Por unos demonios más (50 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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Keasley hizo una pausa en el umbral.

—Seré sincero contigo —dijo—. No me gusta la idea de las relaciones entre personas del mismo sexo. No me parecen bien y soy demasiado mayor como para empezar a pensar de otra manera. Lo que sí sé es que aquí eres feliz. Y, por lo que me dice Jenks, Ivy también lo es. Por eso me cuesta pensar que estáis cometiendo un error o que está mal. Hagáis lo que hagáis.

Si hubiera conocido un hechizo para hacerme un ovillo y morirme, lo habría utilizado. Tal y como estaba, me miré los pies y avancé para tomar una posición de defensa. Más o menos lo que estaba haciendo con mi vida.

—¿Vas a ir tras Piscary? —preguntó él de repente.

Calentita bajo la manta, moví los pies.

—Quiero hacerlo.

—Decisiones inteligentes, Rachel —dijo suspirando—. Toma decisiones inteligentes.

Una gran intranquilidad se apoderó de mí mientras él se dirigía a su casa vieja, situada muy cerca en la misma calle.

—Keasley, dile a Ceri que siento haberla tirado al suelo —le dije.

Él levantó una mano para despedirse y dijo:

—Lo haré.

Jenks descendió desde el árbol que había sobre mi cabeza y aterrizó sobre la puerta, lo cual me hizo pensar que había vuelto a escuchar a escondidas. Lo miré y luego le grité a Keasley:

—¿Puedo acercarme más tarde a tu casa?

Él se detuvo en el bordillo para dejar pasar al monovolumen que pertenecía a la única familia humana que vivía en el barrio. Luego sonrió y enseñó los dientes manchados de café.

—Prepararé la comida. Bocadillos de atún, ¿vale?

Los del monovolumen tocaron la bocina y Keasley le devolvió el saludo al conductor. No pude reprimir una sonrisa. El brujo anciano bajó el bordillo cuidadosamente y se dirigió a su casa con la cabeza erguida y la mirada vigilante.

Jenks echó a volar cuando la puerta se cerró y, con la pistola de bolas rozándose contra la radio, yo me dirigí a la puerta de atrás.

—¿Y dónde estabas tú cuando Keasley me abatió? —le pregunté a Jenks con aspereza.

—Justo detrás de él, estúpida. ¿Quién crees que le dijo qué había dentro de tu pistola de bolas?

Ante aquello no tenía mucho que decir.

—Lo siento. —Subí los escalones del porche e hice malabarismos con todo lo que tenía en las manos para agarrar la puerta. Jenks entró como una flecha para inspeccionar el lugar rápidamente y, cuando recordé haberlo visto en bata de casa anoche, grité—: ¿Matalina está bien?

—Sí —dijo volviendo a entrar.

Me quité los zapatos empapados y caminé hasta la cocina para dejar el cubo, dejando huellas húmedas a mi paso. Continué y me dirigí al baño para lavar la colcha.

—Ceri está enfadada, ¿verdad? —pregunté, intentando averiguar qué había pasado mientras estuve inconsciente.

—Está destrozada —dijo, aterrizando sobre la tapa levantada mientras yo pulsaba botones para poner la lavadora en marcha—. Y vas a tener que esperar. No hay corriente. ¿No te das cuenta?

Dudé y entonces fue cuando me di cuenta de lo silencioso que estaba todo allí dentro, sin el zumbido habitual de los ordenadores, los ventiladores de la nevera y todo lo demás.

—No lo estoy haciendo muy bien, ¿verdad? —dije al recordar a Ceri mirándome boquiabierta con el pelo hecho una maraña y los ojos como platos porque la había empujado.

—Y aun así te queremos —dijo Jenks alzando el vuelo—. La iglesia está despejada. La puerta principal todavía está cerrada con llave. Tengo cosas que hacer en el jardín, pero si me necesitas pega un grito.

Echó a volar y yo le sonreí.

—Gracias, Jenks —dije, y él se marchó como un rayo. El zumbido de sus alas ahora era más evidente en el aire sin electricidad.

Metí la colcha en la lavadora y me puse a planear mi día: ducharme, comer, rebajarme con Ceri, llamar al tío que consagraba las iglesias y ofrecerme a darle un hijo si encontraba la forma de eliminar la blasfemia y consagrarla de nuevo, preparar algunos hechizos para hacer menguar la fortaleza del vampiro malvado… Las cosas típicas de un sábado.

Caminé descalza hasta la cocina. No podía hacer café sin electricidad, pero podía hacer té. Y para cuando me hubiese cambiado de ropa, el agua ya estaría caliente.

Puse a calentar la tetera pensando otra vez en Piscary. Estaba de mierda hasta el cuello. No creía que me hubiese perdonado por haberlo dejado inconsciente con la pata de una silla. Tenía la desagradable sensación de que me mantenía con vida para utilizarme y mantener a raya a Ivy cuando llegase el momento adecuado. Pero todavía era peor la idea de que él y Al estuviesen trabajando juntos. Todo eso era demasiado oportuno.

Por lo que había dicho Al, no creía que fuese posible invocar y mantener a un demonio en un círculo si estaba poseyendo a alguien. Así que Piscary se había llevado el mérito por librar a Cincy de su último inframundano en lo que parecía un trato acordado por anticipado. Por sus servicios prestados, el señor vampiro había sido perdonado por asesinar a aquellas brujas de líneas luminosas el año pasado. Todo eso era un timo. Un burdo timo. Mi única pregunta ahora era quién había participado en la preparación, porque Piscary no podía invocar a un demonio en la cárcel de forma segura. Alguien lo había ayudado a hacerlo.

Eso no era nada justo.

Sentí el aroma intenso a azufre al encender una cerilla para poner en marcha la cocina. Contuve el aliento mientras se disipaba el humo y me puse a pensar. Si no hacía algo pronto, me iban a matar. O Cincy me pasaría por encima como un tren por cenar con Al, dejarle que incinerase a unos matones y luego enviase a seis brujas a siempre jamás. O bien el señor Ray y la señora Sarong se aliarían para matarme por el foco. Y también estaba la facción aún por descubrir que seguía intentando averiguar quién tenía ese trasto, según Al. Tenía que deshacerme de él. No sabía cómo habían logrado los vampiros mantenerlo en secreto durante tanto tiempo. Demonios, lo habían tenido oculto durante siglos antes de que Nick lo encontrase.

Mi rostro estaba inexpresivo y mis movimientos se hicieron más lentos mientras colocaba la tetera sobre la llama. Vampiros. Piscary. Necesitaba protección de todo el mundo y más, protección en la que estaba especializado Piscary. ¿Y si le daba a Piscary el foco a cambio de su maldita protección? Claro, Al y Piscary trabajaban juntos, pero la política vampírica estaba antes que los juegos de poder personales. Y aunque Al lo averiguase, ¿qué? Al había venido aquí para esconderse. Una vez el foco estuviese seguro, podría llamar a Minias y delatar a Al para librarme de él. Quizá así lo tendría de mi parte, ¿no? Entonces me libraría tanto de Al como de Piscary y el maldito foco estaría de nuevo oculto a buen recaudo.

Me quedé de pie en la cocina mirando a la nada, sintiendo euforia y angustia al mismo tiempo. Tendría que confiar en que Piscary lo mantuviese oculto y que renunciara a su deseo de matarme. Pero él pensaba en términos de siglos y yo no iba a durar tanto. Los vampiros no querían que cambiase el statu quo. Piscary tenía todas las de ganar si se lo daba, y lo único que tenía que perder era la venganza.

Joder, si hacía eso bien podría liberar a Lee y Trent me debería muchísimo.

—Vaya —susurré. Sentía raras las rodillas—, esto me gusta…

Sonó el timbre de la puerta principal y pegué un brinco. Rex estaba sentada en el umbral de la puerta de la cocina… mirándome… y la acaricié al pasar a su lado. Con un poco de suerte, sería Ceri. Ya tenía el té a medio hacer.

—¡Rache! —dijo Jenks, saliendo disparado de quién sabe dónde y con voz nerviosa mientras yo caminaba descalza por el santuario—. Nunca adivinarías quién está en la puerta principal.

¿
Ivy
?, pensé con el corazón en un puño, pero ella habría entrado sin más. Dubitativa, aparté la mano de la puerta, pero Jenks parecía muy nervioso y brillaba en la oscuridad sofocante del pasillo de emoción, no de miedo.

—Jenks —dije desesperada—, corta el rollo de las preguntitas y dime quién está ahí fuera.

—¡Abre la puerta! —dijo con los ojos brillantes y desprendiendo polvo—. No hay peligro. ¡Por las bragas de Campanilla! Voy a buscar a Matalina y a los niños.

Rex nos había seguido, atraído por Jenks, no por mí, e imaginándome un montón de cámaras y furgonetas de televisión, agarré el cerrojo y lo deslicé hasta abrir. Nerviosa, me miré de arriba abajo, consciente de la imagen desastrosa que tenía y de mi pelo empapado de agua salada, con un pixie a mi lado y un gato junto a mis pies descalzos. ¡Dios, vivía en una iglesia!

Pero en los escalones de mi casa no había ningún equipo de noticias, sino alguien que me miraba entornando los ojos a causa del sol. Era Trent.

26.

Trent parecía sorprendido, pero luego recuperó la confianza que le otorgaba su traje de seiscientos dólares y su corte de pelo de cien. Quen estaba de pie en la acera como si fuese una carabina. Trent tenía en la mano un paquete azul claro del tamaño de un puño y la tapa estaba cerrada con una lazada a juego ribeteada en dorado.

—¿Llego en mal momento, señorita Morgan? —dijo Trent mirando con sus ojos verdes mis pies descalzos, luego a Rex y luego de nuevo a mí.

Pero si eran las siete. Yo ya debería estar en cama y él lo sabía. Consciente de mis pintas, me aparté los rizos de los ojos. Se me pasó por la cabeza contarle mi idea para liberar a Lee de Al, pero había venido por Ceri. Casi me había olvidado.

—Por favor, dime que eso no es para mí —dije mirando el regalo, y él se sonrojó.

—Es para Ceri —dijo con aquella voz que se mezclaba con la mañana húmeda—. Quería regalarle algo como muestra visible de lo mucho que me alegro de haberla encontrado.

Muestra visible
… Dios, Trent ya estaba colado por ella sin conocerla. Yo fruncí los labios y me crucé de brazos, pero Rex estaba arruinando mi imagen de tía dura al enredarse en mis pies. A mí no me engañaba, se estaba frotando por conveniencia, eso es todo… y, cuando se dio cuenta de que estaba húmeda, me miró como si la hubiese insultado y se marchó.

—Tú no has encontrado a Ceri —dije con sequedad—, yo fui quien la encontró.

—¿Puedo pasar? —preguntó con voz cansada.

Dio un paso hacia delante, pero yo no me moví, así que se paró. Miré a Quen, que estaba detrás de él, con su traje negro y gafas de sol. Habían traído el Beemer en lugar de la limusina. Buen truco. Eso impresionaría a Ceri.

—Mira —le dije. No quería que entrase en mi iglesia a menos que fuese por una buena razón—. No sabía si ibas a venir, así que no le he dicho nada. La verdad es que este no es el mejor momento. —
Con lo afligida que está
—. A estas horas suelo estar durmiendo. ¿Por qué has venido tan temprano? Te dije a las cuatro.

Trent dio otro paso y yo me puse tensa y adopté una posición casi defensiva. Quen se crispó y Trent retrocedió. Miró a sus espaldas y luego me miró a mí.

—Maldita sea, Rachel, deja de joderme —dijo apretando los dientes—. Quiero conocer a esa mujer. Llámala.

Ohhh, así que había encontrado su punto débil
, ¿
no
? Levanté los ojos y vi a Jenks sentado a escondidas en el dintel de dentro; se encogió de hombros.

—Jenks, ¿quieres ir a ver si puede venir?

Él asintió y al descender sorprendió tanto a Trent como a Quen.

—Por supuesto. Probablemente querrá tomarse un minuto para peinarse.

Y para lavarse la cara y ponerse un vestido que no esté manchado de tierra del cementerio
.

—Quen —ordenó Trent, y se me dispararon todas las alarmas.

—Solo Jenks —dije, y los zapatos de suela fina de Quen se detuvieron en seco en la acera húmeda. El elfo moreno miró a Jenks a la espera de una orden, y yo añadí—: Quen, aparca tu culito aquí o no ocurrirá nada. —No quería que Quen fuese allí, o Keasley no volvería a hablarme en la vida.

Jenks revoloteó a la espera y Trent frunció el ceño, sopesando sus opciones.

—Por favor, ponme a prueba —dije con tono burlón, y Trent hizo una mueca.

—Hagámoslo a su manera —dijo suavemente, y Jenks salió disparado como un relámpago de alas transparentes.

—¿Ves? —dije inclinándome—. No ha sido tan difícil. —A mis espaldas oí un coro de risitas agudas y Trent se puso pálido. Al verlo nervioso, me eché a un lado—. ¿Quieres entrar? Puede que tarde un poco. Ya sabes cómo son esas princesas de mil años.

Trent miró el pasillo oscuro, de repente reacio. Quen subió las escaleras de dos en dos, rozándome al pasar y dejando un rastro con olor a hojas de roble y bálsamo para después del afeitado.

—¡Eh! —le dije, y lo seguí. Trent echó a andar y me siguió pisándome los talones. No cerró la puerta, probablemente para tener una vía de escape rápida y, mientras Trent se paraba en seco en medio del santuario, yo volví al recibidor y cerré la puerta.

Los pixies chillaban desde las vigas y Trent y Quen los observaban con recelo. Le di un tirón a mi camisa manchada de sal e intenté adoptar un aire de informalidad mientras me preparaba para presentarle a «su majestad el grano en el culo» a la princesa de los elfos.

Se me erizó el vello de la nuca cuando pasé junto a Quen y me senté en mi silla de oficina, que estaba junto a mi escritorio.

—Sentaos —dije mientras me movía hacia delante y hacia atrás y señalaba los muebles de Ivy, que todavía estaban en la esquina interior de la iglesia—. Tenéis suerte. Normalmente no tenemos aquí fuera la sala de estar, pero estamos haciendo algunas reformas.

Trent miró la butaca de ante gris y las sillas y se giró, mirando mi escritorio antes de dirigirse hacia el piano de Ivy, que pareció interesarle y le hizo levantar las cejas.

—Yo me quedaré de pie —dijo.

Rex entró en la sala procedente del recibidor oscuro y se dirigió directamente a Quen. Para mi sorpresa, el elfo mayor se puso en cuclillas y le acarició sus orejas de color naranja hasta hacerla ponerse panza arriba y mostrarle la barriga. Quen se levantó con Rex en las manos y la gata entrecerró los ojos de placer mientras ronroneaba.

Gata estúpida
.

Trent carraspeó y yo lo miré.

—Rachel —dijo, dejando su regalo sobre el piano cerrado—, ¿has tomado por costumbre ducharte con la ropa puesta?

Dejé de moverme. Intenté inventarme una mentira, pero que no hubiese electricidad no tenía nada que ver con que estuviese empapada—. Yo… he dormido en el cementerio —dije. No quería decirle que mi vecino me había abatido con mi propio hechizo y esperaba que Trent creyese que estaba así a causa del rocío.

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