Al se puso las gafas de sol.
—Yo conseguí la mejor parte del trato, sí. Pero lo estoy siguiendo a pies juntillas. Él quería salir y yo le di su libertad. En cierto modo.
—Lee —dijo Trent, sin dejar de avanzar—, lucha contra él —lo animó.
Al se rio y yo eché a Trent hacia atrás.
—Lee ya no está —dije, sintiéndome mal—. Olvídalo.
—Sí, escucha a la bruja. —Al se secó el ojo con un elegante pañuelo que se sacó de un bolsillo. No estaba utilizando siempre jamás. También llevaba las gafas de sol en el bolsillo. Sus habilidades se habían reducido a las de Lee. Aquello encajaba con lo que Ceri había dicho sobre que los demonios no eran más poderosos que un brujo, aparte del hecho de que almacenaban hechizos y maldiciones desde hacía varios miles de años en su interior. Si realmente estaba en el cuerpo de Lee, entonces estaba limitado a lo que Lee pudiese hacer hasta que consiguiese volver a la omnipotencia.
Es algo muy caro. Normalmente imposible
. Aquello se reducía a una persona. Una persona que estaba loca.
—Newt hizo esto, ¿verdad?
Jenks soltó un taco en voz baja y Al se giró. Su ira no quedaba bien en el rostro de Lee.
—Estás siendo demasiado perspicaz —dijo—. Podría haberlo pensado yo mismo.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —dije. El miedo me tensaba los músculos—. No puedes lanzar una maldición tan compleja como para vencer al sol. Eres un mediocre —le espeté, y Jenks hizo zumbar sus alas.
—Rachel, cállate —me rogó cuando Al se puso rojo. Pero yo continué porque quería saber por qué estaba allí. Mi vida podía depender de ello.
—Tuviste que comprarle a ella una maldición —dije para picarle—. ¿Cuánto te ha costado, Al? ¿Qué es lo que quieres pero eres demasiado tonto como para conseguir por ti mismo?
Él me miró a través de las bandas de color cambiantes de mi burbuja y sentí un escalofrío.
—A ti —dijo el demonio, dejándome helada—. Si esto me da una oportunidad de conseguirte, entonces vale la pena poner en peligro mi alma eterna —entonó. Al atravesarme, su voz me dejó un sabor metálico en la lengua.
Yo me negué a retroceder, casi adormecida. Mi respiración iba y venía y la presencia de Quen parecía crecer a cada momento.
—No puedes —dije con voz temblorosa—. Hiciste un trato. Ni tú ni tus agentes podéis hacerme daño a este lado de las líneas. Lee lo sabe y nunca lo consentiría.
Al sonrió aún más y, cuando golpeó la acera de la alegría con sus zapatos de vestir, vi que llevaba unos calcetines con encaje.
—Por eso lo voy a liberar justo antes de que mueras, para que sea él realmente quien lo haga. Tiene razones suficientes como para querer verte muerta, así que la cláusula de agente no entraría en vigor. Pero matarte es lo último que quiero hacer. —Miró más allá de mí, al punto en que el cielo se tocaba con las torres de la basílica, y respiró profundamente—. En el momento en que abandone a Lee seré sensible a invocaciones y cosas así. Y por mucho que odie perderme las fiestas de otoño, esto es muuucho más divertido. Pero no creas que eso te pone a salvo. —Bajó la mirada y yo sentí un escalofrío al ver la extrañeza que se ocultaba tras los orbes normales y marrones—. Puedo mantenerte viva pero bajo un tremendo dolor.
Yo tragué saliva.
—Sí, y no puedes volverte borroso y evitar que mi pie te dé en toda la entrepierna.
Al inclinó la cabeza y dio un paso atrás.
—Eso sí.
—¿Quién es Newt? —dijo Trent, y recordé que no estaba sola. Pegué un brinco cuando me tocó el codo—. ¡Morgan, quiero saber ahora mismo si practicas demonología!
Jenks salió disparado de mi hombro y la cólera se reflejó en sus pequeñas facciones.
—¡Rachel no es practicante! —dijo acaloradamente, esquivando con facilidad los intentos de Quen por alejarlo de Trent. Quen dejó caer la mano, probablemente al darse cuenta de lo peligrosa que puede ser una pequeña cosa voladora con una espada.
Los ojos de Trent nunca dejaron de mirar los míos, ya que confiaba en que Jenks no le haría daño. Su pregunta iba unida a una demanda férrea de respuesta. Bajo su orden había miedo, pero todavía estaba más enfadado por el hecho de que me interesase por los demonios. Entonces miré a Al.
—Newt es una demonia vieja y muy loca. Le compré un billete de vuelta cuando tu amigo me metió allí.
—¿Demonia? —dijo Trent tartamudeando. Sus ojos verdes ocultaban pánico—. Ya no quedan demonias. Matamos a las pocas que quedaban antes de abandonar siempre jamás.
—Bueno, pues os dejasteis una —dije, pero Trent no me estaba escuchando y se había puesto al lado de Quen. El elfo más viejo parecía muy disgustado y me preguntaba qué era lo que le molestaba tanto. ¿Al? ¿Estar atrapado en mi círculo? ¿La amenaza de Jenks? ¿Que un demonio fastidiase la boda de Ellasbeth? ¿Todo lo anterior junto?
Pero entonces mi propio miedo empezó a aumentar, concentrándose en mi columna vertebral. Había apartado a Newt de mis pensamientos hacía unos días.
Estaba buscando el foco. Mierda
. ¿
Y si Al quiere saldar su nueva deuda con ella
? Había dicho que la maldición para hacer esto era cara. ¿Sería él quien estaba matando a los hombres lobo para averiguar quién lo tenía?
—¿Por qué estás aquí en realidad? ——dije, y tomé aire. Si andaba detrás del foco, no había mucho que yo pudiese hacer para detenerlo cuando se enterase de que lo tenía yo.
Mi pregunta pareció deleitar a Al, que sonrió como un tonto y se ajustó los puños de los guantes.
—Estoy aquí por la boda de mi mejor amigo. Pensaba que era obvio.
Maldita sea. Era el foco. Tenía que invocar a Minias. Sería mejor que me quitasen la marca por ello, no conservarla hasta que el matón del cole me la quitase y me quedase sin nada. Pero si Al se hacía con él, se sabría en cuanto el sol se pusiese, la vendería al mejor postor y estaríamos ante una lucha de poder en el inframundo, por cortesía de servidora.
El pulso me iba a mil, pero estar de pie en este círculo no le estaba haciendo bien a nadie.
—¿Listo, Jenks? —dije, y el pixie revoloteó hasta ponerse a mi lado. Asintió con la cara en tensión mientras agarraba con fuerza la espada. Entrecerré los ojos, estiré el brazo y rompí el círculo.
Quen se puso en movimiento de repente y tiró de Trent para ponerlo detrás de él.
—¡Morgan! —gritó, y yo me giré hacia él.
—¡Relájate! —le espeté, liberando así un poco de tensión—. No va a hacer nada. Ha venido a una boda. —Miré a Al, que parecía sumamente controlado y seguía en é mismo sitio—. Si Al quisiera vernos muertos estaríamos enterrados hace una semana. Está aquí porque Lee recibió la invitación en su buzón. —Con el pulso acelerado, me giré hacia Al—. ¿Tengo razón o no?
Con los ojos ocultos tras las gafas, el demonio asintió.
—Es inofensivo —continué, intentando convencerme tanto a mí misma como a Trent y a Quen—. Bueno, al menos no es tan letal. Si está en el cuerpo de Lee no tiene acceso a todas las maldiciones que almacena en su interior desde hace milenios. Simplemente tiene las cualidades que tiene Lee… bueno, que tenía. Bueno, al menos hasta que coja práctica. Y va a respetar las reglas de nuestra sociedad o acabará en la cárcel, lo cual no sería muy divertido. —Me obligué a mí misma a relajar la barbilla y arqueé las cejas deseando poder hacer aquello de levantar solo una—. ¿Verdad? —dije.
Al inclinó la cabeza y Quen casi salta sobre él, pero contuvo su movimiento rápidamente.
—Qué rápido aprendes —dijo el demonio burlándose de la desconfianza de Quen—. Tenemos que sentarnos juntos en la cena. Tenemos mucho de lo que hablar.
—Vete al infierno —dije en voz baja. Era un cumpleaños de mierda, a pesar de los cuarenta mil pavos.
—No hasta que te mate y, aunque lo haré, no va a ocurrir hoy. Me gusta vuestro sol amarillo. —Se levantó la manga de la chaqueta y miró el reloj—. Os veré dentro. Tengo muchas ganas de conocer a tu futura mujercita, Trenton. Felicidades. Es un honor estar a tu lado. —Sonrió ampliamente mostrando sus dientes deslumbrantes y sencillamente perfectos—. Ideal —dijo con voz cansina.
Sentí un escalofrío al acordarme de Ceri. Oh, Dios… tenía que llamarla. Al andaba suelto.
Al subió con mucho garbo las escaleras hasta la puerta, admirando la arquitectura y los detalles. Su lenguaje corporal no iba nada con el cuerpo de Lee y, con la fuerza de la línea luminosa corriendo por mi interior, sentí ganas de vomitar.
—Quen —dijo Trent alarmado—. No puede entrar ahí dentro, ¿verdad?
Yo saqué el teléfono pero luego desistí, ya que Keasley no tenía teléfono e Ivy no estaba en casa para darles el mensaje.
—Sí puede —dije al recordar como Newt me había controlado estando sobre suelo sagrado—. Además, solo están consagrados la tribuna y el altar, ¿recuerdas? —La basílica no había sido totalmente consagrada desde la Revelación para permitir a los ciudadanos más importantes de Cincy participar en las pequeñas ceremonias de la vida. Los altares seguían siendo benditos, pero no la entrada ni los bancos.
Todos observamos a Al abrir la puerta. Se giró, nos saludó y luego atravesó el umbral. La puerta se cerró detrás de él. Esperé a que ocurriese algo, pero nada.
—Esto no es bueno —dijo Quen.
Yo contuve una carcajada, consciente de que parecería una histérica.
—En fin… Es mejor que entremos ahí dentro antes de que le haga algo a Ellasbeth —dije, preguntándome si deberíamos irnos todos primero a tomar una cerveza. O un pack de seis. En las Bahamas.
Trent se puso en movimiento un instante antes que Quen y yo. Con Jenks de nuevo sobre mi hombro, lo seguí. Trent bajó la cabeza durante un momento y luego la levantó para mirarme:
—¿Eres practicante de magia demoníaca? —preguntó mientras subíamos los primeros escalones.
Yo me puse una mano en el estómago mientras me preguntaba si aquel día podría empeorar todavía más.
—No, pero se ve que a ellos les gusta practicar conmigo.
La orquesta de veinticuatro componentes que Ellasbeth había contratado se estaba tomando un descanso y solo se escuchaba la intensidad muda de una sola guitarra clásica como agradable fondo de la conversación autoenaltecedora que estaba teniendo lugar al otro extremo de la mesa. Había perdido hacía tiempo mi postura recta y tenía un codo apoyado sobre el prístino mantel de lino mientras recorría con los dedos el tallo de mi copa de vino y me preguntaba si podría cobrarle a Trent los cuarenta mil aunque Al no hiciese nada.
La cena de ensayo había sido soberbia. Podría haber vivido durante una semana con lo que habían puesto delante de mí y me molestaba tanto despilfarro. Pero eso no era nada comparado con lo incómoda que me sentí durante la conversación de la cena. Ellasbeth nos había puesto a mí, a Quen y a Al tan lejos de ella como había podido. Estaba segura de que si le hubiesen dejado, aquella tiquismiquis nos habría puesto en otra sala. Al estaba donde estaba por miedo, yo por rencor, y Quen para mantenernos vigilados a los dos.
Todo el mundo que estaba en nuestra parte de la mesa se había ido hacía tiempo. El niño que llevaba los anillos y sus padres, las niñas de las flores y sus familias, el que colocaba a la gente en la iglesia y la mujer que iba a cantar, todos estaban riéndose formando un círculo de zalamería en torno a Ellasbeth. Trent estaba sentado junto a ella. Parecía cansado. Quizá debería haberse implicado más en los preparativos de la boda y asegurarse de que algunos de sus amigos estuviesen invitados para compensar a los de Ellasbeth. Quizá no tuviese ningún amigo.
Ahora mismo, la silla de Al estaba vacía, ya que se había disculpado para ir al excusado. Quen había ido con él y yo no tenía nada que hacer hasta que volviesen. Me pareció rara la idea de que un demonio utilizase los baños y me pregunté si Al era un ser vivo y estaba acostumbrado a hacerlo o si ir al baño era una experiencia nueva y emocionante para él.
Jenks se había pasado la noche en la lámpara de araña para evitar a la señora Withon. Deseé que rociase a Ellasbeth con polvo de pixie para provocarle picores y así poder marcharnos. Cansada, levanté mi copa y bebí vino. Mañana me arrepentiría pero, a la mierda, era uno de los mejores tintos que había probado jamás. Habría mirado la etiqueta, pero sabía que estaba fuera de mi alcance, incluso aunque no tuviese alergia.
Miré a Ellasbeth y se me pasó por la cabeza que ella sabía que era alérgica al vino y que lo había servido a propósito. Como si notase que la estaba mirando, se giró hacia mí con aire de suficiencia mientras hablaba con sus amigas. Su rostro cambió de expresión cuando se oyó la voz de Al en el pasillo. El demonio que estaba en el cuerpo de Lee venía riéndose seguido por la orquesta y me preocupé, hasta que vi a Quen con él. Oí el aleteo de Jenks, procedente de la araña, que indicaba que los había visto.
Quen me miró a los ojos y me relajé, bebí otro sorbo de vino y luego aparté la copa. Estaba sorprendida de lo fácil que había sido trabajar con el elfo. Nos complementábamos el uno al otro y parecíamos haber encontrado un cómodo lenguaje corporal que normalmente me costaba un tiempo conseguir con alguien nuevo. No estaba segura de si aquello era bueno o no.
La banda se colocó en su lugar y empalmó perfectamente una suave pieza de
jazz
de los años cuarenta justo cuando terminó la guitarra. Aplaudí con el resto cuando una mujer que llevaba un vestido de lentejuelas empezó a cantar
What's New
. Me recosté y luego me sobresalté cuando sentí una mano en mi silla.
Con el corazón en la garganta, me giré y mi alarma se convirtió en autodesprecio. Era Lee, bueno, más bien Al, y sus ojos marrones de aspecto normal brillaban de diversión. Con el pulso todavía acelerado, miré a Quen. El hombre sonrió, al parecer disfrutando de mi sorpresa.
—¿Qué quieres? —dije, quitando la mano enguantada de Al del respaldo de mi silla.
Él levantó la mirada en dirección a la pequeña pista de baile mientras Trent y Ellasbeth se dirigían hacia ella. Genial. Estaban bailando. Tendría que quedarme allí toda la noche.
Sonriendo como… bueno, como un demonio, Al me hizo un gesto para invitarme a bailar. Yo resoplé y crucé las piernas.
—Ya. —No pensaba bailar con Al.
Los impactantes rasgos asiáticos de Lee formaron una sonrisa.
—¿Tienes algo mejor que hacer? Tengo una propuesta con respecto a esa asquerosa marca mía que llevas.