza con una cucharilla vieja.
—¿Que no es para tanto? —dije con una carcajada seca—. Lleva cinco mil años escondido. ¡Piscary va a pillar un cabreo histórico, junto con todos los señores vampíricos de todas y cada una de las ciudades de este puñetero planeta! Y si no hacemos esto bien, los voy a tener a todos llamando a mi puerta.
—No me refería a eso. Hablaba de la confianza que depositas en personas que pueden hacerte daño.
Me ruboricé; de repente recelaba de mi amiga, que permanecía en el fondo de la furgoneta, a oscuras.
—Oh.
El agua de la tetera empezó a humear y el vapor le desdibujó los rasgos al salir.
—Tú necesitas esa emoción, Rachel.
Oh, Dios
. Me puse rígida y le eché un vistazo a la puerta cerrada. Ivy cambió de postura con gesto irritado y se puso en movimiento.
—Te chifla —dijo mientras dejaba la taza en la diminuta encimera y desenchufaba la tetera—. No tiene nada de malo. Te he observado desde que éramos compañeras en la SI. Te quitabas de encima a todos los tíos que intentaban ligar contigo en cuanto averiguabas que el peligro solo estaba en tu imaginación.
—¿Qué tiene eso que ver con que Nick me vendiera a un demonio? —dije, y mi voz era una pizca más alta de lo que habría sido prudente.
—Confiaste en él cuando no deberías haberlo hecho porque buscabas la sensación de peligro —me contestó con expresión colérica—. Y sí, duele que haya traicionado esa confianza, pero eso no va a impedir que vuelvas a buscar esa sensación. Pues será mejor que empieces a elegir mejor dónde buscas tanta emoción, porque vas a terminar matándote.
Acalorada, apoyé la espalda en la pared de la furgoneta.
—¿De qué coño estás hablando?
Ivy giró la cabeza y me miró.
—No te basta con estar viva —dijo—. Necesitas sentirte viva y para eso usas el peligro. Sabías que Nick traficaba con demonios. Sí, es cierto que se pasó de la raya cuando les ofreció información sobre ti, pero tú estabas dispuesta a arriesgarte porque el peligro te ponía a mil. Y una vez que superes el dolor, vas a volver a confiar en la persona menos indicada… Solo para poder disfrutar del subidón que te supone saber que todo puede ir mal.
Tuve miedo de hablar. El aroma a cacao se alzó el aire cuando Ivy vertió agua caliente en la taza. Temiendo que tuviera razón, pensé en lo que decía y le di un repaso a mi pasado. Esa teoría explicaría muchas cosas. Desde que era una cría que iba al instituto.
No, no puede ser, coño
.
—No necesito sentirme en peligro para ponerme a mil —protesté con calor.
—No estoy diciendo que sea algo malo —dijo ella con tono neutro—. Tú eres una amenaza y por tanto necesitas lo mismo. Lo sé porque vivo con ello. Todos los vampiros vivimos con ello. Por eso guardamos las distancias, salvo cuando buscamos una emoción barata o una aventura de una noche. Cualquiera que no suponga un riesgo tan alto como nosotros es incapaz de seguirnos el ritmo, de seguir con nosotros, de seguir vivo, o de entenderlo. Solo los que nacen así pueden entenderlo. Y tú.
No me hacía gracia. No me hacía ni puñetera gracia.
—Tengo que irme —dije, y empecé a levantarme.
La palma de su mano salió disparada de repente y golpeó el costado de la furgoneta para ponerse en medio y pararme en seco.
—Afróntalo, Rachel —dijo cuando levanté la cabeza, asustada—. Jamás has sido la vecinita de al lado, la niña buena y segura, a pesar de todo lo que haces para ser esa persona. Por eso entraste en la SI, y ni siquiera allí encajaste porque, lo supiera so no, eras una posible amenaza para todos los que te rodeaban. La gente lo percibe a cierto nivel y yo lo veo todo el tiempo a los peligrosos les excita el atractivo de un igual y los débiles tienen miedo. Y entonces te evitan o se toman todas las molestias del mundo para hacerte la vida imposible, para que te vayas y ellos puedan seguir engañándose pensando que están a salvo. Confiaste en Nick sabiendo que podría traicionarte. El riesgo te puso a mil.
Tuve que tragarme una oleada de negativas al recordar lo mal que lo había pasado en el instituto y mi historial de novios nocivos. Por no mencionar la estúpida decisión de entrar en la SI y después el intento más estúpido todavía de dimitir cuando Denon empezó a asignarme casos de mierda y la emoción desapareció. Sabía que me gustaban los hombres peligrosos, pero decir que era porque yo resultaba igual de peligrosa era ridículo… o lo habría sido si no me hubiera pasado el día anterior convertida en un híbrido de lobo y bruja, cortesía de una maldición demoníaca que mi sangre (mi propia sangre) prendía, con el resultado de que, de repente, me había encontrado metida en una piel de Rachel nuevecita sin pecas ni arrugas.