—La boda y la cena de ensayo son después de la puesta del sol —decía Trent con una voz demasiado tranquila—. Ese es el momento de mayor riesgo. Pero me gustaría que vinieses también al ensayo, teniendo en cuenta que te harás pasar por dama de honor. El ensayo y la cena son el viernes.
—¿Este viernes? —dije buscando una excusa—. Es mi cumpleaños. Olvídalo.
Trent cambió su expresión.
—Tú eres la responsable del secuestro de Lee, señorita Morgan —dijo fríamente—. Estoy seguro de que el demonio tiene un motivo oculto para permitirle a Lee cruzar las líneas para algo tan frívolo como una boda. Lo menos que puedes hacer es intentar traerlo de vuelta.
—¡Un rescate! —grité mientras me giraba para verle la cara—. ¿Sabes lo que cuesta sobrevivir a un enfrentamiento con un demonio? Y ya no digamos robarle a un familiar.
—No —dijo Trent. Ahora era evidente su aversión hacia mí—. ¿Y tú?
Bueno, sí lo sabía, pero no iba a contarle a Trent que había otro elfo de descendencia pura viviendo frente a mi casa. La utilizaría para mal en sus biolaboratorios.
Con el pulso acelerado, me abracé a mí misma cuando Quen paró ante un semáforo. Estábamos casi en mi barrio.
Gracias a Dios
.
—¿Por qué iba a ayudar a Lee? —le dije enfadada—. No sé lo que habrás oído, pero él fue quien me llevó a siempre jamás, no al revés. Intenté sacarnos a los dos de allí, pero tu amigo quería entregarme a Al y, como me gusta donde vivo, me resistí. Se lo advertí y, después de que Lee me hiciese papilla, Al se quedó con el… con el mejor. No pienso cargar con esa culpa. Intentar entregarme a Al para pagar su deuda fue inhumano.
La cara de Trent seguía mostrando acusación.
—¿No es eso lo que le hiciste tú a Lee?
Rechinando los dientes, estiré un brazo con la palma hacia arriba para que pudiese ver la cicatriz de demonio que tenía en la muñeca.
—No —dije rotundamente, temblando por mostrársela tan abiertamente—. Lo siento, Trent. Iba a entregarme a Al y me resistí. Yo no lo entregué a Al. Lee se hizo eso a sí mismo a través de sus propias creencias erróneas. Lo único que gané yo fue mi libertad.
Trent soltó el aliento suavemente y el sonido que produjo pareció llevarse también su tensión. Me creía. ¿Qué te parece?
—Libertad —dijo—. Eso es lo que quiere todo el mundo, ¿no?
Miré a Quen para intentar averiguar lo que pensaba de todo esto, pero su expresión no me dio ni una pista mientras conducía por la tranquila zona residencial de la ciudad y miraba las pequeñas casas y los arreglados jardines con piscinas hinchables en la parte de atrás y bicicletas caídas en la parte de delante. A la mayoría de los humanos les sorprendía lo normal que podía resultar un barrio inframundano. Resulta complicado cambiar las viejas costumbres de esconderse.
—No te estoy juzgando, Rachel —dijo Trent, y volví a prestarle atención—. Estaría mintiendo si dijese que no tenía la esperanza de que pudieses liberar a Lee del demonio…
—No hay bastante dinero en el mundo para eso —murmuré.
—Quiero que estés en mi boda por si acaso me atacan a mí o a mi prometida.
Volví a darme la vuelta y sentí que los cojines me envolvían.
—Rachel… —empezó a decir el elfo.
—Para el coche y déjame aquí mismo —dije secamente—. Puedo ir andando lo que queda de camino.
El coche siguió moviéndose. Después de un momento, Trent dijo astutamente:
—Si Ellasbeth se viese obligada a tenerte como dama de honor se moriría de asco.
Me vino una sonrisa a la boca al recordar a aquella mujer tan profesional y de belleza gélida totalmente furiosa cuando averiguó que Trent me había invitado a desayunar en bata de estar por casa después de sacar su maldito culo de elfo del helado río Ohio. Ni siquiera fingían estar enamorados y la única razón por la que su matrimonio se iba a celebrar era porque probablemente ella era la elfa de sangre más pura que existía con la que Trent podía casarse y tener pequeños bebés elfos. Me preguntaba si habrían nacido con orejas puntiagudas y se las habrían cortado.
—La cabrearía un montón, ¿verdad? —dije, ya de mejor humor.
—Cinco mil por dos noches.
Yo me reí y Quen agarró más fuerte el volante.
—Ni siquiera si fuesen diez mil por un evento —dije—. Y, además, ya es demasiado tarde para conseguir el vestido.
—Están en el maletero —dijo rápidamente Trent, y yo me maldije a mí misma por sacarlo a relucir como una excusa, ya que implicaba que lo único que necesitaba era encontrar mi precio.
Entonces respiré dos veces y lo miré.
—¿Has dicho «están»?
Trent se encogió de hombros y pasó de ser el poderoso señor de las drogas a ser un futuro novio frustrado.
—No se decidía entre los dos. Tú llevas una treinta y ocho alta, ¿no? ¿Larga en las mangas?
Así era y me sentí halagada de que lo recordase. Pero Ellasbeth utilizaba la misma.
—¿De qué color son? —pregunté por curiosidad.
—Bueno, lo ha reducido a un modesto vestido negro recto y a otro verde azulado hasta los pies —dijo.
Un vestido negro liso y poco favorecedor o uno verde de color pepino. Geniaaaal.
—No.
Quen pisó el freno con suavidad y aparcó el coche. Estábamos en la iglesia. Agarré el bolso para mirar dentro y asegurarme de que todavía tenía el foco. Eran elfos. No sabía lo que podían llegar a hacer.
—Gracias por traerme, Trent. —La tensión aumentó cuando me quité el cinturón de seguridad—. Me alegro de verte, Quen —dije, y luego dudé cuando mis ojos se encontraron con sus ojos verdes mientras se sentaba con las manos sobre el volante y esperaba—. No… no te vas a presentar esta noche para intentar convencerme, ¿verdad?
Rompiendo su estoica expresión, me miró a los ojos.
—No, señorita Morgan. Esta vez el peligro es real, así que respeto su decisión.
Trent carraspeó con un reproche no verbal y yo le hice un gesto a Quen con la cabeza para darle las gracias. El experto en seguridad tenía suficiente autoridad para desafiar a Trent si sus razonamientos eran sensatos y me gustaba que alguien pudiese decirle que no… aunque dudaba que eso ocurriese muy a menudo.
—Gracias —dije, pero en lugar de sentirme aliviada me sentí más preocupada. ¿
Esta vez el peligro es real
? Como si no lo hubiese sido Ir ultima vez que trabajé para Trent.
Al salir del coche sentí un calor húmedo y el canto de las cigarras. Los viejos árboles que bloqueaban el sol también servían para atrapar la humedad. Miré al otro lado de la calle, a la casa de Keasley, esperando que Trent y Quen se marchasen. No me gustaba que estuviesen tan cerca de Ceri. Yo no sabía nada sobre elfos. Dios, quizá podían olerse los unos a los otros si estaban lo suficientemente cerca.
Volví a centrarme en Trent mientras me subía más el bolso y caminaba hacia la iglesia. Había una camioneta junto a la acera y fruncí el ceño al ver el cartel que proclamaba orgullosamente: «Especializados en exorcismos».
Genial. Geeenial
. Ahora toda la calle sabría que teníamos un problema.
Me giré al escuchar la puerta de un coche al cerrarse. Trent había salido y estaba rodeando la parte de atrás de la limusina. Sentí como se me aceleraba el pulso.
—He dicho que no —repetí en voz bien alta.
—¿Tienes problemas con tu iglesia? —preguntó mientras abría el maletero.
Yo fruncí los labios y me quedé donde estaba para poder verlo a él y la casa de Ceri. Esto no me gustaba nada.
—Hemos tenido un incidente. Mira, no voy a hacerlo, así que márchate ya, ¿de acuerdo? —Me sentía como si estuviese hablando con un perro que me había seguido a casa.
Perro malo. Vuelve a casa
.
Le di la espalda descaradamente y, sintiendo como se me erizaba el vello de la nuca, caminé hacia las escaleras. Como no quería que me siguiese hasta dentro, me paré a dos pasos del rellano.
—Diez mil por dos noches —dijo Trent mientras sacaba dos fundas de traje del maletero.
—Tu ensayo es el día de mi cumpleaños. Tengo planes. Una reserva en la torre Carew. —Me sobrevino un escalofrío al admitirlo. Iba a ser una cita para recordar.
Pero Trent entornó los ojos, como si el calor no pudiese tocarle.
—Tráete a tu cita contigo. —Bajó la puerta del maletero. El motor se puso en marcha y el maletero se cerró produciendo un silbido. Entonces se colocó las fundas sobre el brazo y echó a caminar. Cuanto más se acercaba, más nerviosa me ponía.
—Puede que tú desayunes en la torre Carew cuando te dé la gana —dije—, pero yo nunca he estado allí arriba y lo estoy deseando. No le voy a pedir a mi cita que lo cambie.
—Treinta mil. Y haré que te cambien la reserva para la noche que tú quieras.
Estaba a un paso de mí y nuestros ojos estaban al mismo nivel.
—Para ti todo es muy fácil, ¿verdad? —le dije indignada.
Sus ojos verdes adoptaron un aire atormentado y cansado, y su pelo bailaba en la brisa y estropeaba su porte profesional.
—No. Solo lo parece.
—Pobrecito —murmuré, y él apretó los dientes. Se peinó y volvió a su yo insensible.
—Rachel, necesito tu ayuda —dijo irritado—. Va a haber demasiada gente y no quiero ninguna escena. Si tú estás allí podrás detener cualquier problema antes de que empiece. No estarás sola. Quen tiene a todo su equipo…
—No trabajo a las órdenes de nadie —dije con un nudo en la tripa mientras volvía a mirar a la casa de Ceri. Quería que se marchase. Si Ceri salía de casa, todo se iría al infierno.
—Trabajarían a tu alrededor —dijo, intentando persuadirme—. Estarás allí por si a ellos se les escapa algo.
—No juego bien en equipo y llevo pistolas cargadas —dije dando un paso hacia atrás para separarme de él—. Además, Quen es mejor que yo —dije brevemente mientras el viento volvía a despeinarlo—. No hay razón para que yo esté allí.
Se alisó el flequillo con la mano que tenía libre al ver que yo lo miraba.
—Te sentaste delante, ¿por qué?
—Porque sabía que eso te molestaría. —Escuché a través de los montantes de abanico del lateral de la iglesia voces familiares en el santuario. Subí otro escalón y Trent se quedó donde estaba, seguro de sí mismo, aunque ahora yo estaba más alta que él.
—Por eso quiero que estés allí —dijo—. Eres impredecible y eso puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. La mayoría de la gente toma decisiones por ira, miedo, amor u obligación. Tú tomas decisiones para cabrear a la gente.
—Solo lo estás diciendo para hacerme la pelota, Trent.
—Necesito ese carácter impredecible —continuó, como si yo no hubiese dicho nada.
Nerviosa, lo miré.
—Cuarenta mil por ser impredecible una noche es mucho dinero.
Su expresión cambió y con un ligero tono de deleite, repitió:
—¿Cuarenta mil?
Sentí vergüenza cuando le dije el precio, pero decidí seguir adelante.
—O lo que cueste volver a consagrar mi iglesia —repliqué.
Trent dejó de mirarme por primera vez, levantó la mirada hacia el campanario y entrecerró los ojos.
—¿Tu iglesia ya no es sagrada? ¿Qué ha ocurrido?
Tomé aliento y me apoyé en el rellano.
—Hemos tenido un incidente —dije bruscamente—. Ya te he dicho mis condiciones. O lo tomas y te marchas o te marchas sin más.
Con los ojos brillantes, Trent me hizo una contraoferta:
—Te pagaré cinco mil si los tres actos transcurren sin incidentes, y cuarenta mil si tienes que intervenir.
—Vale, lo haré —murmuré mirando al otro lado de la calle—. Ahora saca tu culo de elfo de aquí antes de que cambie de opinión.
Entonces me quedé de piedra, conmocionada, cuando Trent subió lentamente los escalones que nos separaban. Gracias al aprecio verdadero y al alivio que sentía, había pasado de ser un hombre de negocios de éxito a un tío normal de la calle, un poco preocupado e inseguro de su futuro.
—Gracias, Rachel —dijo mientras me daba las fundas de los vestidos—. Jonathan te llamará cuando Ellasbeth se decida por fin por un vestido.
Las fundas olían a perfume. Mierda, eran de seda y me pregunté cómo serían los vestidos. Se me hacía raro que Trent me diese las gracias. Sin embargo seguía allí, así que le espeté:
—Bueno, venga. Adiós.
Él vaciló y me miró mientras buscaba la acera. Iba a decir algo, pero luego se giró. Quen le abrió la puerta y, a paso rápido a pesar del calor, Trent se dirigió a la limusina y se metió con una gracia practicada. Quen cerró la puerta con suavidad. Me miró, fue hacia la parte delantera del coche y entró. Me sentía culpable. ¿Estaba cometiendo una injusticia al no presentar a Trent y a Ceri? No quería que él la utilizase, pero ella sabía cuidarse sólita y, por lo menos, podría encontrar a otros de su especie. Trent probablemente tenía una lista para enviar tarjetas de Navidad.
Exhalé de alivio cuando el coche arrancó y se marcharon calle abajo.
—Gracias, Dios —murmuré, pero luego fruncí el ceño. Iba a ir a la boda de Trent. Bárbaro.
Me di la vuelta hacia la puerta y entonces oí el eco de la voz de Ivy.
—¡Eso no es lo que dice su anuncio! —exclamó. Después oí la voz de Jenks, pero era demasiado débil para entenderla.
—No es que no quiera hacerlo —protestó una voz masculina desconocida, aumentando de volumen—. Es que no tengo el equipo ni los conocimientos para arreglarlo.
Vacilé con la mano en el pestillo. El hombre parecía avergonzado. De repente se abrió la puerta y yo di un salto hacia atrás, tambaleándome para conservar el equilibrio. Un hombre joven estuvo a punto de tropezar conmigo, pero se detuvo en el último momento. Tenía la cara recién afeitada y colorada y llevaba el fajín morado de su religión alrededor del cuello. Estaba muy gracioso con sus vaqueros y el polo informal bordado con el nombre de su empresa. Llevaba colgado en el cinturón un móvil que parecía muy caro y en la mano tenía una caja de herramientas cerrada.
—Perdone —dijo enfadado. Dando pequeños pasos, intentó bordearme. Yo di un paso para ponerme en su camino y nuestros ojos se encontraron.
Detrás de él estaba Ivy, que echaba fuego por los ojos, y también Jenks, que revoloteaba a la altura de su cabeza y batía las alas encolerizado. Ella levantó las cejas cuando vio las fundas de seda y luego, volviendo a lo que estaba, dijo secamente:
—Rachel, este es el doctor Williams. Dice que no puede volver a consagrar la iglesia. Doctor Williams, esta es mi socia, Rachel Morgan.